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El realismo de Baldomero Lillo

Por Cristóbal Hasbún L.
Publicado en Revista Terminal, septiembre de 2014




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§1. Hace ya semanas una amiga me preguntó si me gustaría escribir literatura. Sólo se me ocurrió  responder que por el momento me contentaba con intentar escribir comentarios sobre literatura. Entonces ella me respondió que se refería a escribir ficción, a lo que yo respondí la verdad que me gustaba más el realismo. Ella sonrió y dijo ficción; entonces, te gustaría escribir literatura. Ello encendió las copas y escanció el descalabro.

§2. La tentación de entender toda la literatura como ficción amenaza con borrar  los matices de un plumazo (luego, nuestra capacidad para apreciar cada obra en su contexto). Siendo cierto que la letra plasmada en la hoja (hoy, el dedo plasmado en la tecla) es un fruto primario de la mente —de lo que en el momento en que las yemas tocan el teclado no existe— no puede ser atribuido exclusivamente a ella. Esto negaría el carácter autónomo de lo narrado y toda posibilidad de que ello fuese cierto. Quizás Unamuno sea más claro en esto; recuerdo con simpatía el prólogo que el autor hizo a Niebla, donde contaba que sus personajes lo habían visitado increpándolo por haberle destinado tales o cuales circunstancias. Recuerdo también un libro que leí a los nueve años, El pirata garrapata, de aquella desaparecida editorial El Barco de Vapor: los personajes del libro, descontentos con el final, van a visitar al escritor —Juan Muñoz Martín— a su escritorio, solicitándole que cambie tan indigno destino para el pirata.

§3. La literatura se desdobla, sale de sí misma y se vuelve real (o la realidad es capturable, siendo retenida dinámicamente por ésta). Ese es el sentido invertido de la aguda aseveración de Dostoievski: no hay nada más fantástico que la realidad. Dado a que literatura y realidad se funden —y confunden— es que para cualquier lector sensato que haya existido Ajax Telamonio, Edipo o Medea es una pregunta que no tiene importancia; o su respuesta se da por cierta o ésta nada aporta. Ni siquiera creo que tenga sentido preguntarse si existió el buen Sancho Panza. Si uno asevera que todos los personajes/personas anteriores son ficción y sólo ficción está robando una vivencia a todo lector de ojos cansados en la medida en que niega el componente trascendente de la literatura. ¿En qué plano debería aceptar una persona que los personajes y los hechos que recorren su vida de lector no existieron?

§4. Veámoslo desde otro ángulo. Si toda la literatura fuese fantástica, entonces esta clasificación no sería otra cosa que una tautología; estaría comprendida dentro de una acepción sinónima de la palabra literatura. Para decir el género de ficción de la literatura bastaría con decir literatura. Pero ni siquiera eso es lo que más me entristece de dicha perspectiva, sino el desesperanzador acto de negar la corriente realista sugiriendo que es ficticia, volviéndola indiscernible del realismo mágico, la literatura fantástica, la epopeya, la tragedia o comedia, los lais, el género epistolar, etc. 

§5. Me he extendido en estas disquisiciones para referirme a una obra que cumple 110 años desde su publicación, envejeciendo perenne en las bibliotecas y memorias chilenas.

§6. Sub Terra, aquel esplendoroso trabajo de Baldomero Lillo, un cuentista que encarnó la literatura social (en realidad, realista) en nuestra tradición literaria, nos permite volver la vista hacia nuestro país en los comienzos del siglo pasado. El proceso de industrialización y la cuestión social ocurrió en Europa más de un siglo antes e hicieron inminente el vuelco de la literatura a lo social con representantes que no podrían haber escrito si no creyesen que la realidad era capaz de hablar por sí misma y a través de la literatura, y no al revés. Ahí está Dickens, el de mayor nombradía a este respecto, que habló por los sufrimientos de los trabajadores en las fábricas o el de los niños pobres que eran obligados a trabajar. Siguiéndolo Víctor Hugo con su preciosa y (de título) elocuente novela Los Miserables, además de su inagotable defensa de los condenados a muerte y por delitos en general. Comparten esa magistral tarea –cada uno con sus variantes− Dostoievski, Gógol y Chejov.

§7. Ciertamente, la “cuestión social” ocurre en nuestro país un siglo después que en Europa (tanto su descripción como comillas se las debo a la interesante Historia del siglo XX chileno de Alfredo Jocelyn-Holt, Sofía Correa y sus amigos). Es a comienzos del s.XX, momento en que Atacama llama la atención de todos los inversionistas extranjeros por quedar Chile como el único exportador de salitre del mundo, cuando los desposeídos comienzan a buscar en las (escasas) ciudades un lugar donde armar su vida. Pero el salitre no era el único mineral cuyo extracto enriquecía nuestra tierra. Lo era también el carbón, brillante y azabache. He ahí la tierra de Lillo; Lota, donde se encienden mil lamparillas al crepúsculo para buscar el destino de las almas perdidas.

§8.  Su padre se nos presenta como el protagonista de un cuento: un minero itinerante quien a ratos enloquecía en la búsqueda de oro, cuyo carácter aventurero lo llevó a hacer excursiones a California, las que su hijo escuchaba asombrado. Baldomero Lillo creció rodeado de campamentos, gas sarín y aventuras de mineros. Su primer trabajo fue como empleado en una pulpería minera; sin haber trabajado nunca bajo tierra llegó a conocerla por aquellos con quienes convivía a diario. Plasmadas estas vivencias e historias en su mente, viajó a la capital donde escribió Sub Terra el año 1904. Su cosmovisión era la de los marginados y oprimidos; cada uno de los mineros vino consigo.

§9. Con acierto sugiere Luis Bocaz en su artículo Sub Terra de Baldomero Lillo y la gestación de una conciencia alternativa –escrito para conmemorar el centenario de la publicación de la obra− que Lillo representa el surgimiento de lo así denominado un intelectual de capa o clase media, situado en una posición que le permitió dar cuenta (o acusar) que el sistema que enriquecía hasta empipar las arcas fiscales (extracción de minerales) presentaba –valiéndome de un eufemismo grotesco− algunos defectos. Su obra evidencia la auto-consciencia como actores sociales que los historiadores Gabriel Salazar y Julio Pinto en La historia contemporánea de Chile describen a propósito de los sujetos populares.

§10.  La “vida” –de estas comillas estoy seguro− inhumana que llevaban los trabajadores de las minas fue el corazón de tiza negra con que Lillo escribió su obra de mayor nombradía. Ocho cuentos como ocho retablos no tardaron en enlutar los pasillos mentales de la sociedad chilena, contrastando las pátinas de óleos de parques, carruajes y locomotoras con grabados de angustia, sangre espesa y miseria. Es elocuente que su primera edición, del 12 de julio de 1904, se llamara: Sub Terra: cuadros mineros. Baldomero Lillo habló por la boca negra de Lota y sus minas.

§11. La prosa del lotino es espléndida; está dotada de una inusual prolijidad mientras el contenido y el sonido de sus palabras logran armonía. No conozco un prosista de su calidad en las letras nacionales. Su narrativa, particularmente en Sub-Terra, está construida en base a elementos que tienen un alero en la tradición realista y naturalista del s. XIX (sabemos, Lillo era asiduo lector de Dostoievski y Zola) y otro en la tradición oral chilena, muy propia de la época, particularmente en las regiones. Esta fusión (influencia europea/tradición oral criolla), me atrevería a decir, es la sustancia sobre la cual se construye la torre más contundente de su obra (Sub Terra) desde donde observó y clamó lo que ni siquiera aquellos sobre la tierra habían acusado con semejante vehemencia.

§12. Los cuentos que componen la obra mentada tienen como espacio común la vida en las minas de Lota y tienden a desarrollarse en la intimidad. Su autor no era de grandes espacios, voceríos ni tumultos. Por el contrario, era un hombre que encontraba el sentido de las circunstancias en espacios reducidos, en conversaciones junto al fuego o compartiendo un mate, en una fila para esperar el ansiado pago o en un caminar de vuelta a casa. Acaso sea esta cualidad lo que permite que sus relatos nos parezcan tan cercanos pese a la distancia espacial y temporal; ese protegido componente de privacidad en que ocurren los diálogos y los sufrimientos trata al lector con una confianza fraternal y sincera que pareciera emanar de una amistad de años.

§13. Los personajes y las tramas de sus obras no están dotados de mayor profundidad ni complejidades, en este sentido Baldomero Lillo era más un pintor o un músico que un dramaturgo. Cada ser vivo importa sentimientos y vivencias soberbiamente descritas, alcanzando a ofrecer al lector la pulida piedra de lo que de humano hay en los humanos. Cada fogata, picota, tazón o carretilla tiene un lenguaje común a los otros objetos y en su diálogo se vuelven elementos animados que a veces incluso comunican más que los personajes. Su relato presenta estas ánimas fugaces que exhiben su mundo interno sólo en el momento en que el narrador les está dando vida, como un minero que en la oscuridad mueve su cabeza con la linterna en la frente, y luego se difuminan y desaparecen, como la luz que se extingue sobre el endurecido barro de las murallas caladas.

§14. Camilo Marks considera, en un notable prólogo a la Obra Escogida de Lillo, que éste es el fundador del relato social en Chile. Si se me permite la libertad, me parece que Lillo es el fundador de la literatura realista chilena (aunque el maestro se haya quedado sin discípulos en la solitaria orilla de la arena de Lebu). Entenderlo como relato social es reconocer que es un escritor que comienza a preocuparse por los temas de la comunidad (no sólo de la elite), y ello no resulta desacertado. Pero comprender su trabajo (o al menos Sub Terra) como realismo literario permite endilgar su génesis y labor con una elocuente reacción a la industrialización que no sólo se observó en la literatura chilena sino en todos los países del mundo que vivieron tal desarrollo, cada cual en su momento.    

§15. En un contexto histórico donde Chile exhibía al mundo su poderío militar y económico encarnados en el triunfo de la guerra del pacífico y la exportación de minerales, en aquél tiempo en que la productividad exorbitante nos embriagó a tal punto que creímos vivíamos nuestra belle-époque, Sub Terra colgó con modestia las desgastadas lamparillas sobre nuestras murallas, iluminando miles de rostros curtidos ante una profunda noche de una realidad agotada.




 

 

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