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…se abrirán las grandes alamedas:
Crónica de un despertar anunciado

Carlos Hernández Tello



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El día en que lo iban a matar, el neoliberalismo soñó que el pueblo de Chile seguiría tolerando, ad aeternum, los abusos inherentes a su estructura político-económica: un presidente que alguna vez fue prófugo de la justicia, una cofradía de parlamentarios corruptos e indolentes, una caterva de empresarios enriquecidos inescrupulosamente gracias al sudor y capital ajeno. No obstante, ese plácido sueño neoliberal se trastocó en pesadilla luego de más de cuatro décadas.

***

Dos amigos se reúnen en la Estación Central. Luego del apretón de manos y el abrazo protocolar, se disponen a emprender una larga caminata hacia Plaza Italia. El derrotero es extenso, el calor de la declinante tarde aún apremia, pero la ruta se torna placentera gracias al comercio ambulante que les ofrece una cerveza bien helada, un pañuelo con algún grabado emblemático para sortear el flagelo de las lacrimógenas, una bandera con las efigies de los próceres que murieron por una sociedad más justa. La gente avanza con tranquilidad pero a paso firme. El andar de los amigos es acompañado por el canto de Víctor Jara, proyectado gracias a los altavoces de un amplificador portátil: “Yo no canto por cantar, ni por tener buena voz, canto porque la guitarra tiene sentido y razón…”, “Aprieto firme mi mano y hundo el arado en la tierra, hace años que llevo en ella, cómo no estar agotado…”, “Ven, ven, conmigo ven, vamos por ancho camino, nacerá un nuevo destino, ven…”, entre muchas otras.

No hay aglomeraciones que permitan aseverar la existencia de una marcha, pero paulatinamente empiezan a aparecer los primeros indicios. Una tímida barricada que obstaculiza el paso de una pista de la Alameda permite que la muchedumbre, tras los cientos de pasos que hay de distancia entre la Estación y Los Héroes, empiece a posicionarse en la calzada. Una vez que los amigos arriban a la Estación Moneda se puede afirmar que los miles de chilenos se han asentado en la calzada sur de la Alameda. A la izquierda de los camaradas, el Palacio de La Moneda reluce sus cáscaras que, tras semanas de movilizaciones, comienzan a descascararse. El símbolo de la democracia chilena se vuelve cada vez menos simbólico, pues intenta sumergir en el olvido un bastión en llamas alimentadas por los misiles Sura: ¿hay memoria o no hay memoria? Los gritos y cánticos de los miles de chilenos, entre los que se pierden los dos amigos, afirman desgañitados que sí, ¡sí hay memoria!, y que también persiste la dignidad.

Los amigos caminan en paz, enarbolando sus banderas, cantando sus canciones. El pueblo de Chile camina con ellos y ellos caminan con el pueblo. Se funden en una plegaria que prorrumpe al unísono: ¡Basta de abusos! ¡Basta de violencia estatal! ¡Basta de meternos las manos en los bolsillos! ¡Basta de privatizar nuestras necesidades mínimas: salud, educación, vejez! El establishment, con un desparpajo que irritaría hasta al más pacifista, argumenta que este estallido social es anómalo para un país que es un oasis en América Latina; argumentan que no lo vieron venir y piden disculpas por su falta de previsión. Los amigos, que algo tienen de ilustrados, se miran a los ojos y concluyen lo obvio: “Pero si desde hace más de cuarenta años que historiadores, economistas, sociólogos, periodistas, literatos, abogados, etc., vienen anunciando la debacle del modelo, los abusos del modelo, los saqueos del modelo, la resistencia al modelo”. Pero no lo vieron venir, argumentan.

Los amigos continúan su ruta. Los miles que los secundan y este par que secunda a miles caminan en paz, con una inexorable sonrisa que se proyecta a los demás. Llegan al GAM: las lacrimógenas los detienen intempestivamente. “¡Hay que llegar a Plaza Italia!”, le dice el más valiente y consecuente de los amigos al más timorato y miope camarada. “¡Agáchate! ¡Si corremos cincuenta metros estamos al otro lado!”. Y corrieron. Toman el último sorbo de cerveza, respiran profundamente y corren. Misión cumplida. Llegaron a Plaza Italia…, con los ojos hecho bolsa pero llegaron: una pequeña victoria. Cánticos, júbilo, pancartas, banderas chilenas y banderas del pueblo mapuche. Un balón de fútbol por los aires. Una merecida cerveza. Una extensa y sentida conversación entre los amigos que presenciaron algo histórico: la solidaridad del joven que rociaba con agua bicarbonatada los ojos enrojecidos de manifestantes desconocidos, sus compatriotas; el desprendimiento de un conciudadano que les ofrecía un cigarro u otra cerveza. La solidaridad de antaño. “No éramos tan individualistas”, reflexionan. De eso conversan, de lo histórica que es esta experiencia. Ahora les toca el camino de retorno. Caminan por Ramón Carnicer. Emprenden un extraño meandro por calles aledañas. Culminan su ruta en alguna esquina de Avenida Matta. Escuchan música chilena. Conversan con un señor que dice ser un ex preso político. Se toman fotos. El señor sigue su caminata. Los amigos se despiden. Uno camina hacia Macul y el otro hacia Panamericana. Este último recuerda unas palabras de Allende:

De ahí entonces que yo piense que es justo aquel anhelo que habla del hombre del siglo XXI: un hombre con una concepción diferente, con un nivel de valores distinto, un hombre que no sea movilizado esencialmente y fundamentalmente por el dinero, un hombre que entienda que hay por suerte otra medida, en donde la inteligencia del hombre pueda desatar su gran fuerza creadora. Es decir, tengo confianza en el hombre, pero en el hombre humanizado, para que vea en el hombre el hermano, y no el hombre que vive de la explotación de otro hombre.

¿Se abrirán las grandes alamedas? Todo indica que el sueño sigue en pie.

Noviembre de 2019.



 

 

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…se abrirán las grandes alamedas: Crónica de un despertar anunciado.
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