"Caracteres blancos" de
Carlos Labbé.
Sangría Editora, 2010, 146 páginas.
Naufragio en el desierto
Por Patricia Espinosa
Las Ultimas Noticias, 17 de Diciembre de 2010
Un libro al que le falta sangre o tal vez sudor. Un libro que pretende ser experimental. Un libro que acude a la alegoría, desatando imágenes cercanas a la prosa poética y que se pierde en el intento. Caracteres blancos, de Carlos Labbé, se sitúa en el difuso límite entre la novela y el conjunto de relatos o, más bien, es el fracaso de un intento por crear un texto fragmentario.
El núcleo de esta narración es una pareja que abandona la ciudad y huye hacia el desierto. Los siete capítulos, cronológicamente expuestos, se inician con un pequeño segmento enfocado en la pareja y se titulan “Primer día de ayuno”, “Segundo día de ayuno”, etcétera. Cada capítulo contiene relatos que, si bien podrían funcionar de manera autónoma, están atados al relato que los introduce.
La escritura de Labbé posee simbolismos y un fraseo cuya cadencia extraviada da paso a una mixtura que bambolea entre la simpleza y un barroquismo que linda con el surrealismo y el amaneramiento romanticoide, del tipo “yo trataba de entender, la amaba más que nunca, sin estridencias ni vacíos, como el ruido del mar de noche, le decía cuando estábamos acostados”. Junto a ello se aprecian algunas arriesgadas innovaciones redaccionales del siguiente calibre: “Tú y yo nos queremos como no es posible leer tu nombre ni el mío acá ni en tus propias páginas”, “No estoy sólo como quisiera en el cuento, nomás que de esa manera es fácil que avance”.
Además, a lo anterior hay que agregarle frecuentes citas de autores literarios o el ejercicio de una escritura al modo de tales autores, lo cual redunda en un desagradable registro literaturoso, como si fuera necesario exponer lecturas o la biblioteca del autor, por el mero placer exhibitivo, ya que no se logra derivar en reflexión metaliteraria; así sucede en el relato “Vida breve”, donde un joven egresado de letras encuentra en una playa a un adolescente parecido a Rimbaud que sueña con Oliverio Girondo, o cuando la mujer del segmento “Capítulo de una novela interrumpida” señala: “A veces yo soy Melville, a veces tú eres Melville. Pero a veces me confundo y tengo que acordarme de Sartre y la Simone de Beauvoir para quedarme tranquila”. Como si ya todo no fuera lo suficientemente problemático, añadámosle referencias ultramanidas para ayudar al hundimiento total.
La alegoría se traga y traba la totalidad del relato en torno a esta pareja que logra superar las tentaciones demoníacas para acceder al paraíso. Caracteres blancos no logra la tan ansiada fragmentariedad; por el contrario, se vuelve unitaria, porque no renuncia al eje mítico de la pareja “adánica”, cuyo itinerario desemboca en un desenlace celestial. Un tiro de gracia que redondea la historia y que demuestra el rudimentario método de formulación de este artefacto narrativo.
