Pero la poesía (…) ha sufrido una división; o, mejor, por un lado tenemos el poema lírico y la elegía, y por otro tenemos la narración de historias: tenemos la novela. Arte poética (Jorge Luis Borges)
La lectura de Diez cuentos + La energía del volcán (2022) de Luis Hachim Lara enfrenta al lector a una pluralidad de sensaciones. No es sólo el tránsito por múltiples problemáticas que nos han aquejado como habitantes de “esta copia feliz del Edén” en las últimas décadas, como la violencia, nuestra relación con la Naturaleza, la memoria y la desmemoria, etc., sino por sobre todo la permanente meditación sobre los engranajes del oficio del escritor (el poietes), la cual, a veces de forma sutil y otras de manera expresa, es transversal a toda la obra.
Quisiera comenzar con una aproximación al plot de los relatos para darle marco a aquello de lo que quisiera reflexionar. El primer relato del volumen, “Qué es un naufragio durante la guerra” constituye la crónica de una derrota, intuyo momentánea, inscrita en el contexto del estallido social y de los avatares de una nueva Carta Magna; en este sentido, el relato pareciera ser un “tirón de orejas” para los ingenuos no familiarizados con el fracaso. Le sigue “Apostadores”, narración pugilística en la que el humor alterna con la incredulidad de un muchacho que descree de los puñetazos de su hermano mayor y, por tanto, de la fortaleza de la primogenitura. Continúa el volumen “Ni gato miau ni perro guau”, pieza que evoca la tradición juglaresca al articular el canto y el cuent(e)o como instrumento de supervivencia. “Cobquecura”, elcuarto relato del catálogo, refiere los misterios de una amistad truncada, sugiriendo una criminalidad subrepticia sobradamente experimentada en no dejar cabos sueltos. “Carta y postdata”, el siguiente relato en la lista, emplea el discurso epistolar para exponer ficcionalmente las apreciaciones de una estudiante de Literatura de Posgrado sobre la escritura de Borges, así como de los principios y rudimentos de la lectura, a la vez que sardónicamente repasa a la “comisaría académica”. El siguiente cuento, “Chacolí y cannabis”, narra las vicisitudes de una madre violentada por los arranques etílicos y canábicos de un patriarcado hoy obsoleto y en vías de extinción, cuya principal señal de agotamiento es la emancipación de la “sujeta” que narra los sucesos. “La energía del volcán”, la “oveja negra” del volumen, le añade una cuota de “polémica” a la colección de relatos, pues invita al lector a preguntarse qué es un cuento, y por extensión, la creación literaria. El asunto de la narración es la exégesis, orientada esta última a deslindar la naturaleza de la ficción y la referencialidad, asumiéndolas como herramientas indistintas en la industria de la producción de conocimiento, pues la imaginación es el nexo que las liga a ambas. Continúa la lista el relato “El padre”, suerte de excepción representacional en el conjunto, pues desafía la causalidad de los cuentos que le preceden y suceden al incorporar la figura fantasmal de un padre desaparecido. Una pieza esencial en el volumen es “El principio del iceberg o Los asesinos”, narración que imbrica la violencia criminal recaída en la mujer a una meditación sobre la lectura como una actividad hermenéutica que es a la vez creativa, memorialística e invectiva. Una hermosa, pero a la vez luctuosa pieza, es “Bajo la lluvia”, relato de una pérdida tras la violencia criminal de la dictadura cívico-militar, pero que centraliza el prisma en la memoria no del testigo integral, como diría Giorgio Agamben, sino del amante/amigo que debe sufrir la vida en el vacío. Cierra la obra el relato “Zombis”, quizás el cuento más críptico del conjunto, y que evoca, sospecho, a aquella especie chilensis que se alimenta de lo poco vivo que va quedando en esta angosta faja de tierra.
Ya ingresando a otra dimensión de los relatos, una preocupación de Luis Hachim desde hace varios años, no sólo en su obra narrativa sino además en instancias académicas y también en los bares, es la que concierne a la “dicotomización” del cantar y el contar como dos instancias que han sido divorciadas del ejercicio crítico a lo largo de los siglos. En efecto, para comprender esta identificación prístina entre el cantar y el contar debemos remontarnos a Homero, quien en La Ilíada y La Odisea era perfectamente consciente de que ambas modalidades de la poiesis eran, en efecto, insumos que debían imbricarse para una transmisión de la experiencia, como lo demuestra la forma lírica versificada que narra, a la vez, la resistencia frente a los muros de la asediada Ilión y del accidentado retorno del laertíada Ulises a su ultrajada Ítaca. Veintiocho siglos más tarde, otro fabulador, también ciego como Homero, pero no nacido en Esmirna sino en Buenos Aires, se propuso deslindar esta disyunción secular y declaró en “El arte de contar historias” (1967) lo que sigue:
[E]s una lástima que la palabra ‘poeta’ haya sido dividida en dos. Pues hoy, cuando hablamos de un poeta, sólo pensamos en alguien que profiere notas líricas y pajariles (…). Mientras que los antiguos, cuando hablaban de un poeta – un ‘hacedor’ –, no lo consideraban únicamente como el emisor de esas elevadas notas líricas, sino también como narrador de historias. Historias en las que podíamos encontrar todas las voces de la humanidad: no sólo lo lírico, lo meditativo, la melancolía, sino también las voces del coraje y la esperanza (Borges 61-62).
Luis Hachim es consciente de la quirúrgica separación crítica de estos siameses poéticos que fueron el cantar y el contar. ¿De qué manera se expresa esto en los relatos del libro que hoy presentamos? Bastan algunos ejemplos. En “Qué es un naufragio durante la guerra” el cronista-corresponsal refiere una experiencia axial de la historia reciente en el marco de las protestas de 2019, a la que incorpora canciones de trinchera como “El pueblo unido jamás serán vencido” o “La exiliada del sur”, entonadas por la turba furibunda y adaptadas a las circunstancias de la contienda. En “Ni gato miau ni perro guau” el juglar que pergeña canciones de Nat King Cole y que cuentea a las embarazadas de la sala de maternidad no hace otra cosa que recuperar la tradición homérica a la que he aludido más arriba. Lo propio realizan los relatos “El padre” y “Bajo la lluvia”, que entrelazan el canto espectral de una letra de Los Beatles a las circunstancias narradas (el primero), y una canción de Bob Dylan a los embates del crimen y los pesares de la memoria (el segundo). En todos estos casos, lo lírico envuelve la experiencia narrada, pues la concisión discursiva no aparece exenta de tropos coligados al humor, pero también a lo elegíaco.
Otra reflexión a la que nos invitan los cuentos que el profesor Hachim presenta hoy es de naturaleza epistémica, o si se prefiere, disciplinaria. Quizás los futuros lectores se pregunten por qué esta obra se titula Diez cuentos + La energía del volcán y no simplemente Once cuentos. En una conversación previa, y aquí revelo una infidencia, la discusión viró hacia el conservadurismo de ciertos lectores que, aun hoy, insisten en el binarismo ficción/realidad o ficción/factualidad. Quizás sea pertinente acá citar una reflexión de Hayden White de hace casi cincuenta años, extraída de su artículo “El texto histórico como artefacto literario” (1974):
La antigua distinción entre ficción e historia, en la que la ficción se concibe como la representación de lo imaginable y la historia como la representación de lo real, debe dejar lugar al reconocimiento de que sólo podemos conocer lo real contrastándolo o asemejándolo a lo imaginable. Concebidas de este modo, las narrativas históricas son estructuras complejas en las que un mundo de experiencia es imaginado como existente bajo, por lo menos, dos modos, uno de los cuales es codificado como ‘real’ y el otro ‘revelado’ como ilusorio en el curso de la narración. Por supuesto, es una ficción del historiador considerar que las distintas situaciones que él constituye como el principio, el nudo y el final de un curso de desarrollo son ‘reales’, y que él meramente ha registrado ‘lo que pasó’ en la transición desde una fase inaugural a una terminal. Pero tanto la situación inicial como la final son inevitablemente construcciones poéticas y, como tales, dependientes de la modalidad del lenguaje figurativo usado para darles coherencia. (cursivas del autor) (White 137).
Si la originalidad del profesor Hachim en sus volúmenes anteriores, y también en éste, es la de recuperar la prístina tradición en la que el cantar y el contar eran una única y sola actividad, también le podemos adjudicar a estos cuentos aquella concepción creativa en la que ficción, entendida ésta como imaginación o “cosa fingida”, comparte estatuto epistémico con el de la referencialidad, pues no se extrañe el lector de que en los cuentos de este volumen las voces narrativas diluyan las fronteras entre lo fingido y lo que recordamos como “cosa realmente acontecida”. En los relatos del profesor Hachim encontramos a un académico que se refugia en la naturaleza sureña para concluir un artículo sobre Estebanico, un esclavo mozárabe que ofició de guía en una de las travesías de Alvar Núñez Cabeza de Vaca durante el siglo XVI. De igual manera, hallamos el testimonio de un sobreviviente al terror dictatorial que debe sufrir en solitario silencio la memoria de Rosetta Pallini, antigua militante del MIR que fue torturada brutalmente por la DINA y que murió en 1975, como consecuencia de los apremios, en Ciudad de México a los 22 años de edad. También encontramos en estos cuentos el relato de un periodista sobre los asesinatos de mujeres en distintos contextos del acontecer nacional, como Mariana Díaz Ricaurte o Francisca Sandoval. Los ejemplos abundan, pero lo que quiero recalcar es que Luis Hachim es enfático en superar las termocéfalas distinciones académicas que sólo entorpecen el ejercicio cognoscitivo de la lectura. Inclusive se permite, como refuerzo de esta opción poética, la inclusión de fotografías e ilustraciones como insumos que forman parte de la dilución entre ficción y referencialidad.
Para ir cerrando, una mención también merece la preocupación constante de Luis Hachim sobre el ejercicio de la lectura. La lectura, según se desprende de esta obra y de otras anteriores, es un ejercicio de orden superior que no sólo depende de la creatividad del receptor o decodificador, sino también del buen fabulador. Con alusiones a Borges, Hemingway o Piglia, Luis Hachim suscribe la tradición de que un cuento consta de dos argumentos, uno falso y otro auténtico, o que todo relato cuenta dos historias, o que siete octavas partes están debajo del agua. En efecto, al narrador corresponderá hallar el argumento auténtico, la segunda historia o las siete octavas partes restantes, pero ejecuto un acto de fe al sostener que los cuentos del libro que hoy presentamos constituyen un notable esfuerzo poético y reflexivo para construir engranajes narrativos que estén a la altura de los mejores lectores. Es el caso de los relatos “Carta y postdata”, “El padre” o “El principio del iceberg o Los asesinos”.
Por último, quisiera enfatizar la atención permanente que el profesor Hachim dedica al ejercicio de lograr la concisión y la brevedad. Decía Borges que era un “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”. Creo que si analizamos las condiciones del presente, en las que los lectores son una especie en extinción, y también tomamos consciencia de que habitamos un país donde el ciudadano de a pie argumenta que no lee porque no tiene tiempo, los cuentos de este volumen se han propuesto pisotear ese fatuo infundio, pues el más extenso de los relatos no supera las cuatro páginas. El primate chilensis neoliberalis que no escatima en desperdiciar una hora viendo una teleserie o dos blasfemando ante un partido de fútbol, encontrará once buenas razones para sonrojarse ante una excusa tan inverosímil. En este sentido, los Diez cuentos + La energía del volcán de mi profesor y amigo Luis Hachim, constituyen una buena noticia, así como un gran homenaje para el viejo Homero.
Luis Hachim Lara, junto a Carlos Hernández Tello durante la presentación del libro.
SECH, 30 de noviembre de 2022
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reminiscencias de Homero y Borges
Por Carlos Hernández Tello