Dentro de los variados paladares poéticos -tan múltiples casi como obras, y dentro de cuyo conjunto aun conviven en Chile rubendarianos, amadonervistas y hasta bíblicos- hay uno que no puede dejar de regodearse en el estado del menú de la poesía chilena. Se trata de mi gusto particular por lo que podría llamar una poética teórica: una que se plantea frente a un objeto -puesto-al-frente-, comprendiendo la distancia ante él, y que se obliga a sí misma a leer qué es lo que este dice. Por supuesto, es imposible, ya que los objetos no presentan un lenguaje transparente, y el texto deberá hacerse cargo de esa imposibilidad pensando en sus propias capacidades de comprensión y expresión, ante la amenaza siempre cumplida de oscurecerse. Y esta oscuridad no está por casualidad vinculada al verbo griego antiguo θεωρέω, cuyas dos de sus principales acepciones son por un lado la asistencia a una escena teatral, y por otro la comparescencia ante un oráculo. Vale decir: la comprensión del objeto es un paso que quizás jamás demos, pero debemos dar cuenta de su presencia; alguien leerá en el texto aquello que nosotros no vemos, y comprenderá un mensaje que nosotros solo hemos rozado en la superficie.
Esta que llamo poética teórica, se halla en pleno en el segundo libro de Victoria Ramírez (Santiago, 1991): Teoría del polen (Limache: Provincianos, 2021). El punto de apoyo de la composición es un acercamiento especulativo a procesos fundamentales del desarrollo vegetal, que pro-pone, instala al frente, la diferencia patente entre la experiencia humana y la existencia de lo vegetal. Esto lleva a una permanente constatación de los límites de nuestra capacidad de lectura de los signos naturales: el “libro de la naturaleza”, que desde el origen de la civilización se empezó a proponer como una mediación primaria entre la persona y una divinidad, se torna una pura opacidad bajo el régimen de la ciencia moderna y el registro de experiencia que acompaña a esta. Aun cuando tengamos la evidencia de signos para ser leídos, tan solo hallamos una escritura que ha elegido cerrarse. Ramírez no duda en acentuar la mirada subjetiva, una centrada en lo humano y desde lo humano, para presentar esta rebeldía de lo vegetal ante la inquisición del lector:
De todas las razones para rebelarse las plantas escogen la lengua. Al echar raíces desmantelan sus dialectos. Ese hábito subterráneo causa extrañeza en los humanos. Sus nombres en latín pierden sentido. El verdadero lenguaje es la omisión. Una planta no miente si guarda silencio.
(p. 10)
Ante esta escritura hermética, a la poética que desee ser su oráculo no le queda sino una deriva especulativa, una en que se hace fundamental tanto el reconocimiento de analogías y opuestos al modo poético, como la revisión de las nociones que las ciencias pueden aportar en el esclarecimiento del enigma esencial: la “separación” del humano y la naturaleza, revelado en la incapacidad de lectura.
Una frase clave en el libro, cuya aparente extrañeza con respecto a sus contextos la hace saltar a la vista, reza: el amor no puede quedar así. El amor, comprendido en cuanto sentimiento supuestamente primario y naturalizado entre los humanos, signo de unidad, tanto de empatía como de deseo, no parece reflejarse en los procesos vegetales que se describen, como por ejemplo, al subrayarse la extrañeza en la breve descripción de la polinización a través de los insectos (p. 32). La tematización de lo sexual en las plantas tiene, en este sentido un lugar predominante en Teoría del polen, y no es casual hallar a Von Linneo y Erasmus Darwin en estas páginas.
Asimismo, en la relación de lo humano con lo vegetal parece hacerse inevitable la violencia, incluso cuando su acción esté marcada por lo afectivo. Así:
(...) Fascinados por evitar la obsolescencia, los humanos aplastan las venas de una astromelia o un botón de buganvilia. Más tarde aparece un recuerdo difuso de soledad que se mezcla con los restos de los estambres.
(p. 35)
Y más palpable aun, cuando con el fin de comprender la dimensión sensible de las plantas, los humanos aplican una violencia retratada de manera precisa e intencionada por Ramírez:
En la década de los sesenta se realizaron investigaciones botánicas que consistían en conectar tallos y hojas a electrodos. La sofisticación para medir reacciones vegetales o angustia expresada a nivel bioquímico se tradujo en ataques con cloroformo, velas encendidas y cuchillos. El experimento más exitoso consistió en arrojar cangrejos vivos a una olla de agua hervida, mientras dos helechos estaban en la misma pieza. El resultado fue un tipo de empatía y compasión que alteró el metabolismo de los helechos, forzándolos a crear hojas y anticuerpos nuevos.
(p. 46)
Al apreciar dos casos nos encontramos con una suerte de progresión entre el acercamiento emotivo, intuitivo del humano a lo vegetal, hacia un refinamiento técnico y científico en la acción aplicada sobre él. Esta progresión es tan solo una de las que nos encontramos en el libro con este carácter; también vemos que los textos más propiamente vinculados al desarrollo científico, parecen mostrar una serie evidente de la variación epistemológica entre el acercamiento descriptivo e intuitivo de Von Linneo hasta la experimentación directa sobre el objeto de estudio que acabamos de leer. Corresponde resaltar esta dimensión de dialéctica “geométrica” en la estructura de Teoría del polen.
En el arco de desarrollo de cada una de las tres secciones -inflorescencia, polinización, fecundación-, se pasa desde el reconocimiento de las formas vegetales -desde la heterogeneidad, la otredad primordial- hacia la humanización de esas formas a través del lenguaje, un movimiento análogo a la expansión de la civilización sobre el espacio natural. La modalidad poética elegida en estos casos puede verse casi una serie de relaciones dialécticas. Por ejemplo, en un momento de la primera sección entra esta enumeración:
hay criterios hay causas área de distribución demanda de leña tamaño de las poblaciones expansiones agrícolas reducción en el tiempo plantaciones comerciales grado de fragmentación pino y eucaliptus calidad del hábitat incendios clase A
(p. 21)
Vemos que lo que se evoca -casi como un exorcismo ante la rebeldía natural- es la expansión de lo civilizado sobre el espacio natural, y vemos que el lenguaje mismo ha cambiado, haciéndose más propiamente técnico, es decir, directamente vinculado a la aplicación material y productiva. Por otra parte, en la siguiente página Ramírez insiste en mostrar la resistencia vegetal, ahora presentando los nombres de especies vegetales más allá de un entorno técnico, tanto por las connotaciones populares de los nombres como por el carácter nativo, o al menos no industrializado, de las especies nombradas:
aún es posible ver aún es posible ver ruiles del Maule naranjillos cipreses cordilleranos abutilones de Valdivia lúcumos silvestres palmas de miel bellotos del sur lumas blancas nogales del norte cipreses enanos pasionarias palos gordos tabacos del diablo guindos santos murtillas del malo tunillas jarillas hebes araucarias alerces queules chaurillas
(p. 22)
Por su parte, el poema final de la sección sabe presentar la perspectiva de la autora en cuanto mirada situada -una mirada-cuerpo-, en que el juego dialéctico muestra su imposibilidad de superación y se da la preeminencia del lenguaje poético como expresión netamente subjetiva:
aún es posible ver montañas nubes sobre cumbres punzantes es posible ver veleros amarillos adolescentes a la rastra en trajes de baño (...) hombres que venden y hombres que compran masas dulces y fritas a mil pesos aún es posible pasear perros por dinero ver volantines que caen en picada hasta ensartarse en una rama de aromo el mundo se puede acabar y aun así podemos sentir que el cielo es una lengua abierta como una excavación o un agujero de luz egoísta que nos lastima la cara
(p. 23)
Esta pretensión de construcción dialéctica carga a Teoría del polen de la expectativa de resolución de un enigma. Pero hay que decir que lo especulativo en Ramírez es genuinamente poético, y tan solo se entrega a la mímesis de una dialéctica. Lo irreductible de la perspectiva particular inhabilita cualquier tipo de apoteosis filosófica, y si es que el hablante ha aprendido algo ha sido sobre todo acerca de sí mismo. Al no ser asimilables esos signos ilegibles del exterior, han obligado a una plena aceptación de lo Otro vegetal, lo que solo pude conducir a clausurar la especulación, a reducirse a decir las cosas tal como suenan. El texto final contiene esa delicada torsión ética:
(...) es posible pensar en la evolución de las especies y recortar periódicos no acordar un número concreto de hectáreas o regadíos o testamentos decir que no está clara la pertenencia de un pueblo a un recurso y de un recurso a un pueblo o nación o territorio y es posible dar la vida por una idea decir las cosas tal como suenan
(p. 54)
La intensidad de experiencia lectora que propone Teoría del polen lo sitúa de una vez en un plano central en la producción literaria actual en Chile, con una poética que sabe habitar el pliegue entre la gnosis y la dimensión estética sin temor al riesgo. Provincianos, por su parte, dado el atrevimiento en la composición de su catálogo, se va instalando como una de las iniciativas editoriales decisivas dentro del escenario post-2019, una de las que saben hacerse cargo de la profunda transformación de la escena escritural nacional.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Leer lo ilegible: "Teoría del polen" de Victoria Ramírez
(Limache: Provincianos, 2021).
Por Carlos Henrickson