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La subversión de abrir la
boca
Carlos Labbé
y su compilación de narrativa
joven: 'Lenguas no busca comerse el mundo'
por Ximena Jara
En El Mostrador. 9 de Diciembre del 2005
52 relatos. 18 modos de contar.
Idiomas distintos que contienen mundos propios, intimidades intransferibles
y, a la vez, convergentes. Es el espíritu de esta cita de cuentos,
que muestra a una nueva generación de narradores –todos con
menos de 30 años-, ya muy distante del espíritu fuguetiano.
Lengua. (Del lat. lingua). Órgano muscular
situado en la cavidad de la boca de los vertebrados y que sirve para
gustación, para deglutir y para modular los sonidos que les
son propios.
Modesto y ambicioso. Así podría calificarse el proyecto
de Carlos Labbé, si es que es posible hacer un equilibrio,
una ecuación entre ambos calificativos. Modesto, porque no
pretende marcar un hito en la historia de la literatura. Ambicioso
porque, a imagen del Aleph borgiano, busca la multiplicidad en la
unidad. Como quien dice, la totalidad. La metáfora más
idónea, para el escritor, es la de la lengua, en su doble significado:
como parte de la corporalidad sensible e íntima y como articuladora
de discursos y significados.
En el 2004, el escritor, de 28 años –en ese momento 27- publicó
su primera novela, Libro de plumas. Ya en ese entonces, planteaba
que parte de su proyecto literario era hacer una integración
de perspectivas y temáticas: ‘que en un libro quepan todas
las posibilidades’. Podría uno pensar en “El jardín
de los senderos que se bifurcan”, también de Borges; un texto-laberinto
que contenga todo, y remita a sí mismo en algunos momentos.
Lo que ha hecho Labbé, sin embargo, es diferente: dar cabida
a las ‘lenguas’ de 18 escritores jóvenes y, a través
de esa diversidad, articular un mundo común.
Son 52 cuentos, reunidos un poco con ánimo de manifiesto,
aunque menos rígido. El compilador se ha distanciado de la
generación anterior –liderada por Fuguet-, y, aunque no pretende
levantar el estandarte contra esa corriente, ni mostrar a los narradores
jóvenes más importantes de Chile, sí pretende
devolver la intimidad al relato, involucrarse en lo contado, lamer
cada palabra hasta dejarla húmeda y brillante, sacarla de la
boca y devolverla luego a ella.
El epílogo del libro –que será presentado el 22 de
diciembre- fue escrito por el español Enrique Vila-Matas, y
su veredicto es insondable. Lo mismo puede ser que le haya encantado
o que le haya sido indiferente. A Labbé, esa ambigüedad
en el juicio le gusta. Es parte de la diversidad de perspectivas que
quiere albergar en su proyecto.
-En el prólogo del libro hablas de la duplicidad de la
lengua: como órgano y como medio de expresión.
-Tiene que ver con la génesis de este proyecto. Cuando publiqué
mi novela sentí una especie de soledad creativa, o literaria,
que tenía que ver con los procesos de recepción que
tienen los libros en Chile: un par de críticas y punto. Después
fui conociendo gente que escribía; cada uno de ellos tiene
un idioma propio, un sistema verbal no explícito, pero que
es una especie de impronta o alfabeto que se va recombinando en cada
cuento. En términos temáticos, además, son súper
viscerales, corporales. Se recupera el cuerpo desde una perspectiva
menos fetichista, una necesidad de palparse, volver a lo más
básico. Por eso, lo de la lengua es un concepto que une esas
dos nociones: la expresión de que son autores maduros en su
idioma artístico, y también la búsqueda del cuerpo.
-Leyendo estos relatos uno tiene la sensación de que una
de sus características en común es la cercanía
con el nudo dramático, tanto a ratos lo observado se desdibuja.
En ese sentido, viene a ser como el conflicto, lamerlo, paladearlo.
-Es una buena manera de entenderlo. Es acercarse, sentir la superficie
de los cuentos de una manera radical. La mayoría de los autores
eligieron comerse la historia, echársela a la boca, chuparla.
Y eso habla del compromiso que hay con la narrativa, que es diferente
de la generación anterior, del 90, que era absolutamente, fría
y cool, con todo lo que eso implicaba. Aquí no hay miedo
a los fluidos, a hablar de bosques, de Chile y también de chat.
-Hay un afán de buscar la intimidad dentro de cada cuento.
-Absolutamente. La lengua es algo íntimo. Es algo que está
dentro de la boca, y el que realmente conoce tu lengua es porque te
es muy próximo. También hay algo obsceno, pudoroso y
vergonzoso en el hecho de publicar. El salto que implica convertirse
en una persona publicada a la que cualquiera puede acceder. Se siente
un poco ‘sacar la lengua’, en términos de burla, pero también
hay un pudor en que te miren la lengua. Eso es perturbador.
La estructura
mental del hipervínculo
-En una anterior entrevista dijiste que tenías una suerte
de proyecto para hacer una ‘escritura integral’, lo que suena súper
ambicioso. ¿Se acerca esta antología a la multiplicidad
de ángulos que pueden dar una visión de totalidad?
-Sí. En verdad, el criterio de la compilación, cuando
me lo preguntan, es pobre. No estoy tratando de dar una panorámica
de los escritores jóvenes de Chile. Íntimamente siento
que están cercanos a mi proyecto narrativo, que, aunque suene
ambicioso es algo tan simple como tener diferentes intereses: música,
cine, religión, tradición, cultura basura. Me interesa
la superficie de todos esos discursos. No es casual que todos los
que participan de este proyecto tengan muchos intereses al mismo tiempo.
Me siento tributario de Borges, y en ese sentido se parece a la idea
de Aleph de Borges, de verlo todo, y que todo tenga un sentido visual
y literario. Todos los sentidos caben en la palabra, y ninguno a la
vez. Por otra parte, me interesa el fenómeno de internet. El
fenómeno del hipervínculo crea un proceso mental que,
uno lo quiera o no, influye en la escritura.
-A propósito de eso, en algún momento se creyó
que el hecho de pensar ‘hipervincularmente’ tendía a hacer
más superficial todo conocimiento. ¿Crees que esta compilación
desmitifica eso, de algún modo?
-Absolutamente. La primera generación que produjo literatura
habiendo crecido en la cultura pop en Chile fue la de los 90;
la Zona de Contacto, por ejemplo, encabezados por Alberto Fuguet.
Ahora lo miro hacia atrás y lo encuentro pobre. En ese momento,
la gente se fascinó por el recurso de la rapidez en la narración
y el sentido de la fuga. Había que pasarlo bien, era una cosa
muy de fin de milenio, muy hedonista, poco constructiva. Y eso se
ve en una novela como Mala onda, por ejemplo. No hay ninguna
propuesta de discurso, sino apenas una mímesis de Salinger,
y el resto es la destrucción del discurso chileno donosiano,
llevado a la modernidad. Pero a partir del 2000, la gente no tiene
prejuicios con ser todo lo banal que quiera, pero reconocer también
que le interesan discursos profundos, y la tradición. Calvino
dice que no hay que entender la levedad como superficialidad, sino
como un texto liviano a pesar de su pertinencia de contenidos.
-¿Tomas distancia, creativamente, de la generación
del 90?
-Absolutamente. Todos lo hacen, hasta ellos mismos. Pero no los tomo
como mi referente negativo, no son el enemigo. Evidentemente la Zona
de Contacto marcó un canon de cuentistas, así como
antes estaba el de Lafourcade. Es antiquísimo hacer cuentos
para afirmar una estética. Tomo distancia de la generación
de los ’90, así como tomo distancia de la generación
del boom, de García Márquez o de Vargas Llosa,
de esa mirada machista, esa actitud de comerse el mundo. Lenguas
no se va a comer el mundo, le puede pegar una langüeteada y acicalarlo,
como un gato, dentro de su propia intimidad. La generación
de Fuguet, me parece, no es literatura, sino el momento en el que
el periodismo en Chile se dio cuenta de que podía ocupar el
‘yo’. Y por un asunto de mercado se vendió como literatura.
-¿Y lo que haces con Lenguas no es también afirmar
una estética?
-Sí. Pero no hay una pretensión de simplificar esa estética.
No quiero caer en el juego que tuvieron las vanguardias todo el siglo
XX, que es reducir pensamiento, de manera interesante, a fórmulas.
Creo que lo que le falta a la literatura es complejizarse, sobre todo
en Chile. Que las cosas no sean unívocas. La generación
de Fuguet dejó la sensación de que estabas con ellos
o contra ellos. A mí me gusta atacar la estética de
Fuguet, no a él, porque me gusta que haya discusión.
Y yo no podría reducir la estética a una fórmula.
-¿El epílogo de Vila-Matas es amable o no?
-Es interesante eso. Él dice en una de sus crónicas
‘yo veo los dos puntos de vista en todo’, y no fue la excepción
el epílogo. Los mismos autores me preguntan si está
bueno o está malo, ¿le gustamos o no? A mí me
encanta no saberlo, ¿por qué tiene que saberse? Creo,
sí, que el mismo hecho de escribir el epílogo es de
algún modo una afirmación.