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          recolector de pixeles, de Christian Aedo 
        Por Carlos Henrickson 
        
         
         
        "Todo lo que es  consciente se desgasta. 
            Lo que es inconsciente  permanece inalterable. 
            Pero una vez liberado ¿no  cae a su vez en ruinas?" (Freud).
         
        Bajo el signo de la inquietud política  de la cultura contemporánea chilena –cuyo resultado final es a menudo la  absoluta parálisis de cada vez más atrevidos y frustrados postulantes a sujetos  de cambio social- el intento de plantear la construcción de una posible memoria  colectiva es uno de los tics más notorios. Esta memoria colectiva no da señas  de aparecer, a menos que sea como una romántica nueva utopía o la ingenuidad  que llega a rozar el mal gusto de nuestras culturas políticas de consenso. En  este plano, la poesía tiene el privilegio de su irreductible naturaleza  individual, en que la experiencia creadora se mantiene inclusive como una  resistencia personal –que en una dialéctica más profunda puede ser capaz de dar  cuenta de esa realidad efectiva que escapa de tinturas ideológicas, que ya sólo  podrían ocultar en vez de prestar sentido. 
 
          
          En recolector de pixeles (Santiago: Ed. Ripio, 2009) de  Christian Aedo (Santiago, 1976) la apreciación de la memoria toma la única  forma posible dentro de nuestros imaginarios en erosión permanente: ya no  podría transformarse en materia presente (como querrían los creadores de  museos) que permitiese el calmo análisis, sistematización y estudio (es decir,  que generase Historia o cualquier forma de antropología), el tiempo  homogéneo y vacío al que apuntaba Walter Benjamin en sus Tesis sobre la Historia. recolector de pixeles muestra la  imposibilidad de hacer cuajar en una detención la posibilidad de una  memoria, que sólo puede ser representada en la virtualidad que se da en el acto  mismo de la evocación –cuando la mera voluntad de recuerdo logra  su primer resultado imperfecto, incapaz de plasmar esa imagen si no fuera por  la imperfección subjetiva de la forma artística.
          
          La validez vital de la historia con  minúsculas avistada por Aedo sólo podría ser demostrada a través de su  mortalidad, su ruina, sus restos depositados en la memoria y marcados por su  perennidad. Es así como la realidad efectiva de la ciudad de la que desea dar  cuenta sólo puede sustentarse también por vía de una segunda paradoja: por su  pura conformación deseosa, de espaldas a cualquier concreción. Un resto tan  insignificante de experiencia que ni siquiera puede compartir con ésta una  esencia común:
              ...      nos olvidaremos de nosotros  y          seremos  un recuerdo vago
                                                                                 para  las cámaras de vigilancia
                                                                                 al  borde del basurero el transitar de una  marcha
          
                                                                                            en  esta ciudad que  se construye a sí misma
         
                                           en  el aspecto aburrido y agotado de las Cosas/
                                                                                                          seremos
                                                           residuos en los  pliegues de una página a medio llenar
         
                                                       el  resto   un juego de manos/
                                                                         como  en el porno
                          material para el  taxidermista
        El juego de tiempos en el poemario, por lo tanto, es dolorosamente  incierto y marcado por la experiencia de una patente actualidad. La  realidad misma de los sujetos envueltos en la experiencia ciudadana se hace una  suposición necesaria, mas improbable, mediada por el lugar que presumen haber  ocupado o desean ocupar en momentos imposibles: esto resulta consecuencia obvia  de una concepción del conocimiento que se asume desde la velocidad en que la  relatividad einsteiniana se hace más fuerte que la evidencia consciente. La  visualidad –la pura luz- de la pantalla superficial de esta memoria devenida  virtual acaba con la ilusión del arte como expresión mimética de una realidad:  lo que muestra la ciudad al ser vista de cerca es su pixelación, su  artificialidad nueva, fundada en una metafísica menor, calculable,  reproducible, gestionable.
          
          Así, ya no es la letra –signo que  establece coherencia y analogía entre voz y grafías, que puede dar cuenta de sí  a través de la vibración del aire, o solidificarse en el tránsito desde los  implementos técnicos de impresión hasta el papel- aquello que dará un  privilegio a la expresión del creador, sino que el creador se verá indefenso y  sin privilegios ante un punto de referencia imposible, un elemento de pura  existencia virtual que hace posible la imagen. El fundamento de la imagen en el  poemario es aquel propio de la imagen digital: el pixel, la “menor  unidad homogénea en color” que forma parte de aquélla. 
          
          La experiencia vital del creador,  determinada por su pertenencia a la ciudad, pasa a ser un puro accidente en la  formación de esta ciudad devenida imagen virtual. Considérese la secuencia de  fotografías en que aparece un paisaje urbano bajo signos claros de marginalidad  –la estructura de urbanización característica de las zonas periféricas de  Santiago, las rejas de protección casi indicando el riesgo de intrusos, el  descuido de los muros y el pavimento-, paisaje visto a través de un ojo mágico,  haciendo del indicador estético de infinita distancia  (que podría constituir una serie de  ilustraciones en su sentido propio) la medida de un aislamiento motivado por la  inseguridad y la segregación. La secuencia muestra la difuminación progresiva  de esta ciudad que aparenta realidad, y la mirada del lector establece con  seguridad la ilusión de consistencia falaz que corresponde a una imagen  producida tecnológicamente. 
          
          Así, esta virtualización de la ciudad  puede ser leída como una virtualización de la vivencia ciudadana. La escena  primordial de recolector de pixeles parece ser análoga a la de chilean  poetry de Rodrigo Arroyo: la escritura plantea su origen en el espacio  protegido doméstico, asumiendo como exterior un caos informe que ha dejado de  mostrar señas de humanidad -la ciudadanía pasa de ser vivencia efectiva a un  problema de inútil especulación estética, inútil ya que bajo la absoluta anomia  solipsista las categorías que definen un juicio estético se quiebran al igual  que las normas de convivencia.       
        
          En la distancia           que  separa
                                                   a  un objeto    de otro
          existe una regla
                                                   huella  digital o ruido de fondo
        
                ..........   Donde la imagen se  pixela rápidamente la ciudad se detiene por un momento
                     (caerá  nieve en el poema, será una discusión, el error necesario para lograr un  efecto)
        La escritura, entonces, se vuelve un gesto bárbaro tras la ruina  completa de los signos de civilización. La obsesión de registro obliga al  creador a limitarse a dar cuenta de las últimas huellas de ciudadanía y los  últimos restos de experiencia colectiva. Esto lleva naturalmente a que la  poética de Aedo tome la forma tanto de un desplazamiento físico a través de los  restos urbanos como de un recorrido a través de la propia memoria, que al  hacerse análogos terminan llevando la virtualización a su extremo. La carencia  de un punto desde el cual establecer una perspectiva (carencia análoga al  despojo de la posibilidad del creador de ser sujeto de su propia historia, de  asignar una jerarquía a las vivencias que lo conforman y los actos que podría eventualmente  emprender) obliga a la creación poética a construirse en deriva.  Entonces, todo aquello que aparece en el poema se ve envuelto en un desorden  determinado por su pulsión incontrolada hacia la superficie del papel –en este  sentido, el epígrafe de Lihn (El papel se llena de signos / como un hueso de  hormigas) tiene menos que ver con el automatismo surrealista que con una  resignada sujeción a la imposibilidad de relacionar experiencia y literatura de  una forma que no sea arbitraria. A través del permanente juego con la impresión  de los caracteres en el poemario, Aedo lleva la señal de esta imposibilidad  incluso hasta eliminar frases enteras a través de una supuesta pixelación  errónea, generando una arbitrariedad de significado que acaba siendo una pesada  carga para el lector más que la apertura hacia una posibilidad lúdica. Esta  necesaria incomodidad selecciona a su lector como capaz del gesto activo de  creación de sentido, lo que desde una poética que siente la ciudad como su  entorno de desarrollo, no puede sino convertir la experiencia de lectura en un  gesto político en sí. 
          
          Lo que se dice no es, entonces, lo mismo que lo que se entrega. El  poemario no es un conjunto de poemas sino que debería constituir algo más que  eso: el lenguaje resulta ser un medio secundario y bajo sospecha.          
                    Qué es
                        lo que no dicen los  nombres de los objetos
                                    -si las  herramientas del carnicero
                                    son las  mismas que ahora utiliza el taxidermista-
                                           con  las mismas palabras se hace la propaganda electoral
                                    las mismas  con las que ellos se enamoraron
                                                           hicieron  una fiesta
                                                       una  revolución en el parque
                                                       -Un jardín de  frambuesas  p o r  s i e m p r e   -
                                                       desde  lejos tiene el mismo color
                                                           de  una masacre sin nombre
                    Con las mismas  palabras podría comenzar una guerra
                        en el otro extremo del  mundo
        Las palabras no pueden fijar este mundo que al instante de nombrarse se  vuelve cosa muerta, y el poeta ve, así, su oficio difícilmente distinguible de  aquel de los taxidermistas: aquellos que se empeñan en instalar lo  muerto como algo con la apariencia de la vida. Esta continua taxidermia llega  a aparecer como una suerte de procedimiento permanente en la creación y  administración del mundo poético propuesto por Aedo, y es asimilable a la  operación de las modas tecnológicas.La imagen viva de la ciudad se  entiende como una ilusión, una pantalla destinada para aquellos que no  la habitan:   
   
                                     Los  taxidermistas
                                     en  este país aprendieron muy bien el oficio
                                           Los  chicos iluminados corren desnudos
                                               por  un jardín de frambuesas
                              Los turistas llenan las  memorias de sus cámaras digitales de imágenes como estas
        Con lo ya dicho, podemos decir que recolector de pixeles resulta  ser una de las muestras de poesía joven más comprometidas con la reelaboración  de una literatura política en Chile, con un elevado sentido de comprensión  poética. Esto trasciende en mucho la sencilla manipulación de un contenido  literario, para plantearse la necesaria presentación de esa permanente actualidad de una obra artística genuina: su capacidad de trascender la cortedad de miras  de un “especialista” de cualquier clase. recolector de pixeles rebosa de  esa apasionada evocación por una humanidad integral del que es parte toda  poética consciente de sí misma –desde la presencia de imágenes de la revolución  planteadas casi como una protohistoria que se funde al voluble presente hasta  la mirada nostálgica de los restos de vivencia de las mercancías a baja oferta  en la feria de las pulgas junto al Museo de Bellas Artes, las imágenes desean  dar cuenta de una emoción que trasciende con mucho al estudioso. Aedo es parte  de esa historia evanescente, y no desea ocultarlo, e incluso la dimensión más  íntima y personal resulta el espejo de una depreciada memoria colectiva.  
          
          En recolector de pixeles se saluda un paso adelante en la  búsqueda más profunda de toda poesía: su puesta al día. La apuesta  formal del libro confirma, al mismo tiempo, a Ripio como una de las propuestas  más interesantes en la nueva escena de editoriales independientes chilenas en  este sentido, aspirando al papel de avanzada crítica que en las nuevas  condiciones político-culturales del país se tendrá cada día más que cumplir –de  cara a la obvia pauperización del debate social que el nuevo escenario empieza  a imponer.