
          
        Sin  tregua contra el miedo que todo lo afea:  Precavidamente hablando, de Patricio Serey        
        Por  Carlos Henrickson
        
         
        El asumir que la autocrítica debería constituir uno de los  gestos esenciales del creador de poesía es ya un lugar común, y se ha vuelto un  valor fundamental para considerar cualquier poética que se precie de estar a la  altura de los tiempos. Sin embargo, no dejan de aparecer las lecturas de  aquellos que de plano no entienden que la poesía se trata de un oficio, y no la  práctica de generación de eventos escandalosos o el escaparate de perversiones  personales; en este registro tan sólo una poética de superficie y que asuma  respuestas obvias podría ser reconocible y asimilable. Es una suerte incluso  que el oficio de la poesía pueda ser practicado aún sin la venia de los  censores que vienen desde otras prácticas (críticos culturales, periodistas,  cronistas, asesores de gestión cultural municipales o nacionales, etc.),  después de que desde hace algo así como veinte años intentan aplicar esta  censura estandarizada bajo una institucionalidad que les dio y les sigue dando  viento de cola para esta tarea.
          
          Saber mantener una autocrítica a la altura de la compleja  labor de creación poética es bastante más complejo que gestos automáticos o  imitativos: sin buscar los fundamentos en el gesto base de la antipoesía  parriana y de la ya cansadora (y por lo mismo ya descafeinada) autorreferencia  de la moda bertoniana, Patricio Serey hace en Precavidamente hablando una provocadora apelación a la poesía como  una ácida práctica crítica ante lo real, aquello que se supone fijo e inmutable al frente, desde una noción de humor  que bien se empalma con la definición bretoniana en su Antología del humor negro: “negación de la realidad, la magnífica  afirmación del principio del placer”. Ante el miedo que todo lo afea -tácita reminiscencia de una imagen  quevediana de la muerte- a que se refiere en el poema homónimo al libro, Serey  no duda en instalar el hecho creador como instancia ejemplar de resistencia  personal: el primer poema del libro marca claramente esto al titularse Nosotros que le trabajamos al martirio.  Los primeros versos de ese primer poema rezan:
        
          
              Los que le trabajamos al  martirio
                  aunque gratuita,  formalmente
                  nos mantenemos a una  discreta distancia
                  de la palabra muerte y de  la palabra amor.
          
        
        Esta perspectiva ofrece el fundamento de las operaciones  corrosivas características del humor negro de Serey: la muerte o el amor quedan  decididamente fuera de alcance del proceso con el que el autor debe enfrentarse  a la creación, dada la absoluta conciencia de una distancia insalvable entre  las palabras y las cosas. Este despojo reconoce tácitamente una raíz en el  gesto escéptico de la poesía contemporánea chilena posterior a los 60, como se  hace evidente en la velada referencia irónica a Lihn del poema De profesión ahogado:
        
          
             Quien habla mucho del dolor
              no hace más que abusar de esta palabra
              valerse del adjetivo doler para eludir
              al hada del encanto final
              y seguir  pateando la perra.
          
        
         El dolor es uno de los temas fundamentales del libro.  Presente en toda la primera parte, sabría ahogar cualquier otra voluntad de  esta poética, si no fuera porque el autor conoce perfectamente a la ironía como  recurso de resistencia y transformación de la realidad. El objetivo primario de  esta ironía es, sin falta, el hablante mismo, que a modo de un flâneur, puede  ser el intruso cuya mirada le muestra  la medida de la inutilidad de sus esfuerzos ante el radical Otro de la vida  urbana, el enajenado paciente de doctores  de la muerte internado en un lazareto fantasmal, o varias otras figuras  cuyo delineamiento sabe conscientemente no volverse nítido y evidente hacia el  lector. Ya que esa claridad sería una falacia.
          
          Me explico: la raíz del dolor de este hablante está en su  absoluta imposibilidad de dar cuenta claramente de su creación. Este ser es más  que simplemente miope: la puesta en duda de lo que se planta al frente, consecuencia  natural de su ataque mordaz, quiebra cualquier posibilidad de evidencia:
        
          
             Habría que estar sólo mirando el agua
              para no reparar en el viento que seca la boca.
              El ojo como pálido referente de las cosas
              el incesante forcejear que se realiza para asistir a
              ninguna  muerte.
          
        
         Serey sabe, en este sentido, desprenderse de gestos fáciles,  haciendo que lo que se expresa acá sea una voluntad que elude rostro y figura,  que se hace un puro deseo cuya desembocadura natural es la hostilidad hacia  aquello al frente, el ganar espacio para sí en el sentido más arcaico. Por  ello, el gesto del malditismo se hace relevante, y específicamente aquel de  ancestro rokhiano, en que no se deja de aludir a la creación como expresión de  una naturaleza ciega y sorda a la razón. El mismo yo del poeta termina bajo las  ruedas de esta avalancha autocrítica:
        
          
             No pienso en mí cuando escribo
              de corto o largo aliento
              más bien ahogado.
              Tampoco pienso en el gusano
              ni en mi vecina tetona que se asoma
              cada vez que  llego pasado una hora decente
          
        
         empieza el poema Tal  vez, ahí, de repente, a lo bestia, en que desde el mismo título se deja ver  el inquietante tanteo para definir algo que logre acercarse a un arte poética,  requisito esencial para la definición de un hablante clásico. Sin embargo, la  definición final es precisa y orgullosamente ese repentismo y bestialidad, y  habría que decir que en esto veo un pliegue bastante más sutil, un quiebre  entre esto que desea el hablante y aquello que rige la voluntad de autor detrás  de la obra. En esta lucha por la expresión de sí mismo a través de la creación  se delinea claramente una victoria de la práctica misma del oficio, mientras la  energía desplegada no deja de aplastar al hablante, deslegitimándole frente a  la que postula como su misma producción. La conmoción profunda de la escritura  poética termina siendo vista desde una muy distinta perspectiva, como expresa  bien el poema Cita gore:
        
          
             Una destemplada ráfaga de ideas
              convulsiona el sentido de las palabras
              un confuso remezón donde se revela la ambigua
              idea de un cielo para los inmolados
              pero aunque se escriba con el muñón ensangrentado
              esto no sería  más que una mala cita gore.
          
        
         Este bien asumido pliegue dentro de la escritura de Serey  –que podemos definir, de otra forma, como la conciencia técnica del oficio  versus el sacrificio personal en la tradición del malditismo-, hace que pueda  sin problemas transitar diversos tonos y tópicos sin miedo a la confusión de  planos, generando una superposición violenta de imágenes poéticas que logran  encontrar su expresión final a través del humor negro, como expresión de  resistencia, al que aludía antes. La confusión de la figura de la mujer con la  imagen de la muerte, en este sentido, resulta al fin fundamental para entender  por qué buena parte de los poemas de la segunda parte del libro (El cadáver exquisito de los muertos de amor)  están cargados expresamente de una poderosa energía tanática, que no deja de  arrastrar a la escritura misma hacia la tabula  rasa que queda al centro de este mundo poético:
        
          
             Los jotes revolotean el cadáver de los muertos de
              amor
              porque esas cabezas ya han rodado el mundo
              con sus non sanctas soledades.
            ¿Qué decir de la poesía?
              si ya han jugado con la pobre niña que nadie saca
              a bailar
              la han violado reiteradas veces en los refranes
              del  prostibulario idioma.  
          
        
         Es así como la poética de Serey no puede sino asociarse a la  violencia y la muerte para conservar su validez, no puede sino reconocerse bajo  una profunda derrota ante sí misma como posibilidad de verdad o de virtud, como  si el ataque contra el mundo terminase dejando dentro del hablante como un  reflejo esa misma potencia destructiva que estaba dirigida contra él. La ironía  sistemática hace su trabajo hasta el final, dejando triunfar a la poesía como  oficio por sobre la poesía como expresión personal, y en este sentido vale  hacer notar que el humor corrosivo de Serey no deja de presentar en primer  plano una densidad de lenguaje que se transforma, en la última parte, en una poderosa  afirmación de la autonomía que puede alcanzar una escritura cuando todos los  presupuestos que se pueden plantear como fundamentos de una poética (el  compromiso ético o político, la expresión de sí mismo, la búsqueda  experimental, etc.) agachan la cabeza ante la evidencia de la creación misma.  Para entender esta paradojal afirmación, Serey mismo nos ofrece su Cantinela del ocio:
        
          
             Para decir lo que se quiere decir
              habría que romper con todos los poemas
              comenzar a descifrar las palabras
              que caen hilvanadas en la fragilidad de la memoria.
            Un pájaro canta en la aridez de un desierto
              ¿quién cree en esa ave solitaria,
              en el estruendo de su canto?
              Pero el pájaro sigue ahí, en su jardín, yerto
              conmovido sólo por los gránulos de arena
              que sordos enseñan su dorada espalda
              ese es sin duda su mayor trofeo
              y eleva su cantinela nuevamente
              que le  devuelve con porfía la tardía distancia.
          
        
         En tiempos en que la demanda de la realidad se hace cada día  más urgente y pareciese que todo lo ganado en el transcurso de nuestra historia  cultural debe ser defendido contra una barbarie con una voluntad de poder  inconcebible, resulta cada vez más importante esta declaración afirmativa de la necesidad del oficio poético, lo  único que le puede otorgar un peso real como voz de resistencia y de coherencia  ética. El que Serey logre empalmar nuestra historia de poesía urbana con la  poesía tradicional refuerza la legitimidad del oficio ante el resto de las  prácticas culturales, su carácter primario y necesario.
        Patricio Serey confirma, con Precavidamente hablando, la  interesantísima densidad escritural de la provincia de Aconcagua, que desde  hace casi diez años ha estado ofreciendo una serie de creadores jóvenes de gran  proyección, sin intentar asimilarse al entorno centralizado nacional –y ni  siquiera al entorno regional que tiene a Valparaíso por cabeza administrativa.  Con este libro, Ediciones Inubicalistas se anota otro punto en su proyecto, y  puede ostentar uno de los catálogos más sobresalientes en lo que se refiere al  movimiento de microeditoriales de nuestro país.