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Del establecimiento del establecimiento

Por Carlos Labbé
Publicado en
revista Casa de las Américas N°300, julio-septiembre de 2020



.. .. .. .. ..

A las víctimas de un virus mortal.


. . . Todas las posibilidades acá serán verosímiles si al final ustedes eligen alguna que no implique nuestra extinción. La primera que les propongo es que éramos diez jóvenes que le huimos a la peste y nos escapamos de la ciudad.
. . . Todas las posibilidades, querrás decir, excepto alguna que no implique dejar de hablar. Dejar de hablar acá es la muerte.
. . . Discrepo.
. . . Entonces no cuento nada. Me callo. No estaré acá en vida y sí estoy muriendo. Que se sepa.
. . . Si eso quieres, mejor será tener a alguien que escuche. Sigo la posta, en este momento el silencio palpita muy fuerte. No tengo palabras mías que decir, solamente que humana cosa es tener compasión de lxs afligidxs y, aunque a todxs conviene sentir esa compasión, más normal es que la sientan aquellxs que ya se enfermaron y encontraron compasión en otrxs. Entre esxs, si hubo alguien que necesitara compasión, me cuento yo.
. . . Ven acá. Chupa.
. . .Basta. Sigan fumándose el libro gordo ese. ¿Por qué llevar la conversación así, poniéndose el parche antes de la herida, anticipándonos a lo que contaremos, pensando en el acto mismo y no en la acción?
. . . Es verdad que llevamos un buen rato hablando, pero nomás ahora empezaron ustedes con esto de la verdad, de lo posible, de que es necesario tener claro dónde estamos, qué somos, cuánto el Big Data y qué nos conviene que escuchen esos que ya todo lo saben.
. . . Ay, ya.
. . . ¿Sigamos con la historia que estabas contando? Hace demasiada calor como para seguir con lo de las posibilidades de las posibilidades. ¿Qué mierda de posibilidades, cuando estamos muriéndonos y no hay otra opción que morirse?
. . . La hay. Está la de morir bien o morir en soledad, con tubos en todos tus orificios y sin poder siquiera tocar otro cuerpo.
. . ..O morir sin poder hablar, también, teniendo tanto que decir. ¿Sigo?
. . . Sigue. Páseme la agüita, eso sí.
. . . Sepan que la peste había caído sobre la ciudad contaminada en plena canícula, de modo que salir corriendo parecía la única posibilidad de vivir ante la enfermedad de todo el mundo, la enfermedad que nos decían siempre existió y que sin embargo se había llevado de repente a los más admirables cuerpos que en nuestra corta experiencia nos tocara conocer; era también una acción, no un acto, de suprema dificultad corporal. Esa primera jornada juntxs habíamos corrido sin detenernos entre los próximos cadáveres putrefactos que se apilaban en las filas, buscando ser testeados, contabilizados, trazados, auscultados, medidos, huyéndole a la fiebre tanto como a quienes podíamos seguir respirando hondo bajo nuestras mascarillas, ante sus últimas horas, devorándose unos a otros en sus oficinas, centros comerciales y reuniones dentro de pantallas dentro de pantallas dentro de pantallas. La aventura para escapar no debía requerir peripecia mayor que la de alcanzar un final digno: lograríamos huirle nadando a una ciudad sin costas ni ríos, entonces esas costas y esos ríos nos arrastrarían a un verde valle fértil oculto entre la ceniza y las llamaradas.
. . . Muy bueno eso. Yo le llamaría el Proemio.
. . . Bueno. Dejémosle ese nombre arcaico, tanto que te gustan. Pero déjenme seguir a mí, de otra manera no llegaremos nunca y estoy empezando a cansarme.
. . . Dale.
. . . Al comienzo éramos dos.
. . . Cómo que dos.
. . . Espera. Éramos solo dos muchachas y, cuando llegamos ahí, al valle, había otros dos, dos muchachos que de la ciudad de más allá venían. Así que fuimos cuatro. Seis posibles parejas de cuatro jóvenes libres ante el día, la noche, el silencio, el remanso, la falta de medicina y la lujuria.
. . . Ah, esa frase. Aunque yo no diría necesariamente que éramos muchachas y muchachos. Mejor: éramos dos muchachxs y había otrxs dos. Así aumentamos las posibilidades de combinatoria.
. . . Que es lo único que te importa.
. . . Sabes que sí, amor.
El punto es que pasaba ya las nueve de la mañana en ese, el segundo día de nuestro escape de la ciudad, cuando unx de lxs muchachxs, quien a veces se hacía llamar Reinx, se dio el trabajo de ir cama por cama a levantarnos a todxs los demás. Se nos metió entre las sábanas y así nos convenció, unx por unx, de que era insano, inmoral y poco seguro dormir demasiado durante el día.
. . . Uf. Déjenme a mí seguir.
. . . Justo cuando se ponía buena la cosa.
. . . Escúchate, por favor.
. . . Sigue tú.
. . . Te seguimos. Sí.
. . . Te seguimos por un pequeño prado cual verde y altos los árboles eran, ahí donde en ningún recodo el sol de ese verano asfixiante y enfermizo daba de frente y en cambio una suave brisa al día y a la noche no le daban tregua.
. . . Insisto.
. . . Perdóname.
. . . A mí también.
. . . Siga usted, belleza.
Nos sentamos en la hierba, perdonados. Algunxs se acostaban sobre los otros cuerpos, algunx más se mantenían con las piernas cruzadas o apoyaban su cabeza en la mochila, o en la agradable corteza del árbol milenario.
. . . Mejor que no sea milenario.
. . . Ese adjetivo no.
. . . De acuerdo. No importa nada salvo ese momento en que ciertx muchachx, esx que no quería ser Reinx, pero así lx llamaban porque había sido dirigentx estudiantil, luego concejalx y, antes de que asolara la peste, candidata, dio el siguiente discurso. ¿Quién se ofrece?
. . . Yo. El sol está fijo y hace mucho calor en los lugares donde están muriendo por miles. Escuchen esta agua que corre y el zumbido de los insectos entre las viñas con racimos silvestres.
. . . ¿Te parece que eso dijo?
. . . Estoy de acuerdo con que debe haber agua que corre y mucha fruta fresca.
. . . Cállate y pásame el racimo, ¿quieres?
. . . ¡Que siga, que siga!
Si no me siguen interrumpiendo. Sería un disparate ir a otra parte. Está fresquito aquí y nos sentimos bien. No hay señal alguna en los teléfonos, pero nos tenemos entre nosotrxs. Eso dijo.
. . . Claro.
. . . Podríamos jugar a algo, digamos que dijo también. Sin embargo, entre la destrucción y el dolor y el recuerdo de esta epidemia que nos hizo dejar atrás la ciudad no cuenta el morbo de los naipes, ni el dominó, ni las damas.
. . . Otros tipos de combinatorias.
. . . Sigue. En cambio, qué les parece si nos contamos historias.
. . . Eso dijo.
. . . Eso dijo.
. . . Sí, eso dijo.
. . . Pueden ser cuentos de la vida de cada quien o algún asunto inventado a través del cual, de todas maneras, adivinaremos quién esté narrando y por qué.
. . . Eso va a ser imposible.
. . . De ahí la gracia.
. . . Yo no he dicho nada, justamente para que nadie me identifique. Quiero que crean que me morí para poder tener la última palabra.
. . . Bonita definición de silencio la tuya.
. . . Solo así podremos conocernos sin pantallas ni mascarillas. No confío en hablar a distancia, no tengo cómo pagar estos inventos modernos.
. . . De acuerdo, pero les pido que no nos aburramos con detalles biográficos: esa novela corta ya me la leí en el hospital Van Buren, ese triste 30 de marzo cuando recibí el mensaje de papá y mamá, antes de escaparme a contarlo todo.
. . . Así antes de que cada cual haya terminado su historia habrá atardecido.
. . . Eso dijo.
. . . Sí, eso dijo.
. . . Eso.
. . . Tal vez sufriremos menos agobio al contarnos cuentos y al final de la jornada habremos recuperado energías suficientes para seguir, ¿adónde?
. . . Adonde haya qué beber.
. . . Adonde no importe quién dice qué y la persona que lea no esté contando los turnos de diálogo para pillarnos.
. . . Quedamos en que súbitamente esx muchachx que decía apellidarse Filopán, esx quien había escuchado pacientemente a sus compañerxs durante horas, fingiendo que dormitaba sobre la pierna derecha de Reinx, pidió con voz ronroneante poder ser quien diera inicio al juego con su cuento.
. . . Yo pensé que ya había empezado.
. . . Y yo lo contrario.
. . . Eso dijo.
. . . Asimismo Filopán, arrebatada la atención de todxs nosotrxs, jóvenes pletóricxs de la belleza que rodea a sus sobrevivientes, prosiguió su relato.
. . . Muy bonito.
. . . Es que es el amanecer de un fin de semana, muy temprano.
. . . Te escuchamos.
. . . En un café, frente al océano, están desayunando.
. . . Qué linda voz tiene.
. . . Él viste de fiesta, aunque un poco a mal traer. Ella, que también lleva ropa formal, luce más fresca. Miran el amanecer con pena. Él le acaba de dar a ella una pésima noticia, que no sabemos.
. . . Que no sea la misma noticia que nos tiene acá.
. . . No sabemos.
. . . Ella se niega a escuchar esa noticia de nuevo y le pide que no vuelva a mencionarla.
. . . Bien dicho.
. . . No quiere echar a perder ese horizonte tan bonito después de una noche única. Ella espera que se acerque el tipo que atiende el local, que sin embargo nunca llega. Está todo el tiempo planeando, como una manera de no hablar de lo que él quiere que diga, insistentemente, qué va a pedir, qué es más rico para desayunar, qué engorda menos y ayuda a la resaca, de qué tiene ganas y qué le va a caer mejor a esas horas después de la fiesta. Vienen de una boda, de un matrimonio que se llevó a cabo en una casa a la orilla del mar. Algo terrible sucedió ahí, una idea macabra.
. . . No la digas.
. . . Lo que importa es el establecimiento de la idea macabra.
. . . Él intenta convencerla de que hablen de lo que pasó, que le crea, que acepte eso que quiere contarle y que se marche con él. En un primer momento pareciera que él pretende que se acuesten una vez más, luego que quiere consolarla como un amigo patético que ha estado toda la vida prendado de ella en vano, finalmente intenta llevarla con él a ese otro lugar ajeno donde ella no quiere ir; ángel de la muerte que nunca dice muerte, ángel ni lugar ajeno.
. . . No digas.
. . . Ella en un primer momento le pide que se relaje, que disfruten del desayuno, luego se angustia al recordar la noticia que él acaba de darle; empiezan a rememorar lo que pasó en la fiesta: que la boda de los amigos en común estuvo muy buena, que una conocida se cayó bailando en la pista, que se encontraron a distintas horas con este otro en una mesa, discutiendo con un anciano familiar de la novia sobre el perdido valor de la virginidad perdida, que estuvieron casi toda la noche bebiendo y conversando encerrados en un baño porque pensaban que se había roto la manilla y tuvieron que salir por la ventana. Que fueron casi los últimos en irse de la boda.
. . . Que, que, que, que.
. . . Que ella se ríe de la coincidencia de haberlo encontrado en el fiestón al cabo de esa infinitud de años, desde que él se marchara y no le escribiera más. Lo acusa de abandonarla. Él le sigue la corriente al comienzo. Ella va perdiendo la paciencia.
. . . Empieza a preguntarle qué ha sido de su vida todos estos años, pero él se las arregla para dejar de hablar de sí mismo en todo momento y repasa los hechos concretos de la fiesta de matrimonio.
. . . Veamos.
Que ella por años sintió una devastadora atracción sexual hacia el amigo en común que se casaba esa noche.
. . . El novio.
. . . Que ella tuvo varios encuentros románticos con ese futuro novio hasta que él conoció a la futura novia y decidió dejar de prestarle atención, a pesar de que cuando novia y novio vivieron una crisis de desinterés sexual, un par de años después, este volvió a buscarla. Al poco tiempo, sin embargo, el novio volvió con la novia y fijaron una fecha para casarse. Ella entonces se presentó ante la novia con intención de contarle que había tenido una larga relación sexual con su novio, pero no alcanzó a decírselo porque de pronto se habían hecho confidentes. El día de la boda, empero, ella llegó decidida a contar la verdad a quien quisiera oírla, aunque su decisión no fue tanta como para detener un fiestón preparado durante meses y pagado con múltiples créditos y deudas. Se dedicó entonces a beber y beber y beber antes de la ceremonia y durante la ceremonia y después de la ceremonia, ahí fue cuando lo encontró a él, al antiguo amigo, y pasaron la noche bailando, bebiendo, drogándose y teniendo sexo, pues el novio y la novia la habían ignorado cada vez que ella se les acercaba para hablar.
. . . No pares.
. . . ¿Eso dijo?
. . . Creo que terminó su cuento, Filopán.
. . . Sigue ronronéandome, por favor.
. . . Yo diría algo distinto. Acostadxs como estábamos bajo un árbol, junto al arroyo en que se había convertido el río inexistente en este valle secreto para saborear la historia de Filopán, entendimos que la dejaría inconclusa con el objetivo de que fuéramos todxs nosotrxs quienes decidiéramos si continuarla o responderla con otra.
. . . Ella se quiebra ante la verdad.
. . . Llora.
. . . No llora.
. . . Confiesa que le duele ser una persona solitaria, a pesar de que no hace esfuerzo alguno para establecer comunidad con alguien más.
. . . Le recrimina que la haya abandonado hace años, dice que nunca volvería a tener una amistad como la suya, a alguien que la entendiera sin fingir que quiere acostarse con ella, sin fingir que no quiere acostarse con ella.
. . . Nos acostamos una vez más.
. . . No nos levantamos.
Él la abraza, la consuela. Ella le da otro beso, esta vez es un beso apasionado y no por la inmediatez del sexo. Él parece no entusiasmarse. Ella se ríe, le dice que ya pueden dejar de fingir. Que siempre ha sabido lo que él no ha querido contarle, que eran amigos tan cercanos porque quería pasar la vida con ella, que la timidez y el exceso de confianza, agrega, que la ética en las relaciones privadas como punto de partida para una transformación política colectiva; que sabe que él había decidido marcharse cuando la vio a ella teniendo sexo con quien hasta la noche anterior era la novia en un baño. Ella lo vio salir de ahí, confundido, pero no reaccionó. Desde ese momento ella había comenzado a compartir con intensidad todo lo que él sentía, desde la distancia y tal vez por efecto de que él desapareció completamente y no se comunicara más con ella, tal vez porque eso le servía para comprobar que tales cosas como la amistad, el amor, la confianza y otras abstracciones son culturales, no así la transferencia enigmática de los afectos.
. . . Una persona siempre quiere algo de otra.
. . . Discrepo.
. . . No hay nada malo en ello.
. . . Que siga.
. . . No está seguro. Sin embargo, actúa como si se enfureciera cuando escucha que ella sabía que él sabía que ella sabía, aunque sobre todo porque ella le habla de la transferencia enigmática de los afectos. Levanta la voz el macho, discuten a los gritos.
. . . Discrepan.
. . . Eso argumenta él. Que no hay cómo ponerse de acuerdo. Que vino a buscarla porque nunca pudo detener la transferencia enigmática de sus afectos, aun si ella le había dejado de parecer interesante como antes, sexualmente atractiva. Ella responde que él es tan obvio, que adivina claramente su siguiente paso y que no caerá en el juego.
. . . Él dirá que si no se marcha con él tendrán que quedarse vagando, juntos o por separado, por muchísimos años y adonde quiera que vayan.
. . . Hasta que se vuelvan a encontrar.
. . . Entonces él está ahí con ella por mero interés personal.
. . . No me parece algo censurable si lo dice de frente.
. . . Escuchen.
. . . Se insultan.
. . . Ella se escapa playa adentro, no quiere saber nada de él.
. . . Yo me leí toda La Biblia.
. . . Yo todo El Mahabarata.
. . . Yo todas Las mil y una noches.
. . . Y yo El Popol Vuh completo, además de El libro del Buen Amor y El Decamerón, desde luego, antes de salir.
. . . ¿Y qué sacaron en limpio después de leer tanto? Si les estoy contando esto es porque creo en el amor.
. . . Suena cursi.
. . . Eso dijo.
. . . Sí, eso dijo.
. . . Creo en el amor como sustrato constructivo de todas las relaciones sociales, a través de la discusión sobre las diferencias entre el amor de pareja, el amor erótico y el amor grupal, del mismo modo en que lo hacen sus lecturas clásicas. Ella ahora está mirando el mar. Él se sienta a su lado.
. . . Se quedan un rato en silencio.
. . . Y otro rato.
. . . Y otro.
. . . Ya.
. . . De repente él le dice que todo era mentira. Que ella no está muerta. Que no murió en un accidente ferroviario camino al matrimonio, borracha como estaba. Que en la fiesta nadie le hablaba simplemente porque todo el mundo sabía de su larga relación abiertamente sexual con el novio. También le dice que tampoco es verdad que él haya muerto por la epidemia en esa otra ciudad distante. Simplemente, le dice, había dejado de escribir y de llamar a sus amistades del lugar que había dejado atrás.
. . . O no se lo dice.
. . . No es el ángel de la muerte que viene a buscarla, puntualiza, sin decir ángel ni muerte ni venir a buscarla.
. . . Ella se muere de la risa.
. . .Cómo tan crédulo, queridx. Nunca le creyó, le dice, a pesar de haberle seguido el juego desde la boda. Están tendidos sobre la arena y se quedan jugueteando con sus cuerpos una vez más, ahora que saben que esos cuerpos en realidad no existen, tirados ahí en la playa a pleno sol una mañana como cualquier otra que pareciera domingo después de la enfermedad que todo lo asoló. Ella se saca la ropa y se mete al mar. Él la sigue.
. . . No te detengas.
. . . Eso dice.
. . . Muy bien.
. . . La historia de Filopán da buen pie para una conversación sobre las relaciones de pareja que se alargan en el tiempo.
. . . Pero ya no tenemos tiempo.
. . . Miren nomás las llamaradas.
. . . No veo nada.
. . . Las llamaradas que se extinguían en el puente de la ciudad cuando salimos. Aun así votamos por seguir nuestro escape.
. . . No es lo que diría José Guadalupe, otrx muchachx tanto menos tímido del pequeño grupo que se estableciera en la cuenca del río inexistente a fundar una civilización sobre las ruinas de la nuestra.
. . . Que no es la nuestra.
. . . ¿Qué diría?
. . . Diría que algo cambió el curso no solo de lo que estábamos hablando, sino de lo que percibimos del lugar donde nos refugiamos esta jornada. Que el único lugar de una relación significativa entre dos, cuatro o mil personas es el tiempo que dura esa relación.
. . . Hasta que se quiebra. Hay tantísimos casos de sociedades quebradas que se mantienen indefinidamente y prosperan porque su vínculo es ese quiebre, esa quiebra.
. . . Pero, ¿qué es el tiempo en una relación, en un relato? ¿Quién puede siquiera contar algo desde afuera, cuando la única manera de hablar es con un cuerpo, que si es cuerpo está vivo y está adentro de algo más?
. . . No es así, si el compromiso es total.
. . . El compromiso total con cualquier otra persona hace que el lugar y el tiempo de la historia que se cuenta se acomode constantemente a su relato.
. . . Asumes que el amor implica disolverse por completo.
. . . No. Yo digo que es lo contrario, que es convertirse junto a alguien más en caracteres completamente definidos, perfectamente separados, complementarios sin exclusión mientras en su raíz sean individuos en diálogo.
. . . Eso dijo.
. . . ¿Quién lo dijo?
. . . José Guadalupe.
. . . De acuerdo. José Guadalupe estaba dispuestx a probar su punto con una breve historia que iba inventándose.
. . . Pero esta historia no funcionaba.
. . . Nos sentamos los siete en una de las bancas de la plaza de ese pueblo seco, perdido y abandonado en el desierto, donde habíamos llegado después de la larga caminata.
. . . Eso dijo.
. . . No obstante, eran cinco.
. . . Seis.
. . . Y comenzó a declamar ya no una historia, sino el resumen de esta, para así interesar a los burócratas de la nueva sociedad basada en el poder de persuasión de cualquier narrativa, por absurda que sea.
. . . El establecimiento, dijo, es el cuento de cuatro jóvenes, dos mujeres y dos hombres, que escapan de una ciudad asolada por una peste hacia un lugar seguro, y en el camino se van contando mutuamente diversos cuentos a través de los cuales se dan a entender.
. . . Prefiero que sean siete, por la combinatoria.
. . . De acuerdo.
. . . De acuerdo.
. . . A medida que recorren todo tipo de lugares diferentes donde buscan establecerse y empezar de nuevo una sociedad, surgen entre ellos todos los tipos posibles de amor.
. . . Sigo yo.
. . . No, yo.
. . . No yo.
. . . Cada uno de esos lugares, tiempos y vínculos sentimentales remiten a distintos libros de la tradición del cuentario, que es la única cultura previa que reconocen.
. . . Vamos.
. . . El Decamerón.
. . . José Guadalupe Carrillo García.
. . . Phantasmagoriana.
. . . Destruir dice ella.
. . . La insolación. Arguments.
. . . El de Joyce Mansour.
. . . Sigamos lanzando títulos hasta que lleguemos, ¿pero adónde?
. . . Cierra los ojos mejor. Dime lo que ves ahora.
. . . Chupa.
. . . Veo el establecimiento.
. . . Eso dijo.
. . . Y luego sigue.
. . . Lxs veo.
. . . Caminan.
. . . Y sigue.
. . . Sigue caminando.
. . . Como título, es evidente.
. . . Buscan un lugar donde establecerse.
. . . También es una invitación a que la persona que está afuera y adentro, la única que puede hacerlo, y que lee, sea quien defina de qué establecimiento están hablando.
. . . Al interior de qué establecimiento están.
. . . Diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres, huyen de la peste al campo. Que comience así el cuento.
. . . Bonito.
. . . Se parece a esto que tengo tatuado aquí.
. . . ¿Qué dice?
. . . Date vuelta.
. . . «En la danza llamada Celos tres hombres y tres mujeres intercambian parejas y cada hombre pasa una etapa en que se mantiene deliberadamente separado de los otros».
. . . Anne Carson.
. . . Así es. Beba.
. . . Siete primos llegan a un pueblo a buscar a su abuelito.
. . . Tres parejas de expresidentes son los últimos huéspedes del antiguo hotel vacacional del balneario desolado por los narcos.
. . . Dos poetas aristócratas, un médico y dos hermanas que cambiarán para siempre la historia de la literatura de horror, se encierran durante una larga tormenta en la casa de un lago.
. . . Prefiero que seamos lxs últimxs ayunadorxs de una huelga de hambre,
. . . Coma.
. . . O dos parejas de oficinistas en un ascensor descompuesto.
. . . Cuatro pacientes de un sanatorio.
. . . Alguien que no es mujer ni hombre, cuya historia nadie más pueda contar.
. . . La masa.
. . . Elija usted una opción.
. . . Una que le permita cerrar los ojos de una vez.
. . . Y seguir en compañía.



 

 

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Del establecimiento del establecimiento
Por Carlos Labbé
Publicado en revista Casa de las Américas N°300, julio-septiembre de 2020