Las “Locuela”-s de Carlos Labbé
Por Rosa Benéitez
En aftepost.wordpress.com
Locuela es un elogio al lector, a ese destinatario que pasa las páginas de un libro sin darse cuenta de que él es el que realmente está “armando” el relato que tiene delante. Por eso, y aun a riesgo de caer en lo que uno de los narradores de esta novela denuncia (acabar haciendo un ensayo académico titulado Locuela o parasitar el trabajo y la vida de otros), podemos tratar, como lectores, algunas de las derivas de este libro. Publicado en noviembre de 2009 por la editorial Periférica, este relato de relatos acerca al lector español la escritura del chileno Carlos Labbé, quien ya se había hecho presente en el mercado nacional con su Navidad y matanza, en 2007, de la mano de la misma editorial.
El libro se articula en tres direcciones narrativas: una designada bajo el rótulo de «El Destinatario», otra con el de «El Remitente» y finalmente aquella que responde al epígrafe de «La novela». En este sentido, la disposición tipográfica de esta última, diferenciada de las otras dos por aparecer en cursiva, ya nos está informando de que entre ella y sus compañeras existe, al menos, una distancia cualitativa. No será casualidad en relación a esto, que la cursiva suela utilizarse para distinguir las partes de una obra que no proceden del autor de la misma.
Las narraciones denominadas como «El Destinatario» y «La Remitente» componen una especie de diarios en primera persona que informan tanto a sus interlocutores ficticios, esos a los que se dirige la voz narrativa de un hombre y una mujer, respectivamente, como a nosotros, lectores de sus relatos. Aunque, afortunadamente para los tiempos en los que nos encontramos de la historia literaria, la temporalización de estos sucesos narrados por esos dos confesores interrumpe la presumible secuencia lineal que normalmente encontramos en muchas novelas contemporáneas, en detrimento de un abordaje cronológico multidireccional. Y esto se logra gracias a la incursión regular en el conjunto del libro, de cada una de las tres voces narrativas que señalábamos y que aparecen distribuidas en las secciones «La novela», «El Destinatario» y «La Remitente». Así, los acontecimientos, que no pretenden ser una historia unitaria con principio, nudo y desenlace, se narran desde varias perspectivas distintas, las de esas voces, que terminan por incorporar los tiempos propios de una experiencia vivida en común y relatada por varios. En este sentido, todos estos enunciadores: Carlos, Violeta, El que escribe la novela, Carlos Labbé, etc. no dejan de recordarnos a aquellos que encontrábamos en el anterior proyecto del autor, su novela Navidad y matanza, en la que había tantos como días de la semana. Tampoco podemos olvidar a qué se refiere el término locuela: “modo y tono particular de hablar de cada uno”.
A esto y a su manera de presentarse en una misma voz, Bajtín lo llamó polifonía, aunque aquí las diferentes conciencias no refieren al protagonista de la novela, o no sólo eso, como ocurría con los héroes de Dostoievski, también remiten a la figura del narrador, a su concepto mismo. Es decir, gracias a que los diferentes niveles hipodiegéticos se hacen patentes a través del multiperspectivismo de los relatos o la presencia de diferentes paranarradores, el lector advierte la pluralidad de conciencias tanto en los personajes enunciados por el narrador y los distintos paranarradores, como en éstos últimos convertidos ahora en paranarradores. Toda una delicia para los amantes de la mise en abyme literaria.
Aunque, lo curioso de este libro es que nosotros, lectores empíricos, no nos damos cuenta de que desde un principio estamos considerando como autor de la novela que se narra en Locuela (el relato que se corresponde con la sección titulada «La novela») al que ahí es el lector, es decir, el destinatario de esas misivas enviadas por la remitente y de las historias relatadas por el resto de los personajes. En realidad, ése que escribe una historia sobre Violeta Drago no es el autor de ésta, sino el coproductor. Finalmente, «La novela», igual que la novela Locuela, no sólo está escrita por quien relata los hechos, sino por quien lo lee, el receptor del discurso.
La apuesta por la ficción y la escritura vanguardista, en la línea de algunos compatriotas del autor a los que él mismo cita (Raúl Zurita, Diamela Eltit, etc.), es decisiva en este libro. Todo ese juego de voces, actantes, relatos, no es un simple entretenimiento para lectores entusiasmados con la narratología, mas bien constituye una apuesta decidida por la participación del público, quien debe trabajar esta lectura incómoda, y un combate contra la reificación del lenguaje. Y esto curiosamente desde una literatura que puede ser considerada como de auto-ficción y que justamente estaría tratando de desbancar a un tipo de novela confesional que poco o nada tendría que ver con la aquí defendida: “escribo esto porque me falta la frialdad necesaria para construir un objeto narrativo ajeno a mí, aunque sea sólo en apariencia” se lamenta el Carlos de «El Destinatario». Aunque como este mismo personaje apunta unas páginas antes “siempre habrá alguien que compruebe lo imposible de manera empírica” pues la búsqueda del autor y la identificación de éste con el narrador es un vicio aún no extinguido.
En este sentido, resultaría imposible recoger aquí la infinidad de puntos de vista y posturas enunciadas por las distintas conciencias narrativas de la novela: la de la Violeta que escribe las cartas o la Violeta protagonista de «La novela», la de “El autor de la novela” o el Carlos que como destinatario escribe una novela, etc. Pero eso es, justamente, lo que algunos lectores apreciarán; que la novela se acerque a la vida no en virtud de una mímesis simplista, sino como forma (otra vez Bajtín) capaz de resaltar las contradicciones propias a toda existencia.
Quizá por todo ello Locuela termine con un manifiesto. Una proclama que sigue la senda de algo que la voz narrativa de «La Remitente» decía hacia el final de la novela, a propósito de la constitución de un movimiento literario denominado “Corporalismo”: “el camino que va de la escritura misma a la fundación del Corporalismo, desde la declaración pública del fin de la literatura hasta la confusión de personaje, escritura y autor”. Las consecuencias de esta situación, tal y como se resalta en el propio manifiesto, serían la muerte del autor y del objeto creado por él. Por ello, el verdadero reclamo de Locuela no es el “Corporalismo”, sino la “salvación del personaje” y de lo que éste trae consigo. De momento, seguro que los lectores de este libro lo salvan a él; la buena literatura siempre se libra de la quema.