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        «Curauma», de Rafael Cuevas Bravo: La mirada pasmada.
        
          Carlos Henrickson
            
            
            
        
          
            
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La trastienda de un poema -tanto como el de cualquier acción sobre la  realidad social o política- es casi siempre un acto de radical inseguridad. Los  procedimientos -emprendidos como acciones voluntarias y conscientes- solo  pueden ser posteriores al pasmo, al shock ante el lenguaje, que en este  oficio se torna ejemplar si es que se quiere dar a la palabra un poder del cual  carecen de por sí. El instalar la perspectiva del poema en ese instante de  pasmo es una operación que, si bien requiere de una técnica muy precisa, obliga  además a una intensa evocación del acto mismo de la percepción y una topografía  afanosa del paso de esta hacia su expresión. Es una opción que se ha practicado  escasamente en la literatura latinoamericana, pero que presenta una particular  porfía en hacerse ver: en Chile, escrituras como las de Humberto  Díaz-Casanueva, Ennio Moltedo o, más cerca en los años, las de Julieta Marchant  o Jorge Polanco, muestran decididamente apuestas como estas, que por lo general  se pierden en el “gran escenario”, no habituado a las sutilezas del artesano  civil -el escenario ritualizado de la gran poesía chilena, que hace rato se  viene cargando hasta la comedia bufa, no precisamente de buena vena y hasta con  cierto olor a cabaret, impotente y hasta complaciente ante los hechos más  feroces.
         Una asombrosa muestra de la porfiada especie de conciencia escritural  que destaco al principio aparece de manos de Rafael Cuevas Bravo (Viña del Mar,  1994): Curauma, libro publicado en la notable colección Postal Japonesa,  de Editorial Aparte (afincada en Arica y dirigida por Rolando Martínez, que se  instala desde este 2019, por cantidad de títulos y sus decisiones editoriales,  ya como un referente imprescindible en el entorno de la creación poética  chilena). Cuevas entrega en este, su primer libro, una poética de intensa  profundidad reflexiva, que sabe decantarse a plena conciencia en textos que  saben poner en primer plano lo inefable de una experiencia vital que se enraíza  en una experiencia cotidiana que se sabe propia y determinada en toda su  especificidad. El lugar se enuncia desde el título: Curauma, sector de  Valparaíso aledaño a la carretera que lleva a la capital, signado por su  desarrollo urbano intencionado desde el interés inmobiliario, habitacional,  industrial y comercial. Como tal, se trata de una zona sin Historia, a no ser  que se considere como tal la de su desarrollo inmobiliario -que daría para una archivística  de carácter puramente cuantitativo-, o bien el cúmulo de las historias  particulares de sus habitantes, cuya enorme mayoría es de reciente data. Si  bien como espacio geográfico es un sector marcado por explotaciones mineras y  por una cruenta batalla el año 1891, el eterno presente del desarrollo capitalista  sentencia esos eventos a referencias que se desea en el registro especializado  -de archivo- y no sobre el suelo o menos como memoria social. 
         El hablante de Curauma, en este sentido, no puede dejar de  reconocer su experiencia como una desgajada de proyecto histórico alguno. Este  despojo da como rendimiento la afirmación de esa experiencia como única  posible, forzando la perspectiva hacia una crítica radical de la percepción, y  generando en consecuencia procedimientos que tienden a poner entre paréntesis  tanto la dimensión geográfica como la temporal, en vías de una analítica perceptiva.  El resultado es una visión segmentada del entorno perceptible, que a fuerza de  la yuxtaposición y la secuencialidad de las imágenes genera un efecto “cubista”  -en el que no se puede dejar de reconocer la huella de Ennio Moltedo, si bien  en la escritura de este la experiencia despojada de proyecto histórico se  asumía más bien desde el horizonte marítimo en la figura de límite.
         La visión segmentada de Cuevas se expresa en un particular efecto de  “titubeo”, que sabe reproducir el despliegue de la mirada, como ya se revela en  el primer poema del libro, Multipropósitos:
        
          Ojos una mañana
                como toda repetición
                de haber diversidad se ensaya
                ser dirigidos hacia el día
                por aquello que el día exige
                un lugar entre la puerta recién abierta
                y el temor confundido en las cosas
                que tanto neblina y madrugada
                tienden a humedecer (p. 7)
        
        El despliegue de esta mirada no puede ser el montaje frío y  disciplinado de elementos para forjar una síntesis precisa: Cuevas sabe  enfatizar el extremo despojo de su visión a través de presentarla nublada e  incierta, y así el recurso de presentar la humedad -la neblina, la presencia  múltiple del agua, hasta la alusión a los ojos lagrimosos- alterna con el  escenario crepuscular, y particularmente el matutino. Como una analogía del  efecto de la humedad sobre el suelo, fuerza al lector a perseguir activamente  las imágenes, que se revelan, tanto en su fluidez como en su superposición, desleídas, tal como el mismo narrador y la realidad humana misma parecen susceptibles  de deshacerse bajo el poder del agua (cfr. A partir de Michiu Kaku, p.  13), una potencia que puede (re)establecer un mundo primordial:
        
          Hace ojos la lluvia
                no hace párpados y hace
                cunas para los pirigüines
                la avenida llena de pozas
                y colas negras entre los pies
                un lenguaje de chapoteos y
                suspensión y distancias guardadas
                para lo grande y lo brusco  (Marca de agua, p.  32) 
        
        En consecuencia, al lector avisado se le hace inevitable evocar el  hiato entre lo experimentado y lo expresable, instancia análoga a la de un  despertar lento y difícil desde la soledad hacia la comunicación que se da,  precisamente, a la hora del crepúsculo matutino:
        
          Micro carretera abajo
                más allá del ventanal los pinos
                hechos parte y a partir del vértigo
                una conversación con el mundo
                desde la velocidad mira una cara
                a ratos reflejada en la ventana
                que se evapora cuando pone
                el pie en la vereda  (A dos voces, p. 18)
        
        Esta deriva discreta de la mirada se hace más marcada en el instante de  la evocación, en que el especial ritmo de la secuencialidad muestra casi el  desplazamiento físico del hablante al instante de mirar:
        
          Era una plaza
                con decenas de palos
                vueltos espadas y niños
                aferrados a esas espadas
                había viento y había mástiles
                y había algo así como un honor
                que me empeñaba en defender
                sordo por el zumbido de la madera
                chupándome los dedos morados
                pasé mi derrota mirando
                el caparazón de cangrejo
                que una gaviota dejó caer
                entre los columpios  (Bandera blanca, p.  29).
        
        O bien, en Forado de los tres perros:
        
          Para llegar a tu casa
                la Violeta es salvaje el Max es tranqui
                el Palomo solo es el Palomo
                basta una patada en el hocico
                y el vapor regresa al invierno
                una guirnalda de tantas veces
                el enrejado te pilla la salida de cancha
                tu sombra impresa en la pared
                un rastrito de ti y un ladrido hacia ti
                las garrapatas aprovechan la garuga
                hundidas como semillas en el patio
                el año pasado se pensó bodega
                lo que hoy sigue húmedo y sin techo  (p. 8)
        
        La experiencia vital se hace entonces mínima, marginal, y presta a  desaparecer, sea por la lenta y visible acción de la humedad, o la amenaza del  fuego, cuya dimensión imponente -luminosa, de eliminación “limpia”- solo puede  presentarse como lejana y hasta ominosa (cfr. Escena con incendio bien al  fondo, p. 34). El horizonte encendido por el fuego debe ser tan invisible  como el horizonte de lo por venir en la posible lectura de los signos (cfr. Conversación  oracular, p. 27), y el acto de percepción queda amarrado, encerrado en su  momento presente, fuera de toda posible archivística, no tan solo por la  ilegibilidad que reside en su marginal insignificancia (pronta, destinada a la  desaparición), sino también por la que surge de su carácter desleído. En  la Curauma de Cuevas, el problema mayor, apenas enunciado de manera  obvia, es el de cómo leer el mundo desde un espacio en que una dimensión  histórica ha dejado de tener presencia. Esta Curauma, condenada de  antemano al ominoso siniestro de la desaparición, acaba siendo una  imagen general del capitalismo tardío desde los ojos nublados del artista que  reconoce con lucidez en su tentativa de representación un inevitable fracaso, asumiendo  los límites de la experiencia literaria ante la historia social.
         Rafael Cuevas Bravo no ha escogido iniciar su trayectoria de autor con  una poética fácil, y es en esto ejemplar de la presencia emergente de una nueva  camada de autores jóvenes, que a nivel nacional ya están empezando a mostrar  poéticas muy heterogéneas cuyo punto común, podría yo afirmar, es un decidido  desafío a cualquier forma de facilismo e ingenuidad, tanto en el desde de  los hablantes como en el para qué que determina el lugar del objeto  literario en el “mercado” del arte -detalle mayor desde el momento en que este  solo puede funcionar en una normalidad que ya tuvo en Chile su hora  fatal. De espaldas a cualquier “mensajismo” básico (dictado por una estructura  mecanicista de la percepción y de la representación literaria que cada vez se  ha revelado más como reflejo de una porfiada sombra clientelista en nuestra historia  reciente, una estructura de la impotencia que no pudo predecir ni ponerse a la  altura de la emergencia social) y activos en la búsqueda de un nuevo  horizonte para una destinación social real de la obra literaria, estos  escritores ya tienen en Maraña. Panorama de poesía chilena joven (Ed.  Alquimia, 2019, cuya selección pertenece precisamente al mismo Cuevas junto a  Gaspar Peñaloza) un registro de obligada consulta para quien desee hallar  nuevas esperanzas en el mar cada vez más revuelto de la producción literaria  chilena -que pareciera cada vez más contaminado y depredado si es que uno se  deja llevar mal-mirando líricamente desde lo alto de las cordilleras y entre  sueños.        
         
        Lyon, noviembre 2019