FRAGMENTOS NARRATIVOS QUE NOS VUELVEN MEDIO PERSONAJES
The Hundred Thousand Books of Bellatin / Die hunderttausend Bücher von Bellatin. Mario Bellatin. Hatje Cantz /
Documenta. Ostfildern / Kassel, 2012.
Por Mónica Ríos y Carlos Labbé
http://www.sobrelibros.cl/
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Sábado 25 de agosto de 2012, 4:12 P.M.
Sé que no es la idea que publiquemos todas las cosas que nos escribimos, ninguna de esas intimidades. Pero puede que la mejor manera de proponer una crítica a dos manos no sea hacer un texto coherente, sino –como salió en la conversación– que nos vayamos enviando algunas notas a partir de la lectura de Los cien mil libros de Bellatin con que ese autor participó en la Documenta 13 de Kassel, este año dedicada al libro. Es un folleto sobre un proceso, parecido a lo que hemos llamado texto en acción. Así por lo menos entiendo la inscripción del nombre del autor en el título, como una performance de sí mismo y de su intimidad: se construye como autor, no; sobre todo se construye como personaje; es la claustrofobia, la enfermedad –dejar pasar el asma, las alergias, los dolores en la noche al lector que ha sufrido lo mismo– la que construye al personaje que, de paso, también es parte de un mundo cultural donde las monjas esperan la extremaunción. Y solo desde la objetivación de su intimidad puedo leer el listado de historias con que Mario Bellatin llenó los libros y las potenciales estanterías en esa exposición: el proceso de escribir un libro como fórmula para dar la vida del autor a la literatura –una vida así hecha interesante, una vida que no cuenta cualquier estupidez que se le cruza por la cabeza (tantos autores que hay así ahora)–, una vida que se hace ajena al reescribirse narrativamente, pues hay algunas historias que están ligadas entre ellas; es más, la continuidad de las historias que empezó a contar es la que se reproduce y se quema simultáneamente. En Los cien mil libros narrar es quemar las potenciales historias y hacer aparecer el problema de la elección. Este libro se compone de todo lo que quedó fuera en la elección.
A ver si en algún momento me mandas una primera impresión. Aún tengo mucho que decir sobre las historias que me tocan, en su enajenación, una fibra personal. Puedo empezar a pensar cómo puede una frase contener una historia –¿microcuentos? ¿líneas argumentales como las que escribíamos cuando guionistas?– que haga converger la vida del lector con la del autor en un solo punto específico, y a la vez describirla por completo. Puede ser porque nuestras vidas también están hechas de esos fragmentos narrativos, cuentos que nos contamos a nosotros mismos y que siempre nos vuelven medio personajes.
Miércoles 3 de octubre de 2012, 5:16 P. M.
Antes de ponerme a transcribir las primeras impresiones que te escribí sobre este libro me acabo de leer lo que me mandaste como punto de partida y me encanta que no haya continuidad lineal entre lo tuyo y lo mío, que realmente sea posible que uno u otro vaya primero. Siguiendo lo que dices de hacer un experimento de nota a este libro no convencional entre dos, en diálogo, es mejor no tener que tomar la réplica del otro como punto de partida, sino ir a saltos e incluso repetirse, y enredarse y traslaparse. Estamos también en la discontinuidad que defiende este libro, lo mismo que en el hecho de que nos interese discutir sobre The Hundred Thousand Books of Bellatin en lo que hablamos, en castellano chileno –cuando seguramente fue escrito en castellano peruano mexicano pero sólo podemos leerlo como libro en esta edición traducida al inglés estándar y el alemán internacional–, y en uno de cuántos ejemplares que debió haber sido impreso en un tiraje industrioso además de volverse esa entidad extremadamente impenetrable e imposible de intervenir materialmente como es el ebook, en vez de poder abrir alguno de los cien o mil libros –no sé cuántos son, adivino el número según la foto de la segunda hoja– que fueron expuestos bien cerrados con otro título en la Documenta de Kassel este año, con otro título calcado de Duchamp –La novia desnudada por sus solteros... Así– más un timbre con el título de este volumen que tengo en la mano.
Siempre le pregunto a quien me dice que lo ha leído si el apellido se pronuncia Belatin, Bellatín, Belatín o Bellatin, ¿dónde tiene que ir el acento en mi lectura? Es parte del asunto que nadie sepa responderme. Al mismo autor no se lo preguntaría; tiene que ver con el carácter gratuito, mediado, pulsional de la transacción que el narrador curador en primera persona de la propia obra objetivada, ficticia, propone expresamente como sentido de este libro: «the books will go on sale only if someone is interested in owning them; these books are made available, not marketed». El destino de Bellatin –secundado por un narrador que se llama como el propio autor y habla de un tal Bellatin, y así al infinito– es una propuesta ética y de negocios –esas dos cosas pueden ser lo mismo, me pregunto, aspiro–: una venta sin mercado, una transacción sin reglas, un vínculo literario ideal en su plenitud práctica, uno a uno, de cuerpo presente –la oferta se realiza sólo si hay demanda, la demanda asegura que lo ofertado será consumido y circulará–, en contra del sentido en ausencia, en oposición a la incertidumbre de escribir para alguien sin nombre, sin cara y sin voz, queriendo refutar la relación diferida –romántica, estructuralista, moderna, digital, actual– que un libro literario hasta ahora espera de su lector o lectriz, y una lectriz o lector que le pide a su texto que vaya de a poco, que lentamente se asome –con el avance de las páginas– el cuerpo de quien le ha escrito hasta ojalá tenerlo pilucho, con todas sus cicatrices e imperfecciones sobre la última página, esa que está en blanco. Bellatin, en cambio, parece que quiere romper ese pacto de seducción o de buenas maneras burgués –me pregunto ahora si hay una nueva propuesta de machitud, si es una contribución a la discusión de género y de las masculinidades–, para abrumar desde la primera línea –cuando quiere abusar de la atención de quien lee, y se pone a él y su libro en primer, segundo y tercer grado: yo, yo y yo, hasta que no haya yo–: el texto está ahí, radical y confianzudo, para que quien lee tampoco se deje paralizar por la timidez.
Así quisiera evitar, creo, que sigamos en ese «gelatinous state of exchange»: cuando manifiesta que lo único que no puede ser modificado en esa postura gelatinosa en que nos postramos a leer es la declaración que obligatoriamente deberá ir estampada en la segunda página de cada uno de sus libros –«This book is not free» [Este libro no es gratis o Este libro no está libre, traduzco mal]–, habla del compromiso que –al abusar de nuestro compromiso como lectores y lectrices de sentido lento y progresivo– demanda su estrategia de abrumamiento y saturado. Pero en la segunda página de ninguna edición que conozca de alguno de los libros de Bellatin he encontrado la frase que acá él exige como axioma; en vez de eso la imprime en tinta blanca sobre página blanca, en vez de eso prefiere confiar en que nos abrumaremos con su promesa sucesiva, potencial: cien novelas condensadas en párrafos de una a siete líneas que nos alientan y desalientan a seguir porque juegan con nuestra expectativa de continuidad y de hastío. Tú, que con tu propia novela nueva sabes mejor que yo de suturar y dejar al aire fragmentos narrativos que son y no son una novela, ¿qué opinas de esta posible propuesta de lectura abrumada? ¿Será que un significado literario gelatinoso es ese que se adormece con el sentido complejo de largo aliento, con el proyecto largo y occidental de sentido metafísico contenido en la promesa de perdernos en novelas de mil páginas, y la constante interrupción de los cien mil libros condensados busca mantener a quien lee en alerta, activamente, «available, not marketed»?
Viernes 2 de noviembre de 2012, 7:39 P. M.
Me acuerdo de que compramos este libro mientras estábamos viajando, y lo reviso mientras voy a hacer clases en un tren interurbano. Justo ahora leo que Mario Bellatin, el autor, diseña para Mario Bellatin, el dueño de un estudio –como el de un artista o el de un ciudadano francés–, un lugar donde mantener todos sus libros. Las palabras de ambos Bellatines logran poner en la página la materialidad del libro, esa pesadez que tú y yo experimentamos hace dos años cuando nos mudamos y cambiamos de lugar los ejemplares de esa biblioteca. Y ahora mi hermano tiene que lidiar en su casa con todos los libros que dejamos atrás, y además, junto a nuestro amigo coeditor, con esos que editamos en Santiago y en Nueva Jersey y en Nueva York. Qué será eso que nos lleva a querer tener los libros cerca, como ladrillos fundantes de un estudio, departamento o habitación.
El autor Mario Bellatin y el artista Mario Bellatin no solo escribe un libro, no solo escribe miles de libros dentro de unas pocas cuantas páginas, sino también escribe un guión –conjunto de instrucciones– para diseñar un libro y una biblioteca. El libro es –siguiendo el juego del Mario Bellatin autor– en el mismo acto de escribir «Mario Bellatin» la huella digital del autor idéntico a su nombre, construido con los ladrillos de una palabra.
Si tuviera que leerme El libro uruguayo de los muertos tal vez tendría que leerme el libro sobre Frida Kahlo que reescribe y contiene. Tal vez para leerme Los cien mil libros de Mario Bellatin tendría que leerme todas las historias, textos, películas que alimentan cada una de esas pocas líneas. ¿Cómo no ir a la obra de teatro del hombre con el traje de látex? ¿Cómo ir a la obra de teatro del hombre con el traje de látex? No tengo que leerme todos los libros sino como posibilidades de libros, como posibilidades del castellano contenido en el inglés y en el alemán de este folleto, como la posibilidad de simplificar un libro, como la posibilidad de un libro ideal. ¿Por qué un folleto es menos que un libro?
Tal vez esa sea mi respuesta a tus preguntas: ¿por qué un libro es menos que un folleto? ¿Por qué una historia plastificada puede ser más o menos que otras? Y no soy solo yo la que en la sucesión de historias de la novela sin nombre sabe que también hay una historia que se funda en la duda o en la experiencia de la simultaneidad donde algunos preferimos vivir. Es posible que se trate de una postura, la de no habitar la metaforización de la vida, tan común en cierto periodismo o en ciertas ciencias sociales que sacan las palabras de la experiencia de lo propio –del nombre propio– para naturalizarlo, de manera tal que dé lo mismo que se hable de cualquier palabra, cualquier biblioteca –con tal de nombrar una–, cualquier nombre que se vuelve escritor, terrorista, corrupto, palabra, figura, cuerpo presente o ausente sin importar qué sea lo que alimenta eso. La pregunta por la historia está en mis cien historias, está en la novela tuya que se ubica contra el mundo y en la de quien ve sin ver lo que nombra.