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La piel de quien transmigra en la escalera: una propuesta

por Carlos Labbé
Publicado en Crónica Sonora, Edición N°4, julio 2020
Stgo. Chile



.. .. .. .. ..

¿A dónde van ustedes al dormir?
. . . .. ¿A quién visitan?
. . . . ¿En qué se convierten cuando la experiencia física no es mentida, cuando no deben  falsificarle argumentos sanitarios a nadie ni simular distanciamiento sanitario, ni obtener salvoconducto alguno para circular en libertad?
. . . .. ¿Puedo preguntar en medio de una pandemia si existe la completa libertad?
. . . .. ¿Existe una completa libertad que no sea la del cuerpo?
. . . .. Lo que es yo.
. . . ..Lo que es yo, cada vez que logro dormir me voy a un templo abierto como tajo colorado sobre el cogollo de arterias urbanas que es la Plaza Dignidad, City Hall, la calle Independencia, Cadman Plaza y cualquier otra avenida donde 2.000.000 de otras almas se han reunido a protestar, a pedir la cabeza de ese monstruo sin cabeza y sin genitales que cada año inventa una nueva razón incontestable, una nueva emergencia, una nueva autoridad para encarcelarnos de nuevo e intentar vendernos a precio exorbitante –es decir, a cambio de toda la riqueza interior y alrededor nuestro que pudiéramos imaginar– una falsa comprobación de que no existe cosa tal como la libertad.
. . . .. Entonces esas 200.000 otras almas se dejan de abrazar, se desencarnan porque eran una sola carne descomunal, chorreante, hambrienta, furiosa, excitada a más no poder y se revela ante mí una marcha distanciada de personas muertas.
. . . .. Una vez más alcanzamos la lucidez masiva cuando morimos, cuando no podemos despertar más a una vida que se ha vuelto pesadilla invivible. Pareciera que fuera esa la solidaridad posible, permanente: vagar todxs juntxs en pena.
. . . .. Abrazo a mi criatura y a mi deidad para no sumergirme ahí sino en el templo al que quise dirigirme al dormir, a la criatura y a la deidad cuyo ronquido suave permitió que me durmiera tan profundamente que otra vez me encuentro al borde de la transmigración completa, cuando a las horas del atardecer –una vez que se durmiera– tal vez yo podría por fin trabajar y ganarme la vida, y ese calorcito me remece: estás ganándote la vida con la mía, estás traduciendo o escribiendo o editando para otras personas y no para tu propio beneficio, sea lo que sea, entonces suena furibundo para despertarme el bajo en loop de "Party en Casa" de Topo la Mascara en el soundsystem de un enorme carro funerario que hace suyas las avenidas con la excusa de ser un auto de narcos locales, pero no; es nada más otra manera que tenemos de desafiar a esa bestia sin cabeza y sin genitales que es intrínsecamente racista, misógina, antiinmigrante y tiene el monopolio de la violencia y los medios de comunicación: fuck you, police. Se lo decimos con el mayor volumen posible.
. . . .. No justice, no peace.
. . . .. No racist police.       
. . . .. Me despierto con los cánticos de las protestas que lo ocupan todo ahora.
. . . .. No sé si es octubre en Santiago de Chile o junio en New York City.
. . . .. El año lo sé: 2020. Un número soñado.
. . . .. Como el viejo truco de la alta literatura, desde las reflexiones de la autora del Eclesiastés o desde la noche oscura de Gilgamesh o qué se yo desde cuándo –oh, Calderones, díganmelo desde sus Barcas–, no sé si esta vida a la que despierto ahora es la mía o la anterior un sueño desde donde transmigré profundamente a un Santiago de Chile que esperaba con paciencia agonizante la llegada del calor para salir a guillotinar a su milenaria caterva política piraña que, con sus constantes decisiones esclavistas, buscaban inocular incansablemente el virus de la muerte física y del miedo virtual a una población agotada.




. . . .. Al reverso de ese sueño, acá en la city las calles pasaron en un día del desierto pandémico –el día que la bestial police asesinó frente a las cámaras a un tal George Floyd, porque el billete con que pagó en el almacén de la esquina parecía ser falso y porque era negro– a ocuparse por completo, 20.000 almas que exigen –a toda hora y en las calles más inesperadas para que el monstruo que nos gobierna no envíe a sus fuerzas armadas– que Black Lives Matter.
. . . .. Almas negras las nuestras, porque están vivas. 
. . . .. Esta mañana la city aloja más de 2.000 almas en pena que coincidentemente fueron las personas más precarizadas de los boroughs, aquellas que murieron porque fueron expulsadas de pasillos donde se hacinaban de a quince y nadie entendía el idioma del otro, y sin embargo alcanzaron a llevar el último delivery a la puerta del edificio con calefacción central de Park Slope antes de irse a expirar a un paradero del mismo Brooklyn, donde por esos mismos días la banda indie Woods proponía modestamente transmigrarse adonde uno amara morir mientras moríamos por lo menos amando algo, un lugar siquiera, en su “Where Do You Go When You Dream?”.
. . . .. La mejor respuesta, sin embargo, sonó en el disco autoeditado de Drakeo The Ruler por estas mismas fechas: Fuck you, sistema carcelario convertido en sociedad completa.
. . . .. You fightin' life, sometimes you get lonely
. . . .. Cook the beef up, sometimes I get hungry
. . . .. The problems that I'm dealin' with is really mental
. . . .. Your friends died, we ain't showin' you no sympathy.
          ¿Cuál fue el último sueño de esa persona que murió de Coronavirus, sola y aislada, y sin nadie que le tocara la piel siquiera?
          Que alguien la tocaba y no le mentía.
          Que tenía sexo con otras 200 personas que morían a la vez del mismo tratamiento, una sola carne descomunal, chorreante, hambrienta, furiosa, excitada a más no poder y que se revela.
          Por ella debemos rebelarnos.
          Me rebelo ante la posibilidad de que esto sólo sea una fuga de sueños dentro de sueños.
          En el sueño siguiente me cuesta distinguir si tengo un perro al que saco a pasear quince minutos al día en medio de una cuarentena militarizada por una epidemia de la cual nadie sabe siquiera cuál es la causa, salvo que hay miles de muertes que pueden ser perfectamente por el hambre y la angustia provocada por el estado de sitio, y por los disparos de las fuerzas armadas al servicio de un capitalismo clasista totalitario.
           En el sueño subsiguiente me cuesta –me cuesta toda la plata que no tengo– distinguir si hay un perro que guarda a su humano en una construcción electrificada con decoraciones para humanos, y que permite por quince minutos al día que yo crea que lo estoy guiando hacia unos paisajes regidos por una bestia sin cabeza ni genitales, hecha nada más que de collares y correas y mascarillas y pañuelos con los cuales decirle adiós a las 20 personas que más amaste en el sueño final que la anestesia te concede.
            Porque esta noche, mañana temprano, la cuenta mentirosa del gobierno a cargo de esclavizarnos de cualquier forma posible dice que son 2 las víctimas del Coronavirus: el presidente y su ministro de salud. ¿Pero en dónde estoy, que pasa eso tan soñado?
            En la escalera a la entrada del edificio, ahí donde alguien botó algo asqueroso en el suelo. Nadie se atreve a tocarlo. Será una mascarilla, unos guantes quirúrgicos, pero tiene el color de la piel pal pil pil peldaño daño año a año.
            En el penúltimo sueño –desde donde canto ahora– a las personas las dividen por el color de su piel. A menos que hables español. Entonces ya no importa la melanina, sino esa lengua tuya que no está encarnada.
            Lo que es yo, tengo una propuesta modesta.
            Les juro que no me estoy riendo de nadie; en este tiempo de muerte sólo las calaveras, que transmigran, pueden reírse a carcajadas. En caso de que se estén preguntando qué es, que fue de la criatura y de la deidad en estos momentos en que la criatura ha sido obligatoriamente enclaustrada, cuando las personas que la cuidamos fuimos sometidas a una constante actividad  y sin posibilidad de asistencia externa, porque el amor público súbitamente se hizo sospechoso, y cuando una deidad pareciera significar acaso sólo un ente cruel que barrerá con la humanidad por sus culpas ecocidas, les puedo contar que no hemos sido domesticados aún: mi criatura y mi deidad han decidido tomar la calle como el lugar en donde distanciarse del distanciamiento con seguridad.
            No se trata, sin embargo, de la calle donde marchábamos y a la cual volveremos a protestar apenas llegue el calor a Chile.
            Tampoco de la calle a la que volvimos acá en NYC, en nuestras respuesta visceral al racismo que –por el sistema de exclusión, por no proveernos de un sistema de salud público– mató a tantas personas inmigrantes latinoamericanas, a personas negras sin recursos y a gente recién llegada a trabajar de repartidoras en moto con ese frío de febrero y la boca abierta de hambre frente al virus.
            Mi criatura y mi deidad han decidido que es en el umbral de todas las calles donde podrá salir. Jugará en las escaleras de las casas, de los edificios, de los centros comerciales, de las mediaguas y de los palacios, me lanzará su pelota de básquet por los escalones y me dirá: no somos 2, sino uno solo nuestro espíritu de escalera, porque siempre que terminemos de decir algo, cada vez que estemos yéndonos de algún lugar, tendremos la sensación de que se nos olvida algo importante.
            ¿Qué era lo que se me había quedado en el sueño anterior?
            Ahora me acuerdo: una idea de libertad.
            Una propuesta modesta.
            En ese enésimo sueño yo era lo que un irlandés es para un inglés –lo que una mujer negra para un policía gringo– y publicaba un libelo titulado “Una propuesta modesta para prevenir que los niños de las personas pobres sean una carga para sus padres o para el país, y para convertirlos en un aporte público", luego la gente a mi alrededor me insultaba, me creía inmediatamente y luego me interrogaba para saber si todo esto lo decía en broma o en serio.
            Mi propuesta era la siguiente: pongámonos de acuerdo en soñar lo mismo cada noche, al mismo tiempo. Pues todavía no inventan el negocio de cobrarnos por el lugar al que vamos cuando dormimos.
            Propongo que soñemos que le cortamos la cabeza y los genitales a la bestia que nos gobierna, y que así no lo dejemos gobernar nuestra vida y nuestra muerte.
            Durmamos de a 20 millones en Plaza Dignidad el próximo año nuevo, un solo quejido.



 

 

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La piel de quien transmigra en la escalera: una propuesta
por Carlos Labbé
Publicado en Crónica Sonora, Edición N°4, julio 2020
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