De todos los cánticos de estadio, el que siempre me ha producido más emoción es el “Volveremos, volveremos”. No es el cántico más complejo ni tampoco el más original. Es una estrofa muy breve de cuatro versos, compuesta por alrededor de 13 a 15 palabras, dependiendo de la versión que se cante, ya que quienes la entonan suelen introducir una única variación, en el verso final. Una de las características de los cánticos de estadio, aparte de la creatividad con la que se crea o re-crea una letra o un ritmo ya conocidos, tiene que ver con el momento del partido en el que se canta. El “Volveremos, volveremos” puede ser usado tanto en la derrota como en la victoria, es decir que es un cántico que tiene cierta plasticidad. En la derrota lo trasciende un tono nostálgico; en la victoria anuncia la promesa de la felicidad inminente. En este libro de Claudio este cántico tiene un rol protagónico. A sus 14 años, Claudio estuvo en el Estadio Nacional la tarde del 15 de enero de 1989; fue uno de los 15.075 hinchas que contemplaron el único descenso de la U en toda su historia. Una tarde que terminó con ese grupo de fieles hinchas cantando por largos minutos: “Volveremos, volveremos/volveremos otra vez/ volveremos a ser grandes/ grandes como fue el Ballet”. En mi caso, la marca que me produce este cántico se debe a que me lleva de regreso a las primeras veces que fui a un estadio de fútbol. A fines de la década de los ‘80, Club de Deportes Colchagua (a mediados de los ‘90 invertiría su nombre a Colchagua Club de Deportes) ascendió de Tercera a Segunda División y mi padre y un tío nos comenzaron a llevar a un primo y a mí fin de semana por medio, para los partidos de local. Ambos, mi padre y mi tío, eran hinchas de la U. En ese entonces la “Barra Oficial” de Colchagua se llamaba Lizardo Garrido, ya que el Chano había jugado allí cedido a préstamo al inicio de su carrera y había dejado una huella indeleble (desde un tiempo a esta parte, la hinchada del Chagua se denomina “Los Herraduros”). El único cántico de aquellas jornadas que puedo recordar con mayor nitidez es el “Volveremos, volveremos”, entonado casi siempre al final de los partidos, ya sea en la victoria o en la derrota, el que, tras una primera secuencia de un par de repeticiones, era acompañado por palmas, para luego generar una última explosión emotiva al final. Es decir que los libros sobre fútbol generan una lectura que funciona como una cámara de eco. Se puede no compartir la pasión por el mismo equipo, pero las imágenes leídas producen una reverberación que produce una transferencia afectiva. Colchagua se mantuvo en Segunda División hasta el año ‘95 (el año ‘94 llegó a jugar, incluso, la liguilla de promoción, contra Coquimbo Unido), pero nosotros dejamos de ir al estadio un tiempo antes. En marzo de 1993 mi tío tuvo un accidente trabajando en construcción. Se cayó de un andamio y se fracturó algunas vértebras. Pasó en una silla de ruedas sus últimos veintinueve años de vida. Su cuerpo se fue apagando paulatinamente, en proporción inversa a sus ganas de vivir. Cuando lo fui a visitar al hospital por penúltima vez antes de que falleciera, con la mirada un poco perdida lo primero que me dijo fue: voy a aguantar lo más que pueda.
De acuerdo a los sociólogos que han estudiado el tema, la cultura del aguante surge en el mundo del fútbol latinoamericano durante la década de los ochenta. De ser así, entonces no resultaría exagerado afirmar que uno de los correlatos que funda, mediante lo reprimido y lo contrapuesto, a tal cultura son las dictaduras latinoamericanas del último tercio del siglo pasado. Para Pablo Alabarces, aguantar es “poner el cuerpo”, dar soporte, apoyo, actuar de manera solidaria, “no se aguanta si no aparece el cuerpo soportando daño”. El libro de Claudio puede ser pensado como la memoria del aguante. Se trata de alguien que, por cerca de cuarenta años, ha puesto el cuerpo de otra manera, de un modo heterodoxo con respecto a la forma de mayor dominancia de poner el cuerpo en la cultura del aguante. Se trata del tipo que estuvo allí, alentando a su equipo bajo la lluvia, en el barro, con frío, con un sol abrasador, que estuvo en la tarde del descenso pero que también estuvo la noche de la obtención de la Copa Sudamericana, que estuvo en derrotas dolorosas, pero también en los títulos nacionales obtenidos a partir de la década del ‘90. Se trata de alguien que estuvo allí siendo niño, acompañado por su padre en una única e inolvidable ocasión, que estuvo más tarde siendo adolescente acompañado por su hermano mayor, que estuvo y sigue estando muchas veces en solitario, que estuvo con su grupo de amigos, que ha estado en años recientes acompañado por sus hijos. En este sentido, Para un estadio de la U nos viene a afirmar una vez más —porque siempre parece surgir la necesidad de no perderla de vista— que la condición para el ejercicio de rememorar es poner el cuerpo.
En ese tránsito en que va aglutinando su memoria del aguante, Claudio ve intersectar su biografía con la historia reciente del país. Desde su lugar en los estadios visitados Claudio contempla los años finales de la dictadura y el paso hacia la porosa democracia; la consolidación del neoliberalismo y los acontecimientos políticos recientes. En ese recorrido Claudio ve surgir uno de los fenómenos populares de mayor magnitud de las últimas décadas en Chile, el paso de Universidad de Chile de ser visto como un club de fútbol asociado, sobre todo, a cierto grupo profesional a convertirse en un club con un nivel de popularidad avasallante. La impregnación de este tránsito no solo produce las imágenes y los ritmos que pueblan este libro. Ese tránsito también se impregna, deja huella en los tipos de discurso que el libro cobija. En esta línea, el libro también es un recorrido por los tipos discursivos que marcaron una vida. Las primeras páginas parecen ser un homenaje a las crónicas deportivas de antaño que se encontraban en revistas que hace tiempo dejaron de publicarse, pero no de circular (gracias a ese gran archivo que es la cuneta), tales como Triunfo, Deporte total, Minuto 90, Don Balón, El Gráfico, Estadio, Gol y Gol. Son páginas en las que Claudio vuelve a vitalizar giros expresivos como “En medio de la estrepitosa hecatombe”; o “el partido se definió con un penal en las postrimerías del encuentro”; otra: “tomó la pelota con autoridad y se adueñó de la escena”; también, “la tragedia se desataría en los minutos siguientes”; una más: “el partido terminó en tablas, cero a cero”; un último ejemplo: “fue una liza disputada, intensa”. Con el correr de las páginas van apareciendo otros tipos discursivos por los cuales se lee la vida de Claudio: los relatos de la adolescencia futbolera ven aparecer los primeros poemas que integran el volumen, más hacia su vida adulta vemos aparecer el ensayo, la prosa poética, incluso, hacia el final, aparecen los textos de intervención con horizonte político, particularmente con ese texto que comienza con la pregunta “¿Qué es un club universitario o qué debiera ser?”. Es decir que poner el cuerpo en la memoria del aguante es también saber elegir los tipos discursivos por medio de los cuáles se va a contar o a poetizar dicha memoria.
Ya es momento que deba terminar este texto y por varios días no estuve muy convencido de cómo hacerlo. Llegué a pensar en terminarlo con el párrafo anterior, pero sentía que tenía que decir algo más. La única idea que se me ocurría era una que fui teniendo a lo largo de la lectura del libro, pero que no supe cómo integrar a algunos de los momentos anteriores de este escrito. Y es que mientras leía el libro pensaba —sobre todo empujado por el diálogo con Claudio y por mi admiración a su obra poética—, pensaba, decía, que se podía hacer una tipología de los cánticos de estadio de acuerdo a algunas poéticas reconocidas de la poesía chilena. Así, por ejemplo, el “Volveremos, volveremos” es profundamente teilleriano; el “Oh, que se vayan todos” es intensamente rokhiano; el “no le ganamos a nadie” que Claudio cuenta cantó la hinchada de la U durante una humillante derrota en Segunda División contra —precisamente— Colchagua es un cántico parriano por excelencia. Los cánticos más ligados a una estética punk podrían ser catalogados como berenguerianos, los que declaran amor incondicional al club pueden ser vistos como rojianos, y así. Este juego tipológico tiene la única finalidad de ser un homenaje al autor de este libro y de seguir dialogando con él, y también con los lectores de Para un estadio de la U porque, y esta idea me reverbera una vez más, de allí que se imponga bajo la figura de la repetición, los libros sobre fútbol pueden funcionar, también, como una cámara de eco afectiva.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Una poética del aguante.
"Para un estadio de la U", (Provincianos editores, 2024, 216 páginas).
de Claudio Guerrero Valenzuela.
Presentación por Hugo Herrera Pardo