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El invasor de Sergio Missana:
verdad y justicia,  sus posibilidades de representación literaria

Por Carlos Hernández Tello

 


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Así camina por la calle este cementerio
humano, brillando bajo el sol de la mañana
con tanto metal en las vestimentas.
Historia secreta de Chile. Jorge Baradit.

La novela El invasor (1997) de Sergio Missana complementa una tradición de relatos que, desde momentos históricos distintos y por medio de procedimientos narrativos heterogéneos, han emprendido la tarea de representar los hechos de violencia perpetrados sobre los obreros del salitre. Hijo del salitre (1952) de Volodia Teitelboim, Martes tristes (1983) de Francisco Simón Rivas, Actas de Marusia (1993) de Patricio Manns o Santa María de las flores negras (2002) de Hernán Rivera Letelier, son ejemplos señeros de esta tradición a la que hacemos referencia. Dado que en todas estas novelas el crimen del que es víctima un grupo humano será el eje central del relato, nos parece revelador proponer una lectura que indague en las posibilidades de representación de la verdad y la justicia en perspectiva de cómo estas operaciones adquieren presencia en las condiciones histórico-culturales del presente. En este sentido, en estas breves reflexiones indagaremos en las modalidades poéticas en que se representa el hecho de la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique en 1907, a la vez que intentaremos inquirir en cómo tal episodio permite ejecutar un diagnóstico de la sociedad chilena finisecular.

Antes de ingresar al examen de la obra, conviene precisar el aporte de dos ejercicios críticos sobre la novela que abren eficientemente el camino para desplegar nuestra reflexión. El primero de ellos es “Diferir, distanciar” (s.f.), reseña de la escritora Diamela Eltit, quien propone que en la novela de Missana hay “Una atmósfera en la cual incluso el tiempo histórico se pone en jaque porque el contexto histórico específico de la novela -la masacre de la escuela Santa María - puede extenderse hasta volverse equivalente a cualquier irregularidad producida en una diversidad de tiempos históricos. El dilema entre verdad, justicia y burocracia se hace atemporal y móvil” (Eltit, sin paginación). En efecto, la novela articula un relato en el que el cuerpo desaparecido de Manuel Vaca es el núcleo que catapulta el accionar de Antonio Ramón[1]. Este hecho inicial permitirá el trabajo de pesquisa que emprende el medio hermano de Vaca, labor que lo pondrá en contacto con distintos escenarios, sujetos y relatos sobre los sucesos de diciembre de 1907. Así, la búsqueda de Vaca desembocará en el vehemente deseo de justicia, y por extensión, la construcción de una memoria colectiva que trascienda la anhelada indagatoria personal. Otro caso de ejercicio crítico que nos parece pertinente mencionar es el que realiza Ignacio Álvarez en “Tres modalidades de alegoría nacional en las narraciones chilenas del noventa y el dos mil” (2012), trabajo que categoriza la novela de Missana como una “alegoría temporal”, cuya “función simbólica tiene poco que ver con el pretérito al que aluden y mucho con los aspectos actuales de la construcción histórica que proponen. En cuanto alegorías nacionales, e independientemente de los contenidos que movilicen, interesan por la contingencia de sus procedimientos historicistas, cuya aplicación más obvia en el presente – aunque no la única – es la elaboración del duelo dictatorial. Esta modalidad puede ilustrarse de modo muy claro con El invasor…”[2] (Sic) (Álvarez 22). De modo distinto a como lo plantea Eltit, Álvarez establece una categoría que permite leer la novela de Missana en clave presente, vale decir, El invasor se refiere a un crimen, articula un relato vinculado al drama de los desaparecidos y los procesos inoperantes de un sistema burocrático que, aun hoy, no logra satisfacer los anhelos de justicia de los familiares de quienes perdieron a sus seres amados durante la dictadura militar de Pinochet. En síntesis, y para complementar los aportes de Eltit y Álvarez, en adelante abordaremos las posibilidades de representación de estos problemas en la novela de Missana.

Para una estudiosa como Antonia Viú, tanto el relato histórico como el literario obedecen a los parámetros de la representación. Entre sus rasgos procedimentales, puede aseverarse que la representación es tributaria de variados mecanismos de articulación interdependientes. Por asuntos de espacio, nos limitaremos acá a dos de ellos. El primero de éstos es la selección de los hechos del pasado que conformarán parte del constructo narrativo:

En un primer momento el historiador [entiéndase también el novelista] representaría al elegir las fuentes y documentos con los que trabajará por los datos que aportan y por la garantía de veracidad que le ofrecen. Esto significa que el pasado no ingresará al texto historiográfico tal y como ocurrió, sino recortado, encuadrado como una foto en la que junto con la opción de seleccionar un fragmento de la realidad, se elige excluir todo lo que no formará parte de la composición. Ambas opciones, incluir y excluir, serán significativas en la imagen del pasado que surja y por eso podríamos ubicar aquí un primer nivel de la representación” (Viú 51).

El proceso selectivo que sustenta el proyecto poético de El invasor es particularmente interesante porque reconstruye desde el presente un hecho que acaeció, al momento de la publicación de la novela, prácticamente hace un siglo. El fragmento de realidad seleccionado es, evidentemente, la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique. Ahora bien, en el caso de la novela, y a diferencia de un texto como Santa María de las flores negras, el cual abarcará desde los inicios de la huelga hasta la perpetración del crimen y la derrota definitiva de su protagonista, en El invasor el marco narrativo obedece a cuatro núcleos argumentales que ofrecemos acá cronológicamente: (1) la revelación de Antonio Ramón, por medio de unos árabes, de que existe un individuo llamado Manuel Vaca y que es muy parecido a él, hecho que temporalmente sucede en 1901; (2) La búsqueda del hermano efectuada por Ramón, lo que lo lleva a viajar desde Mendoza a Iquique, atravesando la Cordillera de Los Andes y el desierto, sucesos que transcurren en 1908; (3) el intento de asesinato de Silva Renard a manos de Ramón como respuesta a una venganza de raigambre filial, episodio ocurrido en 1914; (4) el juicio y encarcelamiento de Ramón por las autoridades de la época, cuya defensa queda relegada a un abogado que da cuenta del proceso a través de una correspondencia con su “Estimado colega”, y que, finalmente, se nos presenta inerme ante el aparato burocrático del Estado, proceso que transcurre en 1917. Estos núcleos narrativos constituyen el marco seleccionado en la novela, los cuales permitirán establecer las correspondencias históricas entre el pasado representado-seleccionado y un presente en el que la búsqueda infructuosa de muchos cuerpos de detenidos desaparecidos se estrella de bruces contra un sistema legislativo que ostenta un modus operandi incapaz de reparar el daño del grupo humano afectado. Asimismo, tales núcleos narrativos nos recuerdan que las posibilidades de representar un hecho “tal y como ocurrió” son nulas, en la medida en que el retazo de la experiencia organizado narrativamente siempre alude a una parcialidad ineluctable.

El segundo mecanismo representacional que propone Viú es el de la coherencia, es decir, la asignación de un orden al material seleccionado en la primera fase de la representación. En palabras de Viú, “La coherencia, este añadido que el historiador [el novelista] agrega a la realidad, implica una significación y por lo tanto estaríamos en un ámbito ajeno a la realidad y propio de la representación” (52). Si asociamos lo anterior a la novela de Missana, observamos que los cuatro núcleos argumentales que consignamos en un primer nivel, en el plano de la coherencia adquieren una reubicación en el entramado narrativo. Inicialmente, en la primera parte de la novela el narrador señala: “Empezó a repetir en su mente el nombre del general, como un conjuro. Al fin y al cabo, pensó, había aprendido a odiar ese nombre mucho antes de tener que asociarlo a la figura orgullosa y cansada del viejo” (Missana 10). Esta aclaración, temporalmente situada en 1914, permite sospechar las intenciones de un sujeto anónimo en relación al general ambiguamente mentado. La voz narrativa es heterodiegética-extradiegética, la que, siendo omnisciente, no proporciona nombres ni intenciones claras. De todos modos, nos sitúa en un espacio de relativa verdad en cuanto el intento de asesinato efectivamente tuvo lugar en un momento histórico específico. En segundo lugar, el mismo narrador comienza a graduar la información y traslada al lector a 1901 para revelarnos la identidad de dos sujetos (Manuel y Antonio) que, sin conocer aún su participación en el relato posterior, ya permite colegir que serán caracteres relevantes en el relato: “ ¿Cómo te va, Manuel?’ (…) ‘No soy Manuel’ (…) ‘Usted se le parece mucho, es increíble’” (18-19). Es este el momento en que Ramón intuye la existencia de un hermano e inicia la primera búsqueda que se nos revelará en la cuarta parte de la novela. En un tercer momento, la novela transita a 1908, momento en que Ramón empieza la segunda búsqueda de su hermano, atraviesa Los Andes y el desierto para llegar luego a Iquique. El narrador sigue obedeciendo a patrones similares al de las dos primeras partes, pero en este caso se incorpora la voz testimonial de Ángel Barceló, sujeto que presenció de manera indirecta la masacre de Iquique y que revela a Ramón algunos hechos que le permitirán intuir el destino aciago de su hermano: “Yo estuve hace algunos años asociado con el grupo que organizó la huelga – dijo -, con Olea y Brigg y la gente de la Mancomunal Obrera. Por eso estuve en Iquique” (81). Y luego agregará: “Si usted hubiera estado allí, amigo, no lo habría podido creer. Parecía una ciudad sitiada. El puerto estaba paralizado, ya que los gremios iquiqueños se habían sumado al paro, y los negocios cerrados por temor a que los intrusos decidieran entregarse en el algún momento al saqueo o la violencia. Pero no ocurrió nada de eso; los obreros se dedicaban a desfilar silenciosamente, en grupos cerrados, por las calles” (83). El extenso testimonio de Barceló (p. 70 a 96) revela la perspectiva del testigo y añade una nueva versión para la reconstitución del hecho. Sin embargo, donde podemos encontrar una reflexión mucho más acuciosa de los mecanismos representacionales es en la cuarta parte de la novela, la cual se instala temporalmente en 1917. El dispositivo discursivo primario en este momento del relato es la epístola. Por medio de ella, el abogado emisor da cuenta a un destinatario ausente del proceso legal en el que se encuentra inmerso Antonio Ramón. Su extenso informe recaba en los mecanismos institucionales de construcción de una verdad. Citamos como ejemplo uno de ellos, el informe al Gobierno emitido por Silva Renard luego de la Matanza de la Escuela Santa María, que según consigna la novela data del 22 de diciembre de 1907: “El fuego no duró sino segundos, pero el efecto fue inmediato para contener el movimiento y rendir a los huelguistas. A este fuego debe atribuirse el crecido número de bajas. Esta es la relación exacta de los luctuosos sucesos ocurridos ayer… El infrascrito lamenta lo doloroso del resultado, del cual son responsables únicamente los agitadores que, ambiciosos de popularidad y dominio, arrastran al pueblo a situaciones violentas, contrarias al orden social… ” (Sic) (162-163). Como puede constatarse, el informe del “infrascrito” sustenta un discurso que se muestra a todas luces administrador de una verdad unívoca. La frase “relación exacta” alude precisamente a esa adjudicación epistémica unilateral de lo ocurrido. A esto se suma “el crecido número de bajas”, dato que el narrador de la cuarta parte no tarda en cuestionar: “La historia de que hubo disparos por parte de los obreros nunca ha sido confirmada, ni siquiera defendida con mucha fuerza por el mismo autor de esas líneas” (163). De este modo, por medio del cruce de múltiples dispositivos discursivos[3] que enuncian divergentes versiones sobre los hechos - entre los que figuran el relato de Antonio Ramón, el testimonio de Barceló (referido por Ramón al abogado), la crónica aparecida en Las Últimas Noticias (titulada “Alevoso y cobarde atentado criminal”), los informes de Silva Renard - el narrador intenta reconstruir los hechos referidos al episodio del atentado a Silva Renard y la Matanza de la Escuela Santa María, propósito que se ve mermado por la imposición violenta de una versión hegemónica de la verdad y la justicia, problema que dicho narrador pretende corregir cuando éste, hacia el final de la novela, anuncia la escritura de un ensayo en el que pretende dejar acta de lo acaecido con Ramón. De paso, el relato de este narrador realiza un guiño a los hechos de violencia de la fase dictatorial en Chile, a la vez que propone una reflexión histórico-cultural que da respuesta a los problemas de la verdad y la justicia en la etapa de la postdictadura.

El examen de las posibilidades representacionales de la verdad y la justicia en El invasor nos permite ingresar al complejo territorio de las construcciones literarias de la realidad presente en Chile. En una sociedad en la que, al parecer, el capitalismo se ha instalado de manera definitiva, la lectura de obras como la de Missana facilita el acceso a un espacio reflexivo que torna plausible el examen de hechos del pasado para explicar las condiciones histórico-culturales de nuestro sistema presente, a la vez que diagnostican un panorama desolador: en materia de verdad y justicia en relación a los crímenes, la gestión judicial del Chile actual no dista mucho de las que ostentaba el país hace casi un siglo. En este marco, uno de los cambios en los contenidos de la identidad nacional propuestos por Jorge Larraín adquiere notable vigencia en nuestra propuesta:

La persistencia del tema de los derechos humanos en la sociedad chilena postdictadura es un hecho remarcable precisamente porque con la llegada de la democracia y la estrategia concertacionista de gobernar con un mínimo de roces con las fuerzas armadas, existía sin duda una tendencia fuerte en el sistema para bajarle el perfil a los reclamos de los familiares de detenidos-desaparecidos y de las víctimas de otras vejaciones. A esto se unía también una actitud más bien cautelosa y restrictiva de los tribunales de justicia (Larraín 157).

En consecuencia, las modalidades representacionales que ofrece la novela de Missana se autoimponen precisamente el problema al que se refiere Larraín, y como puede extraerse de su reflexión, en el Chile del siglo XXI aún hay muchos sujetos como Antonio Ramón que esperan, encarcelados en el solitario cuarto de la esperanza, el esclarecimiento de la verdad, la aparición de un cuerpo y la consecución de la justicia.

 

 

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Notas


[1] El episodio que protagoniza Antonio Ramón, es decir, la búsqueda de su medio hermano y el postrer intento de asesinato del General de Brigada Roberto Silva Renard, ha sido objeto de ulteriores representaciones literarias e historiográficas. Citamos los casos de Santa María de las flores negras de Hernán Rivera Letelier (p. 266 y ss.) y del libro recientemente publicado Historia secreta de Chile (2015) de Jorge Baradit, específicamente la sección “Quién mató a Silva Renard, el general de la masacre de la Escuela Santa María”.

[2] Modalidades similares son las que ofrecen Fernando Moreno y Antonia Viú para referirse a ciertas novelas que narran hechos históricos. El primero observa, en relación a las novelas históricas de la dictadura y la postdictadura: “Por una parte, los textos se vuelcan hacia el pasado inmediato, hacia la dictadura, “su escuela” y sus secuelas; por otra, hacia un pasado más o menos lejano, hacia períodos fundacionales o significativos de la historia chilena. Finalmente, hay textos que engarzan presente y pretérito, restableciendo vínculos y desplegando significaciones que señalan y establecen las posibles lecciones de la historia y advierten sobre la necesidad de recurrir al recorrido para hacer o rehacer el camino” (Moreno 80). En el caso de la novela de Missana, ésta pertenecería a la tercera modalidad. Por su parte, y bajo la mirada teórica de Viú, El invasor podría ser leída como una “semblanza”: “Existe [una] categoría de novelas cuya definición como ficción histórica resulta más difícil, ya que en ella los hechos del pasado aparecen difumados a tal punto que la alusión se hace ambigua. Si bien es posible identificar las trazas de un evento histórico determinado e incluso existen indicios temporales y espaciales que parecen delimitarlo, el relato se construye sobre una red de elementos más alegóricos que históricos. Al definir este tipo de ficción, la semblanza tiene el valor de evocar mediante la semejanza, de aludir sin referir concretamente, de diluir los contornos logrando cierto aspecto de vaguedad y lejanía” (Viú 170). Siguiendo esta lógica de representación, los hechos narrados en El invasor evocan una realidad y con ello establecen una semejanza, concretamente con las prácticas de verdad y justicia en la fase postdictatorial.

[3] Esta armazón quiasmática del enunciado literario permite introducir otra categoría relevante para explicar la naturaleza de la novela que estamos examinando. Nos referimos al concepto de “novela híbrida” propuesto por Macarena Areco, formato en el que “la Historia aparece como otra escritura, que selecciona y reordena los hechos según una lógica siempre parcial e insuficiente, con lo que se apunta a los vacíos de la representación más que a explicaciones totalizadoras (…). Por otra parte, en la novela híbrida también están presentes formas discursivas en las fronteras de lo literario, entre ellas el testimonio, la enciclopedia y los textos periodísticos” (Areco 83-84). Coincidentemente con nuestra propuesta, Areco se refiere a los rasgos de la representación que hemos articulado acá para explicar los procedimientos poéticos de El invasor. De igual manera, alude a la parcialidad inherente de tales mecanismos que emplean dispositivos diversos para el abordaje de los hechos del pasado. En este sentido, y como lo agregará posteriormente Areco en sus reflexiones, estas modalidades discursivas se emplearán en la novela híbrida para una finalidad distinta de la que los distingue como géneros, y concretamente en El invasor, para cuestionar las versiones de la verdad y la justicia impuestas por los sujetos hegemónicos.

 

 

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Bibliografía

- Álvarez, Ignacio. “Tres modalidades de alegoría nacional en las narraciones chilenas del noventa y el dos mil”. Taller de Letras 51 (noviembre de 2012): 11-31.

- Areco, Macarena. “Tiempos de hibridez”. Cartografía de la novela chilena reciente. Realismos, experimentalismos y subgéneros. Santiago: Ceibo, 2015.

- Baradit, Jorge. “Quién mató a Silva Renard, el general de la masacre de la Escuela Santa María”. Historia secreta de Chile. Santiago: Sudamericana, 2015.

- Eltit, Diamela. “Diferir, distanciar” (s.f.). Sitio web visitado el 30 de septiembre de 2015 y disponible en http://letras.s5.com/delt200814.html.

- Larraín, Jorge. “La identidad chilena 30 años después”. ¿América Latina moderna? Globalización e identidad. Santiago: LOM, 2011.

- Missana, Sergio. El invasor. Santiago: Planeta, 1997.

- Moreno, Fernando. “Novelar y revelar la Historia”. Revista de estudios iberoamericanos. 2 (2005): 78-84.

- Rivera Letelier, Hernán. Santa María de las flores negras. Santiago: Alfaguara, 2013

- Viú, Antonia. Imaginar el pasado, decir el presente. La novela histórica chilena (1985 – 2003). Santiago: RIL Editores, 2007.



 


 

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