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Instituto Cervantes de Berlín, Marzo 2014: Carlos Labbé, Benjamin Loy
(escritor y editor alemán) y Nona Fernández
"De Chile, literatura y nuevas voces:
dos narradores chilenos"
Entrevista a los escritores Nona Fernández y Carlos Labbé
Amir Valle
http://otrolunes.com/
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— A modo de presentación hacemos siempre a nuestros invitados un reto: el de mirarse e intentar explicar a los lectores de OtroLunes ¿quién eres? La respuesta, como para profundizar más el reto, debe enfocarse en dos aspectos inseparables pero que, con todo propósito, pedimos que intenten responder por separado: el ser humano y el escritor, teniendo en cuenta en qué sentidos se contraponen o complementan estas dos “áreas” de su vida.
— Nona Fernández: Me defino por lo que hago y lo que hago es escribir. Mi trabajo literario se alimenta de mi vida. Mi escritura es una gran reflexión sobre de lo que pienso de mis circunstancias, del mundo y de la época que me tocó vivir. Soy chilena, tengo cuarenta y dos años, tengo un hijo y una pareja a los que amo. Trabajo y pago cuentas como todo el mundo, vivo corriendo y peleando por ganarle tiempo al tiempo y así poder tener más espacio para escribir. Vengo del teatro, que es mi otra trinchera además de la escritura. El escenario es uno de los lugares que más goce me ha regalado, es un espacio carnavalesco y colectivo que por supuesto alimenta mi escritura. Viví mi infancia y mi adolescencia en Dictadura, y luego me convertí en adulta transitando una Democracia extraña que administró y agudizó el modelo fundado por los militares. Sufro las consecuencias de ese feroz mal y eso me incomoda. Me incomoda mi país tal cuál se encuentra ahora, me incomoda su desmemoria y su ceguera, me incomoda la falta de empatía y de cariño en la que hemos terminado relacionándonos, y esa incomodidad se ha constituido como una obsesión reiterada en mi escritura. Me interesan las ficciones como reflejos o sombras de la realidad que conozco y habito. Por eso, aunque quiera, no puedo hacer el ejercicio de separar las aguas entre lo que escribo y lo que soy. Me delata mi escritura, me conocerán mejor por mis libros.
— Carlos Labbé: Yo no creo que exista tal cosa como el ser humano, la más amplia abstracción dañina. Tampoco creo que exista el escritor. Existe, en mi experiencia, un cuerpo animal atravesado por la historia, por la experiencia, por las estéticas, por poderes biopolíticos, por fuerzas interiores, por misterios inefables, por atracciones y rechazos de otros cuerpos y de otros conglomerados, sistemas carnales-ideológicos, que a su vez se enfrentan a estructuras puramente abstractas como la filosofía moderno-capitalista con su idea de “ser humano”. Por otra parte, en vez del escritor para mí la certeza es que existe un texto, una escritura singular abierta a la legibilidad de otros cuerpos animales históricos, que es la suma de todos los libros y discursos orales y evanescentes electrónicos y conversaciones. Para mí la única manera de verme productivamente a mí mismo, fuera de la abstracción -que es lo opuesto a la literatura, fuera del espejo y de la frase convencional “Carlos Labbé”- es contemplar la lucha encarnizada entre este texto y este cuerpo.
— El fatalismo geográfico, si es que existe algo así, suele dotar de un ingrediente extra a los escritores. En simples palabras, más allá de los sueños que nos imponen las circunstancias familiares o de vida, hay un espacio que también influye en el escritor que somos. En sentido, ¿cómo creen que Chile y Santiago han enriquecido o mutilado al escritor que cada uno es?
— Nona Fernández: Chile es mi ombligo del mundo. Durante mucho tiempo tuve la fantasía de irme definitivamente, de buscar un escenario más efervescente, más abierto, multicultural, y aunque he tenido la suerte de vivir temporalmente en otros países y de viajar bastante, cada vez me hace más sentido vivir y escribir en mi país. Es ahí donde está mi nervio, ahí donde siento que debo atrincherarme. Los viajes son siempre una buena manera de mirarse y de mirar el territorio desde otro punto de vista, pero la identidad híbrida de Chile, su historia, su devenir, su cartografía, sus procesos, sus problemas, son temas que me apasionan y me alimentan a la hora de escribir. Quizá no escribiría si hubiese nacido en otro lugar.
— Carlos Labbé: Mis libros son nada más que una mínima parte diáfana de ese riquísimo y aún ilegible texto que llamamos Chile. Y Chile es una farsa, un Estado que pretende hacer nación de un forcejeo y que en esa obsesión fracasa estrepitosamente, una palabra enigmática que no tiene otra etimología que la de nuestros idiomas perdidos y deslegitimados con las sucesivas y permanentes conquistas, colonias e independencias. Lo que queda de esos idiomas es la narrativa, la canción, los poemas, los guiones, los talleres, la cronística, el ensayo académico y las performances de Chile. Chile en realidad se llama Los Chiles, Santiago ostenta el nombre secreto de Chimba Mapocho, último caserón quechua-tawantisuyu al sur, primer pueblo al norte de las heterogeneidad mapuche, centro magnético maligno y vía normalizadora para un sinfín de culturas costeras, cordilleranas, agrícolas, patagónicas, desérticas, artesanales, marinas, rurales, glaciares, boscosas, secanas, orales, cantadas, contemplativas, cazadoras, plurales, que se miran entre sí con desconfianza por la sola presencia de Santiago, el santón cristiano que palpita dentro de la mole de cemento. Al mismo tiempo es la posibilidad de abrir la novela, el límite del topónimo, el borde del cuerpo y del texto, las fronteras nacionales, a una completa integración y circulación de otras tradiciones que nos tienen que resonar si queremos seguir contando: mi apuesta es que Los Chiles ahora mismo son el límite del Wall-Mapu, son el sur del Perú, son la costa boliviana, son el caribe colombiano, son la cesantía madrileña, son el campo chino, son la minería norbrasileña, son un camino mendocino, son la universidad tica y son la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago. Esa apertura fingida es el fatalismo geográfico que señalas.
— Pregunta gastada pero necesaria, incluso obligada si lo miramos desde la historiografía literaria: ¿cuándo, dónde y en qué circunstancias de sus vidas se dijeron (o descubrieron) que podían (y querían) escribir?
— Nona Fernández: Tuve una infancia rodeada de libros. La niña que fui era mejor lectora de lo que soy ahora. Leía compulsivamente, sin prejuicios, entregada por completo a lo que cada libro me ofrecía. Los libros me destaparon la cabeza, me trasportaron a otras realidades, a otros escenarios, me llenaron de nuevos conocimientos, de nuevas inquietudes, me remecieron y me acompañaron, como lo siguen haciendo. Creo firmemente que la lectura de un buen libro te hace una mejor persona, te eleva un poco, te ilumina. Gran parte de lo que soy se lo debo a las lecturas que he hecho. Quizá intentando devolver la mano me puse del otro lado. Escribir implica tomar decisiones, radicalizar pensamientos, develar las propias inquietudes y procesarlas, hacerse cargo de ellas, tener la obligación de entregar algo interesante, una mirada clara sobre lo que vemos, pensamos e imaginamos. La escritura detiene el tiempo en un ejercicio reflexivo y generoso que dura el número de páginas que tiene cada libro. Escribir es un acto cariñoso. Suena un poco tonto o naif, pero así lo he entendido siempre. Tengo la fantasía, quizás absurda, de que escribiendo, puedo aportar algo.
— Carlos Labbé: Cuando a los 15 años, caminando hacia el río Cachapoal a tirarle piedras al agua porque no aguantaba más el circo pinochetista de la televisión chilena y se habían acabado los libros de poesía creacionista y de filosofía existencial que encontraba en las bibliotecas de Rancagua, me detuve a escuchar el canto incomprensible de un pájaro que nunca he logrado identificar. Me han dicho que era un guairavo, pero tal vez era un chonchón. Me senté a escucharlo y pensé que a la vuelta iba a tratar de escribir ese sonido en un cuaderno. No pensé en grabarlo, en imitarlo, sino en escribir al respecto. Ese día empecé un cuento policial.
— Beber de la tradición es, al mismo tiempo, continuidad, dependencia y ruptura. En el caso de países como Chile, con una cultura y una literatura realmente asombrosa dentro de la lengua española, esta continuidad, esta dependencia y esa ruptura pueden resultar traumáticas, como se puede ver, por ejemplo, en los conflictos generacionales tan evidentes dentro de las letras de su país. Me gustaría que hablaran de cómo ese ámbito ha afectado, para bien o para mal, al escritor que cada uno de ustedes es y a la generación de la que forman parte.
— Nona Fernández: No creo mucho en las generaciones, creo más bien en las familias o en las trincheras estéticas y éticas que van agrupando a la gente y a los trabajos. A veces creo tener más cercanía con escritores chilenos ya muertos como Lihn, Droguet o Donoso, que con narradores nacidos el mismo año que yo. Sin embargo tengo un tremendo cariño y respeto por la generación a la que supuestamente pertenezco. Una generación muy diversa, con discursos y propuestas muy diferentes, gente inquieta y con una visión del trabajo creativo que traspasa los géneros y la pura literatura. Escritores músicos, escritores actores, escritores guionistas, escritores performance, escritores poetas, escritores editores, escritores políticos. Veo mucha energía, mucha efervescencia, mucho color y olor en la escritura chilena actual, aunque Gonzalo Contreras diga lo contrario.
— Carlos Labbé: En Los Chiles no hay conflicto generacional. Por el contrario, la convivencia entre cuerpos e historias de todas las edades es vibrante, solidaria, fundamental. Sólo que las narrativas públicas -hasta ahora- durante 40 años han sostenido la mentira de que somos una sociedad desintegrada, según lo que dicta la publicidad neoliberal que busca imponer que todos somos individuos, seres humanos, personas únicas y aisladas de sus entornos. Sólo al imponer esa idea puedes crear la alienación necesaria para el consumo; la familia, en tanto, queda como un bien de lujo para las elites católicas, y como una narrativa para el resto arribista. Las peores narrativas chilenas de los años 90, como las seudonovelas de Fuguet e Isabel Allende, o los diarios El Mercurio y La Tercera, existen sólo para imponer ese sujeto neoliberal que nada tiene que ver con la exquisita continuidad generacional que, pese a las guerras y conquistas sucesivas, ha cohesionado los cuerpos en Los Chiles durante 12.800 años. Esa exquisita continuidad generacional no se puede poner por escrito, es un lenguaje que se resiste al logos europeo, esa novedad de nuestros territorios. Algo de ese entendimiento se ha podido rozar en el interés que los medios han dedicado al crucial Movimiento Estudiantil chileno: lo que el estudiantado exige con fuerza -y con eso cambió decisivamente la noción colectiva de lo que es Estado de Chile- no es sólo educación gratuita, sino el rechazo explícito al hecho de que las transacciones económicas sean el principal modo de relación entre los cuerpos chilenos. La educación no es más que otro nombre para las relaciones generacionales; en tal sentido, en Los Chiles nos quitaron la educación política durante 40 años, pero ahora rápidamente han aparecido escuelas informales para eso en todas las esquinas y mesas y camas.
— En un mundo supuestamente globalizado e hipercomunicado, salvo escasas excepciones, desconocemos las literaturas que se escriben en el país de al lado, para no hablar de los ya más alejados. Suelen difundirse y ser reconocidos fuera de Chile ciertos autores chilenos, pero ellos no son sólo la literatura chilena. ¿A qué creen que se deba ese desconocimiento o, para ser más justos, ese conocimiento tan parcializado de lo que se escribe ahora mismo en Chile?
— Nona Fernández: La respuesta está dada por la manera en la que se distribuyen los libros fuera de los límites de cada país. En América Latina hemos sido pauteados por las políticas editoriales de las grandes casas por mucho tiempo. Ellas, que podrían ser agentes de intercambio entre los países, nunca han asumido este rol. Son muy escasas las excepciones y normalmente esas excepciones están ligadas a un tema de impacto comercial, autores que logren vender, que tengan una lectura masiva. Bajo ese criterio la mayoría de los buenos libros, los que tienen un carácter más literario, se quedan sólo en sus países de origen. Otra vitrina importante es la edición directa en alguna editorial española, que inmediatamente pone a los autores en un lugar de visualización distinto, más expuestos y por lo tanto más conocido, como es el caso de los autores de Anagrama. Pero esa realidad es acotada y está inserta en un criterio editorial que marca cierta tendencia, no un panorama más amplio. Pero esa dinámica, que ha sido imperante durante mucho tiempo, se está quebrando gracias al trabajo de las editoriales independientes que intentan hacer alianzas y que han ido difuminando los límites territoriales. Además tal cual como están las cosas quién tiene real interés puede tener acceso a los libros. El tráfico en las maletas, las recomendaciones de amigos, el boca a boca, los comentarios en internet, todo va abriendo posibilidades de estar más enterado sobre la producción general. Yo creo que los buenos libros terminan haciéndose un espacio y un lugar, es un camino más lento, pero no imposible.
Carlos Labbé: El mercado intenta que nomás quienes son más mediocres -y que por eso le serán funcionales- se conviertan en sus autores internacionales. Los cuerpos y los textos se ríen de lo internacional, de esa fantasía de posguerra europea que sólo se sostiene con el dinero de los que pueden tenerlo sin trabajar y haciendo trabajar a sus naciones. Sin embargo a veces hay algún texto, algún cuerpo, alguna ficción autoral que se hace eco de esa risa inquietante; entonces ese texto logra ser leído localmente en muchas partes, que es lo único que importa. El caso chileno más importante en ese sentido es Diamela Eltit.
— En una de las intervenciones durante la reciente gira por Alemania llamó mucho la atención la mención que hicieron a los “Colectivos” en Chile. Me gustaría que abundaran: Carlos, ¿qué son los colectivos?, y Nona: ¿cuál destacarías más por su trabajo?
— Carlos Labbé: Los colectivos no son una noción específica de un país, menos aun de Los Chiles. Pero son algo tan efectivo para mantener la literatura viva, una organización tan sencilla: se trata de que un grupo heterogéneo de personas interesadas en literatura se reúnan productivamente para salirse de esa noción darwiniana y simplificadora que es el autor. Sólo así lograrán crear sin la ansiedad y mutua sospecha que produce la vigilancia del Estado cómplice del mercado, que es lo que tenemos en Los Chiles hace décadas, aunque en Latinoamérica eso ya haya empezado a cambiar. Así la creación es lectura plural también, es actuación en bloque, es borrar la sujeción del nombre y del apellido, es la fuerza de lo colectivo y de saber que existe un acervo literario, el cual es secreto. A veces, según quieran relacionarse con otros colectivos, le asignan a uno o dos de los suyos el rol de traductores, de agentes dobles enviados al campo adversario de la cultura autorial. Hay colectivos literarios en todas partes, donde sea que haya una cultura viva y compartida.
— Nona Fernández: Destaco el trabajo de la FURIA del libro, un colectivo de editores independientes y furiosos que asociándose han logrado vitalizar el ambiente literario chileno desde una perspectiva distinta de la edición, de la producción y del lugar político que el mercado del libro tiene. La Furia del Libro apela a la indignación en contra de un sistema que privilegia el olvido, la ignorancia, la falta de cultura. Un modelo donde el impuesto a los libros es la mejor prueba de esto. Como una respuesta a ese llamado indignado en distintos puntos del país han ido surgiendo iniciativas que buscan reivindicar la lectura y la producción editorial acercándola al público, a los nuevos autores, rescatando voces marginales, o voces olvidadas, o voces que no encuentran un lugar en el mercado editorial. Estas son las llamadas editoriales independientes. Citándolos, ellos dicen: “Si los chilenos no leen, todo un país se acostumbra a olvidar. Nosotros creemos que la literatura es la memoria de un pueblo.”
— Chile es uno de los países de América Latina que siempre es obligada referencia a la hora de hablar de la cultura. Remitiéndonos al terreno de la literatura. ¿Existen ayudas del Estado, Mecenas privados, espacios de “consagración” financiados por otros intereses (el de la prensa, por ejemplo), o hablamos más de un desarrollo nacido de un fuerte movimiento creador independiente? Me gustaría que explicaran a nuestros lectores cómo ven el panorama de las actuales letras chilenas en esos aspectos del fomento organizado o de la iniciativa personal.
— Carlos Labbé: No existen los mecenas en Los Chiles. Sí existen fondos culturales concursables del Estado, orientados siempre a descuajar a quienes escriben de sus comunidades, de sus localidades y de sus cuerpos, porque los obligan a convertirse en autores, y también en tecnócratas que manejan formularios y procesos burocráticos electrónicos, además de publicistas de sí mismos que, si han logrado hacerle el juego de cohecho a los periodistas y editores de los diarios de derecha -los dos únicos diarios que hay, debido al monopolio de la industria del papel, en manos de las familias dueñas de los recursos nacionales-, tendrán eco en los medios y, también, el reconocimiento de parte de los jurados de esos fondos concursables, para los cuales el valor máximo es la visibilidad en el mercado de la prensa.
— Esta es una pregunta provocativa: algunos críticos y escritores aseveran que después del boom, en materia literaria, no ha habido nada importante en Latinoamérica en lo concerniente al impacto en la literatura mundial ¿Qué piensas tú?
— Carlos Labbé: Pienso que quien sea que diga eso es un conservador ignorante, y que merece vivir en ninguna parte que no sea algo tan abstracto y deprimente como “lo mundial”.
— Nona Fernández: No desmerezco para nada el trabajo de los autores del boom. De hecho soy una gran admiradora de algunos de ellos, pero no debemos olvidar que el boom es un invento comercial y mediático de aquella época. Tal cual es la circulación de los autores latinoamericanos en este momento, no puedo dar fe de haber leído ni la mitad de la producción actual, pero con los libros que hacemos correr de mano en mano, los que traficamos, los que nos llegan por ahí, uno puede identificar autores realmente notables que están escribiendo en este momento. Sólo por mencionar algunos fuera de mi país, pienso en los mexicanos Julián Herbert, Yuri Herrera, Emiliano Monge, o en los argentinos Hernán Ronsino, Gabriela Cabezón y Mariana Henrríquez. Probablemente si un buen agente quisiera inventar un post boom o lo que fuera, le sobrarían autores para armar un grupo contundente y de calidad literaria.
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Nona Fernández
Nació en Santiago de Chile en 1971. Es actriz, escritora y guionista. Ha publicado el volumen de cuentos El Cielo (2000), las novelas Mapocho (2002), Av. 10 de Julio Huamachuco (2007), ambas ganadoras del Premio Municipal de Literatura y traducidas al alemán por la editorial austriaca Septim Verlag; y Fuenzalida (2012). Sus cuentos han sido traducidos y publicados en diversas antologías nacionales e internacionales, obteniendo distinciones como el primer lugar de los Juegos Literarios Gabriela Mistral. El año 2004 funda junto a Marcelo Leonart la Compañía la Fusa, con la que han montado las obras: Grita(2004), Lo invisible (2005), Cuerpos Mutilados en el Campo de Batalla (2007), Todas las Fiestas del Mañana (2008). En 2010 participa en el montaje de Medusa de la Compañía La Trompeta. El Taller, su primera pieza teatral, fue estrenada en 2012 por su compañía La Fusa con el apoyo de Fondart.
En la actualidad combina su trabajo literario y teatral con el de guionista, destacándose en la escritura de series televisivas como Alguien te Mira, ¿Dónde está Elisa?, El laberinto de Alicia y Los Archivos del Cardenal.
— Hagamos un recuento de algunos de tus libros, concentrándonos en las novelas. Imagina que tenemos que venderles tus libros a nuestros lectores y te ves forzada a resumir en un párrafo la historia que cuentas en cada uno. Qué dirías de estas novelas que puede resultar interesante para un hipotético lector:
— Mapocho (2002): Dos hermanos, La Rucia y El Indio, luego del Golpe Militar son llevados por su madre fuera de Chile desde que eran muy niños. La Rucia vuelve cuando ya es adulta siguiendo a su hermano, con la idea de tirar las cenizas de su madre al río Mapocho, el río que cruza la ciudad donde nacieron. Al hacerlo se encuentra con un territorio nuevo, transformado por la modernidad y el éxito económico, pero a la vez lleno de ánimas en pena que nadie parece ver, de muertos que no logran descansar y que disparan sus historias al aire.
— Av. 10 de Julio Huamachuco (2007) Juan y Greta fueron compañeros de liceo y participaron en el movimiento estudiantil de los ochenta. Hoy tienen cerca de cuarenta años y sus vidas se han separado hace mucho tiempo, se han insertado en el mundo moderno, dejando atrás sus militancias y sus proyectos grupales. Pero también han colapsado. Juan resiste en su vieja casa mientras una inmobiliaria ha echado abajo toda su cuadra para construir un centro comercial, mientras Greta vive el duelo de la muerte de su hija en un accidente automovilístico. Sus vidas vuelven a unirse cuando Greta se entera que su antiguo compañero ha desaparecido entre las ruinas del antiguo liceo en el que estudiaron. ¿Qué fue de los niños que alguna vez fuimos? ¿En qué nos transformamos? Esa parece ser la frase que estructura y da vida a esta historia.
— Fuenzalida (2012) Una escritora de culebrones inicia una cacería tratando de encontrar la memoria de su padre muerto al que apenas conoció. Como es una escritora y no una detective, su búsqueda fracasa. Intentando dar con una respuesta escribe el culebrón de un karateka, un héroe de los años 70 que lucha contra los agentes de inteligencia de la dictadura de Pinochet. La ficción llega a llenar los vacíos de una historia llena de hoyos negros y de interrogantes. Como dice el dicho popular: “Lo que no se sabe, se inventa.”
— Space invaders (2013) Es un relato desenfocado, hecho a partir de los sueños y recuerdos de un grupo de niños que ahora ya son hombres y mujeres cuarentones, sin nombres, Fuenzalida, Zúñiga, Riquelme, Maldonado, solo apellidos, tal cual como los nombraban en la lista del curso que conformaron alguna vez en sus años de estudiantes. La narración es coral y relata parte de su educación en los años ochenta, crecer en medio de un imaginario extraño, su iniciación sexual, política, la salida a ese mundo particular que era el Chile de los 80s, un universo medio surrealista en el que a ratos uno creía ser un marciano del Space, ese juego que tanto jugamos, un alienígena al que alguien, un tanque, un carabinero, un militar, podía eliminar, como a algunos les ocurrió. Creo que resumiendo, es el relato de la fragilidad de ser un niño en esos años.
— Teatro y literatura. En el teatro comenzó todo, la poesía, la narrativa, la música… ¿en qué terreno te sientes mejor como creadora y qué aportes específicos recibe tu obra de tu experiencia en el ámbito del mundo teatral?
— Creo que mi escritura es muy visual y concreta y eso se lo debo al teatro. Visualizo todo lo que escribo, en mi cabeza se van armando las puestas en escena, y sólo las voy escribiendo. Debo decir que la lectura de los maestros que han pensado y que han escrito el teatro también me han influenciado mucho en mi escritura literaria. Pienso en Artaud, en Brecht, en Chejov, en Shakespeare, en Strinberg, en Berhard, en Peter Handke, en los chilenos Juan Radrigan y Egon Wolf, por mencionar algunos autores y pensadores de la escena.
— Imagen visual y literatura. Más allá de los lugares comunes con que solemos describir los aportes específicos del cine y la televisión a las técnicas del mundo novelado, ¿qué experiencias como escritora has sacado de tu trabajo como guionista en televisión?
— Creo que el manejo de la estructura, eso de pensar las novelas como piezas de un rompecabezas que voy encajando y montando, es algo que se filtra de mi trabajo como guionista. Juego mucho con la estructura de mis libros y creo que es ahí donde apuesto gran parte de mi artesanía. La forma de una historia habla más que la propia historia. Siempre siento que más que inventar, lo que hago es organizar materiales de una manera tal, que en su globalidad cada parte y el todo brilla. El manejo de los diálogos y del habla, la preocupación por el ritmo de la narración, son herramientas que por supuesto ocupo en mi escritura literaria.
— Háblame de la experiencia de ver tu obra traducida al alemán. La traductora habló en el Instituto Cervantes de los retos que enfrentó al traducir tu novela Mapocho. ¿Cuáles fueron tus retos en ese trabajo conjunto? ¿Qué aprendiste?
— Aprendí principalmente que debía entregarme y confiar. Eso puede sonar como un gran relajo, pero en realidad es también un reto. Yo no tengo ningún acercamiento a la lengua alemana, entonces no tenía mucho que decir al respecto, sólo orientar en lo que se refería al espíritu del libro y a veces explicar ciertos modismos muy chilenos, ya que Mapocho es un libro escrito en un castellano muy chileno, en una versión criolla del idioma. Anna Gentz, mi traductora, es delicada, respetuosa y muy trabajadora. Su labor fue reinterpretar, pasar el texto por su propia mirada para entregarlo de la mejor manera en un idioma que tiene un carácter que yo, por supuesto, desconozco. Su seguridad y su profesionalismo hicieron que finalmente pudiera entregarme por completo y confiar en su reinterpretación.
— Una pregunta final, gastada pero necesaria: ¿en qué proyectos trabajas actualmente?
— Estoy cerrando la escritura de dos obras de teatro: Trabajo Sucio, a estrenarse en Chile el próximo semestre, y Liceo de Niñas, para el 2015. Además estoy en medio de la investigación del material de mi próxima novela, pero está muy en pañales como para comentar nada sobre eso. Yo me demoro mucho en cada libro y este está recién partiendo.
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Carlos Labbé
Nació en Santiago de Chile en 1977. Se licenció en Letras mención Literatura y Lingüística Hispánica con una tesina sobre Juan Carlos Onetti. Más tarde alcanzó el título de Magíster en Letras mención Literatura con una tesis sobre Roberto Bolaño. Músico pop, guionista de cine y televisión, crítico literario, antólogo, profesor de universidad y editor, publicó en 2004 su novela Libro de plumas (Ediciones B, Chile, 2004), que lo convirtió en uno de los nuevos referentes de la literatura chilena. Las novelas Navidad y Matanza (2007) y Locuela (2009), publicadas ambas por Periférica con excelentes críticas, amplificaron ese reconocimiento,consagrando a Labbé como un nombre indiscutible de la nueva literatura latinoamericana. En 2011 apareció, también en Periférica, su libro de relatos Caracteres blancos y acaba de publicar en esa misma editorial la novelaPiezas secretas contra el mundo.
— Hagamos un recuento de algunos de tus libros, concentrándonos en las novelas. Imagina que tenemos que venderles tus libros a nuestros lectores y te ves forzado a resumir en un párrafo la historia que cuentas en cada uno. Qué dirías de estas novelas que puede resultar interesante para un hipotético lector: Pentagonal: incluidos tú y yo (2001); Libro de plumas (2004); Navidad y Matanza (2007); Locuela (2009); Piezas secretas contra el mundo (2014):
— No me corresponde a mí vender libros a quien quiere leer. Aborrezco la autopropaganda, como cualquier otra publicidad. Quien lee es suficientemente inteligente como para abrir una página y saber qué relación tiene su propia discursividad con esta otra que le plantea el artefacto de creación lingüística que tiene enfrente. Mis libros están ahí, estoy agradecido de que en su momento hubo colegas que trabajaron para que existieran materialmente. Sus textos hablan directamente; quien los encuentre puede leerlos y justipreciarlos.
— Cine y literatura. Más allá de los lugares comunes con que solemos describir los aportes específicos del cine a las técnicas del mundo novelado, ¿qué experiencias como escritor has sacado de tu trabajo como guionista?
— Mi aprendizaje fue que el guión es un formato literario con sus propias reglas, con una obsesión por términos de productividad fílmica -exteriores o interiores, número reducido de actores/personajes, brevedad de la acción, elusión del contrapunto en el montaje- que atentan contra su propia riqueza y diversidad interna, esa misma que busco en otros formatos en que he escrito otros textos míos.
— Música y literatura son, lo sabemos, dos ámbitos que surgen de una misma clave humana: la necesaria alternancia del espíritu humano entre la ausencia y la presencia, léase, entre el silencio y el sonido en la música, y en la literatura, entre la palabra y lo sugerido o no dicho. Recuerdo ahora mismo que Alejo Carpentier recomendaba leer su novela La consagración de la primavera escuchando esa obra de Stravinsky. ¿Puede hablarse de una influencia de ese mundo de la música en tu obra? ¿Alguna obra específica donde se manifieste visiblemente esa experiencia?
— La palabra es sonido traspuesto a grafía, es música convencionalizada en el papel. En mis textos intento no olvidarme de eso inenarrable, de que en toda oralidad palpita lo literario y no al revés. Mi Libro de plumas es una novela genealógica sobre la violencia chilena que puede deducirse, en una influencia inversa, de la estructura musical del Cuarteto para el Fin de los Tiempos de Olivier Messiaen. Mi Pentagonal: incluidos tú y yo es una hipernovela sobre cómo escapar del ruido horriblemente omnisciente de la máquina industrial que llamamos computador, ordenador, pantalla. Mi Navidad y Matanza es una novela-juego sobre el enigmático timbre colectivo del theremin, ese instrumento que se toca sin tener que tocarlo. Mi Locuela es una novela policial sobre el sonido de esa palabra amorosa que horada obsesivamente el magín del limitado sujeto neoliberal hasta romper sus límites. Mi Caracteres blancos es una novela hecha de cuentos sobre cómo la figura del silencio en el pentagrama occidental moderno nunca es ausencia. Mi Piezas secretas contra el mundo es una novela sobre la posibilidad de que aún quede música de árboles y viento en un bosque talado por la corporación papelera, mientras haya un lector que reescriba esa novela de despojo con sus decisiones.
— ¿Qué te animó o forzó a lanzarte al mundo tan complicado de la edición? Esta pregunta, como seguro intuyes, es para obligarte a que cuentes tu experiencia en la revista Sobre Libros y en Sangría Editores.
— Sobrelibros es un colectivo latinoamericano de crítica literaria. Sangría Editora es un colectivo santiaguino-neoyorquino de producción literaria que intenta procesos opuestos al neoliberalismo editorial, una microeditorial de ficciones contemporáneas y de ensayos punzantes, una reserva de narrativa chilena y un lugar de tradiciones más crónicas. Es una instancia de intervenciones editoriales, un sitio donde guiones audiovisuales, dramaturgia, performances artísticas y otros textos en acción pasan al papel. Sangría es un antiguo remedio. Sangría es el espacio entre párrafos que permite respirar a nuestros ojos. Sangría es una bebida espirituosa. Sangría es ese lugar del brazo tan íntimo como sensible que encontramos al reverso del codo.
— Una pregunta final, gastada pero necesaria: ¿en qué proyectos trabajas actualmente?
— Voy a publicar a mitad de año, en Sao Paulo y en Santiago, la novela corta La parvá, sobre el complot que posibilitó el Mundial de Fútbol Chile 1962. Y estoy escribiendo dos novelas: Las pëllí choreographies y Libro de espuma.