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LLUVIA QUE CAE SOBRE LA LLUVIA
DISPARACIÓN, de Mauricio Rosenmann Taub. Pfau-Verlag. Saarbrücken, 2007
Por Carlos Labbé
http://www.sobrelibros.cl/
jueves, 29 de mayo de 2008
Tal vez no sea inútil decir que escribo esto en invierno: día tras noche tras día escuchando la lluvia y uno corre el riesgo de acostumbrarse, de olvidar que ese rumor no es el silencio y que vivimos en un país seco. En Chile llueve, sí –sobre todo cuando es el sur e importa esa identificación nacional porque la vastedad del paisaje tiene que ser contenida por alguna palabra–; la nieve es rareza: maravilla, fin del lugar común, largo viaje a Europa o Estados Unidos, una idea de literatura o de algo después de la muerte. Escribo esto y doy vuelta la espaciosa página blanca en mi ejemplar de Disparación, de Mauricio Rosenmann-Taub, como quien encuentra más certezas en la portada de una novela que en la peripecia de sus personajes, preguntándome por el tradicional hablante que desaparece del escenario poético –tan teatral era su verborrea, pero eso tampoco es el teatro– y respondiéndome que hace falta contemplación, escucha, que descansemos los ojos.
Pienso en la desaparición de alguien conocido aunque lo que estoy haciendo es evocar la cara que tengo en mi recuerdo, su voz y una manera particular de moverse en vez de mirar la vastedad de esa página en blanco. Memoria, olvido, dónde, cuándo; expresiones recurrentes mientras leo, mientras escribo sobre este poemario: “lluvia, nieve, nombre, número”. Me enfrento a las mismas dos disposiciones tipográficas inusuales del poema en las páginas de Disparación –una sucesión vertical de versos breves y luego un rulo, una ondulación, un barrido allá afuera, porque llueve– e inmediatamente la información de que hay dos frases que el autor escribió primero en este libro – “la geometría extiende su axila / y la lluvia suelta su axioma” – me hace repetir que usualmente se interpreta esta manera de escribir sin pronombres personales como una especulación, como un dominio abstracto que –a diferencia de lo que quiere la ciencia– sólo obedece a un orden precario y excepcional. Igual que cualquier individuo que pasa por esta ventana con su paraguas: a él no lo entenderé, no volveré a verlo, pero para los dos llueve. Igual que la geometría, con sus axiomas y generalidades; igual que la lluvia, que hace que uno busque poner su mano bajo la axila de alguien más porque estamos entumidos. Pero también se suele llamar a un libro así poesía visual porque uno se queda mirando las palabras de su idioma como si no las hubiera visto nunca, como si fuera un signo del alfabeto hebreo, una palabra francesa en boca de un parisino –disparition–, un relato en versos germánicos de cómo el amor y la guerra, las calles y las casas, los coros y las luces desaparecen en la blancura. Sólo quedan algunas ramas nevadas con gorros, guantes, alguna película, la navidad y un recuerdo de infancia entre los balbuceos –“mami, papa, sopa, popó”– con que aprendimos a hablar. Y entonces no puedo dejar de imaginar al escritor que se da cuenta de lo que significa la lluvia en el país seco donde nació mientras ve nevar como nunca antes en su vida, como siempre las últimas décadas. Trata de hablarle de esto en alemán a la persona que va caminando a su lado pero no puede. Sólo llega a su casa y anota una palabra confusa: disparación. Luego ensaya una rima: “al corazón / le duele el corazón.”
Aunque si después ese escritor que imagino elige borrar la rima, evitar el pronombre, desvanecerse en abstracciones, ¿cabe que venga uno a señalar que esa palabra confusa es también el estruendo del disparo en el escritorio de aquella persona enmudecida, el crujido de un revólver y su bala destruyendo cualquier tejido orgánico que encuentra a su paso, que lo chorrea todo de sangre, y resuenan las sirenas de la policía, la gente se agolpa, los televisores se encienden y hay murmullos, gritos, investigaciones, juicios, leyes abstractas del talión contra la otra mejilla de Cristo de manera que la escritura parece insignificante y la poesía un mero ejercicio mental? Las respuestas son innumerables, innombrables e incomprensibles según el libro de Rosenmann Taub[1], según uno de sus versos: “la nieve viene nevando”.
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NOTA
[1]. La misma edición que comento está disponible de manera parcial en la revista electrónica Proyecto Patrimonio.