Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Carlos Labbé |
Autores
|
"Piezas secretas contra el mundo", de Carlos Labbé se presenta en España
Por Paulo Corroto
http://www.eldiario.es/cultura/
.. .. .. .. .. .
Carlos Labbé (Santiago de Chile, 1977) no es un escritor cómodo. Sus novelas, como ocurriera con Navidad y matanza y la actual Piezas secretas contra el mundo (Periférica), proponen siempre un juego con el lector, que debe estar en constante tensión para hilar todo lo que el escritor le sugiere. Esas son sus condiciones y para ello se arropa de todas las herramientas literarias posibles, incluso las que proceden de las nuevas tecnologías. De hecho, su última novela está prácticamente protagonizada por un videojuego que se mezcla con una carta de amor por donde van apareciendo retazos de Borges, Bolaño y Cormac McCarthy. Labbé, considerado uno de los mejores escritores jóvenes según Granta, estuvo estos días en Madrid asistiendo a varios lanzamientos de libros y captando el ambiente literario madrileño. No venía a España desde 2010 y como confesó al inicio de esta entrevista, "este país hoy no se parece en nada al que vi entonces, cuando todo el mundo parecía sólo preocuparse por divertirse. Ahora se nota que hay otros problemas".
— Tu libro se titula ‘Piezas secretas contra el mundo’. Toda una declaración de principios. ¿El escritor tiene que estar contra el mundo?
— Creo que tiene que haber una incomodidad. Nadie puede empezar a escribir desde la comodidad, ya que tiene una connotación burguesa, y es también el equilibrio entre una persona y su entorno.
— ¿E incomodar también al lector? Este libro, como el resto de tus novelas, no lo pones nada fácil.
— A mí me gusta manejar todos los registros. Hay momentos en mis libros en los que hay una voz que está armónica, pero, de repente, le pongo algún ruido porque no me gusta que la gente se duerma con los libros. Puede ser que alguien lo cierre porque piense que es muy difícil o muy denso, pero yo lo que estoy ofreciendo es un juego al lector.
— De hecho, en esta novela propones al lector que elija el camino que quiere seguir, como sucedía con los libros juveniles de Elige tu propia aventura. ¿Un trasunto de la propia vida azarosa?
— A mí me interesaba hacer partícipe al lector y señalar que las opciones que uno toma tienen consecuencias. Eso hace que las cosas sean un poco pesadas, y muchas veces uno quiere olvidarse de las consecuencias. Eso ha ocurrido con la narrativa latinoamericana contemporánea desde Roberto Bolaño: ha hecho proliferar los asesinatos, las narraciones de violencia política, pero cuando la muerte aparece en un libro está presentada de una manera demasiado sin consecuencias. De hecho, yo creo que todo acto intenso, como emparejarse, matar, son actos que en la sociedad contemporánea han perdido su sentido del peso.
— En Occidente lo podemos ver en la política, la economía y la vida cotidiana.
— Exacto. Un ejemplo es no regular un marco laboral o económico. La falta de las consecuencias de los actos da lugar a la impunidad de los que han llevado nuestras sociedades a esta catástrofe total. No hay ninguno en la cárcel. ¿Cuál es el sentido entonces de la justicia? Con algo tan banal como ‘elige tu propio camino en una novela’ lo que quería constatar es que tiene que haber un sentido de justicia en la decisión que uno tome. Y esto me lleva a hablar de la ética. Cuando escribo, exploro diferentes formas porque la forma lineal de la narrativa tiene cierta impunidad. Ese vacío que te deja el cine de Hollywood o las novelas lineales es porque el autor de esa obra decidió no mojarse, no tomar una decisión ética al respecto. Obviamente, cada uno tiene una ideología y no hay que explicitarla en la novela, pero sí hay que ser hábil para proponer unas técnicas, un juego que siempre tenga algún tipo de enseñanza.
— Y, sin embargo, el cine de Hollywood es el que más se ve, la literatura lineal es la que más se compra. Es decir, preferimos que no nos señalen mucho con el dedo.
— Porque todos sabemos que lo que hacemos nos va a llevar a algo y no queremos ser juzgados todo el tiempo. Y en sociedades como las nuestras, que son católicas, de base cristiana, el cristianismo mal entendido nos lleva a la culpa. El peso de saber que la suma de cada uno de nuestros actos inevitablemente va a llevar a una condena o una salvación hace que la gente esté continuamente tratando de no ver, de divertirse… Sabe que al final del día va a venir el juicio familiar o lo que sea.
— Pero consecuencia y culpa no es lo mismo.
— Sí, por eso yo trato de probar con estructuras que sean de otras tradiciones. A la justicia y la ética hay que despojarlas de la culpa y la pesadez. La literatura es uno de los territorios que ha logrado zafarse del dogma, la moralina y la moraleja. Uno puede ser suficientemente inteligente para consegir que el lector, aunque no quiera, termine pensando en asuntos como la ética. Y sin decirle las cosas como un panfleto. Una novela es un espacio de creatividad pero puede hacerle pensar al lector y que llegue a sus propias conclusiones.
— En España últimamente están apareciendo novelas, como ‘La trabajadora’, de Elvira Navarro, que sí te obligan a ponerte frente a una realidad. ¿Es coyuntural o crees que hay un grupo de escritores que sí está intentando confrontar al lector con lo real?
— Creo que es algo que está empezando. Me gustan mucho los escritores de batalla. Me gusta cuando los escritores dejamos de pensar en la posteridad, en los movimientos que hay que hacer para que te inviten a la próxima feria… Me gusta cuando los escritores se convierten en lo que la sociedad les pide, es decir, gente loca a la que no le importa decir una pachotada. Y en ese sentido, una novela como La trabajadora es un fenómeno ya que es de una autora que dice ‘soy una escritora mujer que decide escribir sobre el trabajo en un país donde hay una crisis de empleo’. Eso está muy bien, porque es decir las cosas por su nombre, sin eufemismos. Claro que, por otro lado, hay otros medios como el distanciamiento brechtiano. Creo que hay gente que necesita que la grites y otra a la que hay que convencer de manera sutil.
— Las novelas de lo real se han confrontado muchas veces con las novelas comerciales cuyo argumento es la relación de pareja, el mero discurso amoroso. Sin embargo, en tu libro también hay una relación de pareja, pero contada sin los tópicos habituales. Es decir, es posible escribir del amor o desamor sin convencionalismos.
— Hay un recurso del cual se ha abusado, que es la novela de la intimidad donde lo único que importa es esa angustia de que ella o él lo va a dejar. A mí me interesan las relaciones de pareja porque son una especie de zoom sobre las relaciones sociales en general. Las relaciones de pareja son micropolíticas y es interesante abordarlas como aprendizaje porque muchas veces tu pareja es tu mejor lector. A mí me gusta hablar de códigos y uno para entrar en una relación de pareja tiene que establecer siempre un código.
— Pues la máquina de interpretación de códigos anda algo estropeada. Lo digo por los casos de divorcios, por los anuncios constantes de buscar pareja en Internet, por ejemplo. ¿Trasunto de la catástrofe macropolítica?
— Claro, porque la micro y la macropolítica son finalmente parte de la sociedad, y si hay un problema en la macro lo hay en la micro. Una sociedad que está en crisis no es solamente por lo económico, también está desintegrada en las relaciones. Pero me gusta pensar que es la micropolítica la que va a volver a tejer este gran manto. Y la literatura en este sentido tiene un rol porque propone un juego con las micropolíticas. Por tanto, las relaciones de pareja no están mal como argumento, pero no cuando solo interesa el discurso amoroso vacío.
— En este sentido es curioso porque en este argumento de la relación de pareja uno puede pensar ‘todas las canciones hablan de mí’, pero no ‘todos los libros hablan de mí’. La literatura abarca otros matices.
— Exacto. Es bonito eso que dices. Lo de ‘todas las canciones hablan de mí’ no es tanto por las letras sino porque te provocan un estado de ánimo. En la actualidad, nadie puede decir ya, “yo soy un sujeto que parto del año que nací y tengo este nombre etc”, puesto que todas esas identidades son mutables. Ahora puedes migrar, te puedes cortar el pelo… Ahora bien, tu cuerpo, los aprendizajes sensoriales te van a quedar para siempre. El aprendizaje racional, y yo reconozco que mis novelas son muy racionales, puede ser borrado o cambiado por otro, pero el cuerpo ahí está. Yo lo que pienso es que somos animales, por eso hay tantos en mis novelas.
— Sí, también en esta. De hecho, hay muchas personas que aprenden cosas de sí mismos a través de los animales.
— Porque no está mediado por la cultura. A veces la gente confía demasiado en la cultura y no tanto en su instinto. El hecho de dormirse con una novela es una reacción de tu cuerpo ante algo que no quiere. Y lo mismo pasa con las relaciones de pareja. A uno le gusta alguien o no le gusta. La construcción de una pareja es cultural, pero contra la atracción no se puede hacer nada.
— En tus novelas hay animales y también está muy presente la tecnología, en este caso, los videojuegos. ¿Qué narrativa tiene para ti el videojuego? ¿Es la más novedosa actualmente?
— El videojuego es una narrativa que se queda en el punto exacto antes de perder toda sucesión temporal. No son historias lineales, puesto que son tantas las opciones que puedes tomar que al final se convierte en un puzle y en un cuadro. Puedes entrar por cualquier parte o no entrar. La linealidad de la narrativa literaria ya te involucra, te mete dentro de la historia. En realidad es porque estamos muy normados por el calendario y el reloj… Yo creo que lo único que habría que respetar es el día y la noche y las estaciones del año. Yo derogaría el calendario gregoriano, pero la historia humana hace que necesitemos que nos cuenten algo a través del tiempo.
— Pero, ¿por qué tú introduces el videojuego en la narrativa literaria?
— Creo que aporta un diálogo con quien está leyendo y eso a veces la novela lo pierde. El videojuego hace que la persona siempre esté atenta, en tensión, porque es una opción tras otra. Me encanta el libro como objeto y hay que rendirle un tributo a todos esos árboles que murieron por los libros. Por eso también pienso que no hay que escribir algo que ya se haya escrito. Y, en este sentido, el videojuego te da un espacio de libertad imaginaria. El jugador decide dónde va. A veces la autoridad del autor es demasiado pesada sobre el lector, y yo creo que, como todos somos lectores hay que ponerse en el lugar del otro. A mí me gustaría que todos escribieran la novela conmigo. El juego es algo muy limpio: uno dice, ¿quieres jugar conmigo? Y el otro responde que sí, y ahí empieza el intercambio.
— El juego es sano mientras hay libertad. Cuando hay manipulación por una de las partes deja de ser divertido y limpio.
— Yo también juego con convertirlo en manipulación, pero cuento con que el lector sea lo suficiente astuto para saber cuándo estoy haciendo un truco.
— ¿Crees que las tecnologías están cambiando la literatura?
— Ahora se está escribiendo y leyendo más que nunca en toda la historia de la humanidad. Más que cambiar la literatura, se está masificando. Es cuando su uso está más extendido. Por otro lado, la tecnología cambia la literatura, pero la literatura también cambia a las tecnologías. Por ejemplo, esta no sería la misma sin las vanguardias del siglo XX, la novelas de Borges o Virginia Woolf. Ese cambio que los escritores hicieron al imaginar nuevas narrativas llegaron a los programadores, que también son escritores. El sistema Windows le debe mucho a las vanguardias del siglo XX. Al descontextualizar, como hizo Duchamp, algo adquiere un valor, e imagínate lo que eso significa para Windows. La economía no le ha rendido el tributo que debería a las artes.
— Por cierto, en España existe todo un debate sobre la Transición. ¿Cómo es la discusión post Pinochet en Chile?
— Cuando se terminó el periodo autoritario en 1989, a diferencia de lo que pasó en España, Pinochet y su gente, que eran de la elite chilena, trajeron las enseñanzas de la economía de libre mercado de Estados Unidos. Y fue la que se experimentó a mediados de los ochenta. Cuando llegó la democracia ya estaba totalmente armada en una Constitución incambiable. Por tanto, toda la precariedad laboral, el saqueo de las corporaciones de recursos estatales ya estaba. Y la izquierda o centro-izquierda lo asumieron sin cambiar nada. Ahora lo que se critica es que se asumiera aquello y que estos políticos se limitaran a administrar. Sólo lo adornaron con un discurso social. Por tanto, hay una sensación de malestar con esta gente que sólo se dedicó a administrar y medrar.
— En España, hay un reconocimiento, pero también una crítica muy fuerte a los pactos que se hicieron.
— Ustedes crearon una clase media con la Transición, la gente cambió su estatus económico, pero en Chile no hubo nada. Por eso, cuando llegó la derecha en 2010 lo que hizo la gente fue salir a las calles, porque no aguantaba más. Por otro lado, claro, uno tiene que reconocer que esa generación que se corrompió fue la que consiguió sacar a Pinochet sin violencia, sin derramamiento de sangre. Aunque quizá si hubiera habido derramamiento de sangre las cosas hubieran sido diferentes. Eso sí, también hay que considerar que la mayoría de escritores chilenos hemos sido beneficiados por el sistema que se creó en los ochenta. A mí me permitió una educación, viajar, convertirme en escritor. Así que es complicado, uno tiende a criticar, pero no ve que dentro de uno ya está la construcción.