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El polifacético Carlos Labbé
Por Carmen Flores
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Carlos Labbé nació en Santiago de Chile en 1977. Ha publicado la hipernovela Pentagonal: incluidos tú y yo (2001), las novelas Libro de plumas (2004), Navidad y Matanza (2007, traducida al inglés y al alemán), Locuela (2009, traducida al inglés) Piezas secretas contra el mundo (2014) y La parvá (2015), además de la colección de cuentos Caracteres blancos (2010 y 2011).
Fue parte de las bandas Ex Fiesta y Tornasólidos. Sus discos de música solista son Doce canciones para Eleodora (2007), Monicacofonía (2008), Mi nuevo órgano (2011) y Repeticiones para romper el cerco (2013). Ha sido coguionista de las películas Malta con huevo (2007) y El nombre (2014). Es licenciado y magíster en literatura. Fue parte del sitio de investigación Archivodramaturgia.cl, ejerce la crítica literaria en Sobrelibros.cl, y es coeditor, junto a Mónica Ríos y Martín Centeno, del sello Sangría.
Entrevistado por Rumbos, así reflexionó.
— ¿Cómo escribe usted? Me refiero a tiempo dedicado, rituales, horarios preferidos…
— Intento no cosificar la escritura ni que la escritura me cosifique a mí. Es una gimnasia, a veces le deja a uno el cuerpo duro pero es necesaria para no envejecer tanto: por eso escribo a mano, siempre a mano y en libretas chicas que no se me impongan. Después vendrá el tiempo de verter en las pantallas, de corregir, de adecuar. Escribo en el metro, yendo al trabajo, en los trenes y en los buses. Rayo, hago borrones, hago tiras las hojas, empiezo de nuevo y las vuelvo a pegar con una cinta. Lo más temprano posible en la mañana. A veces, cuando no hay lugar donde sentarse, se me ocurre una frase, dos oraciones que hilan una temporalidad diferente, y le doy vueltas en la cabeza como si fuera música hasta que termine de armarse de oído o se me olvide por completo en su imperfección.
— ¿Cuál ha sido el proceso que lo ha preparado para escribir?
— La escucha de los pájaros, desde chico. La jaula sigue allá afuera.
— ¿Había alguien para guiarlo cuando se enamoró del oficio?
— Formé parte de un taller de poesía en Rancagua, durante 1994; el taller Enrique Lihn, dirigido por la Marcia López, donde las fuertes discusiones entre los bandos de Teillier y de Pizarnik se resolvían cuerpo a cuerpo y de madrugada, ahí cuando yo ya no podía estar. Aprendí a ejercer la imaginación crítica de ese modo, a interpretar como lenguaje los encuentros y movidas corporales que van cambiando constantemente el orden en que se sientan quienes participan de los mesones literarios.
— ¿Se prepara para un libro antes de escribirlo o se sumerge directamente?
— Me preparo sin estridencias, durante años. Lo converso. A veces lo dejo ir.
— ¿Puede escribir en un momento de cólera o de cualquier otra emoción fuerte?
— El acto de escribir literatura es en sí una emoción fuerte, por eso todos sabemos que cuando un escritor funcionario dice que escribe cinco horas al día cada jornada está mintiendo, se está delatando, que en realidad pide ayuda para que lo saquen de su permanente lobby editorial, de su abrumadora rutina de veinte emails diarios, columnas de opinión, decisiones de jurados, tratas con agentes y ese tipo de negocios. La exaltación, el desasosiego, el trance –tres nombres posibles para esa emoción propia del acto de escribir– que entraña la literatura puede arrasar con cualquier cuerpo, como mejor lo demuestran Bombal, Arguedas o Lemebel.
— ¿Qué es más importante? ¿La intriga o el estilo?
— Un estilo intrigante es lo mismo que una intriga estilizada: una cristalización del tiempo, una competencia entre forma y contenido, una división implícita entre literatura y entretenimiento que reproduce la brecha de clases –para el capitalista, el ocio del estilo, para el trabajador, la velocidad de la intriga– en vez de poner sobre la mesa el problema que hace siempre interesante al fenómeno literario: el tiempo, la repartija del tiempo, la partición de nuestro tiempo es un fluido que se nos mete por todas partes, que nos hace trabajar y que nos permite escribir en contra de su transcurso.
— ¿Descubre sus personajes en el curso de la ruta?
— Sí. Pero mientras los leo me doy cuenta de que no son personajes, de que no hay tal cosa como un personaje sino transmigraciones, trasuntos, destilados, doppelgangers, personas en clave.
— ¿Relee sus obras?
— Siempre. Y las vuelvo a escribir en el siguiente libro.
— ¿Cuáles son los escritores que admira?
— Los autores colectivos, esos que son en realidad varias personas escribiendo tras un mismo nombre, un grupo literario que rompió así el cerco de la individualidad moderna, discriminadora, privilegiada, occidental, de sus integrantes: Bustos Domecq, Bolaño, Dumas, De Andrade, Woolf, Tiqqun, Emar, Elena Ferrante, Aira, que incluso eligieron un cuerpo falso, una imagen cliché cualquiera para fumar delante de las fotos y dar entrevistas chistosas que despisten. También admiro a una de las formas antiguas de estos escritores plurales, que es la autora anónima, esa que escribió entre todas las personas de su comunidad la Torá, Las mil y una noches, El lazarillo de Tormes, Las memorias de una pulga, los cantares de gesta, los cancioneros populares y El relato de la Mujer Tiuque.
— ¿Qué se puede enseñar de la escritura?
— Leer literatura es una forma delicada y masiva de escuchar al otro. Escribir literatura es una forma dura y singular de oír a los otros que existen en uno mismo. Leer escribiendo; escribir leyendo, tendría que ser.
— ¿Qué consejos daría a los escritores debutantes?
— Que sigan el lugar común: nunca aceptes consejos de nadie, salvo de tu maestra –cuando te encuentre.