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Una poética del aguante. Claudio Guerrero Valenzuela.
"Para un estadio de la U
"
(Provincianos editores, 2024, 216 páginas)

Por Hugo Herrera Pardo



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A la memoria de Carlos Francisco Pino Padilla

 



De todos los cánticos de estadio, el que siempre me ha producido más emoción es el  “Volveremos, volveremos”. No es el cántico más complejo ni tampoco el más original. Es una  estrofa muy breve de cuatro versos, compuesta por alrededor de 13 a 15 palabras, dependiendo  de la versión que se cante, ya que quienes la entonan suelen introducir una única variación, en  el verso final. Una de las características de los cánticos de estadio, aparte de la creatividad con  la que se crea o re-crea una letra o un ritmo ya conocidos, tiene que ver con el momento del  partido en el que se canta. El “Volveremos, volveremos” puede ser usado tanto en la derrota  como en la victoria, es decir que es un cántico que tiene cierta plasticidad. En la derrota lo  trasciende un tono nostálgico; en la victoria anuncia la promesa de la felicidad inminente. En  este libro de Claudio este cántico tiene un rol protagónico. A sus 14 años, Claudio estuvo en el  Estadio Nacional la tarde del 15 de enero de 1989; fue uno de los 15.075 hinchas que  contemplaron el único descenso de la U en toda su historia. Una tarde que terminó con ese  grupo de fieles hinchas cantando por largos minutos: “Volveremos, volveremos/volveremos  otra vez/ volveremos a ser grandes/ grandes como fue el Ballet”. En mi caso, la marca que me  produce este cántico se debe a que me lleva de regreso a las primeras veces que fui a un estadio  de fútbol. A fines de la década de los ‘80, Club de Deportes Colchagua (a mediados de los ‘90  invertiría su nombre a Colchagua Club de Deportes) ascendió de Tercera a Segunda División  y mi padre y un tío nos comenzaron a llevar a un primo y a mí fin de semana por medio, para  los partidos de local. Ambos, mi padre y mi tío, eran hinchas de la U. En ese entonces la “Barra  Oficial” de Colchagua se llamaba Lizardo Garrido, ya que el Chano había jugado allí cedido a  préstamo al inicio de su carrera y había dejado una huella indeleble (desde un tiempo a esta  parte, la hinchada del Chagua se denomina “Los Herraduros”). El único cántico de aquellas  jornadas que puedo recordar con mayor nitidez es el “Volveremos, volveremos”, entonado casi  siempre al final de los partidos, ya sea en la victoria o en la derrota, el que, tras una primera  secuencia de un par de repeticiones, era acompañado por palmas, para luego generar una última  explosión emotiva al final. Es decir que los libros sobre fútbol generan una lectura que funciona  como una cámara de eco. Se puede no compartir la pasión por el mismo equipo, pero las  imágenes leídas producen una reverberación que produce una transferencia afectiva. Colchagua se mantuvo en Segunda División hasta el año ‘95 (el año ‘94 llegó a jugar, incluso, la liguilla  de promoción, contra Coquimbo Unido), pero nosotros dejamos de ir al estadio un tiempo  antes. En marzo de 1993 mi tío tuvo un accidente trabajando en construcción. Se cayó de un  andamio y se fracturó algunas vértebras. Pasó en una silla de ruedas sus últimos veintinueve  años de vida. Su cuerpo se fue apagando paulatinamente, en proporción inversa a sus ganas de  vivir. Cuando lo fui a visitar al hospital por penúltima vez antes de que falleciera, con la mirada  un poco perdida lo primero que me dijo fue: voy a aguantar lo más que pueda.  

De acuerdo a los sociólogos que han estudiado el tema, la cultura del aguante surge en  el mundo del fútbol latinoamericano durante la década de los ochenta. De ser así, entonces no  resultaría exagerado afirmar que uno de los correlatos que funda, mediante lo reprimido y lo  contrapuesto, a tal cultura son las dictaduras latinoamericanas del último tercio del siglo  pasado. Para Pablo Alabarces, aguantar es “poner el cuerpo”, dar soporte, apoyo, actuar de  manera solidaria, “no se aguanta si no aparece el cuerpo soportando daño”. El libro de Claudio  puede ser pensado como la memoria del aguante. Se trata de alguien que, por cerca de cuarenta  años, ha puesto el cuerpo de otra manera, de un modo heterodoxo con respecto a la forma de  mayor dominancia de poner el cuerpo en la cultura del aguante. Se trata del tipo que estuvo  allí, alentando a su equipo bajo la lluvia, en el barro, con frío, con un sol abrasador, que estuvo  en la tarde del descenso pero que también estuvo la noche de la obtención de la Copa  Sudamericana, que estuvo en derrotas dolorosas, pero también en los títulos nacionales  obtenidos a partir de la década del ‘90. Se trata de alguien que estuvo allí siendo niño,  acompañado por su padre en una única e inolvidable ocasión, que estuvo más tarde siendo  adolescente acompañado por su hermano mayor, que estuvo y sigue estando muchas veces en  solitario, que estuvo con su grupo de amigos, que ha estado en años recientes acompañado por  sus hijos. En este sentido, Para un estadio de la U nos viene a afirmar una vez más —porque  siempre parece surgir la necesidad de no perderla de vista— que la condición para el ejercicio  de rememorar es poner el cuerpo.  

En ese tránsito en que va aglutinando su memoria del aguante, Claudio ve intersectar  su biografía con la historia reciente del país. Desde su lugar en los estadios visitados Claudio  contempla los años finales de la dictadura y el paso hacia la porosa democracia; la  consolidación del neoliberalismo y los acontecimientos políticos recientes. En ese recorrido  Claudio ve surgir uno de los fenómenos populares de mayor magnitud de las últimas décadas  en Chile, el paso de Universidad de Chile de ser visto como un club de fútbol asociado, sobre todo, a cierto grupo profesional a convertirse en un club con un nivel de popularidad  avasallante. La impregnación de este tránsito no solo produce las imágenes y los ritmos que  pueblan este libro. Ese tránsito también se impregna, deja huella en los tipos de discurso que  el libro cobija. En esta línea, el libro también es un recorrido por los tipos discursivos que  marcaron una vida. Las primeras páginas parecen ser un homenaje a las crónicas deportivas de  antaño que se encontraban en revistas que hace tiempo dejaron de publicarse, pero no de  circular (gracias a ese gran archivo que es la cuneta), tales como Triunfo, Deporte total, Minuto  90, Don Balón, El Gráfico, Estadio, Gol y Gol. Son páginas en las que Claudio vuelve a  vitalizar giros expresivos como “En medio de la estrepitosa hecatombe”; o “el partido se definió  con un penal en las postrimerías del encuentro”; otra: “tomó la pelota con autoridad y se adueñó  de la escena”; también, “la tragedia se desataría en los minutos siguientes”; una más: “el partido  terminó en tablas, cero a cero”; un último ejemplo: “fue una liza disputada, intensa”. Con el  correr de las páginas van apareciendo otros tipos discursivos por los cuales se lee la vida de  Claudio: los relatos de la adolescencia futbolera ven aparecer los primeros poemas que integran  el volumen, más hacia su vida adulta vemos aparecer el ensayo, la prosa poética, incluso, hacia  el final, aparecen los textos de intervención con horizonte político, particularmente con ese  texto que comienza con la pregunta “¿Qué es un club universitario o qué debiera ser?”. Es  decir que poner el cuerpo en la memoria del aguante es también saber elegir los tipos  discursivos por medio de los cuáles se va a contar o a poetizar dicha memoria. 

Ya es momento que deba terminar este texto y por varios días no estuve muy  convencido de cómo hacerlo. Llegué a pensar en terminarlo con el párrafo anterior, pero sentía  que tenía que decir algo más. La única idea que se me ocurría era una que fui teniendo a lo  largo de la lectura del libro, pero que no supe cómo integrar a algunos de los momentos  anteriores de este escrito. Y es que mientras leía el libro pensaba —sobre todo empujado por  el diálogo con Claudio y por mi admiración a su obra poética—, pensaba, decía, que se podía  hacer una tipología de los cánticos de estadio de acuerdo a algunas poéticas reconocidas de la  poesía chilena. Así, por ejemplo, el “Volveremos, volveremos” es profundamente teilleriano;  el “Oh, que se vayan todos” es intensamente rokhiano; el “no le ganamos a nadie” que Claudio  cuenta cantó la hinchada de la U durante una humillante derrota en Segunda División contra  —precisamente— Colchagua es un cántico parriano por excelencia. Los cánticos más ligados  a una estética punk podrían ser catalogados como berenguerianos, los que declaran amor  incondicional al club pueden ser vistos como rojianos, y así. Este juego tipológico tiene la única  finalidad de ser un homenaje al autor de este libro y de seguir dialogando con él, y también con los lectores de Para un estadio de la U porque, y esta idea me reverbera una vez más, de allí  que se imponga bajo la figura de la repetición, los libros sobre fútbol pueden funcionar,  también, como una cámara de eco afectiva.

 

 

 

 






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Una poética del aguante.
"Para un estadio de la U", (Provincianos editores, 2024, 216 páginas).
de Claudio Guerrero Valenzuela.
Presentación por Hugo Herrera Pardo