Caracteres blancos de Carlos Labbé. Sangría, 2010.
Las partes por el todo
Por Izaskun Arrese
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El 2010 la revista Granta eligió a los mejores narradores jóvenes en español. Entre los veintidós seleccionados provenientes de países como España, México y Argentina, estuvieron los chilenos Alejandro Zambra y Carlos Labbé. No se intentará hablar aquí de las diferencias obvias que supone el trabajo de cada uno ni de los méritos particulares para figurar en la lista. Sin embargo, se consigna el hecho por su calidad de índice del estado actual de las letras nacionales y porque, sin duda, es necesario tenerlo en cuenta al momento de enfrentarse a la obra de estos autores.
La narrativa de Carlos Labbé se ha caracterizado por asumir riesgos y por explorar permanentemente el universo de las formas. Su último libro, Caracteres blancos, continúa este camino y se resiste a etiquetas genéricas absolutas. Así pues, el propio autor lo ha descrito como “cuentos hilados como novela”. En la práctica, el texto está formado por una historia central y por doce relatos que se le intercalan. Estos últimos forman parte de un cuaderno escrito en tinta blanca y que es leído por la pareja protagonista en el transcurso de siete días en el desierto. El cuaderno y sus narraciones actúan como una suerte de brújula en medio de la desorientación y la locura.
Algunos de los relatos que conforman Caracteres blancos, o versiones de ellos, fueron publicados con anterioridad en antologías y medios electrónicos. Se puede conjeturar entonces cierta distancia de producción que podría implicar diferencias radicales entre ellos, sin embargo, quizás debido a algún retoque posterior, es evidente que corresponden a una misma pluma y los aspectos que los unen son numerosos. La ecología, por ejemplo, es una temática muy presente y, con mayor o menor relevancia al interior de cada historia, es una preocupación evidente en el volumen. Justamente de esta vertiente deriva el tono apocalíptico y profético que caracteriza a gran parte de las narraciones y que, además, permite un diálogo directo con textos sagrados y fundacionales tanto de la cultura occidental como oriental. Se advierte entonces que el uso de aquel tono está lejos de ser una opción caprichosa y puramente formal, más bien es una elección que está impregnada de algo que perfectamente se podría considerar como espiritualidad.
Intertextos de todo tipo cruzan Caracteres blancos, abundan alusiones a escritores, a textos de Perec, de Onetti, de Hawthorne y a obras como el Dhammapada y la Biblia. El correlato con el texto bíblico es fundamental para el volumen, pues la pareja protagonista es una suerte de reencarnación de Adán y Eva que vivencia el ciclo de la vida y representa el aspecto dual de la existencia. En este sentido, no extraña la aparición reiterada de dobles, espejos y agua. Sobre todo agua, elemento que no solo tiene importancia por el contexto desértico en que se sitúa la historia central, sino que está marcadamente presente en gran parte de los relatos por su capacidad de reflejar el mundo, o más bien, de crear un mundo contiguo que puede multiplicarse infinitas veces y complementarse sin problemas con la realidad.
En Caracteres blancos aparece un rasgo poco tratado en la narrativa de Labbé, y que tiene que ver con la corporalidad y los sentidos. El clima extremo del desierto sumado al ayuno que vivencian los protagonistas los sensibiliza y alerta ante aquello que los rodea. El frío y el calor así como la sed y el hambre les permiten conectarse con sus cuerpos y con sus deseos, y de paso, con estados mentales al margen de la razón. Si bien se percibe todavía cierta contención de parte del autor, la sola presencia de este factor contribuye a la cadencia del relato y a la aparición del ritmo. Este se genera a partir de una narración enumerativa que por momentos es incluso barroca.
Más allá de los elementos en común, lo cierto es que acceder al sentido particular de las narraciones puede ser difícil, sobre todo considerando el hermetismo de algunas de ellas. Al respecto, es decidora la ayuda que brinda el texto de la contraportada para iluminar la lectura. Sin embargo, es esta misma característica la que permite a los cuentos estar imbuidos de una cualidad simbólica-alegórica que les suma intensidad y profundidad. Se corrobora entonces que analizar los textos por separado solo puede ofrecer una visión incompleta, pues cada historia es un fragmento y si bien la relación entre las partes no es siempre evidente, lo importante es que en la totalidad funcionan.
Caracteres blancos es consecuente con la obra precedente del autor. Sin duda la intención acá es menos ambiciosa que en su novela anterior Locuela, pero es evidente que se trabaja pensando en continuar un proyecto narrativo mayor. De aquí que su estilo ya sea perfectamente reconocible en el panorama literario actual. A partir de las libertades que se permite en este texto, Labbé entrega decisivas señales de lo que puede ser a futuro su narrativa.