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        Aldabas, de Macarena García Moggia: Una poética del Misterio
         Por Carlos Henrickson
          
 
          
 
        
        
          
        
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Aldabas (Santiago: Edícola, 2016), presentación en poesía de Macarena García Moggia  (Santiago, 1983), sabe sostener su lugar de extrañeza, su capacidad de abrir el  ya amplio campo de las escrituras recientes de nuestro país, asentando con  cuidado técnico y programática precisa una poética en que la escritura es un  índice permanente a la carencia de tal, en la medida en que el sentido también  solo asiste para aprehender un espacio cero de sentido. 
         García  limita el espacio y el tiempo de juego, remitiéndonos a una serie de escenas  mínimas cuya duración varía desde la detención de la naturaleza muerta hasta la  compresión del instante de desarrollo de una acción simple. La forma es el  poema breve, trabajado desde la elusión de los contextos, lo que concentra la  mirada en la unidad de cada objeto y de cada acción. Sin embargo, tanto el  objeto referido siempre doméstico y reconocible como la acción que apela  incesantemente a lo cotidiano -el orden de una casa, el cuidado de la  apariencia y la ropa, los arreglos para un viaje-, no dejan de presentar la  inquietud de una justificación silenciada, asumida radicalmente desde una  superficial transparencia. Esta justificación plantea el enigma, y lo potencia  desde su mismo silenciamiento, modulando una armonía de intensidad que fundamenta  cada una de las tres series que componen el libro.
         El  epígrafe de Omar Jayán ya nos sugiere la inminencia de un viaje fatal  pronunciado desde una voz que apela -Abran, que es breve el tiempo que nos  queda-, y esta apelación define por diferencia la presentación de las  escenas. Un personaje central se da a un registro conciso que define a través  de la escritura su lugar y el restringido campo de su acción, y el otro al que  se refiere -marcado desde el principio como una otra- es inapelable  debido a su ausencia del cuadro de la acción. El primer poema de la serie Zaguán sabe presentar con precisión esta constante:
        
          silencio
                se  oye a alguien
                tras  la puerta
          dijo  que salió apurada
                que  olvidó todo salvo
          las  llaves (p. 11)
        
        La  serie estará marcada por el rastro de esta ausente en la memoria y en los  objetos de la casa, en la medida en que la soledad del hablante se revela a  trazos breves y en imágenes que dejan ver una violencia fuertemente contenida.  Esta contención es palpable en las decisiones de la forma rítmica, que implica  más que una mera disposición visual: el aliento sabe cortarse de un modo que  evita en todo momento la posibilidad de la más mínima efusión emotiva. Al modo  de las poéticas china o japonesa, que dependen del signo de manera casi exclusiva,  la emoción se deja pendiente tan solo de la evocación propia de lo que se  denota.
        
          recuerda
                el  olor de su pelo
                la  última vez que la vio
          está
                como  en la ducha
                los  pies calzados
          hay 
                lo  que en la almohada
                tras  levantarse (p. 17)
        
        Como  se ve, esta forma de corte tiene otro rendimiento: marca el sonido y la imagen  con una nitidez que habla más del cine en su plano estudiado para cerrar las  posibilidades de lectura del espectador, que de una obra pictórica que aun  podría despertar el deslumbre técnico o la sugerencia alegórica. De manera  inevitable, hasta el mínimo acto registrado de este modo ofrece como  consecuencia no la interpretación de este en sí mismo, sino la invitación a  averiguar su contexto, o más precisamente, su justificación. Al no resonar esta  en los textos que anteceden o suceden, se abre el espacio a una inquietante  potencia inmanente:
        
          una  bicicleta
            sandalias  de goma verde:
            primera  navidad (p. 20)
          cuando  los pantalones
            se  arrastran
            hay  que hacerles basta:
            tomar  la aguja
            enhebrarla
              hilvanar  contra el reloj (p. 28)
        
         Esta  potencia inmanente que describo, me parece que deriva en una condición ritual,  al recargar la visibilidad de los objetos y la significación de los actos  performáticamente. Este efecto ritual no puede dejar de acentuar la analogía  con una entrada que remite al título de la primera sección, así como  apunta indirectamente a la solitaria concentración de la segunda, titulada Patio  interior. Asistimos acá a escenas que delimitan aun más la acción y la  percepción, al concentrarse casi exclusivamente en la experiencia de la  figura central y la perspectiva de una contemplación que tiende a la inercia:
        
          entra  una brisa de estación
          en  algún patio interior lejano
                sábanas  blancas secándose
                al  sol (p. 39)
        
        Con  todo, el casi que señalaba en el párrafo anterior tiene que ver con la  marca de la ausencia en esta sección a través de formas más profundas, que  ponen la solución del enigma en la punta de la lengua, como vemos en este  duplicado -otro- patio interior, que parece tener su eco en la mirada  del personaje central, desnuda, en el reflejo / de otra mujer / en la  ventana (p. 49). Más revelador aun es el poema de la página 46:
        
          se  sube 
                la  falda
                cotidiana
                la  vida
                tu  muerte
                cada  vez
                que
        
        Este  texto no solo es particular en cuanto a su sutil desvío sintáctico que lleva a  una obvia deriva inconclusa, dando la sensación de un bosquejo que no quiso  llegar a una relación necesaria de forma y contenido: me parece que estos  rasgos se relacionan con el único momento en que se revela muerte como  palabra clave del libro entero, asociada a la única clara apelación directa de  la sección segunda: tu muerte. La aparente continuación del texto -con  el de la página siguiente- rompería la estructura de serie, y precisamente  abriría una posibilidad de traer a sí estos abstractos -la vida, tu muerte-,  para que la figura central los tome, / los ponga en su boca, en  una operación que más acá de lo intelectual se asociaría al placer. Sin  embargo, la separación del espacio de la página -y volveré sobre esto- parece  inhabilitar este puente entre textos y voluntades que aparecen distintas.
         La  tercera y última sección, que lleva el título del libro, sabe llamar bien al  acorde a las precedentes. Tras el paso de entrar y de habitar el patio  interior, la sección Aldabas toma a cargo el rol de la llamada desde  afuera en una (solo sugerida) propuesta escénica de ordenamiento de las  series. La presencia de este afuera, sugerido o visto desde lejos antes,  acá se nos revela en una lúcida llamada, que logra quebrar la inercia solitaria  y desesperada que habitaba el patio interior. Este rol de llamado se  modula como una alerta, que dicta el uso de un procedimiento de repetición al  inicio de cada texto -abre la puerta, entreabiertas, de pie, abre la  puerta...-, con lo cual se nos aparecen de inmediato más ágiles las  unidades textuales y sus imágenes, al despertar la expectativa. Esta  expectativa tiene un correlato en el contenido de las escenas mismas, en que el  uso reiterado de la tercera persona -rasgo solo de esta sección- nos trae a  otro plano de mirada, en que la figura central se le ofrece al lector en una  perspectiva más precisa y visual, que depende más de acciones emprendidas y  percepciones racionales capaces de registro, que de la voluntad o el afecto de  un sujeto hablante. El resultado es al fin un clima frío, en que sea en  la fijeza o en la acción será la inercia la que ocupe el lugar de lo que antes  -en las dos secciones precedentes- vimos como ritualidad consciente, entrada y  autorreconocimiento. Con esto, desde la potencia de enigma pasamos a lo  que podríamos designar como una actualidad resignada en su límite, que se sabe  como mera imagen dirigida hacia un otro radical que solo podría ser, a estas  alturas, el lector de los poemas.
        La conciencia de lo fatal se  revela, entonces, como mandato de forma y fondo en Aldabas. El silencio  de la voz y el vacío de la página no pueden sino dar la impresión de cobijar al  sentido y lo poético -sea esto tomado o no en cuanto enigma- como accidentes  dentro de un(a) caos, femenino, primordial y cobijante como lo querría  la tradición teogónica griega. En esto, Aldabas se revela como poética mistérica,  vía de lento acceso desde lo cotidiano a una sabiduría fatal, que no  puede sino forzar a la plena obsolescencia de la escritura -precisamente al  revelarse su rol pleno-, presentada en esa mano / cortada / en el  umbral, en la que queda resonando la retribución necesaria de una  mutilación ritual, la revelación final de una gnosis poética.