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"Cortejo y Epinicio"
David Rosenmann-Taub. LOM Ediciones. Santiago, 2002 155 páginas.


Por Carlos Labbé
Publicado en El Diario de Aysén (Coyhaique, Chile). 27 de enero 2003

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¿Cómo podemos leer un libro de poesía cuya mitad del titulo se nos escapa? ¿Sabemos lo que quiere decir una palabra como Epinicio? ¿Y si ni siquiera la conocemos, podemos igualmente alcanzar alguna de sus resonancias, tanto a nivel de nuestra propia lengua, su tradición y sus juegos léxicos actuales, como a niveles que exceden la lengua en todas direcciones, hacia problemas musicales y de idiosincrasia, culturales y atemporales, eróticos y discursivos?

Es provocador que Cortejo y Epinicio, un libro publicado originalmente en 1949, venga cincuenticuatro años después a seguir preguntando con la misma efectividad literaria por qué no nos interesa o leemos tan velozmente la poesía, por qué es necesario colgarle a la tarea de componer escritura atributos de sacralidad y de facilismo al mismo tiempo. Flojera intelectual, carencia de herramientas de análisis especializado, sensibilidad deficiente son las acusaciones de este libro al silencio con que lo ha recibido ayer y hoy la crítica, la academia y la historia literaria. Jactancia artística, gongorismo y desprecio por la comunicación pueden suponerse como las respuestas de la opinión pública y su explicación para el aislamiento de Rosenmann-Taub. Los lectores debemos estar cruzando de una a otra de estas trincheras supuestas con cuidado.

La eficacia literaria de Cortejo y Epinicio está en enfrentar la actual indulgencia del medio poético hacia la referencialidad con una agobiante puesta en relieve del sentido más inmanente de las palabras: el sonido. He aquí alta poesía, entendida tal altura como el logro de la completa opacidad del enunciado. Cada uno de los ochenta cantos del poemario fuerza las significaciones y hace extraños los usos sintácticos cotidianos hasta que los vocablos, los versos y los poemas se vuelven objetos en sí mismos, nuestra habla se vuelve insólita y las realidades gastadas a que alguna vez aludieron las palabras se vuelven «un recién nacido». De este modo, poesía vuelve a ser el viejo oficio de forzar al extremo la lengua con el objetivo de decir lo que no se dice, en la tradición del libro del Apocalipsis, la alegoría medieval, la cábala rabínica, el simbolismo, Mallarmé, el Trilce de César Vallejo y la crítica literaria.

Cortejo y Epinicio vuelve a empezar, expugna el mismo silencio de siempre, donde —y cuesta decir— converge aquello que alcanza a resonar en la mayoría de las catorce secciones que lo componen, la pregunta de Dios, el letargo insinuante de la naturaleza, la concurrencia del niño, la evaporización amatoria. Sin embargo, el silencio que se desprende de la rasgadura de estos poemas también es repetido como la literatura debe repetirse, porque busca hacer del todo manifiesta la intervención consciente, medida y racionada de parte del sujeto de discurso, cuya presencia pesa en cada verso como un pronombre personal que quiere agotarse a sí mismo, yo, yo, yo, pero no lo logra y se hace inagotable al no acudir a preguntas, sino a la descomposición del sonido de las palabras con que el ser humano pretende ordenar la tierra, hasta que lograr dibujar una partitura y se olvida de lo demás, Epinicio significa himno triunfal.

 







 




Portada de 1era edición
Editorial Cruz del Sur, 1949

 


Poemas de Cortejo y Epinicio

 

VI

MOI VIVANT 

Como en los tempos de ajorcas limpias,
        en que no había damas viejas:
        sólo niñas.
        Ibas corriendo hacia la muerte
        y te apurabas todavía.

Siempre madruga el basilisco
y qué punzada

        Palomaspálomaspalomas.
        Palomas en los tribunales,
        correveidile.

Cérea dulzaina que me duele
por los oídos la noche entera.
Palpalomas.

        Era la edad de las campanillas,
        en que no había damas viejas:
        sólo niñas.
        Ibas corriendo hacia la muerte
        y te apurabas todavía.

Peso historial sobre lo mío;
de Roma y Grecia mis parientes:
¿blasón?, ¿rebenque?, ¿ceño?, ¿viso?;
oh sacerdotes reverentes:
¿qué alud de zarpas os deshizo?

Patriarcas que he abastado,
pastores y pastoras,
                        (¿cuál cayado?),
egipcios absolutos,
irresolutos años y Pandoras
de boscajes sagrados,
lar de halcones,
Homeros y Salomones:
por senderos de nadie, apresurados
animan su reinado.

        Palomaspálomaspalomas,
        palomas en los tribunales,
        correveidile.

Abro las tapas pegajosas,
y palpalomas que se aferran
en tanta página, asustadas.
Ya se acelera la clavada,
ya me deshago de maleza,
ya cuchilla me acuchilla.
El ama sorda, el ama turbio,
mueve su falda de azulejos:
no me escondiera en sus ojeras,
ojeras como murciélagos.

        Era la edad de las carnes limpias,
        en que no había damas viejas:
        sólo niñas.
        Ibas corriendo hacia la muerte
        y te apurabas todavía.

Corregidores, hacanes,
mis abuelos, mis abuelos:
sus gregüescos de girándulas:
espejos mirando espejos.

        Palomaspálomaspalomas,
        palomas en los tribunales,
        correveidile.

Valiente estancia de oropeles,
mamparas sin futuro, picaportes
que manipulo reciamente:
¿por qué, en violento granizal,
apagáis mi planeta?
Furor, pasión, cascos: ¡atrás!
La muerte es zurda: el alarido
chasqueador: sierra y astillas:
es rechazado ese brebaje.

A cielorraso, correveidile,
resplandor de las tajadas,
a cielorraso.

        Ibas corriendo hacia la muerte
        (¡Iba corriendo hacia la muerte!)
        y te apurabas todavía
        (¡y me apuraba todavía!)

 

 

IX

CANCIÓN DE CUNA

                          Funerales.
Con trapitos de musgo, cariño mío,
te envolveré. Haga tuto mi niño lindo.
Te envolveré bien, hijo,
con esmeraldas y halos alabastrinos,
ya tus manitas cubriré, cariño mío,
con gusanos bonitos.
Haga tuto mi niño, niño podrido.

(Cuídate, aliento mío, por allá abajo.
Adiós, aliento mío.)

Tranquilo, que te acompaño.
Muy luego con barbero de barro:
niño violáceo.

Duérmete para siempre, mi lucerito.
Ciérrense tus ojitos, mi lucerito.
Ciérralos para siempre, niño podrido.

(Cuídate, aliento mío, corazoncito.
Aliento mío, aliento mío.)

Con pañales de hormigas, afán chiquito,
te abrigaré el potito, cariño mío.
Duérmete para siempre, mi niño lindo.
Duérmete, hijo.
Hazle caso a tu Nana: ¡duérmete, hijo!

 

 

XI

DIÁLOGO SEPULCRAL

Y tú dijiste en medio de la sala:
“Le sacudí la vida y no moría;
le llamé tanta inerte materia y no moría.”

“Ven, ven –te digo desde el cristal de luto,
desde las ceras
que guarda el Mayordomo-.
Hace mucho tiempo que me come la tierra
y por eso comprendo tu negra empuñadura:
el cendal que sometes a oscuros palafrenes
trastocará en bramido macilento.
Que recordando, olvidas.

Tráelo a tu memoria, húndelo en tus mejillas,
ábrelo todo y sángralo,
que recordando, olvidas.
Oprímete de aquellas sus postreras insidias:
te hará alboreado el suelo su reconocimiento,
como cuando él gustara el trance de los hielos.
Remécelo, recuérdalo,
que recordando, olvidas.”

Tu mirada selló fúnebre palma
y por la sala derramó volatería
que anudó las cortinas y golpeó las ventanas.
Dentro de ti esta vez un hombre agonizaba.

 

 

CONTÍNUO ÉXTASIS

XV 

No es el cuerpo de Dios lo que medito,
ni su faz de misterio lo que muerdo:
es radiante venero lo que agito
y beso fuertemente y gano y pierdo.

Este fulgor azul se me resiste,
pero por mi espadaña se resbala;
cuando ya asido, entre mi fronda embiste:
a dentelladas se me vuelve ala.

Sigo y persigo la llama divina.
Me ahogo siempre en agua divina.
Ciego me ciego de cumbre divina…

 

 

IMPROMPTU

XX 

Ilumíname, labio, inúndame, desátame:
que es el canto más grave y la copla más sangre.
Inúndame: la fosa me contempla sedienta.
Desátame: mis brazos no son sino semillas.

Júntame las palabras que clavetean mi alma:
luces desconocidas retuérceme en la boca.
Si has de coger los frutos en la cesta del pecho,
ven pronto a mi pasión y cae en mí de bruces.

De bruces al ocaso, cerezo sin poniente,
entrégame los brotes dorados del océano,
embriágame de espasmos azules con tu fuego:
te beberé en la copa de la ardua medianoche.

Por socavar el éxtasis de espaldas a mis hijos,
por crear hondonadas en el templo incendiado,
ahora, como llagas, como árbol de lepra,
entre ruinas de astros se parte el horizonte.

Si has de coger los frutos en la cesta del pecho,
complétame y detente en la estrofa de duelo
de mi cabeza ardida: así de eternidad
frutal se irán llenando mis corolas altivas.

Ilumíname, labio: la vasija gotea.
Los renuevos del bosque se pudren sin descanso.
Es inútil: inúndame: las cúpulas vacilan.
Desátame: mis brazos no son sino semillas.

 

 

SADISMO 

XXXIII
GOLGOTA

1

Prólogo

A toda hora, Jesús, te están crucificando.
Sí, Mesías, ahora, te están crucificando.

Ellos son como yo: y tú me has conocido.
Sus vidas son sedientas arenas movedizas.
Expiran, pero aúllan. Aúllan, pero lloran.
Porque desaparecen son venas de veneno.

¡Si por crucificados te están crucificando!

Ellos no cambiarán: aman la pesadilla
de ser hombres. Se entienden en la herida y el daño.

Para qué perdonarlos: no se perdona al trigo.
Es convulso aletazo el transcurso del hombre.

A toda hora, Jesús, te estoy crucificando,
te están crucificando,
¡te crucificarán!

2

Camino

Entra, Cristo, a mi alma humanamente
y despedázala:
tanta médula de odio es demasiado,
tanto rojo vinagre es demasiado,
tanta horca de ala es demasiado.

Entra como varón, humanamente
segando mis entrañas: con tridente
haz lava y lava el corazón,
hazme cobarde, no valiente.

Tijeretea y más tijeretea:
yo te diré, Cristo, que sigas,
porque aunque sigas eternamente
nunca mi cuerpo en noche albea.

Para que rompas, te doy ira;
para que hables, te doy voz;
tijeterea y más tijeretea,
tijeretéame el corazón.

Alumbra, ciego, crece, crece:
gasta pupilas de Jacob;
para que rompas, te doy ira:
para que hables, te doy voz.

Para que vivas, te doy sangre,
sangre te doy para que mueras,
tijeretea pétalo y estambre,
tijeretea y más tijeretea.

Yo manaré por cien costados,
yo manaré por tu costado;
no resucites, enterrado:
vive muriéndote en mis párpados.

Muérete azul, que muero azul;
baja del monte, que estoy bajando.
Cristo, si sabes lo que sé,
guarda en tus llagas al llagado.

Cristo, yo voy bajando el monte;
Cristo, mis pies están clavados;
Cristo, la luz, la luz naufraga;
Cristo, los dos vamos soñando.

Mírame, Cristo, estoy sangrando;
mírame: el cielo es casi humano;
mírame, fruto de la sombra;
mírame párpado a párpado.

Te tengo dentro de los ojos,
me tienes dentro de los ojos,
y yo mirándote me estoy mirando,
¡y tú mirándome te estás mirando!

Yo soy tu lengua, mudo que habla,
yo soy tu lengua y te estoy hablando:
óyeme, Cristo, yo soy tu oído;
mira la cruz: soy el crucificado.

Tijeretea y más tijeretea:
somos dos tijereteados:
tu vientre es mío: estamos solos:
los dos cogiéndonos desamparados.

Tu madre viene de rodillas
subiendo el monte que tú ya has bajado;
mi madre está como tu madre:
somos, los dos, hijos del llanto.

Lloras: mis lágrimas resbalan
por tus mejillas de sonámbulo.
Lloro: y tus lágrimas resbalan
por mis mejillas, despertándome.

Algunas rocas nos abrigan,
pero es mentira su regazo:
lo que quieren esas rocas
es que abriguemos su desamparo.

No te quedes atrás, avancemos
juntos los dos al mismo paso:
sólo un camino hay en la tierra
y ese camino nos está esperando.

Ese camino es el letargo
y a ese camino hay que atravesarlo.
No te quejes si vas sangrando:
yo también voy desangrándome.

Y así iremos hasta el fin,
aunque el fin sea no hallarlo.
Cristo, abrázame: estamos solos:
aquí, desnudo, yo te abrazo:

aquí, sin brazos, sin alero,
aquí avancemos abrazados:
avancemos por el presente,
desnudos siempre, pero enlutados;

avancemos por el futuro:
negro peñasco, negro peñasco,
y abracémonos, abracémonos:
nunca vivimos el pasado,

los dos jamás vimos la tierra,
los dos jamás hemos andado:
el hacia atrás es un harapo
que el mar acaso ha desgastado;

empezamos a hacer surcos,
no conocemos los arados:
por eso se abren silenciosos
estos senderos enzarzados,
por eso el viento tiene uñas,
por eso vamos desangrándonos.

Allá están armando la cruz,
allá van a crucificarnos:
no te quedes atrás, avancemos
juntos los dos al mismo paso:
¡sólo un camino hay en la tierra
y ese camino nos está esperando!



 

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"Cortejo y Epinicio", David Rosenmann-Taub.
LOM Ediciones. Santiago, 2002 155 páginas.
Por Carlos Labbé
Publicado en El Diario de Aysén (Coyhaique, Chile). 27 de enero 2003