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Dostoievski: Portavoz de lo humano

Por Cristóbal Hasbun L.




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El 11 de noviembre[1] se conmemoran 192 años del nacimiento de Dostoievski. Agradecido de la posibilidad de poder dedicar algunos párrafos a tal evento, quisiera intentar satisfacer la tarea que se me ha encomendado presentando una perspectiva personal de lo que me ha significado la lectura del ruso durante algunos años.

Referirse a la vida de Dostoievski intentando desentrañar quién era es una pregunta particularmente compleja. Sabemos —dada su vasta obra y el privilegio de poder contar con datos historiográficos concretos de su biografía— que el retrato psíquico de este escritor resulta particularmente enigmático. Si quisiésemos conocer los estados mentales de Tolstoi, Gogol, Pushkin o Chejov a través de sus obras y sus vidas no nos resultaría una labor tan sujeta a contradicciones internas, despistes y discursos interpretables como la de este escritor. En definitiva, creo, se podría decir que de sus contemporáneos en Rusia o en el resto de Europa probablemente éste sería el más renuente a darse a conocer.

Asumo que esto puede tener que ver con aquella extrema timidez de su carácter que nos describen sus familiares y contemporáneos. Silente y enfermizo; algo miedoso del género humano pero con una curiosidad insaciable por conocer su naturaleza. Como en una reunión social, el ruso se rehúsa a darse a conocer. No existe certeza respecto a qué piensa de cada tema que trata. Dostoievski es, en esencia, una pluralidad de voces que se encienden y movilizan recorriendo con sus ondas los espacios de las páginas sin que sea posible adjudicarle una propia.

Sabemos que esta es la polifonía dostoievskeana a la cual se refiere el filólogo ruso Mijaíl Bajtín. Pareciera ser que cada personaje en su obra —Raskolnikov, Mishkin, Alioscha Karamazov, Stavogrin— fuese un pensador independiente a quien escribe. Y a veces parecieran discrepar del mismo autor y se vuelven en su contra. O acaso Dostoievski les da vida para pasearlos por el mundo y permitirles estar cerca de lo más soñado, para después abandonarlos a sus defectos y a sus sufrimientos. Cada personaje es un cosmos en sí mismo y el escritor no sólo no parece concordar con ninguno de ellos, si no que no parece siquiera estar presente. Una vez que la conversación se desata en aquellos salones de Moscú o San Petersburgo, entre familias, militares, prostituta, comerciantes o nobles; ¿dónde queda Dostoievski? ¿Dónde está el autor?

Valoro en la literatura del ruso su preocupación por lo humano; sólo una infinita compasión puede permitir tal comprensión de nuestra naturaleza. No en vano Nietzsche dijo: es el único psicólogo que ha podido enseñarme algo[2]. Se condice, por cierto, con el vivo interés de Freud en su obra, plasmado en su ensayo Dostoievski y el parricidio así como con su clasificación esbozada en una carta a Theodor Reik[3] entre un Dostoievski psicólogo y un Dostoievski poeta[4]. Siendo cada vez más un convencido de que la literatura importa intrínsecamente un compromiso con la colectividad, no puedo dejar de remarcar el hecho de que Dostoievski —probablemente no conscientemente, dados los resabios del aislamiento de la Rusia de su época— contribuyó a la labor de volcar la literatura hacia los problemas de la sociedad como lo hiciera Dickens en Inglaterra o Víctor Hugo en Francia.

Me parece a su vez que debemos a este escritor una importante contribución a la noción de tragedia moderna. La lucha contra el destino (en el sentido de la tragedia griega) se reconfigura como una lucha contra la propia naturaleza. Las grandes batallas de sus personajes siempre están libradas exteriormente e interiormente. Raskolkikov quiere salvar del yugo de un matrimonio indeseado a su hermana Dunia (dimensión externa) pero eso implica necesariamente poner a prueba sus principios así como su teoría moral relativa a la existencia de hombres superiores e inferiores (dimensión interna). Siempre hay dos lides. Y a menudo la más sustanciosa es la segunda. Y esta batalla interna que cada personaje central de Dostoievski da es una pequeña tragedia; un combate descarnado por doblegar las propias limitaciones, los condicionamientos de la personalidad, las circunstancias en las que se ha vivido, la naturaleza con que se ha nacido. Y mi impresión es que esta batalla siempre se pierde. Y en el perseverar está la redención. Y sólo el seguir intentando una y otra vez es lo que llega a engrandecerlos.

Las consideraciones morales que infaltablemente delinean el trasfondo de los acontecimientos de sus narraciones dan a su obra especial vigencia frente a los cambios culturales de los dos siglos posteriores. Hay quienes, como David Cruz Barrios, ven en la obra de Dostoievski una reafirmación de la persistencia de una ética cristiana absoluta[5] que se enfrenta a la decadencia de los tiempos. Hay otros quienes consideran que la obra de este autor plasmó los orígenes de la noción (hoy bastante generalizada) de que aquello que es bueno para unos no tiene por qué serlo para otros.[6] De este modo, la tensión teorética entre lo que hoy llamaríamos un pensamiento conservantista versus uno liberal (pese a que el primero no reconozca esta discusión) resulta ampliamente tematizada en su obra.

Independiente de las interpretaciones me parece que Dios, la miseria, la esperanza y el pueblo ruso son elementos transversales en su obra. El catolicismo ortodoxo y la presencia de un juez severo y omnipotente aparecen constantemente en sus registros. Una de las maneras de entender la existencia del príncipe Mushkin (protagonista de El Idiota) es como una recreación de la personalidad de Cristo. El Gran Inquisidor —aquel capítulo de Los hermanos karamazov dotado de una lucidez indescriptible— es, precisamente, una reflexión teológica a partir de la idea de que Jesús ya habría vuelto a la tierra  durante la Inquisición (y los hombres lo habrían rechazado).

La miseria, la esperanza y el pueblo ruso son uvas de un mismo racimo que forma parte de su viña que es la humanidad entera. Su Rusia entrañable vivía como un campesino expoliado el sufrimiento diario en la antesala del golpe final que los transformaría en el ensangrentado gigante que alguna vez añoraron. En cuanto al destino de lo ruso, creo que Dostoievski era recatado. Intuía en Rusia —en el pueblo ruso, en cada mujik, funcionario, sirviente o borracho— una fuente de poder incontrolable. Por eso, creo, estaba más preocupado del destino de su gente que de cómo alcanzar una meta colectiva.

Dostoievski tuvo una epilepsia tardía. Según Troyat, gatillada dado el deterioro de su sistema nervioso bajo las precarias condiciones en el presido de Siberia. Quizás fue este sistema nervioso el que le permitiera inteligir semejante diversidad de matices en el pensamiento humano. Quizás fue esta personalidad movilizada por golpes eléctricos cerebrales, arranques de ira o delirios febriles la que lo llevó a escribir: a lo largo de mi vida no he hecho más que llevar al extremo todo aquello que vosotros habéis dejado a la mitad. [7] [8]

 

 

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Notas


[1] Según el calendario Juliano (vigente en Rusia hasta 1918), el 30 de octubre.

[2] Troyat, Henri, Dostoievski, Editorial Vergara, Barcelona, 2004, p.387.

[3] Fechada el 14 de abril de 1929.

[4] Donde por poeta debe entenderse, naturalmente, creador y no escritor que desarrolla el género lírico.

[5] Por absoluta se entiende una construcción ética que se opone a lo que algunos moralistas denominan relativismo moral. En este sentido, al adjetivo absoluto se refiere a la tesis que afirma la existencia de un orden  moral intrínseco a los seres humanos el cual nos permite llegar a una noción de lo bueno y verdadero para todos. 

[6] Lectura que, en términos coloquiales, se denominaría hoy pluralista.

[7] Ibid, nt.1, p. 7.

[8] Respecto al retrato psíquico del autor realizado por el premio nobel J.M. Coetzee, ver la breve columna: Hasbun, Cristóbal, Dostoievski desde Coetzee, www.realismovisceral.cl, 14 de octubre de 2013.



 

 

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