Leer Matute (Arica: Aparte, 2020), de Rodrigo Ramos Bañados (Antofagasta, 1973), en medio de la actual problemática migratoria, produce inquietud: una inquietud que es necesaria. Una cierta cara del debate actual, acostumbró hacernos presente un cierto deber ético: recibir a la migración con confianza y brazos abiertos, como hijos de una misma historia y parte de una misma cultura. La insolvencia de una real cobertura humanitaria y las consecuencias de una alarmante precarización, en medio de la expectativa de la profundización de la crisis económica, han acabado por forzar a una mirada más adulta de la cuestión, una que debe reconocer las diferencias y los desafíos cuesta arriba que impone el hecho ya consagrado de una crisis humanitaria que se ha hecho más bien un hábito en nuestros países y que en los hechos obliga al permanente desplazamiento territorial.
Cuando hablamos de Ramos, hablamos de un autor que pertenece a la última escritura de nuestro extremo norte, que mira la actualidad de sus territorios sin evadirse hacia la belleza intemporal o el rescate de épocas históricas que hacen reflexionar calmadamente más que sentir la violencia de habitarlas. La migración ha sido un tema permanente en su obra de ficción, y las novelas Ciudad Berraca (Santiago: Alfaguara, 2018) y Trocha (Valparaíso: Narrativa Punto Aparte, 2021) se refieren particularmente a esta problemática.
El interés particular de Matute, tiene precisamente que ver con una mirada adulta al otro, que se centra en las diferencias culturales: son crónicas en que el autor, en primera persona, registra sus experiencias en lugares que van desde la vecinísima Tacna hasta la frontera boliviano-brasileña. Con un estilo parco y extremadamente directo -abundan la frase breve que describe acciones específicas sin comentario, y la pretensión del dibujante más que del fotógrafo de escenas- presenta desde la extrañeza realidades que, en general, tendrán siempre para el lector de la zona central algo de chocante, de inimaginable incluso. Ramos se decide en esta perspectiva con tal intensidad, que resulta inevitable pensar que ha querido representar en la misma operación de percepción emocional esta frontera, que incluye necesariamente una operación de fuerza, un resto de violencia psicológica. El prostíbulo en Alto Chorrillo, la consulta del brujo en Arequipa, la ruta de la droga a través de San Matías en Bolivia, nos llevan precisamente a escenarios que no quieren ser visibles, que quieren quedar en la oscuridad y el límite de la legalidad -cuando no pasan a ser derechamente ilegales-, en una madrugada ajena a las actividades que, para el nosotros que querríamos ser los lectores, constituyen una cotidianeidad, un hábito. El matute -término asociado a esa hora en que la falta de luz y la falta de controles permiten el contrabando- sabe bien mantenerse en esa poca luz, sin permitirnos naturalizar esos hábitos, las vidas de esos otros. Más aun cuando la voz de Ramos se reconoce como la primera fuente de experiencia, una en que se da una sumersión dentro de esos mundos, sin pretender darnos comentarios desde la antropología o un develamiento iluminado del contexto histórico tras ellos. Pareciera a veces que el nerviosismo y la inquietud con que se viven estos hechos, desean ser transmitidos directamente desde esa percepción emocional, y su edición solo habría asumido la mínima corrección estilística.
Historias de adultos en mundos adultos -en que resuena eso que, a falta de otro nombre, se le ha llamado realismo sucio-, no dudan en presentarnos el aspecto negativo del crisol latinoamericano: la fragilización inevitable ante experiencias radicalmente ajenas. Por ello, el cierre del volumen con Tierra de nadie, trabajada con gran sutileza psicológica, parece apuntar precisamente al callejón sin salida que implica el encuentro entre historias distintas destinadas -en la Idea- a ser una sola Historia. El trayecto de Arica a Tacna no llega a revelar el fundamento del orgullo de la pertenencia, y saca a luz solo detalles que apuntan a la prosperidad material y que solo suman intensidad a una tensión que el mismo cronista desiste de profundizar. Al fin, la zona de frontera que es Arica no se une a la vecina Tacna en una Historia futura e ideal, sino que en un hoy que es pura inquietud y extrañeza:
Llegando a Chile desde el norte no dejo de sentirme como en Tacna.
(p. 47)
Las crónicas de Matute, así, contribuyen a la consistencia del proyecto escritural de Ramos Bañados, uno en que incluso la ficción novelesca colabora a una visión no familiar, que no teme plantear escenarios sociales problemáticos que van más allá de una solución administrativa por parte de las administraciones políticas, y escenas que saben contener lo monstruoso incluso, siempre más acá de las Luces del progreso técnico. Su obra es lectura obligada para una época como la nuestra, ansiosa de refundaciones que trasciendan las bellas ideas, una época crítica que obliga a mirar de frente incluso aunque falte la luz para ello.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com La madrugada de los Otros: Matute, de Rodrigo Ramos Bañados
Editorial Aparte, 2020, 50 páginas
Por Carlos Henrickson