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Caracteres blancos, Carlos Labbé, Sangría Editora, 2010, 150 pp.

Lo fragmentario como intención

Por Carolina Silva
Revista Grifo, Nº21


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Escenarios múltiples. Escenas diversificadas y dispersas. Infinidad de imágenes, acentos y silencios. Uniformidad: la novela. Intenciones heterogéneas.

El ritmo constante del texto que transita de un montaje a otro, con distintos movimientos, entonaciones, márgenes y bordes, llegando en algún momento a la calma, al lugar prestado: el desierto, la intención de linealidad de la obra. Lo demás, fragmentos. Escenas diferentes, pero, en su mayoría, recurrentes –siempre se trata de la misma escena, aunque su forma varíe. La voz, la musicalidad de la escritura. La forma, el diálogo, el ritmo. La inmersión y el arrojar al lector a escenas sin pausas que hacen del acto de lectura un instante delirante: “Agradecer, hundir la cabeza contra la almohada, lograr poner un pie en el suelo frío y luego otro. Prender el calefón, correr desnudo hacia la ducha” (67). Calma. El desierto, la tinta blanca, el reflejo del sol: “Él tomó conciencia de que los dedos de su mano estaban palpitando cuando los puso entre los de ella” (45).

Escucho –leo a Carlos Labbé (1977)– como el ruido que hace la máquina del sistema braille. La lectura de aquello que se escribió con un sonido estridente, solo con el dedo, solo con los sentidos. El silencio para escuchar aquello escrito: sinfonía confeccionada con tonos altos sin saber realmente qué es lo que se oye. Pausa de la escena, volvemos al desierto. Desierto con y desde el deseo del otro, de la sed, del hambre, de aquellos recuerdos que nos inundan. La repetición constante, la narración de cada hecho, de cada respiro, movimiento y detalle hacen de este libro un ir y venir entre lo desenfrenado y la calma, entre la contingencia y lo sereno.

Si bien el texto está intervenido con otros anteriormente publicados, la concatenación de fragmentos, historias y escenas parecen dar el verdadero significado de la obra, su productividad y sentido. Se hace manifiesto, se fenomenaliza su intención. Situar de un lugar a otro, vertiginosamente, al lector y, con ello, voces. Primeros y terceros hablantes, nombres, silencios.

Existe, entonces, la infinita posibilidad de escenas, de lecturas, de escenarios que hacen factible que el texto se transforme en acontecimiento. No olvidemos el desierto, el lugar que este autor ha tomado prestado para realizar un lineamiento dentro de Caracteres blancos. Prestado este lugar, se apodera otra voz, otra entonación, otro ritmo. Son estas imágenes las que dan la sensación de pausa y descanso.

Así, tenemos dos escenas probables: el devenir vertiginoso y el desierto. Dentro de ellas, la simultaneidad de fragmentos que son otros lugares, ruidos y más, que se repiten; signos y códigos que pueden provocar la curiosidad de querer saber qué viene luego. Por ello, el relato puede convocar al lector a seguir o, al contrario, detenerse y guardar: frenar el rápido movimiento que el texto llama de modo dominante.


 



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Lo fragmentario como intención.
"Caracteres blancos", Carlos Labbé, Sangría Editora, 2010, 150 pp.
Por Carolina Silva.
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