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LIBRO
DE PLUMAS de CARLOS LABBÉ
Santiago
de Chile: Ediciones B, 2004
Francisca
Lange Valdés
Universidad Diego
Portales
TALLER DE LETRAS 38, noviembre de 2006
Señala
Patricia Espinosa en otra crítica
sobre el Libro de Plumas -Rocinante, 85 (2005)- el carácter
polifónico de esta novela. Por cierto, esa característica es no
solo un acierto, sino que también un logro mayor y notable dentro de la
narrativa chilena actual.
En la novela un joven investigador de la Biblioteca
Nacional, Máximo Doublet, que trabaja sobre la obra del jesuita Manuel
Lacunza, relata un día de su vida y, en el transcurso de esta narración,
se van mezclando
tanto las vidas cruzadas de dos familias - la suya, los Doublet, y la de Josefina
y Ana, los Irízar, las dos mujeres que ha amado en distintas épocas-
como las voces dispersas y disidentes de sus integrantes.
Doublet es un
personaje cuya intensidad se despliega con un particular sentido verbal: su relato
en primera persona es un ejercicio de memoria que permite la paulatina entrada
de recuerdos alternos. Tanto sus alocuciones, como la de los otros personajes,
son evocaciones que dan cuenta de una complejidad creciente, en la cual ejercita
la memoria como un proceso que no necesariamente busca una síntesis. Un
ejemplo de ello son las evocaciones sobre las dos hermanas Irízar, objetos
de su amor adolescente y adulto. Ese espacio para el amor es un lugar de transformación
y descubrimiento como un sujeto que se acerca a las raíces de su dolor.
Este sentimiento se despliega como uno de los ejes argumentativos de la novela;
está presente en el proceso en que Doublet descubre la tristeza de Josefina,
la hermana mayor y su antigua novia, quien se ha alejado del mundo tras una profunda
depresión. La sintomatología escatológica de Josefina se
genera como repuesta ante la opresión religiosa y la inescrupulosidad de
su padre, heredando la enfermedad de Anita, su madre, unida a ella por el ejercicio
de reconstrucción de la genealogía familiar, historia que ha estado
marcada por la muerte violenta de sus protagonistas.
La contrición
de ambas mujeres organiza partes del texto dando cabida a otras variantes, hilaciones
sutiles en las que la música y particularmente el cuarteto Música
para el fin de los tiempos de Olivier Messiaen es utilizada como hipotexto
de la novela. Lo interesante de este hipotexto es que no solo son las partes de
la novela las que llevan el nombre de algunos de los ocho movimientos de la pieza,
sino que también hacen eco en las voces de los protagonistas y la conciencia
que éstos tienen de sí mismos. Aunque es precisamente en este punto
donde a ratos se vuelve floja la narración, creo que el ejercicio sobrepasa
esas debilidades. La música del francés guía los descubrimientos
de Máximo sobre la historia de esas familias, sobre sí mismo y sobre
su amor floreciente por Ana -hermana menor de Josefina, de quien está alejado-
músico de un grupo pop y que, a diferencia de su hermana, irradia alegría
y una visión positiva de la vida.
De esta manera, el tiempo narrativo
y la fábula siguen esos extraños movimientos de una música
compuesta en tiempos difíciles. Messiaen es un personaje peculiar, ferviente
católico, trabaja a partir de sus estudios de la naturaleza y principalmente
sobre el canto de los pájaros. Al igual que el padre de Máximo,
Lucho, es esa inspiración o bien ese lugar el que a ambos les genera una
libertad que las condiciones contextuales y políticas en las que viven
no se lo han permitido.
Lucho ha sido socio del padre de Josefina y Ana;
en 1974 su empresa pasa por un complicado momento financiero y los servicios de
inteligencia le ofrecen a Irízar utilizar las bodegas de su empresa para
guardar cadáveres de detenidos desaparecidos que luego serán tirados
al mar. Lucho se niega ante tal aberración, renuncia a la empresa y es
detenido durante unos días por esos mismos servicios de inteligencia. Las
consecuencias de estos hechos perduran en el tiempo y en la resolución
interna de los personajes: treinta años después, al momento de la
narración de Máximo, Lucho ha vuelto a desaparecer en los campos
de Rancagua mientras busca el rastro perdido de unas loicas blancas. La noticia
de esta segunda desaparición pasa como un sueño para Máximo,
quien, sin embargo, va reconstruyéndose a sí mismo desde que la
conoce.
Máximo busca intensamente el disco de Messiaen, y mientras
lo compra en una disquería es cuando se reencuentra con Ana. De esta manera,
las variaciones que permite esa música: las contradicciones, la comprensión,
la soledad, el dolor y la ausencia, pero sobre todo ese ejercicio cabal de memoria,
más allá del testimonio inmediato, resuenan en la pieza del músico,
quien la ha escrito mientras estaba preso en un campo de concentración
nazi.
Libro de plumas es una novela que posee preciosismos técnicos
dignos de una reflexión más larga. Creo que la polifonía
construida por Labbé precisamente pare ese 'fin de los tiempos' en la historia
nacional, pero sobre todo en la historia íntima de cada personaje, resulta
una construcción notable. Notable por la inteligencia de su articulación
y por la carencia de pretensión, expresada en la ausencia de pirotecnias
verbales desmedidas, de personajes estrafalarios y de verdades morbosas.
Pese a que, como ya se señaló, hay debilidades en el libro sobre
todo en los capítulos finales, creo que Libro de plumas promete
un camino interesante dentro de nuestra actual narrativa: un camino con pretensiones
literarias propositivas, carentes de bulla, que dan tiempo a la escritura misma
para convertirse en la protagonista.