Proyecto Patrimonio - 2019 | index  | David Bustos     | Carlos Henrickson  | Autores |
         
        
          
          
          
          
          
          
           
          
          
          
        UNA RECURRENCIA CONSCIENTE: Rec, de David Bustos
          
          
            Por Carlos Henrickson 
            
        
          
            
            .. .. .. .. .. 
        
La literatura no puede plantearse la misión de contar la  historia. Para esta misión solo se puede acudir a la mirada científica del  especialista en historia -en la medida en que creamos que sea posible convertir  la vida social en un objeto de estudio, a la distancia necesaria para  medir y armar modelos. La conciencia histórica del que escribe literatura en su  sentido más pleno tendrá que encontrarse a sí misma una y otra vez en medio de  ese supuesto objeto distanciado, distorsionando toda posible perspectiva, hasta  convencerse de que si existe algo así como una historia -algo real que ya no  pueda ser el objeto detenido de un estudio frío- solo se podría construir desde  la interioridad del sujeto, y someterse a la serie de validaciones que demanda  un objeto artístico -entre las cuales la Verdad no gusta de entrar.
         Esta limitación impuesta por la propia experiencia a la literatura hace  que la obra literaria sea siempre el testimonio más o menos acertado -y asumido-  de un fracaso radical. David Bustos (Santiago, 1973) ya se había planteado esta  aventura de una conciencia histórica en el plano de la escritura con Ejercicios  de enlace (Santiago: Cuarto Propio, 2007, de pronta reedición), en que tras  el intento de representación de la historia el mismo sujeto se descomponía y  perdía toda posibilidad de una lectura unívoca, al encontrar en aquella la  conformación -frustrada- de sí mismo; como consecuencia, la misma posibilidad  de representación histórica terminaba descomponiéndose. En Rec (Santiago:  Cuneta, 2018), Bustos asume nuevamente el intento de una representación  histórica, esta vez a partir de sujetos particulares que se sitúan en la  dictadura y postdictadura. A fuerza de mantener la legibilidad de sus relatos,  la forma narrativa, sumamente parca y concisa, no parece sufrir los embates que  la poética sí sufre en manos de la imposibilidad de representación histórica;  no obstante, es en el plano de los argumentos -las historias- en que  este fracaso radical se proyectará con puntualidad y profundidad.
         El fracaso de leer la historia vivida se presenta aquí en la  ausencia de conclusiones, de cierres -”moralejas”- ante lo que aparece como una  continuidad “racional” que envuelve a los personajes. Su aspiración a accionar  sobre los acontecimientos se ve frustrada de maneras diversas, mas análogas en  su quiebre interno, su perplejidad ante un transcurso que se ha hecho  indescifrable y ausente de referencias precisas de lectura que fundamenten esa  “racionalidad” más allá de su inercia.
         En el primer relato, La funa, lo antedicho se expresa mediante  la introducción del personaje de Vanesa, quien resulta ser nodal dentro del  argumento. El detalle que se revela al fin del relato, es su parentesco con el  torturador a quien se le ejecuta la funa en la que ella resulta herida -con un trauma en su cabeza-, y el narrador en primera persona de manera seca y clara toma  conciencia de esto y es capaz de reaccionar, de una forma fría y decidida,  haciendo patente la continuidad histórica en la elección del nombre con el cual  se presenta ante ella. Sin embargo, una segunda lectura puede revelar una  dimensión particular de la pregunta del tercer párrafo del relato: ¿Pero  quién es Vanesa?, que parece indicar que el misterio de la trama histórica  no se soluciona con la “solución” formal, como si hubiera en este argumento  simple un signo que no logró ser leído a cabalidad.
                      El guionista y Cámara, los relatos que  siguen, tienen en sus personajes centrales un factor común: ambos son  participantes secundarios y semianónimos en la construcción de contenidos  centrales en la cultura de masas desde los 80: las teleseries. En ambos casos  se revela una preocupación de que ese medio sea capaz de hacerse cargo de los  eventos y necesidades reales de la sociedad, y la imposibilidad de tal  aspiración a fuerza de la finalidad de evasión de las producciones  audiovisuales televisivas, sabe frustrar cualquier tipo de acción de los  participantes individuales que toman parte de los colectivos que sustentan  estas. La “racionalidad” que envuelve los argumentos de estos relatos no puede  sino extinguir a las individualidades creativas: Luis, el guionista, solamente  puede eliminar el obstáculo visible de sus aspiraciones de manera física, lo  que resulta más bien simbólico al no poder encargarse con esto de la raíz del  problema, la inercia de la propia televisión al elaborar sus contenidos de  acuerdo a la sintonía y a procedimientos puramente técnicos de producción.  Sabemos desde ya que la invisibilidad de Luis no logrará superarse de  ninguna forma. En el caso de Cámara, la individualidad marcada del  personaje de Tito, que destaca y se hace destacar dentro del mecanismo de  producción a pesar de su forzosa invisibilidad detrás de la escena, contrasta  con la relativa visibilidad del director de área dramática Celso Ricci, y la  visibilidad absoluta del actor Óscar Ruedi: el desarrollo histórico del medio  de las teleseries acabará poniendo a cada uno de ellos como momentos  desplazados, cayéndole al narrador, un profesional del área de cámaras, la  misión de relatar de manera directa y fáctica los eventos. El final del relato  encuentra a este narrador alejado del mundo de la televisión, dedicado a  actividades domésticas en Chiloé. Su invisibilidad es la que le ha permitido  registrar, y tan solo eso -tal como lo hace el camarógrafo de una producción  audiovisual-, la inercia de la historia y su reflejo “racional” y “técnico” en  la industria televisiva.
         Los relatos que siguen tomarán perspectivas distintas, que gradualmente  irán desembocando en revelar lo que resulta ser el fundamento de esa forzada  inercia histórica que impide el accionar particular: el neoliberalismo  implantado por mano militar en el golpe de estado de 1973 y continuado en la  postdictadura. Esta marca histórica se deja ver como una clave interna del  relato Higiene del sueño, en que una afección aparentemente física acaba  relacionándose con un sueño recurrente, que es la vuelta al colegio a los 40  años. 
        En afán de examinar su sueño recurrente, había creado una geografía onírica  y, estaba casi seguro, la primera vez que soñó que aún no se graduaba, fue  dentro de ese año, 1990 calcula. La dictadura de Pinochet era su punto de  referencia, como la cordillera para cualquier santiaguino, pensó. Es difícil  estimarlo con exactitud, pero 1990 sin duda fue la primera ocasión que soñó que  debía volver al colegio. En ese momento no le pareció extraño, ya que había  salido recién ese año. Cinco años después, o sea en 1995, estaba completamente  seguro que el sueño era recurrente. A los 30 años recuerda que soñó dos veces  en un mes el mismo sueño y su angustia al despertar lo dejaba en silencio,  sumido en un relato de pesadilla. Lo que sí es imposible saber a ciencia cierta  es desde cuando roncaba. Nadie se lo había hecho saber hasta que vivió con Ana. (p. 53).
        En la reflexión del personaje sobre la afección de su ronquido y su  posible relación con el sueño recurrente -cabe señalar: situada en el centro  físico del volumen- se deja ver el contraste difícil entre la conciencia  histórica del sujeto (que es capaz de volver sobre sí misma, hacerse consciente)  y el transcurso indiferente a la experiencia particular -más marcado aun como transcurso al relacionarse con el sueño. El deber de comprender a fondo el malestar  producido por este contraste (que hace que recurra lo ya ocurrido),  es el que acaba movilizando al personaje a solucionar el problema de su  ronquido:
        Su lógica le indicaba que la repetición se debía a una pieza o  asignatura emocional que había pasado por alto. Dentro o fuera del sueño hay un  vacío. Entonces pensó que los ronquidos podían tener que ver con esa  imposibilidad. Aunque su razón más poderosa para tratarse el ronquido era que  siempre andaba con mal sueño e irritable. Y otra razón tal vez más poderosa que  la anterior, era Romina. (pp. 54-5).
        El carácter adversativo de aunque no alcanza a cubrir que el  proceso del sujeto toma la dirección de una reconstitución integral de sí  mismo, una que logre recuperar para sí la seguridad de ese transcurso del cual  no puede llegar a tener conciencia, asegurando de paso su existencia cotidiana.  Paradójicamente será un dispositivo técnico el que, tras una compleja  deliberación -retratada en el plano del relato como significativa en su  extensión-, tomará a cargo la solución de la apnea, y el relato termina sin  formular una pregunta clave que sí hace eco a quien lea el relato con atención:  ¿recurrirá el sueño del colegio?
         El transcurso de la historia como un proceso del que hay que hacerse  consciente, para esclarecer así una posible lectura de lo pasado: es  esto en lo que se fijará la voluntad narrativa en los tres relatos restantes.  En estos tomará un lugar preponderante la caracterización de la vida social y  las relaciones humanas durante la dictadura y postdictadura, retratadas desde  una exposición fáctica simple que juega a distanciarse en los dos primeros  relatos, mientras en el último es una efectiva evocación autobiográfica: en  general todos se pueden identificar como relatos de aprendizaje. Mientras El  cielo con las manos se centra en la relación de un tío del narrador con el  joven futbolista que descubre y que acaba llevando al éxito internacional, Rec trata de un DJ cuya modesta y larga carrera se desarrolla en un acotado  sector de Santiago. Lennon, el relato que cierra el volumen, rememora la  relación del narrador con su hermano, lo que moviliza una serie de experiencias  relacionadas con la represión y la resistencia en el marco de la vida social  degradada bajo la dictadura.
         El pasmo ante una historia que parece desarrollarse por inercia sabe en  esta progresión dar paso a una conciencia situada con respecto a las  condiciones de vida bajo un neoliberalismo que ocupa el shock como  sustento de su cultura de masas. Bustos sabe desarrollar sus relatos de modo  tal que mueve al lector a esta situación, en un ejercicio de evocación  que no puede sino inquietar. Este malestar, signo de una efectiva  anagnórisis -que revela la conformación del sujeto al tiempo que reconoce lo que tiene enfrente- hace de Rec una narrativa digna de este momento,  en que las grietas del experimento social neoliberal van mostrando la  arquitectura irracional de su supuesta racionalidad, de su falaz  linealidad temporal.