Proyecto Patrimonio - 2016 | index | 
 Jorge Álvarez T. | 
Carlos Henrickson     | 
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            El razonado desarreglo de El Vaciadero Poesía, de Jorge Álvarez
        Por Carlos Henrickson
        
          
          
          
        
          
        
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                      Cuando  Víctor Rojas, en el prólogo a El Vaciadero Poesía (Valparaíso: Caronte,  2015) de Jorge Álvarez T. (Valparaíso, 1960), empieza señalando la figura del bohemio, pensé en la inexactitud de los términos. No es por rebatir  a un absoluto experto en el tema, como Víctor, sino para confirmar la vaguedad  pasmosa del concepto bohemia, que aparte, está absolutamente circunscrito a su  origen en el medio parisino del siglo XIX, reuniéndose en la misma familia de  resonancias con el de poeta maldito, bien cercano y, sin embargo, más  preciso quizás. Está bien: los ejemplos que el prologuista pone apuntan bien al  señalar el despojo, pero el malditismo es más que esto. Cuando Verlaine  se refiere a los poetas malditos, primera aplicación definida del  concepto a un grupo de autores específico, junto a Rimbaud y Corbière -que  desde ya son variables absolutamente distintas de aquel-, propone además entre  ellos a Stéphane Mallarmé, quien en vida y anhelo de obra parece a mil  kilómetros de distancia y casi configura una línea paralela a aquellos grandes videntes y vividores en la poesía moderna: la de un trabajo templado, concentrado  y casi científico sobre el lenguaje. El tema es que todos ellos, de un modo misterioso  y que el mismo Verlaine bien probablemente no comprende ni quiere comprender a  cabalidad, estaban afuera.
           Por  esto, cuando me toca presentar este libro, tomo y acepto la bohemia que me  señala Rojas -porque al desplazamiento de orillas de un país a otro, de  una ciudad a otra, de un sitio a otro; a la densa nocturnidad del  trabajo de Jorge, ¿qué otro término le calza tan bien?-, pero unida a ese afuera del maldito, que nos da pistas de la especial relación con el lenguaje que se  deja leer en El Vaciadero: el autor no deja de ser consciente de una  diferencia radical, crítica, entre la vida y el arte. Digo: el arte, porque  sería poco decir la expresión literaria. Visto en perspectiva, el trayecto de  Jorge ha sido harto más que la errancia desesperada y angustiante que tanto  aspirante a artista ha asumido como una performática en sí misma: antes que  todo, fue una investigación vital y expresiva, y la experiencia del despojo  material ha tenido que ver con un manejo de los límites físicos y emocionales,  tan importantes dentro de su desarrollo como el área técnica de los  procedimientos. ¿Suena a elogio falaz, a querer ver profundidad en la  superficie de la bohemia? Y bien: este libro al fin nos ofrece la  perspectiva para comprender lo necesario de tales extremos vitales en la  noción artística de Jorge.
           Y es  que Jorge aterriza en Valparaíso desde la escena argentina en 1992, habiendo  asumido ahí un aprendizaje teatral que en Chile era impensable. La convulsiva  expresión física de Artaud, la investigación antropológica de Eugenio Barba y  el teatro pobre de Jerzy Grotowski, estaban presentes en un entorno  artístico en que la misma forma de vida del artista debía asumirse de un modo  propio, vinculado a una auténtica urgencia libertaria tras la recuperación de  la democracia. En esta escena Jorge llega hasta participar en el programa de  Tom Lupo, el cual tiene en su momento una relevancia específica, al dar aire  con plena ciudadanía no tan solo a la experimentación poética y musical, sino a  un momento coyuntural del rock argentino, en lo más representativo del underground,  en la plena comprensión de esta imagen geológica. En el Chile del 92, en  cambio, lo libertario estaba aun amenazado por la censura y pertenecía más bien  a la atmósfera de los buenos deseos; los hábitos conservadores permeaban la  escena cultural -y más directamente a la literaria- a un nivel pasmoso, y más  que underground, habría que hablar de mecanismos de exclusión que ya  mantenían cierta planificación, en la intuición urbanística más básica de la  burguesía -esto es, no geológica, físicamente fundada, sino pura abstracción  visible de relaciones económicas-: un extramuro que no permite siquiera  escuchar un rumor de lo que ocurre más allá. En relación al atraso de la  escena: la única referencia de performances que uno podría encontrar en  Valparaíso antes de la llegada de Jorge, era la actividad de Gregorio Paredes,  más vinculada a la instalación surrealista que al rico desarrollo investigativo  que ya fluía desde Europa hacia la costa atlántica americana; el mundo  editorial, por otro lado, era una suerte de lucha contra la corriente, casi  puramente simbólica, con la dudosa dignidad del puro y principista heroísmo  gestor -siempre hambriento de pasar a servirse el pastel al comedor del  castillo-, y sin siquiera la pretensión de circuitos reales de distribución o  lectores. 
           Jorge,  entonces, llega a un espacio tan propio como profundamente ajeno; y asumo que  la conciencia de esa situación le confirmaba en un modo de trabajo y expresión  al margen extremo del campo cultural, que le daba el pie para una libertad  absoluta de investigación e intervención. Pero esto no es solo una determinante  importante en los procedimientos de la acción visible más acá del texto, veo  que también permea su obra en un sentido pleno.
           Esa  distancia, ese afuera, ya es palpable en los textos “argentinos” (X-Q y Textos para el Tom Lupo Show), no tan sólo en la medida extensa,  diríamos, espacial; sino también en la intensa. Me explico: Jorge desde  la elección misma de los procedimientos formales, no solo excluye de su  escritura puentes que pudieran hacerle parte del canon aceptado en cuanto  convenciones formales -formato vérsico, musicalidad rítmica en la prosa  poética-, sino que extrema el distanciamiento estético. La lectura nos da la  sensación de que el régimen, la situación de recepción ideal, de estos textos  no corresponde a su formato -la extrañeza de leer un guion, del estudio a lápiz  previo a una pintura de gran formato-, un desvío del tono que nos abre paso a  una atonalidad en sentido propio. Seguir estos textos no lleva  inmediatamente al lector a una operación de reflexión sobre lo escrito, sino  que al recorrido atento por una serie -no una trama- de una percepción y una  cavilación fragmentadas, en que la integridad de la experiencia estética a que  los géneros mayores aspiran, está acá dispersa, como volcada sobre, hecha un flujo de lenguaje. Este flujo -cuyo procedimiento de creación, a confesión  del autor, al menos en su etapa inicial, es la escritura automática- acaba, en  este sentido respondiendo a una concepción de la experiencia vital que la  lectura del libro hace paulatinamente visible, una en que a la narratividad exterior puesta sobre el mundo se opone un régimen -una legislación- interior, llamado a  concebir el mundo a partir de un cabal y exclusivo dominio de sí, que bien  incluye lo que esa narratividad exterior solo puede conocer como su opuesto:  una falta de dominio. El reconocimiento de esta inquietud por comunicar  el arte y la vida, el desarreglo razonado en la definición rimbauldiana,  forman parte del vasto tesoro de la experiencia vanguardista, y Jorge es de los  pocos que lo asumen con la seriedad y el destierro que implica, al menos  en nuestro país.
           Esto  es, el camino difícil. En la perspectiva que nos entrega  El Vaciadero  vemos que se evita con cuidado la posibilidad de un momento de reunión, de  reconciliación del arte y la vida. Se hace imprescindible para entrar y seguir los textos la absoluta conciencia de una separación irredimible, la experiencia  de la crisis; y el despliegue del deseo erótico es de esto un índice preciso.  El sujeto parece definirse desde un deseo incompleto, que está al límite de lo  imposible; se ofrece una intensidad al deseo que llega hasta desviar lo real  haciendo que no haya una diferencia esencial entre la experiencia vivida y el  anhelo, lo soñado. Es cosa de examinar la consistencia de la vida en los  Textos  del Tom Lupo Show, por poner el caso más claro: la escena recurrente es el  autor solo, en espacios que tematizan esta situación -la calle, el bar, la  casa-; y pronto se confunde la vigilia y el sueño bajo el efecto de la  embriaguez: Es la poesía misma, ya estoy en el bar. / No tengo dinero, /  pero sí a la chica de mis sueños. / Hey, dime; despiértame, / estaré soñando,  estaré demasiado despierto. / Mírame hoy estoy aquí. El resultado es que la  escritura se vuelve el lugar de los hechos, el mundo acaba siendo  conformado por palabras, y la opción de concebir esto que nos propone el autor,  como nuestro mundo se desvanece. El mundo literario de Jorge resulta tan  propio y ajeno para nosotros como la dimensión cotidiana de la experiencia  social para el sujeto que escribe.
           Este  asalto a la lengua común para hacerla habitación de una posible experiencia  segunda, profundamente ajena, solo accesible para una percepción  intelectiva que deja afuera nuestro cuerpo -junto con los afectos que le  pertenecen como tal- es aun más palpable en Conflicto Entre Poetas Deja  Libro Inédito, en que desde el mismo origen postulado (Fragmentos  hallados en casa abandonada) se nos plantea una indeterminación total,  confirmada en una anécdota extremadamente vaga, en que lo que toma valor es la  efusión de un sentimiento amoroso en el límite de lo real. El encuentro con estos textos -calificado en la nota final como oportuno -ya que ponen quizá una nota humorística y romántica necesaria-, le quita el  carácter necesario, característico para una concepción de obra; asumiéndose  desde acá esta fase de la escritura como un paso más allá en la operación de  distanciamiento. El proceso de disolución -fundamental, previa para una  coagulación posible de sentido radicalmente nuevo- es en este sentido,  central, y no sería extraño pensar el breve poemario en relación con La casa  del aliento (casi la pequeña casa del autor) de Juan Luis Martínez,  como el punto ciego de determinación en el cual solamente se pueden dar las  condiciones para asumir la paradójica realidad  imposible de un autor -en un sentido  de tan pura, indeterminada, espacialidad que las demás dimensiones se confunden  y anulan. Que las aguas de este estero van al destierro asumido de la  autoría se me confirma con el poema Estar a la altura de los hechos,  perteneciente a los Otros Poemas: Trató y no pudo / Señaló y quedó  atrapado en la señal / Dijo que valía la pena hacer el intento / Yo le dije que  era innecesario hacer tanto ruido / Que mínimamente tuviera cuidado / Hay  demasiado signo suelto / Que en la confusión / Otra vez se encontraría buscando  / Dijo que no hay espacio para tanta tragedia. Me explico, entonces, que  esta falta de espacio afuera, expresada desde el momento de la creación,  es la que amplía hasta el infinito el espacio dentro, disponible para la  proliferación y desarrollo de lo creado, anulando toda posible profundidad, esencia, identidad del autor. La Performance, cuya realización recuerdo haber  visto varias veces y que en este libro está reseñada en cuanto instrucción,  sabe expresar la falta de necesidad de tal atributo autoral; con lo que la  misma voluntad estética posible se ofrece en sacrificio (esto es, auto-inmolarse  en el enigma). Jorge en esto, se sitúa en la línea investigativa de Juan  Luis Martínez en un sentido profundo, y su performance -de alguna forma una de  las artes poéticas consistentes para su programa escritural-, guarda estrecha  relación con la Pequeña cosmogonía práctica en La Nueva Novela (una  especie de arte poética a su vez, una de las páginas más significativas del  libro de Martínez, ya que lleva el nombre de su primer título propuesto),  asumiéndose también acá como punto de partida del problema la conciencia del  deseo.  
          Es  difícil de exagerar la justicia que se hace con esta publicación. Ya no tiene  sentido la falta de comprensión de nuestra sombra de medio literario ante el  trabajo de Jorge Álvarez, si bien entendible en un momento en que en nuestra  historia literaria estaban en plena lucha el señorito satisfecho de la  cultura oficial con el veterano de guerra que recién se empezaba a dar cuenta  de que en la paz no hay premios por cabeza cortada -¡y cuánto tiempo y esfuerzo  haría falta después para asumir una acción de gestión, editorial y crítica que  pudiera al menos pararse en dos pies! Desde esos dos pies de tranco lento de  nuestro hoy literario, que sabe querer ir más allá de lo  literario, es que la escritura de Jorge se puede al fin entender y valorar.