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La felicidad clandestina
Por Alvaro Matus
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 4 de Noviembre de 2007
En "Clarice, una vida que se cuenta" emerge una mujer distante, vanidosa, angustiada y sorprendentemente contradictoria,
características que sin duda ayudan a comprender la originalidad de su obra.
La primera imagen que nos acerca a la figura de Clarice Lispector es la de una niña apoyada en una baranda, en el parque de Recife. Tiene nueve años, el pelo corto y es delgada, quizá frágil, aunque es posible que esa sensación se deba a la ropa que usa: un vestido sin mangas totalmente negro. Está de luto por la muerte de su madre. En otra fotografía aparece en todo su esplendor, con un moño que deja ver su cuello y la mirada, altiva y misteriosa, es la de una escritora que, a los 18 años, acaba de publicar una novela soberbia, inclasificable, que se ama o se odia: Cerca del corazón salvaje. En la última imagen llama la atención la postura encorvada, el vestido hasta más abajo de la rodilla, los párpados muy pintados y sus pies, grandes y descalzos, que parecen refrescarse en el piso frío del departamento. Está rodeada de plantas y Ulises, su perro, posiblemente sea el único acompañante. A esas alturas, principios de los setenta, Lispector ya sabe lo que es el reconocimiento, las traducciones, las invitaciones a congresos, si bien su actitud es la de una mujer incómoda o disconforme. ¿Con qué y por qué y desde cuándo? Estas son las interrogantes que busca despejar Nadia Battella Gotlib en Clarice, una vida que se cuenta (Adriana Hidalgo, 2007), hasta ahora la biografía más contundente de la escritora brasileña.
Tratándose de una mujer tan excéntrica, contradictoria y ensimismada -alguien la definió como “lisérgica”-, cualquier intento por develar sus secretos adquiere carácter épico. “Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano. Y es solitario”, señaló Lispector. Ante una declaración semejante el lector tiene dos caminos: prescindir de cada una de sus declaraciones o, al revés, asumir que hay quienes necesitan colocarse una máscara para decir la verdad. Con ella se protegen, pero al mismo tiempo se sienten liberados. Nadia Battella Gotlib intuye que Lispector pertenece a esta última clase.
El enigma del nacimiento
Los padres de Clarice Lispector abandonaron Ucrania después de la victoria de los bolcheviques, en medio de un clima de inestabilidad económica y constantes persecuciones a los judíos. Clarice nació en el trayecto, en una pequeña aldea llamada Tchechelnik, y se supone que llegó a Brasil a los dos meses. Battella Gotlib, rastreando las informaciones sobre los barcos que arribaron en esa época, se inclina a pensar que fue en 1922, si bien existía cierto consenso en que la fecha de nacimiento es 1925. Lispector, además, mencionaba 1921, 1926 y 1927. Desde el comienzo entonces la escritora aprovecha los vacíos para ir borrando sus huellas, para fabricarse un personaje a su medida. Respecto a la ocupación del padre, por ejemplo, era frecuente que cambiara su actividad: vendedor de telas, agricultor, representante de firmas comerciales.
Lo que aflora con total evidencia es que desde pequeña se sintió abandonada. Y la razón es clara: su madre padecía una parálisis progresiva, por lo que toda la casa giraba en torno a los cuidados que requería. Clarice se entretiene leyendo, contando historias y jugando con los animales. “Yo a una gallina la entiendo perfectamente -aseguró-. Quiero decir, la vida íntima de una gallina, yo sé como es”.
Al diario de Recife envía sus primeros cuentos, que eran rechazados porque nunca contaban una historia a la manera del “Había una vez…”. Eran emociones, sensaciones, divagaciones íntimas. Una suerte de matriz que con el tiempo alcanzaría su esplendor en La manzana en la oscuridad, El libro de los placeres o Agua viva, por nombrar tres libros que escapan a cualquier clasificación de género. Según César Aira, más que cuentos, novelas o crónicas, sus textos son “travesías de la conciencia por la escritura, lentas, a veces estáticas, despreocupadas de todo efecto de relato”.
Joyce, Woolf y Lispector
Tras la muerte de la madre, en 1930, la familia se trasladó a Río de Janeiro, donde Lispector completa su educación escolar, estudia leyes y da sus primeros pasos en el periodismo. También lee todo lo que cae en sus manos: sus ídolos son Hesse, sobre todo El lobo estepario, y la cuentista neozelandesa Katherine Mansfield. Poco antes de casarse, en 1943, escribe su primera novela, Cerca del corazón salvaje (1944), sobre una mujer seducida por el mal: miente, roba, se interesa por “las historias terribles de los dramas en los que la maldad era fría e intensa como un baño de hielo”.
La reconstrucción del arranque de la carrera literaria y el posterior seguimiento, libro a libro, es la mayor fortaleza de esta biografía que acierta en no ligar a Lispector con la literatura feminista. Se trata únicamente de Literatura, con mayúscula. Battella Gotlib se sumerge en cartas, crónicas, entrevistas y testimonios de familiares y amigos para tejer un denso tapiz en el que vida y obra resultan inseparables.
Hoy se asume naturalmente que Lispector desciende de Virginia Woolf, Faulkner y Joyce, pero en su momento la escritora no reconoció dicha influencia, asegurando que no los había leído. En el caso de los dos primeros, pase, pero el título mismo del libro está tomado del autor de Ulises: “Estaba solo. Abandonado, feliz, cerca del corazón de la vida”, escribió Joyce. Como sea, la novela dividió a la crítica, pues rompe con cualquier noción de trama o desarrollo dramático. Lispector jamás perdonaría a Álvaro Lins, quien poco menos que la trató de representante comercial del monólogo interior en Brasil.
En esos años la escritora vive en Nápoles, así que toda la discusión se produce por cartas que viajan lentamente, aumentando así la ansiedad. Lispector, casada con un diplomático, se trasladaría luego a Suiza, donde escribe La ciudad sitiada (1949) y posteriormente a Estados Unidos. En total pasa 16 años en el extranjero, sometida a una vida social exasperante: “En todo este mes de viaje, no he realizado nada, ni leído, ni nada. Soy completamente Clarice Gurgel Valente”. Define la vida diplomática como una larga tarde de domingo que la está apagando, deprimiendo, erosionando. “¿Has visto como un toro cansado se transforma en buey?”, pregunta en una misiva.
En Nueva York escribe cuentos con la máquina en la falda, sentada en un sofá, con los niños jugando alrededor. El libro Lazos de familia (1960), sin embargo, así como La manzana en la oscuridad (1961), deben esperar más de cuatro años para verse publicados. Paulo Francis, amigo de la autora, explica que ella tenía un nombre, aunque “los editores le huían como una plaga, porque representaba la realidad a fogonazos, indirecta e instintiva”.
Lazos de familia contiene algunos de sus mejores relatos, como “El crimen del profesor de matemáticas”, “Amor” y “Feliz cumpleaños”. En apariencia, los personajes aceptan el curso de la vida familiar sin mayores cuestionamientos, hasta que un suceso inesperado -el encuentro con un ciego, el silencio del esposo, la muerte de un perro- les provoca un temblor tan inquietante como placentero: la felicidad es siempre clandestina.
De regreso en Brasil
Las falencias de Clarice, una vida que se cuenta se hacen sentir cuando la autora regresa a su país y, a los pocos meses, se divorcia. Battella Gotlib no entra en el drama que significó la separación (Lispector incluso afirmó que era “el dolor más grande de mi vida”) ni en las causas que la motivaron. Las cartas que Maury Gurgel Valente le envía a Clarice parecen puestas para demostrar su arrepentimiento, pasando por alto la insinuación de posibles infidelidades y de unas cartas que le provocarán a ella “rabia y escarnio”. La biógrafa se limita a subrayar la incompatibilidad de caracteres a la hora de asumir la vida diplomática. Tampoco entrega mayores detalles sobre la relación de Clarice y su hijo mayor, enfermo de esquizofrenia, o de una tardía adicción a los tranquilizantes.
En esta biografía las fichas están puestas en las dificultades de la carrera literaria. En varios pasajes el reconocimiento de su obra, que se afirmó justamente en los sesenta y setenta, es visto como un modesto premio de consuelo.
La pasión según G.H. (1964), la historia de una escultora que se come una cucaracha porque descubre en ella “la identidad de mi vida más profunda”, obtiene elogios unánimes. Y Agua viva (1973) confirma que Lispector narra desde una perspectiva desplazada: sus personajes no saben lo que ocurre, pero no por eso dejan de contar lo que están sintiendo. Otros libros suyos se reeditan y traducen al francés, español e inglés.
Contra lo que podría pensarse, para sobrevivir Lispector debe echar mano al periodismo, escribiendo columnas en Jornal do Brasil y, en otros medios, participa en las secciones femeninas con diferentes seudónimos. Como Helen Palmer da consejos para evitar la excesiva transpiración y llama a no arredrarse pasados los cuarenta. Entre 1960 y 1961 inventa a una artista de cine y modelo que sentencia: “La belleza no se improvisa. Tú misma puedes crearla”.
Entre broma y broma -entre máscara y máscara- la verdad se asoma: “Prefiero que salga una buena foto mía en el diario que un elogio”, escribió en 1969. Tres años antes, Lispector había sufrido graves quemaduras por quedarse dormida con un cigarro prendido.
Como siempre, la vejez es brutal. Lispector declara una y otra vez que la fama la agobia. Su carácter se vuelve irritable. A Olga Borelli, quien estuvo a su lado en la etapa final, le confiesa que su vida carece de rumbo. Con todo, lectores anónimos la llaman para contarle su vida y Cortázar manda decir que quiere conocerla. “¿Será que estoy de moda?”, se pregunta en un cuaderno.
Incómoda por el “mito Clarice”, da entrevistas para decir que lleva una vida normal, que su máxima alegría fue criar a sus hijos, que está arrepentida de cada uno de los libros que escribió. Frases que combinan la buena crianza con la ironía y, por qué no, con el desprecio hacia la banalidad. Clarice Lispector nunca perdió el humor ni el misterio. Al final todo parece un juego coqueto, como cuando cambiaba la fecha de su nacimiento. Enfurecida, un día antes de morir, le dijo a su enfermera: “¡Usted mató a mi personaje!”.