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          Paulo Huirimilla. Santiago: LOM, 2012
        Por Carlos Henrickson 
          (en El  Desconcierto)
         
         
         
         
        
           
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        La poesía mapuche ha  tenido un mal destino en la jerarquización improvisada y oculta (mas no por eso  menos efectiva) que se efectúa continuamente en la historia de nuestra  literatura. La justificación para su existencia fue el rescate etnográfico o  histórico, hasta que se fue haciendo útil para ciertos sectores de la vida  política o cultural chilena que permitieron, en la medida de la adecuación a sus  fines respectivos, que fuera apareciendo una posible contemporaneidad de la poesía mapuche: precisamente en la misma  medida en que las incipientes agrupaciones mapuche iban pasando a ser  permitidas y el mapuche mismo iba dejando de ser visto por la sociedad como el  bárbaro odioso e irracional que las instituciones chilenas retrataban, desde el  Gobierno y las Fuerzas Armadas hasta la Academia y la educación al nivel más  primario. Hasta hoy podemos ver repetidos cada uno de estos momentos en el  presente: al menos tanto el menosprecio antimapuche, como el uso de la cultura  mapuche para fines políticos en todo el abanico de la política chilena son expresiones cotidianas en  nuestra vida social y cultural. 
          
          Es preciso tener esto  en cuenta al leer Weichapeyuchiül: cantos  de guerrero. Antología de poesía política mapuche (Santiago: LOM, 2012) de  Paulo Huirimilla (Calbuco, 1973), para saber que el desarrollo de poéticas  propias por parte de los mapuche no ha sido ni siquiera en apariencia un camino  natural y armonioso –como aparentan falazmente ser los desarrollos de las  literaturas nacionales en el no asumido mestizaje latinoamericano-; la  posibilidad de una poética mapuche siempre ha estado envuelta en lo que desde  acá llamamos política (y no tenemos otro modo de llamarle, ya que es la única  forma en que desde Chile podemos ver la apelación primordial que está detrás de  la lucha mapuche). Lo mapuche no deja de revelar, desde la más inocente  referencia etnográfica, un desafío a un aun virtual y no construido ethoschileno, y es inevitable que esta  apelación implique en sí misma una subversión política en el campo literario de  nuestro país. Sin embargo, también en sí misma reclama su lectura como parte en  tal campo literario.
          
          Huirimilla es  absolutamente consciente de esto, y por ello titula así esta selección, que se  sabe en un riesgo crítico. A través del libro, podemos ver una efectiva  continuidad de fondo entre las dos secciones del libro (Weichapeyuchi: ül: cantos de guerrero, y Poetas mapuche contemporáneos), que sería mucho más notoria y  confirmada si se hubiese adjuntado notas biobibliográficas (se nos pierde, por  ejemplo, la relevancia histórica de algunos de los autores de la primera parte,  y que Hernán Deibe no constituye un autor, sino un recopilador de textos). No  obstante tal continuidad, la selección es notable al mostrarnos una amplia variedad  de poéticas, que desmienten de plano una lectura simplista y reduccionista: en  este sentido, si era uno de los objetivos de Huirimilla, está absolutamente  cumplido el mostrar a la poesía mapuche como una presencia compleja y, como  tal, un desafío en sí misma al sistema literario chileno.
         Resulta particularmente  interesante que Huirimilla sea uno de los primeros en presentar de forma  expresa la continuidad que, de fondo, representa la irrupción en los últimos  años de una poética mapuche urbana que es capaz de usar procedimientos que  expresan una situación crítica ante la asimilación de la cultura de masas y la  constitución de subculturas en la marginalidad (es el caso de David Aniñir o  Tamy Meulén), con la aspiración a constituirse con poderes plenos dentro del  campo literario chileno, que constituyó el momento inmediatamente anterior (con  nombres de tan segura mano como Bernardo Colipán, Jaime Huenún o el mismo autor  de la selección). La relectura de la historia, propia y ajena, es lejos el  índice más interesante de la selección; no obstante en ella estén representadas  también vertientes más ingenuas dentro de la tradición de la poesía  combativa.
        Weichapeyuchiül es, sin duda, un  hito, y su mayor virtud puede ser dejarnos a la espera de lo que pueda decirnos  la poesía mapuche en los tiempos que corren. En un momento en que a los  chilenos se nos olvidó la sociabilidad más básica y la palabra sólo sirve para  expresar su propia inutilidad, Huirimilla nos recuerda que -a veces- la poesía  es más que aire vibrando.