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Un renacimiento que mira de frente: La orden infeliz, de Alfonso Iommi

Por Carlos Henrickson






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A la hora de leer La orden infeliz. Cuatro ensayos renacentistas (Viña del Mar: Catálogo Libros, 2015) de Alfonso Iommi, viéndome obligado a revisar la noción que tengo sobre lo que se da en llamar Renacimiento, se abre el abismo de una mala educación fatal a la hora de plantearnos la perspectiva histórica para nosotros, hijos de la edad más cómoda de la humanidad. Lo que se nos ofrecía en el libro de texto de secundaria era resumible en el vago traspaso de una noción de grandeza: las cumbres de las artes, la conciencia de la dignidad superior del hombre. Una experiencia histórica única nos había legado a nosotros especialmente una segunda vida de la era clásica durante dos o tres siglos a la que nuestra sociedad, nuestro mundo -que, en otra vaga imagen que se hace nítida al recordar la crianza como un todo, era la cumbre de los tiempos-, había sabido seguir en su humanismo, como momento esencial para la consecución de la felicidad. Si nuestro mundo era higiénico, científicamente guiado por principios razonables y -errores más y horrores menos en esa década de los 80- siempre consciente de un ideal de justicia, se debía a esa grandeza renacentista.

El error -horror- de lo que nos tocaba en la realidad -que era una radical falta de sentido en la historia-, puede bien ser una mala lectura, entre otras cosas, de esa experiencia renacentista: y es lo que a mí al menos me resuena como un eco tras los ensayos de Iommi. En ellos no vemos las formas abstractas y cumplidas de las obras renacentistas tan sencillas de contemplar, sino a una genuina actividad vital en que el hombre, si bien es medida de todas las cosas, lo es más que en la figura de su dignidad inmanente, en la radical limitación que supone ese nuevo sitial. Iommi nos presenta bien esa medida humana al presentar a Poggio Bracciolini, Pico della Mirandola, Nicolás Maquiavelo y Lorenzo Lotto en el momento -entendido este no solo temporalmente- de revelación de tal medida para ellos o para quienes debieron y deben tasarlos en su labor. Por ello, ante el nuevo horizonte de experiencia y estudios, los personajes no son registrados por el ensayista desde la coyuntura en que les sería posible producir un quiebre en el desarrollo de los conocimientos, la perspectiva o la práctica artística, sino sobre un punto desplazado de ese desarrollo -antes o después, pero siempre en el momento en que se hacen insituables dentro de la Gran Línea de sus oficios.

Esta insituación es, por ejemplo, el espacio privilegiado del retiro -tan vivamente presente que en el tercer ensayo el tejido de ideas virtualmente parte de la evidencia problemática del ocio- o del refugio contra la pobreza o las intrigas, con que uno no deja de encontrarse en una época de vertiginosos cambios políticos. Desde esa falta de centro, desde esa impropiedad, ni la voz de Maquiavelo podría influir la vida política de su momento, ni el arte de Lotto podría modificar los caminos de las grandes escuelas de la pintura; y bien nos parece que el radical desafío de Pico contra la hipóstasis de lo Uno del platonismo académico tampoco logra rendir lo que se espera de un argumento filosófico.

Y, con todo, no se trata acá de fracasos, ya que para ello haría falta una noción de argumento que Iommi sabe desmontar a través de una sutil concentración de procedimientos irónicos. Cuando cierra el ensayo El ejercicio de Platón, queda la sensación de habérsenos efectivamente cumplido, y apenas le conocemos, el gran objetivo -insondable- de la especulación: el hacernos cumplir el sentido del tiempo en la narración, más acá de la verdad, jugando a entrar y salir por los umbrales de una filosofía que parece quedarse pensando en el real sentido de sus empeños. Más que prácticas fundadas en la verdad trascendente, Iommi sabe mostrarnos la problemática medida humana en la creación de los simulacros en que parecen constituirse las artes y las ciencias como un todo; siendo los héroes de esta cultura bien aludidos por el índice del título, que ya no parece apuntar a la orden ecuestre en De la verdadera nobleza, sino al vano empeño de la práctica humanista -sus vidas y obras parecen destinadas solo a llenar las 105 páginas y ofrecernos un tiempo de estudiado y estudioso placer.

Por supuesto, esta última apreciación parece condenarlos a personajes de ficción, y es que Iommi es capaz de darles sustancia literaria -recrearlos- para entregárnoslos regidos por una contingencia que logra trascender la clausura del tiempo histórico; ni el debate de conceptos ni el análisis crítico sobre obras plásticas, logran escapar a este juego en que el transportado logra hacerse el lector, sin que parezca proyectarse hacia nuestros tiempos la experiencia renacentista. Así, no vemos esa época naturalmente, con una mediación que logre asimilar dicha época para nuestra experiencia en una sociedad precarizada en su posibilidad de crear y crearse -como, por ejemplo, cuando se nos trae el siglo XIV o XV a través de un documental o serie de TV “históricos”-, sino que nos vemos a nosotros en medio de ese extraño lugar en que una intensa transformación del concepto de mundo y ser humano -a nivel de práctica artística y vital, y de pensamiento- no puede sino rebelarse a nuestra sensibilidad. No vemos vívidamente al renacimiento -para esto bueno es el cine y la TV-, sino que es este el que nos mira a nosotros, desafiante y ajeno.

Esta construcción solo es posible gracias a la extraordinaria habilidad de la prosa de Iommi, que sabe introducirnos sin integrarnos a desarrollos descriptivos y de ideas que se perdieron de vista -como se pierde una raíz tras un tallo- tras la pretensión de precisión de una época ansiosa de olvidar sus dolores de parto. Y es a fin de cuentas la modernidad lo que resuena tras los ensayos, la inauguración melancólica de un mundo que podía al fin despertar al vértigo de la conciencia del vacío. En este último punto, el sutilísimo, casi imperceptible, diálogo entre el plano estético y el dilema metafísico de la situación del hombre en el mundo en El guante y el destino -dedicado a Lorenzo Lotto- me parece un índice esencial para entender mejor la misteriosa dimensión desde la que están escritas estas páginas.

Catálogo Libros sale a la luz con una presencia definida y con decisiones de diseño, edición y definición de títulos de excepcional peso y logro. La apuesta hecha a gran riesgo -producir libros desde una librería, desde la provincia, y dedicados a un público lector de gusto definido por problemáticas que no desean ser consumibles-, sabe ganarse hasta ahora en la mesa que se aviene mejor a nuestro ámbito como país a medias culto: hacer del acto de lectura una escena de la más profunda complicidad.



 



 

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