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Lectura de poesía
(Segunda parte)

Por Cristóbal Hasbun L.


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Cuando el lector se enfrenta al texto y lee un poema comienza a visualizar un conjunto de imágenes en su mente. Probablemente este ejercicio sea ejecutado con mayor facilidad si es que se lee para sí, considerando que hacerlo en voz alta requiere poner atención a la correcta entonación para cada palabra, lo que desvía las energías y la lucidez de la labor de crear mentalmente las escenas que se lee. La palabra imágenes está contenida en la palabra imaginación, lo que hace evidente que la apreciación de la poesía requiere una importante labor de imaginar. Se trata de un trabajo de imaginación más en bruto que el de la narrativa general, porque ésta suele dar más elementos descriptivos e información de cada escena o suceso. En cambio, los versos de un poema tienden a dar sólo unos que otros elementos como destellos aislados para que el lector encienda la lámpara frente a las imágenes que logra captar en su mente.

¿Crea la lectura de poesía y la imaginación de sus imágenes un registro de tal forma de que el lector, al volver a leer ese poema tiempo después, recuerde esas imágenes? Lo más probable es que sí, dado a que sobre esas mismas imágenes después se va construyendo un retablo nuevo, una galería de impresiones que se va renovando pero nunca se termina, pero tampoco empieza desde el comienzo. Esto da cuenta que releer en poesía es también construir y generar una mayor cercanía con la obra. Quizás incluso se pueda hacer un planteamiento inverso: ¿se percibe el mundo distinto después de haber leído poesía? ¿Se puede invertir el objeto de apreciación de tal forma que después de leer el poema contemplemos la realidad de modo distinto, como una relectura de ella? Me parece que la respuesta es afirmativa, y que quien ha leído el poema Defensa del árbol de Nicanor Parra, por ejemplo, puede comenzar a contemplar a estos compañeros del entorno de otra manera. Traer la percepción de este género artístico a la apreciación estética cotidiana fortalece la cercanía con su lectura, facilitando la creación de mundo interno.

Para efectos de morigerar la angustia vital en su lectura, los estudiosos de esta materia han creado una batería de categorías que pretenden clasificar los recursos de los que se vale el autor. Esto se conoce como recursos literarios. ¿Es un escritor que se vale de mayor cantidad de recursos literarios, y de mayor calidad en su elaboración, un mejor escritor? La respuesta se ofrece a primera vista afirmativa, pero más en profundidad parece no serlo. Ello presenta un cierto misterio. El apabullante número de categorías (personificación, paradoja, sinécdoque, metáfora, epíteto, metonimia, etc.) se ofrece como un correcto decálogo para analizar la obra de forma estandarizada, sin embargo existe una tesis bastante  generalizada respecto a que la aplicación de esos instrumentos de análisis (o la utilización de ellos para (des)valorar la obra) acaba por aniquilar su música y sentido.

Tanto el escritor de poesía como el lector trabajan, como se ha dicho, sobre imágenes, de tal forma que el primero de ellos las crea y el segundo las recrea constantemente. Esto acerca la labor de ambos a la del fotógrafo. El fotógrafo (que para estos efectos cumple con la labor del pintor previa invención del daguerrotipo) es un captador de escenas significativas, donde se espera que el mundo físico captado y la forma en que éste se representa sea capaz de generar reacciones e impresiones en el mundo interno del espectador. Quien toma la fotografía atesora la esperanza de que la composición del instante en el mundo que ha logrado retratar pueda remover el mundo interno del espectador y permanecer en su memoria. La finalidad de este trabajo puede ser el mero disfrute de la belleza o bien el instar a la reflexión como forma de protesta.

El poeta es entonces un fotógrafo que, valiéndose del ejercicio de escoger palabras y ubicarlas en un contexto, pretende generar una imagen en los estados mentales del lector. Las palabras no reemplazan el ejercicio visual propiamente tal del veedor de fotografías, sino que son una herramienta distinta para generar una imagen que el lector, al igual que el veedor de fotografías, también ve. Quien ha visto una imagen impresa y luego cierra los ojos dice todavía puedo ver esa imagen. Quien lee un poema se forma su imagen interna y luego cierra los ojos puede decir lo mismo también. Quien vive un evento traumático o dotado de especial significación en la vida cotidiana puede decir lo mismo tiempo después. Quizás esa sea la forma más evidente para demostrar que el significado y validez de una imagen en fotografía, poesía y la vida cotidiana se entrecruzan.

Las imágenes, pese a presentarse como estáticas, tienen en realidad una naturaleza dinámica dado a que la apreciación del veedor les da un relato. El ejercicio más demostrativo de ello debiese ser la aplicación del test de Rorschach. Cuando a una persona se le presentan láminas difusas y se le pregunta qué ves aquí se le está dando espacio para que desarrolle su creatividad y exponga en detalle la imagen mental que genera la imagen física (por supuesto, los estudiosos de la salud mental consideran que este no se trata sólo de una labor creativa sino también expositiva de la construcción interior del paciente). Cuando el lector de poesía se enfrenta a la obra (al igual que el veedor de fotografía) realiza el mismo ejercicio: dota de dinamismo y relato a un conjunto de elementos, imaginando el entorno, el carácter de los personajes, la descripción física de ellos, la forma en que interactúan así como la especulación sobre otros acontecimientos, etc. Es decir, responde a su propia pregunta: qué veo aquí.

El hecho de que la poesía esté ligada a la creación de imágenes por parte del lector da cuenta de que la creatividad por parte de quien aprecia la obra es un requisito ineludible y que la mayor participación del espectador da cuenta de que se está frente a una obra más abstracta y demandante. Por eso es posible aventurar que ver una película, leer un libro o leer un poema requieren grados de participación (crecientes) distintos por parte del espectador. Eso genera la cercanía con la obra que permite aseverar que compartir y hablar sobre poesía es siempre un ejercicio íntimo.


 

 

 

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