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Sobre Creatur, de Gustavo Barrera Calderón

Una crítica barroca sobre el habitar

Por Carlos Henrickson

 

En el amanecer del humanismo, cuando el arte se hizo cargo de las ciudades, las pensaron como formas visibles además de habitables, y hasta ahí el juego de hacer arte de la vida andaba bien. Mas las ideas de los hombres tienen mal carácter, y a veces, sin cuerpo ni sangre ni venas toman el control de la débil máquina que ha resultado ser la sociedad humana. Toda una disciplina de diseño social ha impregnado nuestra forma de vivir y desplazarnos por el mundo: y cuando nos desplazamos por el mundo en los trayectos de siempre, nuestro recorrido corresponde a simetrías prácticamente ya determinadas por ingenieros especialistas. Los seres también están a punto de convertirse absolutamente en simples formas visibles: ya vemos más ejemplos de personas que a personas, modelos.

La crítica a la objetivación del ser humano ha asumido mil y una vez los símbolos del crush dummy o la sofisticada fantasía de los mundos virtuales de Matrix o El Piso 13: seres hechos a modelo. La operación tan obvia de objetivizar lo subjetivo es la consecuente: mas una profundización dialéctica de esta operación, que constituya el examen de una posible subjetivación –una vida de las máscaras creadas en forma industrial y manejadas por los sistemas normativos-, puede llevar en el plano de la creación poética a una conciencia real sobre las condiciones objetivas de lo que actualmente significa vivir en una ciudad.

Me parece éste uno de los alientos tras el último libro de Gustavo Barrera Calderón (Santiago, 1975), Creatur (Santiago: RIL Ed., 2009), y particularmente desde el momento en que parece definirse como un artefacto bastante más complejo que un libro de poemas, incluyendo una sección de imágenes que se configuran como índices fríos más que como ilustraciones pensadas para embellecer un texto –al modo de obras como La Nueva Novela, o sus antecedentes más populares: las guías, los manuales de instrucciones, los libros escolares. Desde ya, el mismo título remite a un neologismo, que enajena al oído el concepto de creatura -que lo hace nombre propio en esa fuerza. Este ser de nombre propio puede o no llegar a identificarse con el autor; y precisamente esto confirma la vaguedad de su pretendida calidad de “personaje”, su posible objetividad ante el lector.

Este desarrollo, que puede dar para una multitud de juegos metafísicos, es ligado por Barrera directamente a la temática del habitar urbano, con lo que amarra esta poética límite a un desafío de carácter profundamente político. El habitar como hecho complejo –no realizado por el sujeto, sino como un atributo casi intrínseco- es precisamente el resultado del despliegue de este “Creatur”, desde los entornos más simples de su funcionalidad: la casa y el lugar del reconocimiento e identificación (en primera instancia, un centro comercial). “El hombre” y “la mujer” ejecutan una serie de escenas en que cada acción parece cancelar su interioridad, abriéndoles la vía a un paradojal y extremo horror existencial desde el vacío de un ser enajenado.

La atmósfera de esta realidad bajo el ataque de la crítica “trascendente” de la representación literaria parece a ratos ser la del sueño: una existencia a la manera de simulacros, maquetas de seres humanos. Sin embargo, la continua operación de alejamiento que ejecuta Barrera desmiente cualquier tipo de onirismo en el sentido de las vanguardias clásicas –cualquier tipo de posibilidad de liberación se ve cancelada por la permanente representación de un malestar abismal. En este sentido, Creatur puede ser visto como una poderosa vanitas, en que no falta una noción desleída de la pretendida conciencia de un autor. La misma concepción de la obra asume a momentos la condición de una instalación fría que revela la imposibilidad de expresar a plenitud la enajenación que se supone tema del libro en el Catálogo final.

Para ello, el despliegue de escritura asume un carácter proliferante de procedimientos que cierran cualquier posibilidad de un “estilo escritural”: es más, es frecuente el referirse paródicamente tanto a antecedentes literarios (Juan Luis Martínez, Zurita, Gonzalo Millán) como a textos de carácter para-literario o abiertamente no literario (guiones, manuales, guías de instrucciones, registros de chat, etc.), en un movimiento que me parece resistirse de manera obvia a cualquier tipo de fijación estilística. El resultado, naturalmente, es el distanciamiento violento de Creatur con respecto a una idea de “obra artística”, haciendo de su relación con el lector una de perpetua enajenación: operación tanto más exitosa cuanto su fin es precisamente una conciencia de des-situación en el lector. Las “Canciones lejanas” de la sección Criogenia me parecen singularmente significativas a este respecto –como una fuerte respuesta paródica a la épica trascendente “patriótica” intentada por Zurita en los albores de la llamada “transición” democrática. Veo el abismo al fondo de Creatur como un signo de cierre (entre tantos) de los proyectos poéticos validadores del sistema simbólico nacional que emergieron tras la caída de la dictadura.

Dice Guy Debord en la tesis 177 de La Sociedad del Espectáculo: “Las "nuevas ciudades" del seudo-campesinado tecnológico inscriben claramente en el terreno la ruptura con el tiempo histórico sobre el cual fueron construidas; su divisa puede ser: "Aquí nunca ocurrirá nada y nunca ha ocurrido nada"”. Esta detención –permanente, cotidiana- paradójica en el seno de un mundo en progreso continuo, es presentada en la proliferación barroca de este libro en una forma que difícilmente se ha visto en la producción literaria chilena de los últimos años. Más allá de cualquier forma de facilismo, la investigación desde y en el seno de la duda más radical (en el plano del habitar) tiene acá más contingencia que la nostálgica introspección sobre la historia política de los últimos 40 años o el alarde inútil en pos de nuevas vanguardias revolucionarias que no necesitan de gestos performáticos escritos para ser confirmadas en el plano de la acción. El terreno evanescente y abismal de la escritura de Creatur deja ver claramente una reflexión efectiva sobre las condiciones reales de la existencia contemporánea.

La fuerte inscripción política del gesto de fondo de Creatur es una más de las muestras de la vitalidad y conciencia de la poesía actual del país, tantas veces motejada de autocomplaciente y en ruinas por actores interesados de la cultura oficial. La dificultad de leer políticamente registros escriturales como éste es tan sólo una demostración más de la aún deficiente y simplista forma de relacionar literatura y vida social, de asumir el sentido político de la escritura poética.

 

 

 

 

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