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Una escritura sacrificada:
Relave: material particulado, de Vicente Rivera Plaza


Por Carlos Henrickson


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En las relaciones de la poesía con la realidad, es siempre la realidad la que dicta. Así, los retos de una poética a la medida de lo real resultan ser muy distintos dependiendo de la época; una cosa es la gran formulación materialista de la vanguardia constructivista, comprometida con la construcción de una nueva forma de comprensión de la realidad en el seno del Estado soviético, vale decir, una poética al inicio de un nuevo mundo. Y otra bien distinta es una formulación materialista al momento del desmantelamiento, el fin de un mundo, como lo que vemos en Relave: Material particulado (Santiago, México: Tierra Culta, 2021), de Vicente Rivera Plaza (Copiapó, 1986). Por más que ese mundo no sea el mundo, sino un microcosmos -la ciudad de Copiapó y el entorno productivo minero adyacente-, la poética de Rivera sabe despertar una dimensión que trasciende en mucho cualquier ámbito local.

La dimensión a la que me refiero es lo que concierne a zonas de sacrificio, lugares habitados en los que se asume que la población debe soportar las consecuencias más extremas de la degradación ambiental generada por la gran industria minera, desde la ruina de otras fuentes productivas (obviamente la agrícola, pero también de las pequeñas industrias locales) hasta amenazas graves sobre la salud, y en algunos casos incluso, como lo es particularmente el de Copiapó, la emergencia de escenarios catastróficos producto de la erosión y la modificación del entorno geográfico. Una actividad productiva de una industria altamente rentable y que es capaz de generar empleos bien pagados, que acaba destrozando su entorno y poniendo en peligro vital a una comunidad que acaba viviendo casi exclusivamente de esta industria, es uno de los más extremos ejemplos de las contradicciones del capitalismo.

No es tan difícil imaginarse poéticas que tomen este caso desde el aspecto más obvio de sus consecuencias, más difícil poéticas que hablen desde sus causas económicas profundas; Rivera ha elegido un camino más duro que estos, enfocándose -principalmente- en la materialidad misma de los procesos productivos, para desde ahí encarar causas y consecuencias. En este sentido, asume una perspectiva que ve el mismo trabajo de composición poética como un proceso productivo análogo, construyendo el libro como un ejercicio de investigación que sabe enfocarse sobre la forma literaria misma. Este “despojo” de lo trascendente, este movimiento hacia una radical inmanencia, deja su huella en la observación misma, cargada de una fuerte visualidad que no desprecia los aspectos más superficiales -el color, la objetualidad- y que bien se analoga en la última sección del libro a un bodegón, o naturaleza muerta, en cuanto género pictórico que acompañó en el siglo XVII tanto a un nuevo momento en la ciencia moderna como a los albores del realismo en la literatura narrativa y ensayística.

La primera de las cinco partes que componen el libro, Prospección del tono, es precisamente la que se ocupa de la presentación y exposición general de los dos fenómenos que serán la materia del libro, desarrollados en forma paralela, y la que se apega más radicalmente a la perspectiva materialista: por un lado la industria minera en su materialidad -lo que acaba centrándose en los residuos de la actividad productiva-, y por otro la forma misma, los procedimientos de lenguaje indispensables que permitan abarcar lo anterior. En un poderoso índice visual centra nuestra atención sobre el color gris, que asocia al polvo y la ceniza: elementos que constituyen tradicionalmente restos del paso del tiempo y la acción del fuego -tal como el relave y el material particulado, del título, constituyen restos de la actividad minera. Como señal de la detención de la actividad (o de la vida), subproducto que queda fuera del flujo productivo, es el momento de fijación, y lo que permite el registro visual y, consecuentemente, la representación literaria de este:

Prospección del tono III

Gris
ceniza
color de todos los colores
mancha negra
sobre
mancha blanca
dan a la expresión
forma
pues el negro y el blanco
engendran el azul

y ese color azul es lenguaje:    

(p. 17)

La tematización del plástico nos entrega un segundo proceso productivo necesario para la analogía que se desea hacer con el proceso de fijación literaria de la observación. Hay que recordar que la maleabilidad y resistencia del plástico se debe a la producción de sustancias compuestas por moléculas de gran tamaño: el texto de Rivera remarca el carácter artificial de estos compuestos, analogándolos a la ficción en contraposición a lo natural/real: su elasticidad lo hace / casi indestructible (p. 18). Lo que contamina y amenaza a la vida es más poderoso y sabe sobreponerse a lo real, no se degrada. La muerte -casi no tematizada en cuanto tal en el libro- es la palabra no dicha en estos textos, y acaba constituyéndose como la Verdad del tema, al permitir la observación y ser condición para la fijación; por ello condiciona también estilísticamente. Casi no vemos seres vivos en estos poemas, como si en el acto de escritura ya se diera su anulación por consumada. Las zonas de sacrificio parecen haber recibido ya el anatema, el herem: el juicio de Yavé sobre las ciudades de los enemigos del pueblo hebreo en las guerras del Pentateuco, que las condenaba al fuego y el exterminio, en un acto que se deja ver como un sacrificio en su honor. La ciudad, la vida humana, se ve desde lejos y de paso, como si la perspectiva de la escritura fuese la del castigador, un castigador abstracto que, de paso, abstrae lo real como procedimiento de escritura.

Esta abstracción se expresa en la formulación científica y técnica. Rivera despliega, explicándolos, los nombres de las especies químicas, repasa el vocabulario propio de las faenas mineras, en gestos que de por sí objetualizan su escritura, sin pasar a generar un objetivismo puro que perjudicaría el proyecto general de la escritura del libro.

Las reflexiones anteriores se refieren a la generalidad del libro, pero hay que decir que Rivera no “se casa” con un tono o una perspectiva en particular. En la medida que el libro lo va exigiendo, surge en primer lugar una perspectiva subjetiva que parece efectuar un juego de contraste con la perspectiva objetual, especialmente en la tercera sección, Ludus luditas, en cuyo título parece sugerirse tanto la palabra latina para juego como la denominación del movimiento de Ludd, los artesanos que buscaban destruir la maquinaria de producción de masas a inicios de la revolución industrial. En esta serie se tematiza el juego de niños, visto casi como una resistencia contra la degradación ambiental, una resistencia inconsciente e impotente.


Ludus luditas VIII

Jugar de niño
a correr sobre el relave
como si fuera un pantano
o arena movediza

Hundirse con el tiempo
en la trampa
hasta quedar fuera del juego.

(p. 71)

El destino trágico del juego fuerza más aun la perspectiva subjetiva al llegar a la penúltima sección del libro, Bodegón a tajo abierto. El hablante llega a asumir su propia voz, la alza, para lograr comunicar su visión, en la función profética que cumple la parte XII, en que conmina al río a culminar su condena contra la ciudad, así como en el último texto del libro -Escatología 0, que constituye una sección en sí misma- proclama el Fin, la revelación (apocalipsis) de la catástrofe que ya se está produciendo de manera permanente y a paso lento.

Este ejercicio de estilo ha deseado llegar al extremo. En contraste con las poéticas que se han enfocado en los temas ambientales desde la nostalgia preindustrial, desde la propaganda directa y coyuntural o desde alguna creencia trascendente -la tierra como organismo vivo, la cosmovisión indígena, el “antiglobalismo”, etc.-, Rivera fija los ojos en lo que se ve, y con ello arroja también sobre la misma escritura una mirada que podríamos llamar de justicia. No vemos acá al autor como figura heroica dominando su tema, sino más bien al corresponsal que desde el lugar de la catástrofe está obligado a limitar la emoción lírica que corrompería y nublaría la visión correcta, la verdad que acá se le revela. Esta verdad debe imponerse al autor y su voz, debe levantar el signo de la muerte -que es el silencio- sobre cualquier tipo de musicalidad lírica, el autor también es parte de lo que debe ser sacrificado. Esta difícil posición emocional y los deberes que dicta, muestran que la ambición del proyecto por sí sola ya tiene méritos, y que el logro de la escritura de Vicente Rivera Plaza es labor mayor, haciéndose una voz indispensable dentro del mapa de jóvenes poetas nacionales.





 



 

 

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Relave: material particulado, de Vicente Rivera Plaza
(Santiago, México: Tierra Culta, 2021)
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