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La Edad de Oro (1889) de José Martí: la reforma educativa que
necesitamos lleva 126 años en un baúl

Por Carlos Hernández Tello

 


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El gobierno actual ha iniciado un proceso de reforma en la educación que sufre cuestionamientos todos los días: las posibles soluciones al lucro, el co-pago, “una educación de calidad[1]”, entre otras necesidades. Éstas me parecen relevantes, sin duda, pero tengo la sospecha de que mientras el eje de acción de las políticas del gobierno de turno siga siendo un tema netamente económico, la educación de “esta copia feliz del Edén” seguirá estando a la deriva.

Mencionaba la indeterminación que me produce la tesis de que en Chile la educación es de mala calidad. Le ha dado vueltas al tema durante un largo tiempo y creo que la respuesta se encuentra en el sistema curricular vigente y en la evaluación. Como soy Profesor de Castellano y mi conocimiento es sólo literario, me resulta más sencillo ejemplificar este problema desde mi área, aunque quizás estas reflexiones podrían ser útiles a los colegas de otros subsectores, pues si algo he comprobado en estos últimos años, es que el conocimiento no es patrimonio de una disciplina, sino que todas, por medio de distintos métodos, se aproximan a los fenómenos de la realidad.

Hace casi 126 años, el escritor cubano José Martí, cuyo nombre es curiosamente muy conocido en el circuito cultural latinoamericano, pero contradictoria e intencionalmente eludido, inició la publicación de una serie breve de textos denominados La Edad de Oro, los cuales posteriormente conformarían un libro llamado del mismo modo. La obra La Edad de Oro puede ser entendida hoy como el proyecto educativo de finales del siglo XIX, aunque su propuesta es perfectamente replicable en nuestro medio, pues alude a una concepción del conocimiento que se cimienta desde la niñez[2], etapa en la que para Martí el hombre puede diseñar su propio pensamiento. Así se infiere del prefacio dedicado “A los niños que lean La Edad de Oro”: “Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros”. Pero por sobre todo, se percibe en las páginas de este libro un elemento que no se distingue en nuestro marco curricular nacional; me refiero a lo que etimológicamente designa la palabra “filosofía”, el amor al conocimiento: “Todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas. Les vamos a decir cómo está hecho el mundo: les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora. Para eso se publica La Edad de Oro: para que los niños americanos sepan cómo se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las demás tierras”.

Los fragmentos citados esbozan el proyecto, pues los cuatro números de La Edad de Oro que se alcanzaron a publicar versan sobre temáticas muy heterogéneas: además de adaptaciones de cuentos franceses, cuentos y poemas del propio Martí, se incluyen artículos de diferentes áreas del conocimiento, como “La historia del hombre contada por sus casas” (breve pero nutrido escrito sobre cómo las viviendas de muchas culturas, a pesar de ser tan diversas, nos revelan los elementos comunes del ser humano, como el temor a lo desconocido, la necesidad de una religiosidad, la adaptación perentoria al entorno, el amor a la libertad, etc.), o “Músicos, poetas y pintores”, “La Exposición en París”, “El Padre Las Casas” o “La Galería de las Máquinas”, este último verdadera síntesis del advenimiento del avance técnico y del complejo engranaje que lo constituye. Estos artículos, que se refieren a temáticas diríamos a priori “de adultos”, están redactados en un lenguaje sencillo, asequible y con una ternura ligera que hace que para los niños este conocimiento sea perfectamente aprehensible. Pero por sobre todo destaca lo que se colige en cada uno de los textos que integran este volumen: la tolerancia a la diversidad, el respeto hacia el otro que es distinto a mí, ni mejor ni peor, sólo diferente y por eso mismo valiosísimo, pues en esa diferencia reside una verdad que puede explicar muchos de los problemas que yo como sujeto tengo y que mi propia cultura no ha podido explicar. Este abogar por el amor a lo diverso, lo que se traduce en definitiva en un deseo vehemente de la libertad, Martí lo explica en los siguientes términos: “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía (…). El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez”.

Como era de esperarse, este proyecto no prosperó y sólo se mantuvo en órbita durante cuatro meses, desde julio a octubre de 1889. Según lo declara el propio Martí a un amigo, el editor de La Edad de Oro, A. Dacosta Gómez, pretendía que en los textos se hablase “‘del temor de Dios’, y que el nombre de Dios, y no la tolerancia y el espíritu divino, estuviera en todos los artículos e historias. ¿Qué se ha de fundar así en tierras tan trabajadas por la intransigencia como las nuestras?”. Este es el proyecto educativo que lleva 126 años en el baúl del olvido, una propuesta surgida desde nuestras propias mentes pensantes, no de la manoseada bibliografía gringa y española que atiborra las referencias especializadas de los amanuenses ministeriales. Decía al comienzo que el problema de la calidad de la educación en Chile es curricular y evaluativo, y sólo me he referido a lo curricular. Supongo que el segundo problema da para otro escrito. Prefiero quedarme en estas anotaciones con la idea de sacarle el polvo a la idea martiana de una educación tolerante y que preconiza ante todo el amor al saber, al pensamiento propio y a la libertad. 

C.H.T.
2015

[1] Sigo sin entender a qué se refiere esa petición; no sé si alude a que los profesores no manejan su disciplina, o si el curriculum establecido y sus ajustes es deficiente, o si los colegios y universidades no ponen el foco donde es debido.

[2] De ahí el título del proyecto, pues la niñez es para este autor la edad dorada en la que el hombre se constituye como un ser libre y autónomo.

 

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