Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Fernando Ortega  | Carlos Henrickson |         Autores 
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        Sobre Magenta, de Fernando Ortega
        Por Carlos Henrickson
        
         
        
        
        
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        Para  los pocos que pudimos conocer Cian (autoed., 2012) de Fernando Ortega  (Viña del Mar, 1983), la aparición de Magenta (Santiago: Libros del Pez  Espiral, 2014) es una buena noticia, tanto al situar una escritura llena de  riesgos en un circuito de lectura más expuesto, como porque, de algún modo,  esta nueva unidad obligaba a ampliar los desarrollos del primer poemario. Allí  ya se veía una voluntad abierta a desnaturalizar poéticamente la experiencia de  la percepción, poniendo en una difícil estacada no sólo al arte como  posibilidad de representación, sino al mismo autor como “demiurgo” de algo ya  indefinible. Remito al interesado a mi presentación: http://henricksonbajofuego.blogspot.com/
                    Magenta entrega la muestra amplia de registros poéticos que, siendo distintos,  confluyen en su voluntad de síntesis y en la situación de radical despojo de la  poesía como posibilidad de belleza. El libro se inicia con poemas de transparente  evocación personal, en que Ortega parece hacer genealogía de la especial  distancia que debe expresar con la realidad. La fría decisión del funcionario  del cementerio y la búsqueda del hablante en los videos de Arrau de youtube,  respectivamente, en los textos iniciales, tienen en común el especial trato con  la muerte que puede abrir un enfrentamiento seco con la realidad, en plena  conciencia de que la aparición o desaparición de entes en el mundo deja de ser  algo personal para pasar a ser un tema de observación investigativa. El ajuste  de cuentas con la poesía lírica difícilmente se puede expresar de modo más  nítido. 
         Ver  la experiencia propia con este desasimiento entrega pronto las señas de un  nihilismo que bien aspectado técnicamente puede ser poderoso y sugerente:
        
          Intento agarrarlas
            como quien se saca una  espina de tuna
            pero en mi torpeza 
            las mato.
          Pronto, otras hormigas  ocupan
                el lugar de las muertas
                caminan lento entre mis  dedos.
          No importa qué tan fuerte  las mire.
        
        Sin  embargo, varios textos de carácter experiencial parecen caer en una excesiva  sequedad que los neutraliza, dejándolos sin efecto estético alguno. La  habilidad de Ortega para síntesis poéticas breves y efectivas puede llegar a  excesos en este plano que no parecen corresponder a lo mejor del libro.
         Tal  como en Cian, el punto fuerte de este libro es la crítica poética a la  realidad aparente. Heredero, en este sentido, de Juan Luis Martínez, Ortega  entrega textos de real poder inquietante, como Límites de migración  específica o Tao, ya presentes en el libro anterior. El último de  los textos nombrados sabe revelarse como una suerte de umbral de arte poética,  asumiendo el riesgo de despojo que supone la permanente y asumida duda sobre lo  percibido:
        
          Los poetas chinos podían  hablar de la nieve
            con la propiedad de un  habitante de la nieve.
            Solían cantar en ella;  imponerle colores.
          Cómo llegar a la nieve
                            desde mi cómoda habitación
                si acaso pensar sirve, si  el blanco sirve
                y entonces cae el sendero.
          Piedras que bordean el  arroyo,
                el sopor intimidado por su  ruido fresco.
          -Pero de qué nieve estamos  hablando-
                me dice un chino, tendido  sobre un peñasco
                y vemos el pasar del agua  un día entero.
          Piensa en un cuadrado  blanco.
        
        No  es exageración, en este sentido, asumir una pulsión mística en la mejor  escritura de Ortega, tal como se desprende de poéticas con análogos saltos al  vacío estético -piénsese en Gonzalo Millán, por ejemplo. Desde esta pulsión  resultan naturales ciertos rasgos de ironía que el autor sabe manejar con  propiedad, sin caer en el ingenio de estirpe parriana, ya tan aprendido  por el oído educado literariamente en nuestro país que hasta asombra verlo  aparecer impunemente.
         Si  sumamos el manejo de tonos precisos y sin impostación, se puede plantear a  Ortega como uno de los autores jóvenes de más proyección en un escenario  poético nacional que parece a la espera de alguna sorpresa trascendente e  imposible -como un adicto en fase terminal ya casi incapaz de reconocer  escrituras realizadas. Con mayor motivo, además, corresponde felicitar a  Libros del Pez Espiral, que en poco tiempo ha ido armando uno de los catálogos  más desafiantes en el universo de las editoriales independientes.