CARACTERES
BLANCOS
Carlos Labbé
Sangría Editoria
146 páginas
Historias subyugadas
Juan Manuel Vial
La Tercera, Sábado 4 de Diciembre 2010
Los cuentos de
Carlos Labbé,
el experimentador,
no están
dispuestos
en un orden
común y
corriente o al azar, ni tampoco
persiguen la finalidad
individualista que por lo general
caracteriza a este género.
Los relatos han sido
subyugados a lo que podríamos
llamar una historia
principal (la de una pareja
que se marcha a ayunar al
desierto) y así, cada tanto, se
descuelgan entre el primer
día y el séptimo de los ayunantes.
Al final del libro, el
autor informa que las versiones
de algunas de las narraciones
ya habían sido publicadas
con anterioridad. Y
en la contratapa hay una declaración
más completa, en
donde dice que Caracteres
blancos “es también una novela
hecha de relatos que se
preguntan si la oscilación
entre delirio y austeridad es
la única manera de hablar
fielmente –en el desierto y
con hambre- del amor”.
La intención es que los
cuentos entrelazados lleguen
a conformar una novela,
anhelo que no se consigue,
pero que aun así no desmerece
la individualidad de las
partes. El primer libro de relatos
de este autor viene a
demostrar algo que los lectores
de sus novelas no tenían
cómo saber: Labbé afirmó
hace un tiempo que la claridad
no le interesa como valor
literario; de ahí proviene, probablemente, el afán de
experimentación sobre las
estructuras tradicionales de
la novela a la que ya se ha
aludido. Pero ahora, tratándose
de narraciones breves,
la lectura se hace más fácil,
pues queda claro que el
hombre maneja con soltura
los códigos tradicionales del género y concede un lugar de
privilegio al acto de imaginar,
con lo cual acierta a
crear minúsculos espacios
ficticios dignos de recordar.
Al igual que en sus novelas
anteriores (tres hasta la fecha),
Labbé comparte ahora
con sus lectores algunos de
sus gustos literarios: planea
de nuevo el fantasma de
Onetti y ciertas alusiones a
Georges Perec, Oliverio Girondo,
Roberto Juarroz, Antonio
Porchia, Roger Caillois
y otros. No por ello este libro
pasa a ser una summa literatosa.
La historia principal, la
de los siete días de los ayunantes
en el desierto, ofrece
al mismo tiempo momentos
de simbolismo cristiano y de
realismo sensorial. En el primer
caso, la pareja es tentada
por una especie de aparición,
o puede que sea una
alucinación, que los incita al
mal y les ofrece a cambio “todos los reinos del mundo”.
En el segundo, “la transpiración
les traía una memoria
desesperada del sabor de
cada uno de los condimentos
que usaban en la cocina hasta
apenas dos días atrás, por
años y años, cada fin de semana
e incluso en la noche”.
Entre las narraciones secundarias
hay propuestas
que son igualmente valiosas,
partiendo por Nueve fábulas
automáticas, un recuento de
personajes que se abocan a
crear sus propios autómatas.
En Memorándum, un joven
que dice no saber nada acerca
de Santiago, acierta a pensar
en que “la historia no es
una línea, sino varias espirales
sin forma que se alejan y
vuelven cuando uno las cree
perdidas”. En Vida breve, un
muchacho argentino ha “estado
soñando con una novela
que ya fue escrita. Se llama
La vida breve y es de
Onetti”. Así, el primer volumen
de cuentos que ha armado
Labbé (el verbo “armar”
tienen una connotación
especial tratándose de
un libro como éste) se lee con
placer y curiosidad. Y el autor,
sin claudicar en sus
principios, demuestra que la
contención también le viene.