Proyecto Patrimonio - 2015 | index | Carlos Henrickson | Autores |
Una violencia necesaria: Yakuza, de Francisco Ide Wolleter
Por Carlos Henrickson
.. .. .. .. .. .
Desde su raíz el oficio de la poesía sabe ficcionalizar a sus hablantes: más allá de la sombra ritual que recorre su historia -matriz última del Yo es otro rimbaldiano-, se hace propio de una práctica técnica que su instrumento se reconozca como ajeno, y cuando algo tan resueltamente propio como la palabra se enajena, sólo podemos esperar que el autor se resuelva a plantear una segunda voz, su máscara. En la dialéctica de la creación, esta máscara tampoco podrá permanecer como radicalmente ajena, y tendrá que compartir rasgos de su origen; esto deberá complejizar nuestra lectura, para saber hallar los canales de la voluntad del autor, que acaba siendo inevitablemente la conciencia ética tras su escritura.
Francisco Ide Wolleter (Santiago, 1989), en su primer libro Yakuza (Arica: Cinosargo, 2014), se decide a fundamentar todo un mundo poético sobre una ficción elaborada y detallista: el supuesto refugio de un miembro de la mafia japonesa en un entorno latinoamericano degradado que le resulta, más que sólo ajeno, derechamente una provincia del infierno. Ide toma a su cargo esta representación asumiendo en pleno la extrañeza radical que implica el doble extravío de la posibilidad del hablante: el lugar del que hablará tendrá que ser necesariamente marcado por la expectativa de esta extrañeza, perspectiva que se apoya sobre los imaginarios cinematográficos del cine policial oriental, en un trabajo de imagen poética que se decide a mimar el tempo cinematográfico, buscando una analogía en la experiencia estética. Imágenes como:
Sorbo la cerveza por los colmillos
exhalo el humo / volutas de sangre escupidas sobre el agua.
(“M”)
no sólo son pensadas desde la pura visualidad, sino que apuntan a la extrema sofisticación de la forma que ha hecho característica la estetización de la violencia en su representación cinematográfica contemporánea, predominante en el cine oriental de acción. Esta labor de representación no se refiere simplemente a las escenas violentas, sino que permea atmosféricamente este tipo de estética, asumiendo en el espectador un contemplador que debe entregarse acríticamente a una belleza de extrema artificialidad que acostumbra hacerse autónoma de toda pretensión naturalista.
Esta belleza recargada, este quedarse de la forma en sí misma, que implica el predominio del gesto por sobre la acción completa, es seguido por Ide a través de una notable capacidad de construcción de imágenes poéticas concentradas y eficaces. Poemas como Oro negro o Moonwalk son de una factura que llega a sorprender, precisamente en la medida en que la ficción de base le permite retomar tópicos e imágenes que en la poética de nuestros países remiten al ya lejano modernismo, entregándoles de vuelta una capacidad de cercanía e impacto estético:
Voy en puntillas, descalzo,
cuidándome de la brisa
que es el jadeo de una leona
en la siesta de su leonera.
(“Moonwalk”)
Así, Ide logra disponer de un imaginario -y por ende, un vocabulario- lo suficientemente amplio para una apertura temática y estilística que le señala desafíos importantes que en general son resueltos con una capacidad técnica excepcional. Así, la intensidad de los poemas amorosos -de los cuales la densidad visual de Oro negro resulta ejemplo mayor- o la decidida exploración de la violencia estetizada en Telépatas, de clara raíz cinematográfica, saben desarrollarse tomando como base imágenes concentradas dispuestas con el cuidado suficiente para garantizar la empatía inmediata del lector, sin hacer necesario que éste se halle inmerso en el mundo poético general del libro.
En fin, el enmascaramiento de la voluntad del autor logra su objetivo: plantearnos dentro de una experiencia estética definida por una situación de extremo riesgo, en la cual la percepción de lo presente resulta violentamente necesaria. Resulta natural, en este sentido, la vinculación con Tomás Harris en Cipango, no obstante allí el enmascaramiento se hacía plural y, por lo mismo, apuntaba a la velocidad que suponía el delirio más que a la concentración del tiempo y de la imagen. Sin embargo, habría que decir, más bien, que Ide recupera en su labor una intuición permanente de la mejor parte de la literatura de los 80 en Chile: que el saber de la poesía requiere una colonización mutua entre ésta y los reinos imaginarios entregados por la cultura de masas, en pos de resolver su situación en medio de una crisis cultural profunda.