En su ensayo Del deporte y de los hombres, el escritor y semiólogo francés Roland Barthes desliza la idea de que el deporte es un homólogo del contrato humano. No solo un espacio, como una pista de carreras o una cancha de fútbol, muchas veces acompañada de miles de butacas y espectadores involucrados lúdicamente en la correlación de fuerzas que constituye el juego, sino también donde la naturaleza impone sus límites y mueve a sus retadores a oponer resistencia frente a cualquier ley (siempre volvemos a la dictadura); o sufrimiento: el peso mismo de las cosas. “Este combate es no una competición, no un conflicto. Lo cual significa que el hombre no solo se enfrenta al hombre, sino a la resistencia de las cosas (…) Resistir contra la ira, resistir contra el sufrimiento. Resistir, es decir: volver a empezar”[1]
La lectura de las crónicas del libro Para un estadio de la U (2024) de Claudio Guerrero Valenzuela parece invocar muchas de esos intuiciones, resistencias y renacimientos, desde los vagabundeos infantiles del autor por los telúricos pasillos del Estadio Nacional hasta el bautizo de Ignacia, su segunda hija, como hincha emergente de la U. Crónicas que elevan, por una parte, formas de construir una identidad, y por otra, una exploración alegórica de leer el deporte, en particular, el fútbol, como un teatro de representaciones personales aunque también colectivas que explican azarosamente el secreto de existir y, a la vez, de amar un club: tentar la respuesta de este eclipsado y magnético devenir hincha. Por cierto, somos testigos de una infancia que acompaña tempranamente al romántico viajero, la Universidad de Chile, equipo de amores de nuestro autor y de su padre, otrora funcionario de misma cada de estudios cuyo modesto e invaluable privilegio era tener un acotado descuento en la adquisión de entradas para ver al equipo.
Es que tiene mucho de ello el objeto de estas crónicas que repasan tantos momentos altos y bajos en la experiencia evolutiva del hincha: entender, otear, revelar, quizás, aquello que destella y que se esconde en el misterio del juego o en el interior de toda familia. Siguiendo al propio Claudio: “Toda historia de fútbol comienza con un niño o una niña y su padre, un tío o el abuelo”, mientras lleva a su hijo Tomás, de un año, con una polera azul que le llega a los tobillos y un autito en la mano, al estadio Santa Laura “para que acostumbre su oído y sus ojos”. Porque “Es socio de la U desde antes de nacer”. Un presente que se conecta y contrasta con su propia experiencia del pasado, sus propios inicios de incursiones, juegos y paseos por los estadios, donde, un poco a regañadientes, su padre lo lleva al clásico Universidad de Chile y Colo Colo, premunido de lo riesgoso de una visita así, pero entregado a las insistencias de su inquieto hijo. “Mi padre me apretaba firme de la mano. Entramos casi corriendo, dando la vuelta hacia el codo sur donde se instalaba la barra de la U. El shock al momento de ingresar a la galería fue tremendo: ochenta mil personas repletaban el recinto, miles de banderas blancas ondeaban por todas partes y solo un trozo de pizza se teñia de azul. Enormes banderas agitadas por los hinchas, mucho papel picado, y de vez en cuando algún cantito que crecía por todo el estadio. Dos, en especial, se me quedaron grabado: “El que no salta es Pinochet”, al tiempo que todos silbábamos alegremente, y el “Y va a caer, y va a caer, y va a caer, y va a caer”[2]
II
¿Qué es ser un hincha?
El arco narrativo de estas crónicas refresca momentos memorables en la vida de este hincha que asiste leal y casi ininterrumpidamente al estadio desde 1988 hasta 2021. Evocaciones que hablan de una condición hincha en cuanto condición de vida. Ver cosas con afán coleccionista, narradas a través de un testigo escrupuloso en el detalle. Y ver, así, en el mérito de la constancia, escenas cargadas de realismo mágico, por ejemplo, con Dyango de visita por Chile, presentado en un entretiempo en el estadio Santa Laura; para recibir el homenaje del equipo local, Unión Española, y ver finalmente que el artista terminar volcado en la zona visitante, emocionado, conmovido, por el corear de su canción en la voz unísona de hinchada azul. Claudio lo narra así: “Pero todo se salió de libreto. La barra de la U comenzó a cantar la versión futbolera de “Corazón mágico” y el músico español se fue al arco sur a dirigir la orquesta. Se había sellado el pacto entre el cantante y la hinchada. Y de facto, Santa Laura pasaba a ser un escenario donde esta icónica canción de la hinchada quedaría anclada para siempre”. Otra escena irremisible que atestigua esta resistencia de hincha: bicampeonato del 95. Claudio relata cómo se pierde en el trayecto que va del estadio a su casa, terminando en la comuna de Vitacura, bajando, más encima, de una micro por donde pasaban algunos chicos malos. La escena culmina con el hincha, entonces, asaltado y semidesnudo, sin un peso para llamar o abordar otra micro, abriéndose paso para volver feliz, en lo trágico y en lo épico, a Ñuñoa.
Un hincha es también quien viaja en la juventud con su hermano Rodrigo con una polera manga larga de la U desde Santiago a Viña, Estadio Sausalito, muerto de frío, deshaciéndose bajo la lluvia, aterido por la fuerza de la quebrada, aunque gritando, alentando, presenciando el pequeño milagro sin mediaciones, para luego comerse un sándwich en la Plaza de Viña y partir, azumagado, satisfecho por alguna fuente invisible y consoladora, a la capital en un viaje de tres horas. Ser hincha ser llamado por una fuerza mágica, no porque esa magia crea algo, como diría Agamben en El niño y la magia, sino porque simplemente esa magia cumple con la capacidad de evocar, ser quien llama. “El ruido, la ovación, los gritos desaforados, los aplausos, seguían siendo un alimento añorado. Hasta el próximo domingo. Fuerza mágica, hechizante, que también promueve consciencia histórica y evoca nostalgias, como quien posee un arraigado conocimiento de un tiempo anterior que nos perteneció, en el que no hubo tiempo, donde fuimos, en el triunfo o en la derrota, felices y tal vez eternos. Un hincha es quien vive y escribe. Un hincha que anota para no olvidar, porque también lo conjura: “Alguna vez escribirás todas estas cosas. Estas cosas del fútbol. Las cosas verdaderamente importantes”, y que lo involucra, a veces, en sueño permanente de elevación, de ascenso: un bicampeonato, una copa libertadores, una sudamericana, sortear nuevos trágicos descensos: nuevas experiencias oceánicas.
¿Qué hay detrás, finalmente, del azul que persigue el hincha? “La U es un equipo especial. Como decían los locutores de la Sintonía Azul a principios de los noventa: mágico. Será por eso que suscita tanta adhesión, pese a hallarse todavía huérfano de hogar, sin estadio propio, algo que tanta sorna provoca en la contra”. Una contra que, en el caso de Colo Colo, por cierto, mancha los pasamanos de salida con grasa en el sector de la visita, como signo de hostilidad hacia sus archienemigos. La cita continúa así: “Será por eso que tantos de sus partidos están llenos de emoción. La pasión que genera se debe, en parte, a esa historia de décadas de equipo luchador, con mística, que pelea hasta el final.”
III
¿Qué es un estadio?
Un lugar donde se abrazan los desconocidos.
Un proyecto azul que termina simbolizado en una vaca y en un burro como formas irónicas del despojo.
Sobre todo, estadio es magia.
Una magia que nos lleva a crear estadios hechos con legos, a apropiarnos por algunas horas de estadios amigos y enemigos, a volver a soñar estadios inmensos que aplastan el Parque Araucano, estadios que acariciamos en una pequeña colección de láminas de un álbum que se aleja y se bifurca y es vacío. “Por alguna secreta razón infancia y fútbol parecen una sola y misma cosa”. Un lugar imaginado que se reactiva donde haya comunión, donde se sigue la huella de un padre, el padre que me trajo al estadio, el padre en el que me convertiré. Estadio es, también, como el medio inagotable para hacer posibles estos sueños en un tiempo enraizado. Luigi Zoja nos habla, en El gesto de Héctor, de lo atávico y de lo performativo de esa búsqueda, y no es casualidad que las crónicas de este libro comiencen con un Claudio-hijo y terminen con un Claudio-padre: “Porque el fútbol hace que deseemos volver a ser niños (…) como si quisiéramos enraizar el pasado en el presente”. Porque estadio es también infancia, viaje del hijo, transformación constante. Zoja plantea: “En la búsqueda el hijo quiere diferentes cosas. Busca al padre. Busca conocerlo desde dentro, mientras que antes lo buscaba desde fuera. Busca conocer al padre que tiene dentro: transformarse en adulto”. Y es posiblemente esta búsqueda del estadio el sólido testimonio de una voz que desea crecer, transformarse, pasar a la adultez sin renunciar al secreto mágico: mantener viva la inconmensurable alegría.
También un estadio es su canto. Himnos, diría Gilbert Durán en Estructuras antropológicas del imaginario. Himnos que se entonan y nos recuerdan a varios pasajes y epígrafes que urden estos estadio-himnos que por cierto conforman “la perpetuidad de las cosas”, así como “la constancia y la identidad” final de ese espacio anhelado y real. El testimonio inequívoco, entonces, de un estadio elefante y un caracol azul y un elefante-caracol-azul-caminante al que acompañan los desplazamientos, sus hinchas, las conversaciones, los abrazos, los gritos y los olores; todo lo que envuelve, en la batalla de cada fin de semana, un partido. Finalmente, un estadio como una fuerza que despierta cierta energía extática, mística salvaje, un desapego melancólico (pienso, claro, en Michel Hulin). Para Claudio, cada juego envuelve “un pensamiento indescifrable que te obliga a estar ahí”, donde la realidad misma pasa a un segundo plano para convertirse en “algo sagrado”.
Vamos la U, mierda
Esta es la hinchada del bulla
La que tiene aguante
Y se saca la chucha
Grande la U
Con el canto hay siempre un estadio que se activa: un lugar posible. Una forma de resistir, quizá, a la usanza de Barthes, como quien vuelve una y otra vez a empezar.
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Notas
Hace eco un pasaje telúrico de Pequeños migratorios del mismo Claudio, donde se lee: “Un exterminador no debe sufrir por la memoria. Su trabajo consiste en matar todo recuerdo”. La operación de estas crónicas podría, a diferencia de esa poética, pretender su contrario: triunfar o subvertir ese opuesto.
Una primera, operando como una metáfora del desvío, donde Pinochet representa, por oposición, otra cosa. Todo lo que no es Pinochet podría ser, en efecto, la U. Cambia de rumbo el espejo. El segundo canto también me encanta, esta vez, por la fuerza de la anáfora (y la brutalidad de su sencillez: simpleza reveladora de un imaginario azul de resistencia).
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Resistir, volver a empezar
Presentación "Para un estadio de la U". (2024)
de Claudio Guerrero Valenzuela.
Por Andrés Melis Jiménez