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Lectura de poesía

Cristóbal Hasbún


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Grato es reconocer que la poesía se entiende mejor desde la música que desde la literatura. El hecho de tratarse de una expresión artística que cuenta con elementos para su realización tales como las letras, el papel y la lectura (en voz alta o en silencio) lleva a que inmediatamente se desplieguen categorías de análisis propias de novelas o cuentos (¿Cuál es el tema central? ¿Qué quiere decir el autor? ¿Se trata de una obra entretenida?). Lo anterior puede no ser trascendente en términos categoriales, porque la obra bien puede quedar intacta a pesar de que cambie la estructura de análisis. Sí parece relevante a la hora de acercarse a la poesía: posiblemente ésta se presente a primera vista como una forma de expresión artística vacía, incomprensible y tediosa porque se está buscando en ella algo distinto a lo que por su naturaleza realmente ofrece.

El acercamiento a un poema no debe ser por parte del lector uno similar al de una novela o cuento, sino al de una canción. La canción es per se cantada, por eso el morfema base de la palabra canción (can-) está compartido con el de la palabra cantar. La poesía alguna vez fue per se cantada o al menos recitada, aunque el morfema base de la palabra cantar o recitar no esté contenido en la expresión poesía. El sonido es fundamental en la poesía, más determinante que en cualquiera de las otras formas de expresión literaria y pertenece al género lírico porque se cantaba con liras. Y ahí donde en la narrativa la calidad sonora embellece sin duda el trabajo (lo que extiende la meticulosidad del desafío de los traductores) en la poesía es crucial, completamente determinante de la calidad artística.

Por lo anterior habría que considerar que comprar un libro de poemas se parece más a lo que antiguamente era comprar un CD (o descargar uno) que a comprar una novela. La afirmación anterior no debiese ser relamida si se observa con cautela: quien compra en libro de poemas en ese sentido entiende que lo más probable es que lo lea reiteradas veces, no de comienzo a fin (como suele ser la lectura de la narrativa) sino un poema un día, otro poema otro día, y así, como quien escucha canciones. Se parece más, en este sentido, la motivación de lectura de un poema al de escuchar una canción.

Es completamente plausible recomendar al lector de poesía que en algún momento lea los poemas en voz alta. Esa es la forma de desentrañar, finalmente, la calidad de lo que está apreciando. Las cuerdas vocales del lector, materializando su voz, hacen de instrumento (musical) con el cual interpretan sonoramente la partitura abierta que es la letra del poema. En este sentido, todos somos un instrumento musical en algún punto (a pesar de que, por supuesto, las cuerdas vocales sugieren que seríamos parecidos al violín o el cello, cuando en realidad tienen una forma fisiológica completamente distinta a las cuerdas). Cuando el lector de poemas entiende que su participación en la apreciación del poema es también performativa (es decir, contribuye al rendimiento de la obra interactuando con ella, recitando) puede valorar aún más el misterio de este arte.

Puede ocurrir que uno disfrute un poema más en su sonido que en su contenido, afirmación que no tiene mayor sentido para novelas o cuentos, pero plenamente sentido en la música (donde recurrentemente se aprecia más el sonido que el fondo de las obras). Puede ocurrir que la belleza sonora y del mensaje converjan, donde evidentemente habrá un trabajo mejor logrado. El lector de poesía podrá detectar esto recitando o, si tiene suerte, imaginando que recita. Pero lo segundo no reemplaza a lo primero.

La relevancia del papel de la sonoridad en la poesía se ve confirmada, a su vez, en la valoración que el público hace de la lectura en voz alta del propio autor. En Chile es frecuente que sepamos la cansina forma con que Neruda leía sus versos. En Argentina con frecuencia saben cómo leía su obra poética Cortázar o Borges. Porque se sabe, en el fondo, que algo del autor y de la obra quedan expresados en ese ejercicio. Converge el creador de la partitura con el intérprete musical, como cuando Dvořák terminaba de componer un concierto para piano y posteriormente lo interpretaba para la audiencia. En este papel interpretativo sonoro (porque existe además el trabajo interpretativo semántico en poesía, es decir, se interpreta su sonoridad pero a su vez su significado gramatical, cuestión que no ocurre en la música, la que carece de esta última) el lector de poemas puede dar mayor énfasis de ciertos versos, mayor pasividad a otros, una expresión de asombro en algunos, otra de resignación en otros… Este ejercicio vitaliza el poema y produce una sensación de gratitud, porque lo devuelve a su sitial de pertenencia con la tradición oral. La mejor versión de argumentos que justificaban la entrega del premio Nobel a Bob Dylan insisten en eso.

El ritmo en la poesía, sea esta como lectura sonora o en silencio, le confiere dinamismo y componentes lúdicos. A pesar de que parece una cuestión trivial, el trabajo sobre el ritmo es en el fondo un trabajo sobre la estructura de la obra. Lo anterior lo convierte en un elemento de la mayor trascendencia. El ritmo está dado no sólo por el número de versos y estrofas que compongan el poema sino también por la cantidad de sílabas que contenga cada verso. También por la rima, sea asonante o disonante (ejercicio que tiene la particularidad de ser parte del ritmo y a su vez determinante en el sonido). Por supuesto, una canción que tenga buen ritmo será más valorada por el espectador que aquella torpe y sonsa (en el primer caso, puede lograr transmitir tal intensidad de movimiento que lleva a que el cuerpo humano participe con el baile). Lo mismo ocurre con la valoración del ritmo en obra poética, con la diferencia de que en ésta el lector puede participar hasta cierto punto en ella.

El traductor de poesía debe ser un alfarero de especial cuidado; no sólo debe atender a trasmitir con precisión el contenido sino también cuidar del ritmo y sonido que ofrece en su trabajo, debiendo calibrar estos elementos. Por eso es más fácil, en principio, traducir a lenguas con raíces afines al original. Por eso es factible que alguien pueda sostener que la traducción de determinada obra poética está mejor lograda que su versión en lengua original. La lectura de poesía es entonces un acto creativo, en parte interpretativo sonoro e interpretativo semántico, trabajado sobre la base de intentar captar lo más valioso de una partitura que ofrece un rango de posibilidades de por sí limitado.


 

 

 

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