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Dúo de libros
Sobre tabula rasa y Sumario de Cristóbal Joannon
Felipe Eugenio Poblete Rivera
Texto primeramente publicado en "La Calle Passy 061"
http://lacallepassy061.blogspot.com/
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Considero bastante común que un poeta reniegue de sus publicaciones. En una ocasión escuché a alguno referirse a su primer libro como "mi hijo no reconocido" y a otro exclamar "¡no, ese no vale!" o bien, al recordarle —a otro— algún poema o verso de un libro publicado tiempo atrás, confesar un "pero esos son tiempos pasados", con una voz lenta y ceremoniosa. O el clásico "mi mejor libro es lo que publiqué ahora último", tan decisivo y tan poco duradero a un tiempo.
Resulta entendible, entonces (aunque no necesariamente compartible), que los dos últimos libros de poesía de Cristóbal Joannon (Santiago, 1974), ambos bajo el sello que coordina Adán Méndez (1967), Ediciones Tácitas, estén no sólo en discontinuidad con la poética de sus publicaciones anteriores, sino que además, ni siquiera las consigne, como suele ser común, en una de las solapas, junto al manojo de pistas de la biografía del autor. Bueno, ni lo uno ni lo otro. En tabula rasa (2005), en la solapa sólo se anuncian los datos de la imagen de la portada, y en Sumario (2011), nada de nada, únicamente el blanco del material, la portada no exhibe siquiera una pequeño dibujo, como es usual en el diseño de esa potente editorial.
Investigando un poco, aunque sin mayor profundidad ni ahínco, me encuentro con la antología Diecinueve (J.C. Saez editor, 2006), gracias a la cual tuve noticia de dos publicaciones previas de este autor. La primera se titula La bicicleta y la pipa (Express, 1996), seguida de Cuaderno (Kalumet, 1998). Pero si en el libro siguiente, publicado siete años más tarde, no se consignan los trabajos que lo preceden, y ya el título establece una radical abolición de toda su obra previa (cuando no del "todo anterior", tal como promovieron los dadaístas hace un siglo), bueno, entonces comencemos de cero, convengamos con esa ilusión. Un narrador coetáneo a Joannon, dice por ahí en su libro de ensayos "vivir es hacer continuamente tabula rasa". Tal vez algo de esa hipótesis resuena aún en el origen de estos dos libros más recientes, "recientes", digo.
Sobre tabula rasa, no es difícil notar el tono, dar con el timbre, el ritmo, que bien gana el epíteto de prosaico, en el buen sentido. Muchas veces camuflado en una estructura de estrofas (casi siempre de cuartetos), pero, que en términos métricos, están distantes al acento interno que ese tamaño de verso demanda. Sin embargo, varios de los poemas del libro están cargados de una vitalidad inmensa, apasionada, desgarradora en ciertas zonas y en otras muy helada, casi cruel. Un libro lleno de seriedad y al mismo tiempo de pasión. El primero verso del libro se revela avasallador: "Donde dice casa debe decir ruinas," (Duelo). Desde el inicio la destrucción, pero también la poesía alimentada por tierras correspondientes al ámbito propio del libro: la estructura de las famosas fe de erratas (que alguien más se ponga venga a hablar de meta-literatura). El libro entero está atravesado por la desolación. Poemas breves como "Trotes en el cementerio" y "Alaska" así lo confirman.
Tomando aquel poema, "Alaska", nuevamente la violencia y la catástrofe se hacen presentes. El contenido del poema lleva la debacle interna y sentimental a las proporciones de un terremoto, como el de la portada de La Nueva Novela del poeta Martínez, cuya primer publicación póstuma estuvo al cuidado del propio Joannon, Poemas del otro (Ediciones UDP, 2003). La conexión que, mediante el título, se establece entre una ruptura amorosa y una ruptura telúrica es deudora de una pasión exacerbada y al mismo tiempo fría, mesurada, con una voz interior que aconseja: "Borra el nombre de todas esas cartas", "Olvida cada palabra que te dijo al oído". Por lo demás, se supone que la portada del libro-objeto del poeta viñamarino corresponde a un terremoto acaecido, precisamente, en Alaska. He ahí la conexión, palpitando renuente, veladamente, como mirada en un espejo de humo.
Otro tremendo poema del libro es "Puedes dejarte barba", el que articula una ácida denuncia a la hipocresía chilena, campante entre los ricos y arribistas, con irónico ingenio y precisa elección de las palabras: un lirismo mesurado, que trabaja en pos del contenido. En otro registro, "Cama de soltero", modula el tópico de la soledad en una melancolía más bien macerada, sin ese fervor brillante que encandila, pues el tono es reflexivo y lento, el de un solitario calmo que en lugar de ceder a la angustia destructiva, se modera meditando críticamente, o bien acarreando una "angustia perfectamente controlada" (Abogados), con aquel tono lleno de aciertos, e inmovible, dudosamente limpio, que a veces recuerda la aguda y reflexiva "Elegía para antes de levantarse", del poeta Sergio Madrid (1967).
Breve en su condición de libro, son sólo veinte poemas, en tabula rasa domina un habla culta, muy ordenada. Sus temas convierten al libro en una fotografía de la vida urbana actual (urbana y metropolitana), muy atento al sujeto contemporáneo y a sus lineamientos psicológicos. Una fotografía de interior, en todo caso, algo así como una toma parcial pero reveladora. Debido a esto, no es raro hallar elementos como la fluoxetina, la farmacia, los psiquiatras y los psicólogos, pero también las clases media y alta, las ambulancias, la lámpara del velador, las pantallas, los ansiolíticos, los bautizos, en pocas palabras, el mundo cotidiano contemporáneo de la casa (o el departamento) especialmente, o el trabajo, y por contraparte, unos poemas que por personaje central tienen a Lesbia ("El oro y las piedras" y "Descenso"), o cuyos títulos aluden a un lejano clasicismo "Musa", "Jornadas espartanas", los cuales, pienso, se oponen el espíritu del libro. En otro rumbo, el ámbito político es recurrente en las páginas de este libro, pero sin articular poemas políticos, además, aquellos "no son ni lo uno ni lo otro", según Enrique Lihn (y yo adhiero). En este ámbito de cosas, de pronto hay restos de un lirismo que contrasta con el habla más coloquial, aunque siempre ordenada, que ostenta el libro, una habla muy chilena incluso: "siúticos innatos" o la expresión "cuento corto". No sé, hay algo que no consigo condensar de manera muy precisa, pero que consigue hacer del libro algo que me atrevo a adjetivar de chileno, o bien (para no ser tan categórico), de un ciudadano tipo: que paga cuentas, hace una cola en el banco, reside en un departamento con su pareja, bebe café por las mañanas, usa el metro, asiste a funerales y a bautizos, revisa el correo electrónico.
Algo más para agregar —y así dar pie o continuidad con Sumario— el poema "Los buenos modales", en cuyo interior se teje el propio trabajo de la escritura de un poema, de un soneto en este caso. Un poema que narra la penosa situación mental de quien se disponía a escribirlo. Tal mecanismo es, siento, muy válido y su funcionamiento es eficaz. El gemelo de ese poema es, en Sumario, el poema "Queltehues", de título por lo menos raro ¿qué hacen exactamente los queltehues entremedio de todo esto? Pero el poema se esculpe a sí mismo como una crítica del propio proceso de escritura: un poema que habla de las falencias de un poema que está siendo escrito en el mismo poema. Por lo demás, se mantiene el tono coloquial que el autor sostuvo durante el libro precedente, dice ahora: "En suma «Queltehues» simplemente no volaba". Un poema-taller, o un poema sobre el cadáver de otro: "Las voluntariosas insistencias del autor / no consiguieron salvar este poema", dice al comenzar, luego va intercalando versos de aquel poema entre comillas o con cursivas. Un llamativo y sorprendente poema, aunque situado en el paroxismo de la artesanía verbal.
La cantidad de poemas en este libro sube considerablemente, de veinte a treintaidós (¡significativo número!). A su vez, el formato del libro es algo más grande, pero igualmente ingrato, mudo más bien, a la hora de dar noticia de la biografía de su autor ¿y por qué?
Joannon modula en Sumario una voz que es muchas voces. Algo de eso hay, es cierto, en tabula rasa solamente que ahora es aquello que constituye la plataforma de despegue (¿o pista de aterrizaje?), de los poemas. A ratos, pareciera que incluso la autoría de los poemas corresponde a más de un escritor ¿será esto una posible respuesta a la utopía de que la poesía sea escrita por todos? La verdad, por el momento poco importa.
Observando un poema breve, duro y punzante, "Villa quieta", se vuelve complicada la tarea de emparentarlo con "Juvenilia" o "Cráter de Protágoras", ambos extensos y con reminiscencias arcaicas. "Villa quieta", en cambio, es radicalmente contemporáneo, de una crudeza feroz, bien potente, quizás el mejor logrado de todo el libro. Lo cito íntegro:
Soluciones habitacionales llegando a Lampa,
pollos alimentados bajo luz ultravioleta.
En otros, ese golpe tan certero, tan directo, no está sino diseminado, suavizado entonces. Quizás no sea la mejor manera de comparar, pero aquello que sentenció Cortázar, de que la novela ganaba por puntos y en cambio el cuento por nocaut, ilustra lo que quiero decir respecto a este poema breve y los otros, que no lo son, sino alargados, con versos de una alta cantidad de sílabas, (demasiadas para mi gusto), muchas veces cercanos al sistema de tejido en la prosa, como he dicho más arriba. Contar pequeños relatos, relatos encomendados a la tarea de nombrar estados de ánimo, estados emocionales y/o mentales.
Al igual que en tabula rasa, está arraigado eso "chileno" de lo que hablaba más arriba: "los piscoleros", "bocón incorregible", "paños fríos", "estar grandecito", "vivir a patadas", son algunas construcciones verbales coloquiales y muy chilenas (sin que ello tenga tintes patrióticos en lo más absoluto), hay una mención a Don Francisco incluso. Algo nuevo lo constituye el injerto del idioma inglés entre ciertos versos, varias palabras que el chileno suele ocupar, españolizándolas, apropiándoselas, o al menos dándoles cabida en su rutina ciudadana: lo premium, los issues, my friend, el bad boy, la voz en off, el show, etcétera. No olvidemos que, recientemente, apareció el volumen de poemas de Philip Larkin, Decepciones (Ediciones Universidad de Valparaíso, 2013), cuyo equipo de traducción está conformado por los poetas Bruno Cuneo, Cristóbal Joannon y Enrique Winter (¡Ah! El orden alfabético).
Noto en estos dos libros de Joannon una fuerte intención, una voluntad, por juntar o por lo menos aproximar, el ámbito de palabras que suelen ser usadas al hablar con el que suelen ser usadas para escribir porque, es cierto, no siempre calzan, en el poeta, el cómo hablo y el cómo escribo. No siempre, digo, pues de la afortunada visita que hice al poeta de Las Cruces, me dije, como concluyendo, "habla como sus poemas". Y, claro, la poesía de Nicanor Parra es un magistral ejemplo de esa voluntad de aunar el habla de la tribu con el habla del poema, algo así como sembrar la una en la otra. Darle al blanco del "estresante hormigueo de lo real" (Primeras instrucciones), es lo que consigue Joannon en estos libros.
Navegando como pista, la palabra sumario también posee una definición en el ámbito del derecho (no olvidemos que el autor trabaja en una facultad de derecho, específicamente en su escuela de argumentación), y así, el sumario conforma una especie de expediente que preparará un juicio, juicio criminal por cierto. La vinculación a la criminalidad, en el libro, es sensual y es también directa, siempre sospechosa, una criminalidad desenvuelta en el cotidiano vivir, "deben ser los años", "le da lo mismo la incertidumbre generalizada" (Comer para vivir). Por otro lado, el sumario es también aquello que La Nueva Novela tiene en vez de índice.
Otra veta, mínima, de versos, está inserta en la confesión por los deleites textuales: Los sea harrier, Melancolía artificial y Rodas (me sumo), en un largo pero cadencioso poema titulado "Primeras instrucciones", uno de los más notables del libro. También al griego Constantino Kavafis (1863-1933), en "Departamento de riego", una especie de simulada autobiografía versificada, un poema muy logrado. Sabemos que la precisión total es inalcanzable, pero si su simulación y si su efecto, este poema de largo aliento, irónico y bien bancado, constituye una mirada al panorama, al mundillo: "Miente quien diga no importarle", dice, y es cierto. Un poema desbocado en su correcta argumentación, en su lógica, va orgánicamente abriéndose página abajo, modulando las velocidades, casi confiriendo entonaciones a las palabras impresas (¿y cómo?). Hacia el final, anuncia "A riesgo de cansarte, con esto termino". Notable.
Nadando en un mismo flujo, este dúo de libros se abre hacia diversos escenarios del laberinto mental que tenemos dentro, algo así como un mar personal. El segundo explorando muchos más allá de la intensidad amoroso-sentimental, que en la mayoría de los casos cae abruptamente en la melancolía. Pero en fin, tal vez para ir aprendiendo a cruzarla sin juntar demasiadas heridas, para aproximarnos a estar "en verde en el semáforo de la vida" (Elevator report). Los libros tabula rasa y Sumario son parte del listado de las siempre necesarias lecturas obligatorias.
Santiago, Viña del Mar. 2013-2014