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Carlos Labbé


«Un libro, como cualquier construcción humana, entraña una responsabilidad hacia el árbol que fue cortado para producir ese papel, primero, hacia aquellos o aquello que nos hizo posible practicar la palabra, y también hacia esa persona que se digna a leer»

Por Claudia Apablaza
www.literaturas.com




Carlos Labbé
nació en Santiago de Chile en 1977. Se licenció en Letras mención Literatura y Lingüística Hispánicas con una tesina sobre Juan Carlos Onetti. Más tarde alcanzó el título de Magíster en Letras mención Literatura con una tesis sobre Roberto Bolaño. Músico pop, guionista de cine y televisión, crítico literario, antólogo, editor y profesor de universidad, ha publicado con anterioridad la novela Libro de plumas (Ediciones B, Chile, 2004). Actualmente reside en Chile.

Cualquier novela puede ser llamada novela-juego y es también lo que esperamos: que el autor le entregue al lector un texto con el que efectivamente pueda construir, terminar, atar cabos, hacer ejercicios simultáneos sobre la lectura con aquello que el autor ya ha dejado trazado en las páginas en que se inscribe su texto. Sin embargo al leer la contratapa de Navidad y Matanza de Carlos Labbé, me lo cuestiono, ya no me queda tan claro que todas las novelas que he leído en mi vida lo sean (o intenten serlo). Aún no sé si la contratapa de este libro es una redundancia o una extraña forma de novelar.

La lectura del libro me lo aclara. A pesar de quedar, por unos días, encapsulada en el texto y en una interesante lectura múltiple. Por un lado, una novela-juego en su construcción genuina y también textual: siete amigos se juntan a escribir una novela a catorce manos usando un tablero, casillas y un par de dados; que son algunos de los personajes de Navidad y Matanza. En este juego, el que llega al final es Carlos Labbé y es quien publica hoy su novela. Y por otro, la novela como metáfora del juego de los narradores de este texto o el juego de Labbé. La novela que no tiene más salida que la posibilidad de quedarse en una lectura infinita del libro -que de seguro nadie va a hacerlo- o la posible autoficción del lector para no terminar enganchado (probable ludopático), y poder pasar a la lectura de otros libros que lo esperan.


- Carlos, partamos por lo básico: qué es una novela-juego. No te parece que todas las novelas lo son o deberían serlo, al menos, para ser llamadas novelas.
- La noción de novela-juego tiene la relevancia de cualquier neologismo técnico: desaparecerá pasado mañana. En el caso de mi libro esas dos palabras ya no tuvieron sentido apenas los que participábamos del laboratorio de escritura que lo originó dejamos de pronunciarla. Uno de los narradores de Navidad y Matanza lo explica mejor al preguntarse si cuando deje de hablar –con su muerte, con su desaparición en la página siguiente- seguirá existiendo su nombre. Creo que la literatura poco tiene que ver con el juego; las mejores novelas que he leído son las que justamente no traen un manual de instrucciones, y casi siempre obligan a improvisar una interpretación. Sin embargo, hay que cuidarse de no confundir la absoluta comunicación a la que aspira un escritor bueno -para lo cual hace falta hablar una lengua no convencional- con la tentación de la novedad, que te domestica al darte un papel que el mundo desde antiguo quiere para quien escribe: el iconoclasta, el payaso. Un libro, como cualquier construcción humana, entraña una responsabilidad hacia el árbol que fue cortado para producir ese papel, primero, hacia aquellos o aquello que nos hizo posible practicar la palabra, y también hacia esa persona que se digna a leer. Por eso las novelas vanas, los caprichos y los jugueteos dan rabia.

- Te comenté que ya he leído dos veces Navidad y Matanza, con el fin de encontrar cuál es la “historia verdadera”, como una lectora que intenta desentrañar algo que no captó en una primera lectura, algo que pasó por alto. Esto lo digo con tantas versiones de Alicia, la identidad de Boris Real, de la muerte de los hermanos, etc. Tal vez una de las ideas de tu novela es proponer el lector infinito, más que las lecturas múltiples que puede hacer cada lector, las infinitas lecturas que puede hacer un solo lector sobre un solo texto.
- Yo mismo soy incapaz en este momento de hacer una cronología rápida de la historia de Navidad y Matanza, y no porque tenga mala memoria, sino porque la literatura nada tiene que ver con la anécdota, los hechos o eso que se escribe con mayúscula: la Historia. No voy a venir acá a decir lo que otros han dicho mejor que yo y con mayor exactitud: que el tiempo no existe, que si somos capaces de entender lo que es el orden es mejor mirar un árbol, una montaña o un insecto en vez de un calendario. Las personas son infinitas, sí. Pero hablar de un lector infinito creo que es perder el sentido de la proporción. Personalmente, no me gustaría privar con mi novela a nadie del privilegio de leer a fondo una docena cualquiera de novelas interesantes durante su vida, porque con ello estaría conociendo de verdad a un centenar de personas, y así se integraría a un coro –a las armonías que las voces solas no pueden alcanzar-; esta es una idea que me fascina de la literatura, de la creación.

- Siguiendo con la idea anterior, en Navidad y Matanza encuentro muchas referencias al proceso de novelar; frases que van creando la ilusión de que las claves del texto están en frases que intercala el narrador de la novela. ¿Esas frases que intercala el narrador son también parte del juego de la novela?
- Esas frases son recados que los narradores se mandan entre sí. Y esa puede ser una descripción fructífera de novela: la suma de los recados que las distintas voces que habitan a una persona se mandan entre sí. Por eso Novela y Persona, esas dos acepciones también mayúsculas y poco confiables, surgieron en una misma época (y también la Nación, diría con Gabriela Mistral, intuyendo una manera de narrar tan chilena en el acto indirecto de mandar a decir algo con alguien, tal como uno manda un regalo a un amigo que vive en otro país y que no necesita nada).

- Acaso Domingo, quien parte la novela, olvidó su contraseña. Hice la relación de alguien que olvida la contraseña de su blog y ya no puede seguir contando su historia, otros la descubren y la cuentan. A veces también imagino que detrás de esta novela hay un narrador fantasma que ha perdido la memoria. ¿Te parece esa lectura?
- Es una interpretación aceptable, aunque peca de desconocimiento del mundo de las bitácoras electrónicas, que es bastante abierto, empático y generoso, según lo que me ha tocado experimentar. Digamos que no existe un blog lo suficientemente interesante como para que otras personas quieran usurparle al autor su condición original. Más bien es un medio bastante conservador y poco estimulante en lo que se refiere a intrigas y anécdotas de ese tipo, pues un parásito intelectual siempre preferirá la trinchera del comentarista a la del escritor. De todas maneras, Navidad y Matanza nada tiene que ver con las bitácoras electrónicas ni con la red de redes; es una novela de personajes enclaustrados –en un computador, en un laboratorio, en habitaciones de hotel, en autos, en casas de buena familia- que buscan desesperadamente salir a los espacios abiertos, a los horizontes, a la vastedad de una playa o de un lago de sal.

- En la dedicatoria de este libro pones “Y a los otros seis participantes de esta novela juego, especialmente a los que también intentaron llegar a esta última casilla”. Bien, quiero detenerme en esta dedicatoria. ¿Esta es genuinamente una novela escrita a siete manos o no? ¿O crees que el lector no debe enterarse de esto, es decir, el proceso de construcción del texto no es lo importante?
- Navidad y Matanza es una pequeña casa de playa edificada sobre los escombros de un rascacielos que nunca llegó a terminarse, que apenas llegó al cuarto piso. Si no me equivoco, por lo menos existen dos balnerarios en Chile con edificios similares; escribí esta novela a partir de esa sensación de abandono que provoca tal paisaje. Da igual lo que un lector sepa o no, por favor evitemos ese aire secreto que a algunos autores les gusta que tengan sus procesos de escritura para justamente escamotear que sus libros no guardan misterio alguno: yo y seis amigos escribimos una novela a partir de un tablero de juegos, con casillas y dados, compitiendo porque el que llegaría a la casilla número cien se quedaría con todas las páginas. Yo tuve la fortuna de ganar, porque fui uno de los pocos que siguió escribiendo hasta el final.

- ¿Por qué los narradores de esta novela están constantemente negando las identidades de los personajes? El autor se propone ese ejercicio sólo para construir el texto o hay algo más.
- Cuando Kafka habla de sí mismo en su Diario, puede escribir sobre un tal K. Pero cuando el protagonista de El proceso se llama Josef K, y K el de El castillo, inmediatamente ese personaje proyecta una sombra muy larga, que llega hasta el lector y atraviesa la existencia empírica del escritor austríaco. Me encanta esa leyenda que dice que Saussure, famoso por argumentar que las lenguas son sistemas arbitrarios y ciegos, se dedicó los últimos años de su vida a un libro sobre la posibilidad de que la palabra árbol contuviera al árbol mismo: la forma de su tronco y sus ramas, sí, pero también el sonido de las hojas contra el viento y el recuerdo de un ser humano que un día tuvo árbol en su boca, hablando mapudungún o arameo. Me encanta también la idea de que el nombre que uno lleva tenga una motivación, y que los personajes que uno escribe se resistan a ser llamados con facilidad.

- Hablamos de tu primera novela (Libro de Plumas, Ediciones B, Chile, 2004) y me dices que ésta la has escrito posterior a Navidad y Matanza. Bien, no me parecía que fuese así. Me señalaste que al parecer la escritura no tiene tiempo o una idea similar. ¿Me puedes hablar más de esta idea?
-
Algunos libros insoportables están escritos contra reloj, como si el autor hubiera mirado en el televisor de una sala de espera el final de su propio libro, a la expectativa de que los personajes entraran de la mano de un editor y descubrieran al asesino. No es Carlos Argentino Daneri quien puede experimentar el aleph en el cuento de Borges, sino el narrador, triste por la muerte de su amada y abrumado por la aparente temporalidad del lenguaje humano: si no escribimos para perdurar, para no morir, perdemos el tiempo.

- Se me hace imposible dejar de pensar en las dos novelas que he leído anteriores a Navidad y Matanza: Caja Negra, de Álvaro Bisama y Nocilla Dream, de Agustín Fernández-Mallo. En las tres he encontrado una suerte de experimentación sobre todo con la forma de presentar materialmente el texto: fragmentos de textos (y de relatos) que deben ser reunidos en la cabeza del lector. La novela se le entrega al lector como un puzzle a descifrar. (Habiendo puzzles mejores que otros, sin duda) ¿Qué caminos está recorriendo la novela actual? ¿Qué imaginas que viene después de esta forma de construcción?
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La idea de la literatura como puzzle puede ser iluminadora como La biblia, exuberante como La vida instrucciones de uso y decepcionante como esos libros de la serie juvenil Elige tu propia aventura. Todo es construcción y nada lo es, a esa misma respuesta llega un físico cuántico y un profesor de feminismo y teorías de género por caminos que no se tocan, después de décadas de estudio. Habría que preguntárselo a una de esas personas que se pasan la tarde del domingo ensamblando las piezas que están sobre la mesa del comedor: ¿hay algo después?

- ¿Qué viene después de Navidad y Matanza?
- Las novelas Locuela, Piezas secretas contra el mundo y Coreografías. Ojalá.

 

 


 

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Carlos Labbé.
Entrevista de Claudia Apablaza.