Clarice Lispector: la dimensión desconocida
Por Camila do Valle y Fernando Gebra
Traducción Marina Mariasch
Página 12, Lunes 2 de Agosto de 2010
Cuando decimos Mercosur, la palabra "mercado", tan poco literaria, tan poco poética, sobresale. Entonces, digamos más simplemente, por extensión, Brasil y Argentina. Cada vez más cercanos, con mayor interés cada vez del uno por el otro, vemos también en Brasil, a nuestros queridos hermanos siendo publicados: Alan Pauls, Martín Kohan, César Aira, entre otros. Felizmente, las "patrias", las "comunidades imaginadas" (Benedict Anderson) que se llaman "patrias" no andan sólo en botines de fútbol. Ambos países tenemos metáforas y encuentros más delicados y sofisticados para nuestros nacionalismos. Que lo digan, por ejemplo, Eduardo Muslip (Univ. Nac. de Gral. Sarmiento) e Isis McElroy (Universidade do Texas), que organizaron el "Passo de Guanxuma" en julio de 2009, bello evento literario, inspirados, seguramente, en Carlos Gardel, Carmem Miranda, Caio Fernando Abreu y Fogwill.
Las dos lenguas que nos dejó el colonizador, el español y el portugués, se han entrelazado dando origen a una tercera, el portuñol, cada vez más hablado. El portuñol es lo contrario a lo pactado en el Tratado de Tordesillas a fines del siglo XV. Más allá de la literatura, incluso del pensamiento y del lenguaje, vemos una intersección tan significativa en las áreas académicas de la antropología y de la sociología. Por ejemplo, Gustavo Sorá en Traducir el Brasil (Libros Del Zorzal) señala el hecho de que, a diferencia de lo que muchos piensan, la literatura brasileña es bastante traducida en la Argentina. Sólo para nombrar rápidamente algunas pocas editoriales: Adriana Hidalgo, Bajo la luna (que está preparando una antología de poetas brasileños contemporáneos), Beatriz Viterbo, Corregidor (que publicará por primera vez en la Argentina la poesía de Armando Freitas Filho) y la simpática Eloísa Cartonera, con sus numerosos títulos dedicados a Brasil.
Lo que aquí viene al caso es una nueva traducción de Clarice Lispector. Nunca está de más. Para los que no saben, que deben ser pocos, Clarice está, junto a Jorge Amado, entre los dos autores brasileños más leídos en la Argentina. Ellos dos no podrían ser más diferentes. Representan a dos Brasiles distintos. Y el propio traductor de La pasión según G. H., Mario Cámara, debe percibir esa diferencia de los Brasiles traducidos. El cuidadoso prólogo de Gonzalo Aguilar trata de representar el universo clariceano compuesto, o recompuesto, a partir del encuentro con una cucaracha. De hecho, se trata de una composición de universo. O de una recomposición. La historia de la novela, escribe Aguilar, es sencilla: una mujer de un barrio acomodado de Río de Janeiro descubre en el departamento de la criada, una cucaracha [...]. En un momento, G. H. aplasta a la cucaracha con una puerta, la toma entre sus manos y la devora. Es el comienzo de la epifanía.
Revelación de un mundo
En Clarice Lispector, amar es cruel porque, o bien implica tener y poseer, como en los cuentos "Comienzos de una fortuna" y "La mujer más pequeña del mundo", o bien conocer al otro que es, al mismo tiempo, doble de uno mismo, como en "La cena". En ese cuento, la lágrima de un hombre sentado a la mesa provoca la epifanía del narrador. En él, la imagen-símbolo de la fuerza del hombre en el restaurante está seguida por el desenmascaramiento de la lágrima que cae y provoca la epifanía del narrador, al percibir que "el patriarca estaba llorando por dentro". El patriarca se va de la cena, pero el narrador no logra asumir su lugar, reconociendo en sí mismo sus fracturas. Al afirmar "Rechazo la carne y su sangre", el narrador parece rechazar las imágenes-símbolo del cuerpo y la sangre de Cristo. De esta manera, la autora torna público, una vez más, el rechazo al modelo tradicional de familia sagrada, el modelo de familia burguesa.
Se destacan los cuentos con motivos análogos a la novela La pasión según G. H. ¿Pasión de Cristo? En la obra de Clarice se encuentran constantemente elementos del cristianismo, sumados a reflexiones filosóficas de matriz existencialista. Los personajes son siempre extraños para sí mismos y para los demás, así como los espacios también son extraños. G. H. se siente aprisionada en el cuarto de la empleada, ambiente de la náusea y la incomodidad, como en el atardecer en "El búfalo" y en las "horas peligrosas" que atormentan a Ana en "Amor", momento en que ella tiene que encontrarse consigo misma, sola en la casa, y con tiempo ocioso porque han terminado las actividades del día. ¿Qué amor es ese que perturba tanto a los personajes?
Es la percepción del otro, del extraño, que es al mismo tiempo familiar, y el encontrarse con realidades que escapan a la cotidianeidad y ponen al sujeto en estado de desequilibrio; al mirarse a sí mismo, toda esa experiencia de alteridad lleva al sujeto a aguas profundas. El tema del espejo, la figura del doble, aparece en momentos cruciales de las narraciones en las que los personajes se observan a sí mismos, a sus aguas turbias. El reflejo permite que el sujeto se encuentre con aquello que tanto desea ser, como en "Comienzos de una fortuna": "Mirándose en el espejo del corredor antes de salir, realmente era la cara de esos chicos que trabajan, cansados y jóvenes".
Los ojos de Lispector
En La pasión según G. H., la estética de mirar que es configuradora de alteridades surge en las figuras del ojo vigilante y en la del espejo. La primera figura del mirar, esto es, la del ojo vigilante, surge como elemento externo que vigila las acciones del sujeto. Es el mirar del Otro lo que presiona para configurar su identidad, ese Otro pudiendo asumir múltiples identidades, referentes a los elementos exteriores como la verdad, la moral, la ley humana, e inclusive a elementos trascendentales como Dios, ya que, como nos recuerda Aguilar en su prólogo, lo sagrado sobrevive a todo, inclusive a la existencia o a la muerte de Dios. Encima de todo, ese Otro era el extraño, la alteridad que traía la amenaza para la estabilidad del sujeto. Era también lo que identificaba al sujeto como un otro, o dos, en permanente mutación. Ese ojo regularía toda y cualquier tentativa de excesos que pudiesen inflingir los patrones sociales: "Un ojo vigilaba mi vida. A ese ojo, probablemente lo llamaba la verdad, la moral, la ley humana, Dios, yo. Vivía más bien dentro de un espejo. Dos minutos después de nacer, ya había perdido mis orígenes (p.37)."
El ojo vigilante ejerce el control de los cuerpos, impide que el individuo se exceda. Los personajes clariceanos, en general, temen las "horas peligrosas", el instante en que se encuentran con algo que en general es llamado "su propio yo" –sea lo que fuera–, en ningún sentido estable, como en el cuento "La fuga", el lado desconocido de cada uno. Al lado inmanente del que busca el exceso se opone el lado manifiesto de ese mismo que actúa como principio regulador, resultando en una estructura paradojal: ser al mismo tiempo una cosa y otra. Y no sentirse confortable ni satisfecho con ninguna de las inestables posibilidades. Se instala la desconfianza de que no se puede ser una cosa ni la otra. Parece preguntar: "¿existo? ¿qué intensidad puede comprobarme esto?"
Los demás (todos los extraños: la verdad, la moral, la ley humana, Dios, inclusive yo, etcétera) pueden mirar y aprehender a un determinado sujeto, pero ese sujeto jamás podrá verse ni comprenderse en su totalidad. Sólo su representación virtual, figurativa es su contracara, no el propio ser. Eso se da, según Clément Rosset, en el espejo, que "[...] no ofrece la cosa sino si otro, su inverso, su contrario, su proyección según tal eje o tal plano" (1998, p.80).
Más aún sobre el ojo, en "El búfalo", por ejemplo, el personaje femenino ve reflejado en los ojos del búfalo todo el odio sentido por el hombre que la abandonara. Es por la dialéctica de la mirada, con la fusión de la mujer y la fiera en un abrazo mortal, que el mundo se abre: "El mundo no veía ningún peligro en estar desnudo". La cosa blanca que se esparce dentro del personaje femenino es parte del ritual de la epifanía provocado por el búfalo, así como la viscosidad de la cucaracha aplastada por G. H. El ritual de autoconocimiento provocado por el momento de epifanía provoca náuseas: "A través de la piedad, a Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca". La náusea ocurre cuando el sujeto se encuentra con su lado inmanente, escondido en las aguas turbias de su identidad.
"Es que, por el momento, la metamorfosis de mí misma no tiene ningún sentido. Es una metamorfosis donde pierdo todo lo que tenía y todo lo que tenía era yo –sólo tengo lo que soy. ¿Y ahora qué soy? Soy: estar de pie frente a un miedo. Soy: lo que vi. No entiendo y tengo miedo de entender, el material del mundo me asusta, con sus planetas y cucarachas" (p.76).
"¿Existo? ¿Es esta la intensidad que me lo puede comprobar? Si a menos encontrase a otra, ya que no me encuentro a mí misma..." Tenemos aquí una metamorfosis del yo en su doble. El yo se pierde en el laberinto de su propia existencia, ahora marcada por el caso, por el desorden interior. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Esas preguntas ontológicas apuntan hacia el problema del yo insertado en el mundo. Al encontrarse con otro elemento del mundo exterior, ya sea un objeto, un animal u otra persona, ese yo lo ve como un espejo. Para Clément Rosset, nuestra existencia está asegurada por la presencia del otro, y el doble es la representación de ese papel. Dicho de otra manera, es en la confrontación con el doble que el individuo construye su identidad. De todos modos, en algunos casos, ese otro yo que surge en los momentos de epifanía de la narrativa de Clarice Lispector, provoca tanto desorden en el mundo de ese sujeto que puede llevarlo a la despersonalización:
"La despersonalización como la destitución de todo lo individual inútil –la pérdida de todo lo que se puede perder y, aún así, ser (...). Todo lo que me distingue es sólo el modo como soy más fácilmente visible para los otros y como termino siendo superficialmente reconocible para mí. Así como hubo un momento en que vi que la cucaracha es la cucaracha de todas las cucarachas, así quiero encontrar en mí misma la mujer de todas las mujeres" (p.184).
Como señala Benedito Nunes, en Leitura de Clarice Lispector, (y podríamos extender este posicionamiento a otros personajes de la autora), luego de la vivencia epifánica en que sujeto y objeto se tornan uno solo, G.H. retorna a su mundo organizado. Es recurrente en la ficción de Clarice Lispector esa vuelta a los patrones transgredidos durante la epifanía. Ana, tras el contacto con el ciego que masca chicle y el paisaje extraño del Jardín Botánico, regresa a su vida familiar en la que necesita sentirse útil para su marido y sus hijos, sus otros, para continuar existiendo en tanto sujeto: una mujer casada, también ella, uno de sus otros, como la cucaracha y la empleada.
Ese ojo, así como en el cuento "La mujer más pequeña del mundo" trae a colación otro tema muy propio de la obra de Clarice: la clasificación. No sólo la arbitrariedad de la clasificación sino la precariedad de la clasificación. Lo enloquecedoramente efímero de la clasificación. Y la identidad es la clasificación por excelencia. Sin clasificación no hay identidad fija. Hay deriva. Caer infinitamente, dice Clarice en el cuento "La fuga": "llegaba a comer cayendo, a dormir cayendo, a vivir cayendo, hasta a morir". La libertad de la no clasificación. Y "la búsqueda de libertad frente a un mundo hecho entero para negarla es uno de los grandes temas de Clarice Lispector" (como dice su biógrafo Benjamin Moser). Los patrones previos, determinados por clasificaciones insatisfactorias, impiden el amor despertado por la mujer más pequeña del mundo en sus descubridores: luego del deslumbramiento, dónde la encajan. ¿Ella serviría la mesa? ¿Qué haríamos con ella en la casa? El descubrimiento de un ser singular despierta una serie de problemas en la realidad cotidiana con identidades fijas que quieren permanecer fijas. El amor no tiene cabida en lo cotidiano. Así ni cabe nombrar en lo cotidiano el lugar que a la pequeña mujer le pica. Y es necesario clasificarla para comenzar a colocar el mundo, nuevamente, en orden, después de tamaño amor despertado: "Y, para conseguir clasificarla entre las realidades reconocibles, de inmediato comenzó a recoger datos sobre ella". (Lazos de familia) Las identidades que se quieren fijas, por quererse fijas, exactamente por eso, no están preparadas para el amor, la esperanza máxima de libertad en relación a identidades e instituciones –según Pierre Bourdieu en La dominación masculina.
Sin Clarice Lispector y sin amor nos quedamos más solos en la habitual escena de nuestras vidas en la que nos encontramos con una cucaracha. La vida que late en ella responde a la nuestra, tan carente de sentido.
Con Clarice Lispector, al dar vuelta la página, podemos saber que la literatura puede acabar por ser aquella tan famosa experiencia de la escritura como fracaso: por no caber en la realidad circundante, la libertad vuela para ser escrita. Pero puede, también, y mejor aún, ser una invitación a la deriva que el amor, la libertad y lo prohibido proponen. Nunca se sabe dónde desagotar tanta agua viva, sea turbia o cristalina. Dejémonos llevar por su acuoescritura.
Es verdad que a veces es necesario estar sola frente a una cucaracha para darnos cuenta de que podemos ser más fuertes de lo que pensamos.