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Carlos Labbé:
“La literatura borgeana quedó atrás”

Por Rodrigo Miranda
Publicado en El Desconcierto, 14 de octubre de 2021



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La última novela del escritor chileno radicado en Nueva York, Viaje a Partagua seguido de La Parvá , publicada por el sello español Punto de Vista Editores, apuesta por personajes no binarios, quiebra la narrativa masculinizada y desplaza el discurso individual hacia lo colectivo.


Empecé con calma la lectura de Viaje a Partagua, la nueva novela de Carlos Labbé, en espera de mi turno en una barbería en Recoleta esquina Antonia López de Bello. En el local se escucha un murmullo de diferentes acentos latinoamericanos y por los parlantes suena un trap. El audio perfecto para el multiverso que propone la novela.

La música de fondo aceleró el ritmo de la lectura. Labbé presagia el desplome de los paradigmas literarios occidentales hegemónicos. Sus personajes L’cabayegu y L’andarín cabalgan por el no binarismo, musicalizan la lucha antipatriarcal y transforman sus andanzas en discursos descolonizados.

Nacido en Santiago en 1977 y uno de los fundadores del colectivo chileno Sangría Editora, en 2010 la revista Granta lo incluyó en la lista de los 22 mejores narradores en lengua española menores de 35 años.

Durante su adolescencia en Rancagua, participó por dos años en el taller literario de la casa de la cultura de esa ciudad, en una publicación de ese taller durante 1993 publicó sus dos primeros cuentos. Estudió en la UC, donde se licenció en Letras con una tesina sobre Juan Carlos Onetti, más tarde obtuvo un magíster con una tesis sobre Roberto Bolaño.

Labbé es autor de Libro de plumas (2004), Navidad y Matanza (2007), Locuela (2009), Piezas secretas contra el mundo (2014) y Coreografías espirituales (2017), entre otros títulos. La lectura de sus novelas es una actividad gozosa, pero también transmite cierta inquietud al lector.

Viaje a Partagua -seguido de La Parvá- viene a quebrar la gramática, emancipar el lenguaje fuera de la escritura normada y tensar géneros literarios e identidades. Mientras los escritores machitos dictan cátedra, Labbé propone quemarlo todo, partir de cero.


En Viaje a Partagua hay un discurso atemporal que se acerca a la tradición popular del relato de andanzas, de viajes ¿La literatura es un de cruces de caminos e historias?
Iba a responderte con una lista especializada de influencias, obras y filiaciones, pero a medio camino entre el despliegue erudito para impresionar a quien sea que lea esto y mis dedos entrenados para escribir a estas alturas ya casi sólo arengas y demandas, más que inventarios culturales -nunca pensé que llegaría el momento en que la contingencia me haría decir esto: la literatura borgeana quedó atrás-, a medio camino se me quedó el acto de publicidad autoral y me di cuenta de que después de todo lo que hemos pasado, después de estos dos años de revueltas políticas y de una pandemia, estamos en un momento cero. Y la literatura contemporánea, que eso es lo que haré mientras esté vivo -y la revuelta política y la pandemia me hacen saber que lo estoy-, ya no puede seguir fingiendo que sigue en 2018, una fecha que era parecida a 2001, a 1990, a 1974, a 1949 porque el deseo estaba puesto en la liberalidad del individuo triunfante. Ya no. Estar en 2021 es cursar el tiempo de nuevo, en cuanto a que somos ahora seres colectivos, dependientes de la salud y bienestar de toda la humanidad como antes de la modernidad; somos de nuevo parte indistinguible de una parvá animal, en vez de andar singularmente por el mundo en pos de conseguir encarnar al sujeto que se emancipa de cualquier soledad, pobreza o enfermedad según su capacidad de negociar con un capital personal. Ese discurso omnipresente, global, perenne, ese aleph de occidente, ya no es válido. Si mi Viaje a Partagua puede parecer atemporal es porque es su voz narrativa que quisiera comenzar de cero viene de ahí -su antecedente es la modernidad, como la de cualquiera hoy- y sin embargo evita localizarse ni ponerse fecha, hoy cuando todo es noticia; esa resistencia total al periodismo en literatura es su primer parteaguas.

Además, es expresamente un viaje cuando el viaje es impensable y está en el deseo de todo el mundo. Quien sea que decida viajar en este momento está en flagrante obscenidad con respecto a las víctimas de la pandemia; al mismo tiempo, nadie puede dejar de viajar cuando hay muerte por todas partes, pues la detención es la muerte. Esa es la aporía en que estamos. La única manera de sacudirse de la aporía es tomar partido: yo tomo partido por la tradición popular de quien vagaba contando historias por los caminos. La literatura de 2021 tiene que haber comenzado de nuevo, de otra manera es obscena y está faltando el respeto a las millones de vidas que fueron sacrificadas a esa contrarrevuelta que es la inequidad social persistente, estructural -casi una condición de vida hoy-: las personas desposeídas fueron quienes por abrumadora mayoría murieron víctimas del Coronavirus. Tal vez esas personas ahora andan por los caminos, poseídas, desposeídas de cuerpo; confusas. Y hoy, en 2021, la literatura viva pide a gritos ser el cruce de caminos de todas esas voces que andan como poseídas sin saber hacia dónde después del parteaguas de la muerte.

Sorprende el uso del apóstrofo: L’cabayegu, L’andarín, como en el habla oral cotidiana, pero también en el relato ancestral. El apóstrofo elimina el género en los artículos también.
Mis amistades en las Españas me odiarán por esto que voy a decir, sobre todo las de las Cataluñas. Las de los Chile me dirán: pero si hemos hablado así toda la vida. Igualmente creo que ya perdí las amistades que quizá tuve por allá y creo -confío en- que con este libro puedo volver a tener esas amistades: es tiempo de que el español, el castellano, como quiera que se llame este idioma, se deje de vestigios inertes y se abra por completo a la pluralidad de hablas de las mil y una comunidades que lo practican. Basta de normas: confiemos en los usos. El apóstrofo es un experimento de no-generización, de inclusión sexual, de destrucción del reglamento, de mis protagonistas. Porque basta de binariedad. Porque quien lleva el relato puede ser lo que quien lee quiere que sea. Porque en el habla oral cotidiana no nos detenemos realmente a fijarnos en la A y en la O, cuando es urgente esa rapidez para dejar atrás la cofradía masculina que lleva a cabo el femicidio en todas partes, y su condición inicial, permanente, es el hecho de que toda palabra española y latina tenga género -todo debiera ser E, como hubiera querido el Perec de La Disparition. Porque elles y ellxs y el’s están al centro de la emergencia que posibilitó la literatura cuando era ancestral, esa urgencia que siempre será contemporánea. Y porque esas comunidades fervientes, apasionadas, en constante desclasificación, son una fuerza que no quiere ser escrita y yo quiero escribir de esa fuerza porque quiero la vida y no la muerte.

Estos personajes producen cierto extrañamiento y cierta cercanía también ¿Quizá porque yuxtaponen tiempos, caminos y formas del habla?
Tal vez porque la yuxtaposición es insalubre, peligrosa, fatal en este momento de parteaguas. Tal vez porque nuestros cuerpos se han desacostumbrado a los organismos extraños, masivos, apostrofados, a mitad de camino. Tal vez porque es de vida o muerte mantener la distancia, y el relato extraño puede hacernos experimentar sin exponernos innecesariamente ciertas maneras fundamentales de romper el distanciamiento.

Citas diferentes animales como en las fábulas o los relatos mitológicos, seres inesperados e inusitados que se reúnen, se sientan a conversar, se van acumulando y allegando.
Últimamente los días se han ido apilando unos sobre otros absurdamente, según una cancioncita horrenda que es el conteo de cuerpos. ¿Hubo un momento anterior que no haya sido así? Claro. Como narrador intento nunca olvidarme que la novela proviene de la épica y que la épica proviene de la canción y que la canción proviene de la música y que la música proviene de los árboles, los animales, los ríos y los mares. Hay otras músicas repetitivas que reconfortan, que hacen sonreír, que dan seguridad: la respiración de quien amamos en nuestro oído toda la noche. La maravilla de ver a esa persona cada vez que abrimos los ojos; la maravilla de que el mundo siga ahí después del parpadeo. La repetición, pienso, ha sido apropiada como característica definidora por la máquina, por la fábrica; al mismo tiempo me sorprendo al darme cuenta de que las más grandes novelas que han existido -es decir, las mayores cancioncitas de la modernidad- son modernistas en cuanto demuestran que sus autores, ay Proust, ay Manuel Rojas, ay Joyce, ay Balzac, ay Cervantes, ay Sherezada, y ay Cervantes, ay Manuel Rojas, ay Proust, no escribieron la experiencia repetitiva hasta la náusea del trabajo asalariado, su remedo de jornada, sus 8am a 5pm, 9am a 6pm, 8am a 5pm, 9am a 10pm, y el reto de arrebatarle la vida, las horas propias, a la repetición del dueño del tiempo. Entonces vuelvo a la maravilla que impone en Viaje a Partagua la presencia de la cría y deidad a quienes siguen el viaje tan recurrente como aciago del camión de inmigrantes. Me doy cuenta de que el relato de la repetición, la fascinante recurrencia de lo que tontamente se llama lo infantil cuando es solo lo inocente, es tan moderno y arcaico como The Waves o El cuarto mundo. La recurrencia que está en la base de cualquier relato pareciera una respuesta a la fábrica y cuando uno lo piensa dos veces, tres veces, los cuentos más antiguos tenían otras estructuras recursivas más gozosas, lo que habla de que la literatura siempre evidenció la economía del lenguaje y cómo el lenguaje excede la economía, cómo propone otra economía. Los recursos mnemónicos de la canción repetitiva son recordatorios de que hay otro orden que no necesita papel, pantalla, dinero.

Usas el recurso de la historia que contiene otra historia, un compartimento que contiene otro ¿Hay algún guiño al barroco y su capacidad de organizar el caos y su miedo al vacío?
Esa pregunta yo podría extenderla a todos mis libros y decir que es una constante que recorre toda mi obra sin paralizarla. Porque el barroco, me parece, es un materialismo extremo como respuesta metafísica; un corporalismo; una neurosis productiva, creativa, que busca al mismo tiempo despojarse de la corrosión antisocial de la neurosis misma. Inocente es el Viaje a Partagua y pensar que puede haber un momento cero, un parteaguas; la pandemia recursiva de los últimos dos años, sin embargo, dice lo contrario. Inocencia e ingenuidad no son equivalentes, sino opuestos. Lo importante es que el barroco no sea un recurso en sí mismo, sino más bien una fascinación por abigarramiento que dirija la atención en un sentido preciso para quien lee esas cajas dentro de cajas en busca de entender la estructura compleja; una fascinación que debe llevar a algo y no ser simplemente un triple salto mortal en el aire —ya nadie puede escaparse de la muerte viajando en soledad y el único viaje posible es hacia adentro, localmente y en plural. Esa es la aporía en que estamos.

¿Hay una intención de concebir el lenguaje como un arma de lucha?
La literatura no es un arma, sino el recordatorio de que se puede experimentar otro contexto donde no se necesitan armas. Si no puedo ni tengo los recursos para salir a crear una sociedad más justa y liberadora, por lo menos tengo el poder de hacer que quien me lee viva en ella, conmigo, durante el tiempo que ofrece a mis páginas.

Uno de los ejes de Viaje a Partagua es el embarazo, el alumbramiento, el parto, la cría. ¿El valor de la vida es una de tus preocupaciones hoy en día cuando el capital financiero y su cultura de la muerte están destruyendo la vida en el planeta de una forma acelerada?
Es tiempo de que la literatura hable de lo que está vivo, de la imposibilidad de su reproducción salvo en la lectura fértil, y que al mismo tiempo se lo esconda con eficacia a quien quiere matar eso al reproducirlo hasta la náusea en relatos seriales que no son más que propaganda del mercado acumulador. Los conservadores, los súper ricos y los ultrarreligiosos tienen familias de muchos hijos; sin embargo, la literatura que leen y promueven es siempre un canto a la originalidad, a la genialidad, a la singularidad y al poder de la negociación, sea a través de épicas históricas o de autoficciones mundanas. Existe, por contraparte, una cultura vieja y persistente que está constantemente creando sus condiciones justas y dignas de existencia; no me refiero nada más a la literatura que palpita intrínsecamente fuera del mercado -y que es anterior a las mismas ideas de capital, de literatura y de estar afuera o adentro-, sino también a comunidades, letradas o no, que crían y educan con delicadeza, con estrategia antigua, a un solo niño o niña para que vaya y se infiltre y disfrute y triunfe y gobierne y cambie las leyes de todos esos conservadores, súper ricos y ultrarreligiosos desde adentro para que siga existiendo, y se expanda cada vez más, esa sociedad paralela, desconocida, para nada secreta porque en el placer conocemos su funcionamiento de sobra. Es la fiesta. Es la solidaridad. “Es el lugar donde una persona es liberada”. Son todas las mamás y los papás del mundo que crían a una sola cría y deidad, además de todas las figuras que entran y salen del cuento que le cuentan en el Viaje a Partagua. Es la dirigenta y también el relator -infiltrados en el fútbol, vientre de la ballena neoliberal- de La parvá.

¿Cómo desneoliberalizar Chile, volver a lo público y lo comunitario?
No hay que hacerlo, porque esas nociones y la abstracción de esas nociones que gobiernan y ponen límites -el mero hecho de su concepción, la constitución misma- son un capital privativo. No me parece que sea necesario decir que debemos volver a lo público y a lo comunitario, sino a seguir poniendo atención a nuestro lenguaje, a las capacidades de lectura, para encontrar así a quienes siempre han vivido ahí y lo ejercen cada día en sus acciones no narradas por la literatura de 2018. Quien comienza o termina una comunicación literaria con una lista especializada de influencias, obras y filiaciones no siempre ejecuta una mera repetición de Borges para el mercado de la erudición y el prestigio, no; a veces se trata de una clave, una contraseña a ese mundo arcaico, premoderno, anterior a la plaga del lenguaje económico, que siempre ha sido la resistencia de la vida creativa.

 

 

 

 



 

 

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Carlos Labbé: “La literatura borgeana quedó atrás”.
El autor presenta "Viaje a Partagua" seguido de "La Parvá".
Punto de Vista Editores, 2021, 212 págs.
Por Rodrigo Miranda