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«Antílope», de Bruno Renato: una lectura post-lárica

Por Carlos Henrickson



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Antílope (Valparaíso: Inubicalistas, 2021) es la cuarta publicación de Bruno Serrano Navarro -bajo el nombre de Bruno Renato- (Santiago, 1982), tras las plaquettes Pseudónimo (Valdivia: 2010, en la interesantísima colección del sello Pillaje), Los libros (autoedición) y Musgo (Barcelona: Isofónica, 2018), y se espera este año la aparición del libro Musgo a través de Editorial Fértil Provincia. El breve conjunto de poemas de Antílope, se empeña en una escritura entreabierta, que me aparece como un buen ejemplo de un post-larismo.

Con post-larismo no me refiero a una negación del larismo, sino más bien a una superación dialéctica, que retiene aun en sí en germen sus tesis contrarias. Para sostenerse, lo lárico debía contar, por un lado, con el sentido de pertenencia, de lo ancestral, lo familiar, y por otro la conciencia nostálgica de no poder retornar a ese espacio. Esto determina hasta hoy en lo lárico una cierta ensoñación contemplativa en la construcción de imágenes que tienden a la descripción, y un pathos que tiene una inevitable consecuencia en la rítmica, por lo general de una respiración natural y alejada absolutamente de experimentación sonora.

Ahora bien, la contraposición lárica entre la pertenencia y el extrañamiento está absolutamente presente dentro de Antílope. El arco de los textos parece indicar, de hecho, una configuración bastante clásica, la de un nostos, como la Odisea: si el texto parte con En la foto soy el pendejo hermoso que habla con los coligües (p. 5), el desarrollo revela una visión en pleno extravío sobre un mundo que ha perdido completamente el sentido de cualquier naturalidad. La página 7 remite al origen del título:

Hay un antílope en tu pared, una flor de Krishna
unas criaturas del espacio tras las de otras ventanas

pero en la mente en la que duermes; en los crujidos roncos que la sumen en la vigilia/
cuando los pájaros enloquecidos por el viento y la niebla
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . que pronto agria sobre el vientre
(...)

La escena nos sugiere una escena de dormitorio de noche, en que se respira la inquietud de la pesadilla, y es el antílope (¿su imagen pegada sobre la pared?) la que abre el índice de la mirada ansiosa. Digo nos sugiere, pues ya vemos que al extravío de la visión corresponde el extravío del lenguaje poético como representación de lo real. El extrañamiento no es solo el íntimo con respecto a lo propio, sino el del hablante mismo con respecto al lenguaje que podría dar cuenta de la inquietud. El lenguaje pasa a ser intemperie, y ya no casa del ser.

Esa intemperie acaba llevando a la superficie del texto a la migración como temática. La composición prolifera, por un lado, con el fenómeno de las migraciones de un país al otro, pero por otro lado, inevitablemente recurre a la conciencia enajenada de las poblaciones marginadas dentro de las ciudades, dejando rastros de las jergas y la violencia que involucra ese extrañamiento devenido forma de vida:

En Plena avenida, los nombres-negro realizan el abigeato de las chicas
cuando Silvester, el azul puro del primer amanecer y entonces
el de las distracciones de los razas
tras el pueblo del dios-camada y bolsa
ahogándose en el río;
son los refugiados de Alá borbotando en la fila para entrar;

. . . . . . . -voladores petardos chinas-
toda una Kölonia sembrada sobre los guanos del África enorme
y hoy una Mallorca dentada en el rojo sol napalm derramando piel de los Bikinis

                        en el rojo sol napalm derramando piel de los Bikinis

(pp. 11-12)

El vértigo alucinatorio producido por el extravío del ojo, genera una composición en deriva, que puede pasar desde el frenesí de la cita anterior hasta decididas fantasías objetivistas:

El sistema solar
          los kosmonautas
                    las bandas de precios:
                                        la luna es un mundo silencioso
La superficie de un muslo
los pixeles de un chorro de agua
                                   creemos que muchos son aptos para la vida

un garbanzo; una gota de leche en el labio
el neón de una farmacia

(p. 20)

Todo este paisaje toma su pliegue en las dos últimas páginas, auténtico nostos si es que vemos el desarrollo de Antílope como una travesía extraviada:

Cruzar las quilas, cruzar el final
endurecer la mejilla por permanecer latiendo
y sólo distinguir
el magnolio madre
aún oscilando y atestada de crías
aún sosteniendo los brazos Misky
los brazos Mallkus

Cruzar la cerca al final
reconocer el vaivén
las colas leales de mis perros
las manos apolilladas de los viejos

Sentarse y escuchar:
(...)

(pp. 23-24)

Antílope, como el animal del bestiario cuyos cuernos indicaban alegóricamente la dualidad y la capacidad de defensa (por lo que podía referir a los dos Testamentos de la biblia cristiana), guarda en sí esa dinámica dual de equilibrio que es el fundamento del larismo, pero traspasando a la capacidad misma de representación poética la crisis íntima de extrañamiento que corresponde conjurar. La imagen poética se desvincula de representar el mundo para aspirar a perfilar ella misma su mundo propio, más agudo y preciso, si bien esto le lleva inevitablemente a una deriva, una migración del sentido cargada de dolor e inquietud, mas también del paradójico goce que proporciona la ironía, al modo de e.e. cummings. Lo lárico se encuentra aquí con su acabamiento por intensidad, señalando cómo de manera natural, más allá de su límite, mantiene en germen su carga de humanidad y su exigencia de una reconciliación integral y consciente entre el ser humano y las amenazas de lo otro.            



 



 

 

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