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Relatos de aprendizaje en una era vacía: Discocamping, de León Álamos
Por Carlos Henrickson
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Es cada vez más escaso encontrar una calidad de estructura narrativa como la que ostenta León Álamos (San Felipe, 1979) en su primer libro de cuentos Discocamping (Narrativa Punto Aparte, 2013). Esto, porque más allá de su preferencia por un naturalismo directo, se revela capaz de usar una sintaxis densa, propiamente elaborada, sin necesariamente oscurecer la lectura. El libro de Álamos es una muestra de que ocupar estructuras narrativas más complejas no es -como parece dictar, al parecer, el gusto dominante desde la “nueva narrativa” de los 80- un capricho elegante, criticable fácilmente como caduco o burgués; la construcción de los cuentos de Discocamping se haría imposible sin el fundamento de una concepción de mundo compleja, que requiere necesariamente un estilo a la altura. Esta complejidad es la de una percepción en construcción, un aprendizaje ético y estético.
Álamos sitúa preferentemente sus historias en el paso de la niñez a la adolescencia, en un momento axial en la percepción del mundo. Esta situación -característica de la Bildungsroman- tiene varias características de profunda resonancia en la construcción narrativa; baste nombrar dos. En primer lugar, el hecho narrado tiende a presentarse como hecho único y presente, actualizando la escritura el proceso mismo de comprensión -aprendizaje- que se ha ofrecido con aquél. Relatos como “Centro de madres”o “Patinaje (auge y caída)” saben dar cuenta de esto en un despliegue narrativo que sabe proporcionar imágenes deslumbrantes (propiamente poéticas) sin necesariamente convertir al lirismo el tono general del texto.
En segundo lugar, y en un sentido más profundo, esta receptividad esencial, característica de la experiencia de aprendizaje, se fundamenta en su situación fuera de lugar. El conjunto de relatos está atravesado por espacios que, sean o no efectivamente ajenos, se imponen violentamente a los personajes centrales, y su manifestación es variada y compleja. Se puede apreciar en la narradora de “Mirarte y derrumbarme”, con su obsesión por mantener su diferencia cultural con el entorno; en otro plano, en “Esperando a los huicholes”, donde los personajes, venidos de varios lugares del mundo a una comunidad rural mexicana, tan sólo viven experiencias que confirman un desarraigo radical; o en una dimensión aun más radical y culturalmente determinada, en “En el cantón de Neuchâtel”, en que en un plano de anticipación política, el desarraigo se “naturaliza” bajo una lógica administrativa supranacional. Un trabajo cuidadoso de la prosa sabe darle a esta inquietud una presencia real en la experiencia lectora, mucho más acá de la enunciación fría -”Mangaratiba” es, en este sentido, una muestra mayor.
Una de las características notables en Discocamping es que los relatos parecen ir mostrando una evolución hacia el abandono de un naturalismo ya efectivamente logrado. Los mundos narrativos presentes desde “Ensayo final” hacia el fin del volumen son menos directos, con atmósferas más sugerentes y llegando incluso a juegos de anacronía –notoriamente en el relato que da nombre al libro. La postulación de mundos posibles es efectuada en general con una notable solidez en el pacto narrativo. Sin embargo, en la misma medida, existe una debilidad que de inmediato salta a la lectura: el que la tendencia a la sugerencia llega a suprimir en exceso componentes argumentales o explicativos. Con todo, me parece que esto siembra una buena expectativa con respecto a la futura escritura de Álamos, cuyas características técnicas parecen naturalmente aplicables a unidades más largas, que parecen exigirse desde los procedimientos mismos.
En resumen, Álamos ya muestra en este primer libro un talento técnico sobresaliente, que logra despertar genuino interés a varias profundidades de lectura. Consciente del crudo vacío de nuestra postcultura, Discocamping sabe enfrentarlo con la ética bien asumida del rescate de la experiencia: el fundamento mismo del narrar.