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Tres cuentos para empezar

Carlos Hernández Tello


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DD.DD.

A Jéssica

“Se busca este perrito. Su familia lo espera. Responde al nombre de… Llamar a los números… Recompensa de $100.000…”, para el alma caritativa que lo busque y lo lleve a su hogar, para el angustiado que ya no aguanta los deseos de fumarse un pito, para el delincuente que quiere por un momento dejar de serlo, para el hambriento que hace semanas quiere tomar choca; no pude dejar de pensar en esas múltiples posibilidades cuando vi el cartel con la foto del perrito. La joven que lo busca, cuyos recuerdos con el can datan de la infancia, no se hace a la idea de que, por caliente, el canino categoría sénior de sus primeros años haya partido enredado en una jauría detrás de una perra que les movía coquetamente la cola a todos. Eso dicen los testimonios de quienes lo vieron y la joven no se hace a la idea.

La búsqueda ha sido incansable y los días han pasado. La esperanza se agota. Las lágrimas se asoman en los ojos de esta joven. “Era un miembro más de la familia”, clama en la mesa de la cena junto a sus padres, hermanos y amigos. “Tantos años limpiándole los meados, recogiéndole la caca, sacándole las garrapatas, bañándolo, asistiéndolo en sus enfermedades, curándolo de las golpizas de otros perros del barrio”. Después de esto, una declaración que me dejó pensando mientras revolvía el café que suelo tomar de bajativo: “Si sólo supiéramos qué le pasó, aunque esté muerto, pero al menos saber, poder ver su cuerpo y enterrarlo en el patio junto a su manta regalona. Al menos saber”. Extraño paralelo. No pude evitar pensar en los últimos treinta o cuarenta años y en aquella similar zozobra.

 

 

Anticapitalismo

A C.H.G.

Mi padre es comerciante en ferias libres. Yo soy un estudiante de literatura y a veces escribo sobre lo que leo, más por obligación que por placer, aunque para ser justos, de vez en cuando experimento el placer masoquista de escribir cosas que sé que nadie leerá. En ese sentido, el trabajo de mi padre es práctico, ya que lo que vende resuelve problemas cotidianos de la gente, en cambio, lo que yo pienso es abstracto, pues sé que no resuelve ni siquiera los problemas metafísicos de las personas.

Mi padre ayuda a la gente, les hace favores, les baja los precios, ayuda a las viejitas mendicantes que a pesar de su deterioro salen a la feria a vender cualquier chuchería, despotrica contra los acidiosos adolescentes, jóvenes o adultos que pudiendo trabajar prefieren pedir plata. Mi padre siente orgullo por su hijo estudiante de literatura que escribe cosas que nadie lee y que publicó hace un tiempo un libro sobre los libros que ha leído. Imagínense lo inútil de mi oficio y de su orgullo: muy pocos leen literatura, para qué decir cuántos leen libros que comenten sobre literatura.

Tengo problemas para llegar a fin de mes y mi padre es comerciante de productos de primera necesidad. Supongo que no tendré que insistir en las veces que me ha tendido la mano. Como yo soy un incipiente escritor y mi padre vende cosas y a la vez siente orgullo de su hijo literato al que todos los meses, desde el día cinco en adelante, le falta la plata; y como mi padre, a raíz de ese orgullo, me compra copias de mi libro y se los regala a sus clientes o conocidos, hicimos un trato: dos libros por unas cajas de detergente, un paquete de papel higiénico, dos bebidas, unos desinfectantes, aceite, azúcar y conservas. Creo que quedé al debe, siempre quedo al debe con él, pero ambos ganamos algo.

 

 

Selección natural

Cuánto faltará. Tengo que seguir. El trabajo, las cuentas, la mensualidad del colegio de Pablo, el encargo de la Claudia, no se me puede olvidar el trámite de la postulación, el paseo del perro… Su mente es un río después de la lluvia, en realidad su pensamiento siempre es un río después de la lluvia cuando sale a correr sus tres dosis semanales de sufrientes trotes por el parque, cercado de frondosos y vetustos árboles. Las mariposas despliegan su vuelo parkinsoniano y acompañan su saludable periplo: blancas y naranjinegras, sobre todo estas últimas. Al ser humano le gusta sufrir: para qué negarlo, el hedonismo del absurdo me mueve a seguir. Le faltan seis vueltas todavía a su circuito del parque. ¡Cuidado! Un mojón de perro. ¡Un hoyo, mi tobillo, por la mierda! Sólo cinco vueltas más. Me gusta esta canción de Molotov, “¡Voto latino, para la igualdad de razas!” Sería lindo un plebiscito bolivariano para esa causa, aunque honestamente la clase mestiza aria de este Orbis Tertius nos ha enseñado que siempre hay unos más iguales que otros. Mariposas blancas y naranjinegras adornan su camino, se posan en el pasto, sobrevuelan su andar.

Fluyen las canciones, las ideas se entrecruzan. El cansancio lo doblega. “Una eternidad esperé este instante, y no lo dejaré” Le gusta esa canción de Soda, ojalá que el aleatorio la reproduzca en el preciso instante en que termine el circuito. Una lepidóptera naranjinegra escolta, peligrosamente cercana a su rostro, el avance de sus tambaleantes piernas. ¡Tres vueltas más! Tengo que llamar a mi jefe para lo de la carta de recomendación. Anotado en el perjuro e indeleble archivo de la memoria. El jadeo ahora es mayor y necesita abrir más la boca para respirar. La riesgosa e intrusa naranjinegra ingresa a su cavidad bucal. ¡Bicho de mierda! La escupe, la pisotea, sigue su marcha. No se me puede olvidar llamar a mi jefe. ¡Última vuelta!



 



 

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