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CONFRÓNTESE
CON LA SOSPECHA, de Marcelo Pellegrini
DE
LO NUEVO NO SE HABLA
Por
Carlos Labbé
www.sobrelibros.cl/domingo,
04 de marzo de 2007
Cunde hablar
del silencio. No me puedo imaginar a Wittgenstein, a Blanchot, a Hoffmansthal,
a sus traductores pronunciando esa frase castellana -cunde hablar del silencio-,
ese verbo nuestro tan raro, impersonal, intransitivo y además coloquial,
para decir esa célebre frase indecible: "de lo que no se puede hablar
hay que callar". La paradoja es que difícilmente cundiría hablar
tal como uno habla cada día acá en Santiago para pedirle al lector
de un libro de textos sobre poesía contemporánea
que no se haga expectativas líricas, que no venga a buscar en estos ensayos
la explicación de una catarsis, epifanía e iluminación, o
bien la denuncia de las relaciones económicas y libidinosas de algún
ego, sólo porque su objeto es la poesía. No cundiría que
los textos de Confróntese con la sospecha. Ensayos críticos sobre
poesía chilena de los 90 discutieran poética y críticamente
el uso del silencio en un puñado de poemas a partir de una lengua que no
fuera chilena, sino híbrida, europea, académica, imaginaria, periodística,
convencional, porque de otra manera no se sentirían invitados a la querella
ni el discurso de la religión poética -específicamente la
iglesia de los románticos alemanes, que ha tenido acreditados sacerdotes
en Chile, desde Darío hasta Teillier- ni el discurso de la política
poética -donde también contamos con convincentes oradores de escuelas
francesas e inglesas, desde Huidobro hasta Lihn y Parra.
Mientras leía
los ensayos de Marcelo Pellegrini tuve una sensación de eso que
no podemos traducir de manera mejor que espíritu de la época.
Tarde o temprano, a medida que nos cansemos del paso del tiempo, la práctica
de referirse a décadas pasadas como bloques ideológicos identificables
para cualquier persona volverá a disolverse en un mero recurso de historiadores,
y cuando un estúpido publicista diga "los 80s están de moda"
lo entenderemos tanto como al erudito que se refiere a la segunda guerra del opio
en la década de 1850. Hay en los ensayos de Confróntese con la
sospecha una obsesión por el silencio que me hace, sin embargo, imaginarme
-en un ejercicio tan arbitrario como el de suponer que los años 90 no empezaron
en los 60, y que todavía no se terminan- quién habría sido
yo si hubiera leído esos libros en el momento que fueron publicados, y
cómo me habría sentido al comparar esas notas críticas de
Pellegrini con mis lecturas. Entonces se balbuceaba públicamente tanto
como hoy sobre Neruda, Huidobro y Mistral, se volvía a publicar a Rojas,
a Anguita, a Emar, a los de La Mandrágora, y sin embargo no puedo dejar
de acordarme de que los poetas con los que conversaba sólo querían
leer a Lihn, a Martínez y a Lira, de que los discursos literarios más
interesantes eran aquellos que se escribían desde el sobreentendido, la
hipercodificación, el pastiche. Pellegrini es quien define este espíritu
de la época cuando nos ubica en la querella que da sentido a sus ensayos:
"las pretendidas explicaciones críticas sobre poesía son un
ejercicio que debe ser confrontado con una sospecha que las aleje de toda idea
de «lo definitivo»". ¿Y qué es lo definitivo? Me
vuelve una sensación de adolescencia cuando vuelvo a imaginarme leyendo
el libro de un poeta de Valdivia el año 93, la paranoia de no entender
los sofisticados métodos que sus poemas empleaban para escapar de las interpretaciones
contingentes que habían hecho de Neruda una religión y de Parra
un programa; la paranoia de no tener esa fe ni ese voto me daba miedo: miedo a
pertenecer y miedo a no pertenecer, miedo porque sabía que la disyuntiva
tendría que resolverse en algún momento por medio de una decisión.
En el párrafo final de uno de sus ensayos, Pellegrini describe a una persona
demasiado joven que escribe para no escribir, que elabora versos para comunicarse
y al mismo tiempo callar: "no podemos conocer en plenitud el silencio o el
vacío pero lo observamos entre deslumbrados y temerosos."
Cuando Confróntese con la sospecha argumenta que en Chile la literatura
-una palabra docta para hablar de la comunicación plena entre dos personas-
ha estado avasallada durante tanto tiempo por el temor -un espíritu nacional,
político, católico, social-, sugiere la urgencia de que cada uno
de nosotros vuelva a leer bien; que estos mismos ensayos, por ejemplo, dejen de
ser temerosos y hablen de aquello que confronta al temor -en sus propias palabras-:
"el vértigo de un texto iluminado [por] esa belleza que destruye,
pero que siempre nos recrea en su caída. Lo que dice el blanco, la fisura
como umbral del vacío, del instante frente a la eternidad, el canto de
los pájaros en medio del mar."
Lo que cunde es hablar del
silencio, no de la mordaza. Y la paradoja es que el verbo cundir no tiene raíces
mapuches ni gallegas, sino que proviene de la antigua lengua gótica; que
esa raíz no prosperó en ninguna otra lengua, y que en el comienzo
tenía una connotación biológica: cundir era tener hijos,
engendrar algo nuevo a partir de lo que ya existe. Oponerse a la muerte.
CONFRÓNTESE CON LA SOSPECHA.
ENSAYOS CRÍTICOS SOBRE POESÍA CHILENA DE LOS 90.
Marcelo
Pellegrini.
Editorial Universitaria. Santiago, 2006.