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EL CAPITAL, de Karl Marx, edición chilena

UN LIBRO ENTONCES NO ES ABSTRACTO, TAMPOCO EL CONCRETO

Carlos Labbé
http://www.sobrelibros.cl/


 

 

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Tal vez lo productivo en vez de andar cambiando y cambiándose de línea, en lugar de no entender que estamos hablando de algo diferente a lo que pareciéramos decir sería preguntarse por qué nada es inmutable, sobre todo cuando uno se ha quedado mirando el reloj o llega la fecha del propio cumpleaños o resultó que en el encuentro tan esperado con alguna persona querida y lejana el recuerdo de su cara era distinto a la que vimos pero no sus gestos, que se conservan tal cual no los alcanzamos a memorizar. A veces, sin embargo, el solo hecho de preguntarse por la causa de que todo sea movimiento trae su respuesta: la paralización, la paradoja –como dijo Heráclito de Éfeso–, la síntesis. Qué le parecería por ejemplo a Karl Marx que en tantas páginas su proyecto de observar la necesidad de concebir las relaciones humanas según sus intercambios concretos, según sus movimientos perceptibles y constantes en lugar de seguir negándose a ver lo evidente, los cuerpos y sus flujos; qué le parecería a Marx que sus tres tomos de El capital, las cuatro mil páginas que escribió para proponer una determinada historiografía de la humanidad según nuestra economía política se hayan vuelto con los años una abstracción masiva que como respuesta indirecta produce presupuestos, prejuicios, imaginaciones, idealismos; qué respondería Marx si leyera que alguien escribe que su obra quiso desenmascarar, acusar –el lápiz trabaja sobre el papel crudo, el editor y los colegas colaboran, los fierros entintados caen candentes sobre otros miles de papeles, encuadernan las máquinas, los comerciantes distribuyen y ofrecen, la prensa con la academia discuten sobre esos volúmenes, los lectores reaccionamos y dejamos de hacerlo y volveremos a leer–, poner en práctica el supuesto de que no hay abstracción que no pueda ser utilizada para una tarea material, que no pervive idea inasible que no pueda volverse cosa, que no se encuentra equivalencia ni supuesto que no pueda imprimirse encima de algo que alguna vez estuvo anotado, que en suma no existe abstracción ni inmutabilidad que no pueda volverse un movimiento a favor de la parálisis, ni pausa que no se transforme en cierta parte de una serie de pausas que se encadenan para alguien más que no lee, que supone, que da por hecho esa serie. Qué habría escrito Marx, entonces, de saber que su propuesta de arrebatarle a la abstracción la filosofía –el acto de escribir sobre la forma como del contenido, y también el acto de no separarlas, la literatura– para volcarla en las cosas perceptibles iba a producir un enorme sistema ideal que incluiría en sí mismo toda posibilidad de cambiar lo concreto sólo si se mantuviera así, detenido, en el orden de lo irrealizable e imperceptible. Qué habría opinado Marx del marxismo y de todas sus corrientes históricas, de sus cátedras, de sus polémicas internas y de que el registro periodístico lo haya mutado en calificativo, en sinónimo tanto de idealista como de pragmático, según para qué capitalista se reportee la propaganda.

En este punto se hace necesario pasar tan rápida como enfáticamente por un elogio a la primera traducción chilena que se publica sobre El capital. Aunque se trate del primer volumen solamente y nomás la labor haya consistido en revisar la edición castellana lanzada en Rusia en 1990, a pesar de que haya que debatir si los párrafos perdieron la soltura verbal de la primera edición mexicana o el rigor de la última argentina, nada de esto significa más o menos que la abstracción paradojal que algunos llaman trabajo editorial y otros intercambio filológico. La pregunta que me parece tan directa como inmutable ahora tendría que ser sobre el sentido de una edición chilena de El capital, sobre la necesidad de que ahora los lectores meridionales nos enfrentemos leyendo estas páginas al hecho de que aunque todo el día nos gusta andar comprando y vendiendo, pagando y siendo pagados, mirando y siendo vistos, escribiendo y anotando, la común opinión santiaguina dice que el dinero es cochino, que nos hace perder de vista todo eso que realmente importa, que debe haber una manera de salirse del capitalismo que tan mal nos hace tratarnos, aunque mejor no hablemos de capitalismo ni de neoliberalismo sino de lucro, porque así el foco se mantiene sobria y prudentemente en el exceso y en el abuso y en el derroche, no en la chaucha ni en la monea. La reflexión sobre la posibilidad real de leer El capital en chileno sería productiva si uno parte del hecho de que la nuestra es una lengua idealizada e idealizante, que simulamos decir al pan, pan, y al vino, vino porque es decente salir a ocupar los lugares comunes, y así me volvería una vez más productivo para que nadie crea que no trabajo, que me dedico solamente a escribir notitas y a leer mamotretos que no dan plata. Y por eso en el prólogo chileno a El capital se habla de que estamos hablando en español, no una variante lingüística siquiera del castellano. Por qué no hablaríamos en vez de decir, por qué no anotaríamos aquí y ahora: los chilenos no hablamos en Chile porque sentimos que andamos por un espacio ficticio, una suma de superposiciones de superestructuras macroeconómicas sobre el más al sur de lo quechua que fue instalado encima del inquietante canto del Trile, entonces mejor nos quedamos cada uno en la casa, en el barrio, en la década de la infancia, cada uno está seguro de sí mismo –de los límites de su propio cuerpo– si se queda en su lugar, y qué bien si hay tele con internet ahí, mejor eso a fugarse en la abstracción de la masa durante el trayecto infinito de la micro a temperaturas metafísicas. Yo personalmente quisiera detenerme antes de esa fuga: en la lectura concreta de un libro ya antiguo, moderno, europeo e ilustrado, sin embargo y por eso mismo vigente cuando parlotea sobre la única obsesión inconfesable de mi calle, sobre eso que nunca se habla de tan obligatorio que es, porque no queda otra salida que hacerlo y es de tan mal gusto y por eso nos dedicamos a la literatura y a la tele: el dinero. El valor intrínseco. El valor que se transforma al manosearlo. Karl es Carlos acá, ¿por qué? El trabajo. El capital. Empiezo a leer El capital en chileno por primera vez para participar en un grupo de personas que quieren entender, un grupo de estudio. Estamos lejos de Chile. No puedo evitar tener a la mano una edición en otro idioma para estar comparando, para seguir en la inseguridad. Me quedo en los prólogos y en las reflexiones cada vez que quiero escribir sobre el dinero, cada vez que quiero ganar dinero por escribir. Con la mano sobre El libro de los cambios me hago una promesa que muta y se hace invariable: voy a volver a escribir una nota crítica sobre la edición chilena de El capital una vez que termine de leer este primer volumen. Voy a volver.

 

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El capital. Crítica de la economía política. Tomo 1. Karl Marx. Traducción de Cristián Fazio y Hugo Fazio, revisión crítica de Sebastián Zarricueta, Manuel Hidalgo y Rafael Agacino. Lom Ediciones. Santiago, 2010.



 

 

 

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Un libro entonces no es abstracto, tampoco el concreto.
EL CAPITAL, de Karl Marx, edición chilena.
Por Carlos Labbé