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Clarice Lispector

Los puentes de Londres

Traducción de Claudia Solans
Suplemento ADN Cultura. Diario La Nación de Argentina
Sábado 27 de Marzo de 2010

 

20 de noviembre de 1971

Todas las veces que pienso en Londres vuelvo a ver sus puentes. Me pareció muy natural estar en Inglaterra, pero ahora cuando pienso que estuve allá mi corazón se llena de gratitud. Vi en Londres una tierra extraña y viva, cenicienta, todo lo que es ceniciento misteriosamente vibra para mí, como si fuera la reunión de todos los colores amansados.

Estuve en contacto con la fealdad de los ingleses, que es una de las cosas que más atrae en Inglaterra. Es una fealdad tan peculiar, tan bella, y éstas no son meras palabras. Hacía mucho frío, y el viento daba al rostro y a las manos aquella rojez cruda que vuelve a cada persona extremadamente real. Las mujeres hacen compras con las cestas, los hombres de la City usan sombrero bombín. Y el Támesis es sucio, tiene barro. Ya hubo pestes en Londres. Una vez se incendió la ciudad entera. La peste y el incendio estaban presentes en mi estadía en Londres.

Las personas beben café horrible, en taza grande, pero el café humea. Humeante como toda la isla, cuyos puentes ennegrecidos surgen de la casi constante niebla. El fog exhala de las piedras del piso y envuelve los puentes.

Los puentes de Londres son muy emocionantes. Unos son sólidos y amenazadores. Otros son puro esqueleto. En cuanto a los ingleses, no son tan inteligentes. Pero Inglaterra es uno de los países más inteligentes del mundo. Estábamos en auto. Entre una ciudad y otra, las pequeñas ciudades inglesas dan mil vueltas alrededor de sí, y la lluvia fina cae en los vidrios del auto. En las calles el pueblo usa ropas tan mal hechas que acaban convirtiéndose en un bello estilo. Y son de verdad hospitalarios. Veo a una criatura de capote oscuro y medias gruesas y capucha enterrada hasta debajo de las orejas, con el rostro vívido y magro, ojos despiertos y cara roja -y aquella entonación pura de las voces inglesas, interrogativas y orgullosas.

Sólo ahora sé cuánto amé el viento de Londres que me hacía lagrimear los ojos de rabia y la piel gritar de irritación.

Y después están los caminos, el campo inglés que es diferente de cualquier otro campo. Me acuerdo de árboles muy altos.

Y después está el deseo de viajar de todo inglés, y eso es un movimiento inquieto y amplio.

En el teatro de Londres ocurre algo esencial. Es de temblar de frío y de emoción: el actor inglés es el hombre más serio de Inglaterra. En pocas horas da a cada uno aquello importante que se pierde en la vida diaria. Cuando se sale, es la lluvia oscura, la calle mojada, las viejas calles inglesas donde de noche existe el deseo de peligro. Se va a comer. Una comida pésima irrita, en el restaurante de comida típicamente inglesa. Pero se puede ir a un restaurante de comida alegre, de los extranjeros, en el mismo Londres.

Me acuerdo de que hubo Edad Media en Inglaterra, y eso está en las torres. La seguridad de ciertos ingleses llega a veces a volverse graciosa. En las calles andan ligero, es un pueblo luchador. Y si el mundo no fuera tan doloroso, sería bonito ver la lucha por la sobreviviencia.

Y después está la nostalgia por los escritores muertos. Siento mucha nostalgia de Lawrence.

La reina es suave, los periódicos tienen un modo provinciano, y cuando los ingleses e inglesas son bonitos, pasan de inmediato a tener una extraordinaria belleza. Y el niño inglés es siempre lindo, y cuando abre la boca para hablar, ahí se vuelve lindísimo.

Todo eso se llama nostalgia: intento recuperar Londres en la memoria, en estas notas. Y así queda sólo anotado, con la mayor rapidez, antes de que el sentimiento pase.

 

 

 

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Los puentes de Londres.
Traducción de Claudia Solans.
Suplemento ADN Cultura. Diario La Nación de Argentina.
Sábado 27 de Marzo de 2010.